El otoño es la mejor estación del año, pienso, la más bella, y más bella que nunca se muestra quizá al atardecer, cuando la luz está a punto de marcharse, cuando la oscuridad se va metiendo en la luz, pero todavía hay luz suficiente para ver cómo las hojas van perdiendo su color verde. Interiormente, como marco, ambiente y colorido, nos renueva la esperanza y nos invita a soñar; a soñar despiertos y también dormidos, pues la cama es mar de pensamientos; de ahí que necesitemos nuestras horas de descanso para, después, poder estar vigilantes. La esperanza requiere una espera atenta, y no como la del sordo de la Venta Mora, "que oía los cuartos y no las horas". La esperanza nos lleva a la creatividad, no al aburrimiento; es tiempo para proyectar, no sólo el próximo curso sino la propia vida, ya que "donde no hay gobierno, siempre es invierno".
Estamos en otoño y por eso busco la cestilla de mimbre para ir a por unos higos de calabacilla. Esa cestilla tejida hace muchos años por aquellos gitanos que, alejados de toda indignación, con sus perros y sus flautas, acampaban en las alamedas del río. Encuentro la cesta encima del fregadero; es un humilde pero collejo canasto de mimbre, canasto cortijero, de cuando en el campo no había ni plásticos ni tractores, y los asientos para el almuerzo y la siesta eran la sombra de un olivo y las jarapas de Tímar, y el tapón de la balsa era un tocón de sarga; cuando también se usaba la artesa de nogal que ahora veo olvidada al fondo de la cámara, y a su lado está la cuartilla, el medio celemín y la cantarera, sin su cántaro de barro colorao; y más cerca, junto a la ventana, el pipote parvero, de barro blanco, y sobre él, entangarillá con tachuelas y alcayatas, cuelga la espetera y las andarillas de mover el cedazo.
Vuelvo a mirar por la ventana y las nubes grises de antes se están tornando casi negras. Es el otoño que suele ser inestable, amenazándonos continuamente con la temible "gota fría", es otoño, "el otoño que se lleva los puentes o seca las fuentes"; de ahí aquel aviso: "guárdate de la lluvia y del viento, y del fraile fuera del convento"; o, lo que es lo mismo: "al loco y al fraile, aire". Por eso se suele decir que "al fraile y al cochino, no le enseñes el camino". Pero volvamos a lo nuestro que me enredo en el refranero.
En estos días otoñales de octubre y noviembre, hasta el paisaje, con el comienzo de la caída de la hojas, parece invitarnos a pensar más en los que nos faltan, que en la vida que tenemos por delante: "en el día de difuntos, memoria y frio van juntos"; y, aunque no esté mal acordarse de los que ya nos han dejado, "a los setenta, prepara la cuenta". El otoño también tiene otra lectura, y es la de desprendemos de lo superficial, de lo que ya no nos sirve, "que mayor desconsuelo, que mucho peine y poco pelo", para centrarnos en lo esencial y soñar otras mil primaveras en las que florezca nuestra vida.
El otoño sigue y, sin apenas percibirlo, llegará "noviembre, ¡qué buen mes!, que empieza con todos los santos y termina con San Andrés", y al final ya se sabe, "en San Andrés se le da pita al tonel". Y ya, metidos en diciembre, pero aún otoño, nos llega el Adviento, "cada cosa a su tiempo, y los nabos en Adviento". Llega el Adviento con el tonel manando para festejar, ya desde la preparación, el nacimiento de Jesús. Pero además de nabos, el Adviento nos da esperanza y la posibilidad de fraguar sueños que salven nuestra realidad. Por regla general solemos esperar cosas que sirvan para "vestir" nuestra identidad personal: "cuando en diciembre veas nevar, ensancha el granero y el pajar" o algún bien material, "¿Por qué canta el sacristán?, porque le dan"; pero el otoño, el Adviento, nos invita a esperar desde dentro, desde nosotros mismos, para así salir renovados por ese don que se nos da como vida.
Al final no cojo la cesta, eso será mañana, pero si tomo el camino del río, aprovechando este tiempo cuando todavía los días, a veces, nos recuerdan el verano. El tiempo es agradable y me siento bien pero no sé por qué, si por los excesos del verano o el reciente atracón, la tripa me suena como un tambor y aprieto el paso buscando aligerarme un poco. Me asomo al Rincón y veo el sol entre nubes grises, que se está poniendo sobre Gurriales, con una tenue aureola anaranjada que se refleja difusamente en una poza del barranco. Metido en mis cosas, mirando la acequia del Molinillo y más arriba veo el campo baldío, infestado de hierbas chuchurrías por los calores del verano; avistando los pinos y más abajo, observo el río con su cauce encogido, pero, impropio del comienzo del otoño, cantarín aún.
Bajo esta luz del atardecer todo parece una ensoñación. Recuerdo episodios pasados como si los estuviera viviendo ahora mismo, a gentes que ya no veré más, pero que estarán siempre presentes; es como si, en mi ensueño, toda mi vida pasada hubiera surgido de esos reflejos dorados y grises para alegrarme esa feria que ahora estaría por comenzar.
Texto inédito de: Del cinamomo al laurel.37
El refranero, aunque con tópicos, siempre nos lleva a la realidad...
ResponderEliminarAsí es, damos a la vida el criterio de verdad, pero la verdad, ¿en qué consiste? Podríamos decir que la verdad lógica estriba en la adecuación del pensamiento con las cosas; la verdad vital estriba en la esperanza que nos hace vivir. El testimonio de este paseo y este retrato de la cámara de mi casa, no cabe duda, es veraz. Pero tampoco hay duda de que es un sueño. Vamos a ciegas por la vida verificando el sueño que nos hace vivir. En nuestros recuerdos, en nuestra memoria, no pueden separarse la realidad y la ilusión...
ResponderEliminarPepe, enhorabuena me gusta mucho.
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EliminarGracias María. He borrado lo anterior por que me había confundido.
ResponderEliminar...te ruego,Pepe, me mandes enlace o decirme cómo se hace para que cuando publiques página me llegue, no quiero perdérmelas..gracias
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