En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 12 de octubre de 2021

El Avellaneda: interpretación ultracatólica del Quijote cervantino


A través del Quijote de Avellaneda se realiza la primera interpretación histórica y literaria de todas cuantas se han hecho del Quijote de Cervantes. Esta se realiza desde una perspectiva claramente religiosa contrarreformista.

Alonso Fernández de Avellaneda, quien quiera que fuese o quienes quiera que fuesen, se esfuerzan en convertir la visión antropológica de Quijote cervantino en una razón teológica. Para apreciar esto basta con leer el primer capítulo, donde al Quijote de Avellaneda se le dan a leer una serie de libros que eran los que la Inquisición daba a sus reos que sabían leer y escribir, para que meditaran con estas lecturas. Leemos en el primer capítulo:

...por consejo del cura Pedro Pérez y de maese Nicolás, barbero, le dio un Flos sanctorum de Villegas y los Evangelios y Epístolas de todo el año en vulgar, y la Guía de pecadores de fray Luis de Granada; con la cual lición, olvidándose de las quimeras de los caballeros andantes, fue reducido dentro de seis meses a su antiguo juicio y suelto de la prisión en que estaba.”

El hecho de que sean estas lecturas las que le dan a leer al don Quijote apócrifo, hace pensar a Antonio Márquez, que detrás del Quijote de Avellaneda está la Inquisición, o bien familiares inquisitoriales (personas que trabajaban para la Inquisición), tesis que no es incompatible con la que atribuye la autoría a Gerónimo de Pasamonte, como ha expuesto Alfonso Martín Jiménez. Pasamonte, era un autor ultracatólico de religiosidad contrarreformista.

Cervantes, en todas sus obras, ha procurado preservar su literatura de la religión, en tanto que el Avellaneda lo que pretende es impregnarla de una concepción teológica tridentina, reemplazando el racionalismo antropológico de Cervantes por un racionalismo teológico extremadamente radical; en definitiva, la del Avellaneda es una literatura programática que cumple con el dogma religioso de una forma patológica: don Quijote asiste a misa diaria y siempre lleva un rosario en las manos. En el mismo primer capítulo podemos leer:

Comenzó tras esto a ir a misa con su rosario en las manos, con las Horas de Nuestra Señora, oyendo también con mucha atención los sermones; de tal manera, que ya todos los vecinos del lugar pensaban que totalmente estaba sano de su accidente y daban muchas gracias a Dios, sin osarle decir ninguno, por consejo del cura, cosa de las que por él habían pasado. Ya no le llamaban don Quijote, sino el señor Martín Quijada...”

La locura del Quijote cervantino ha dado lugar a la fe del Avellaneda, como la mitología de los libros de caballería la dan a la teología.

Todo esto se manifiesta también en los relatos intercalados narrados en el Avellaneda por dos personajes claves como son un ermitaño y el soldado Bracamonte. El ermitaño cuenta el relato de Margarita la Tornera, un cuento profundamente religioso, donde una monja que se fuga del convento, y que para favorecer su retorno y arrepentimiento es reemplazada en sus tareas nada menos que por la Virgen María, que sigue atendiendo el torno hasta que vuelve y se le perdona todo. El soldado Bracamonte narra la historia de un monje que abandona los hábitos para casarse y vivir de forma opulenta, pero todo acaba en una terrible tragedia, suicidándose, matando a su propio hijo golpeándole con el brocal de un pozo…

Cervantes hacía entierros civiles, como el Grisóstomo, o los componentes mitológicos y paganos de la Galatea, todo esto es reemplazado en el Avellaneda por una forma de literatura saturada de religión. El mensaje de estas historia es muy claro: que quien abandona la iglesia fracasa y paga por ello. Se dice el capítulo 16 del Avellaneda, referido al cuento del soldado Bracamonte:

Pero no podrán tenerle mejor, moralmente hablando, los principales personajes della, habiendo dejado el estado de religiosos que habían empezado a tomar, pues, como dijo bien el sabio prior al galán cuando quiso salirse de la religión, por maravilla acaban bien los que la dejan.”

No puede haber un final feliz para aquel que abandona los hábitos.

El Avellaneda impone una solución final para los tres personajes principales:

Don Quijote. Se le encarcela en la casa del Nuncio de Toledo, un célebre manicomio para locos delincuentes, mucho peor que una cárcel. Le dejan encadenado y golpeado. Dice el capítulo 34 del Avellaneda:

Comunicaron esta determinación con don Álvaro, y, pareciéndole bien su resolución, les dijo que él se encargaba, con industria del secretario de don Carlos, cuando dentro de ocho días se volviese a Córdoba, donde ya sus compañeros estarían, por haberse ido allá por Valencia, de llevársela en su compañía hasta Toledo, y dejar muy encargada y pagada allí en Casa del Nuncio su cura, pues no le faltaban amigos en aquella ciudad, a quien encomendarle.”

Don Quijote es arrojado, apaleado y maltratado a la casa del Nuncio de Toledo donde estaban sueltos unos, encadenados otros, y cada loco con su tema. Don Quijote se extraña que, en tal estado, algunos muestren alegría; otro loco parece imitar al Licenciado Vidriera, voceando sentencias, es tal su locura que muerde a don Quijote y casi le arranca sus dedos, después, bien atado, lo meten en uno de esos aposentos. Así lo dice el último capítulo, 36 del Avellaneda:

se quedó solo en medio del patio don Quijote; y, mirando a una parte y a otra, vio cuatro o seis aposentos con rejas de hierro, y dentro dellos muchos hombres, de los cuales unos tenían cadenas, otros grillos y otros esposas, y dellos cantaban unos, lloraban otros, reían muchos y predicaban no pocos, y estaba, en fin, allí cada loco con su tema. Maravillado don Quijote de verlos, preguntó al mozo de mulas:

-Amigo, ¿qué casa es ésta? O dime, ¿por qué están aquí estos hombres presos, y algunos con tanta alegría?

El mozo de mulas, a quien ya habían instruido don Álvaro y el paje del Archipámpano del cómo se había de haber con él, le respondió:

-Señor caballero, vuesa merced ha de saber que todos estos que están aquí son espías del enemigo, a los cuales habemos cogido de noche dentro de la ciudad, y los tenemos presos para castigarlos cuando nos diere gusto.

Prosiguió don Quijote preguntándole:

-¿Pues cómo están tan alegres?

Respondióle el mozo:

-Estánlo tanto, porque les han dicho que de aquí a tres días se entrega la ciudad al enemigo, y así, la esperada vitoria y libertad les hace no sentir los trabajos presentes.”

Pasado un tiempo se dice que don Quijote sanó y fue liberado y reincidió en su locura

El Quijote de Avellaneda

Pero, como tarde la locura se cura, dicen que, en saliendo de la corte, volvió a su tema, y que, comprando otro mejor caballo, se fue la vuelta de Castilla la Vieja, en la cual le sucedieron estupendas y jamás oídas aventuras, llevando por escudero a una moza de soldada que halló junto a Torre de Lodones, vestida de hombre, la cual iba huyendo de su amo porque en su casa se hizo o la hicieron preñada, sin pensarlo ella, si bien no sin dar cumplida causa para ello; y con el temor se iba por el mundo. Llevóla el buen caballero, sin saber que fuese mujer, hasta que vino a parir en medio de un camino, en presencia suya, dejándole sumamente maravillado el parto.”

De nuevo lo sitúa como un psicópata degenerado sin moral alguna.

Bárbara. Una prostituta que reemplaza y degrada de una manera brutal la Dulcinea cervantina, es recluida en Madrid, en una casa de mujeres recogidas, una especie de purgatorio terrenal en el que entraban las mujeres de mala vida con el fin de purificarse y arrepentirse para poder volver a la sociedad. Dice el capítulo 34:

Y, por que ninguno de los valedores de don Quijote y su compañía quedase sin cargo en orden a procurar su bien, le dio al príncipe Perianeo de que procurase con Bárbara aceptase el recogimiento que le quería procurar en una casa de mujeres recogidas, pues él también se obligaba a darle la dote y renta necesaria para vivir honradamente en ella.”

Sancho Panza. Entra al servicio de un noble apodado el Archipámpanos, como un criado bufonesco. Se dice de Sancho que “aunque simple no peligraba en el juicio”, y por eso no se le recluye en ninguna institución. No era peligroso como don Quijote… En el capítulo 35 se le dice a Sancho:

Pero, pues ha querido Dios que entraseis en ella al fin de vuestra peregrinación, agradecédselo; que sin duda lo ha permitido para que se rematasen aquí vuestros trabajos, como lo han hecho los de Bárbara, que, recogida en una casa de virtuosas y arrepentidas mujeres, está ya apartada de don Quijote y pasa la vida con descanso y sin necesidad, con la limosna que le ha hecho de piedad el Archipámpano, la cual es tan grande, que no contentándose de ampararla a ella, trata de hacer lo mesmo con vuestro amo. Y así, le perderéis presto, mal que os pese, porque dentro de cuatro días lo envía a Toledo con orden de que le curen con cuidado en la Casa del Nuncio, hospital consignado para los que enferman del juicio cual él.

Todo esto se produce en nombre de Dios, los hombres son meros intermediarios: esa es la tesis del Avellaneda. Las obras son promulgadas por un imperativo religioso que ejecutan los nobles, confirma la administración estatal, y la justicia civil sanciona. Más adelante, en el mismo capítulo, le dice: “y estad cierto de que nos os faltará en mi casa la gracia de Dios”. Sancho, con menos pecados que don Quijote y que Bárbara, tendrá la “suerte” de entrar al servicio de un noble como bufón gracias a la Providencia de Dios.

A lo largo del Avellaneda se ve muy clara la neutralización de la libertad que destacaba en el Quijote de Cervantes.

Pero Cervantes no se calla y responde en el Quijote de 1615. Toma al personaje del Avellaneda, Alvaro Tarfe y lo incorpora a la trama de su novela, convirtiéndolo en un personaje cervantino más, y con la ficción resuelve sus propios problemas ficticios en términos reales, le plantea al personaje en el capítulo 72, un juramento. Dice así el narrador del Quijote de Cervantes:

Llegóse en esto la hora de comer; comieron juntos don Quijote y don Álvaro. Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras. Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó a don Álvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes.”

No conforme con los hechos, los personajes de ficción, acuden incluso al derecho, lo que nos hace ver lo en serio que se tomaba Cervantes al Avellaneda. Se produce aquí algo así como una declaración jurada de legitimidad del Quijote cervantino, como si la ficción literaria tuviera una jurisdicción propia. Es un claro ejemplo de lo que posteriormente se ha calificado como metaficción, concediendo valor real a la ficción, como ocurre en Niebla de Unamuno, donde el personaje de ficción llega a defender su legitimidad ante el autor.


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