Miguel de Cervantes fue un racionalista que, en su interior, no aceptaba las ideas que desbordan los límites de la razón humana. Sin embargo conocía que en él había un idealismo instintivo que, por ejemplo, por su propia insistencia ante sus jefes, le llevó a tomar parte activa en la la batalla de Lepanto cuando estaba enfermo, y por tanto rebajado para el servicio. Ese día su comportamiento fue heroico y su herida le serviría de orgullo, y así lo reflejó en su obra(1). Creo, no obstante, y su obra también lo confirma(2), que pensaba que todo idealismo solo conduce al fracaso. Quiero decir que, a veces se sentía un don Quijote, un idealista, y eso no le gustaba mucho, y que su racionalismo le llevaba más a identificarse con Sancho, un realista con flaquezas. Por eso estas lineas que siguen:
Sancho comienza a hablar de él en el capítulo siete del Quijote de 1605 cuando con sus primeras palabras, dirigidas a don Quijote, promueve la imagen de estar capacitado para gobernar una ínsula:
“Mire vuestra merced, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar, por grande que sea” (I, 7).
Pero hasta bien entrada la Segunda parte no escuchamos de su boca su nombre cuando dice frente a las tres labradoras que el escudero hace creer a don Quijote que son Dulcinea y dos doncellas que la acompañan.
“Yo soy Sancho Panza” (II, 10)
Mucho tardó Sancho en asumir su yo; a partir de ese momento nos va a dar numerosos párrafos de su autobiografía.
Los versos preliminares nos remiten a lo que podríamos llamar el Sancho paratextual. Entre los poemas burlescos está la siguente “equívoca” décima, cuyo título es: “Del donoso poeta entreverado a Sancho Panza y Rocinante” (I, Versos preliminares, 64).
“Soy Sancho Panza, escude-
del manchego don Quijo-;
puse pies en polvoro-
por vivir a lo discre-;
que el tácito Villadie-
toda su razón de esta-
cifró en una retira-
según siente Celesti-
libro, en mi opinión, divi-,
si encubriera más lo huma-”
Para Bataillon la composición es de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, pero para Rico (ed., Don Quijote de la Mancha, Volumen complementario) es inequívocamente la pluma de Cervantes. El título nos hace pensar que el poema está dirigido al escudero y al rocín; lo mismo sugieren los encabezados de otros poemas preliminares: “Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de don Quijote”, “La señora Oriana a Dulcinea del Toboso” o “Amadís de Gaula a don Quijote de la Mancha”. En estos un personaje ficticio termina por dirigirse explícitamente a otro personaje de ficción. En consecuencia, la expectativa del lector en el poema que me ocupa es que un personaje “real”, un “donoso poeta entreverado”, se dirija a un personaje de ficción llamado Sancho Panza. Pero eso es una trampa más del autor; eso no es lo que el texto nos tiene deparado.
Las décimas, compuestas de versos de cabo roto, rezan: Quien dice “soy”, no puede ser el donoso poeta entreverado, sino Sancho que se nombra a sí mismo. Después de presentarse y explicar su oficio, el personaje se autorretrata en clave paródica, argumentando, en evidente paráfrasis de un pasaje de la Celestina (En el acto XII de la Tragicomedia, Sempronio aconseja a Pármeno: “Anda, no te penen a ti essas sospechas, aunque salgan verdaderas. Apercíbete, a la primera voz que oyeres, tomar calças de Villadiego”), apuntando que la huida bajo ciertas circunstancias debe ser vista como una retirada estratégica. Hasta este punto la imagen del Sancho paratextual es la de un lector de uno de los libros más populares de la época y no la de un analfabeto; y, por si fuera poco, no solo lee, sino que memoriza palabras de personajes siniestros como Sempronio, uno de los criados más desleales de la literatura española, es decir, un anti-Sancho Panza.
Las sorpresas, sin embargo, no terminan ahí. Los dos últimos versos expresan un juicio literario sobre la recién citada Tragicomedia de Calixto y Melibea, pues, en su versión más aceptada, los versos de cabo roto habrían de complementarse así: “libro, en mi opinión divino, si encubriera más lo humano”. ¿Quién se esconde detrás del pronombre posesivo que nos abre las puertas de la subjetividad? ¿Se trata del mismo sujeto que enuncia el primer verso? La crítica ha coincidido en señalar que este juicio literario es inequívocamente de Miguel de Cervantes.
Parece claro que los diez poemas preliminares del Quijote representan la alteración de un espacio tradicionalmente serio, donde los elogios habituales exhiben las alianzas y deudas personales, en uno lúdico y jocoso, o rebelde e irreverente en este caso Cervantes. También podemos ver una serie de textos llenos de enigmas, ambigüedad y paradojas, que son las mismas que encontramos en el Quijote. Sobre estas composiciones señala Márquez Villanueva que “Cervantes se burlaba de los sonetos preliminares y, en especial, de Lope, cuya Arcadia (1598) se adornó con trece poemas que, prohijados a aristócratas, amigos e incluso amantes de turno, exageraban el autoelogio hasta el punto de proclamarse un dios Apolo”. Visto así, aun cuando el que habla sea un “yo” ficticio, el que escribe es real. Por lo que se puede sospechar la coincidencia en estos versos del “yo-Sancho” con el “yo-Cervantes”.
Hemos de tener en cuenta que el discurso en primera persona implica cautela, pues sabido es que sus palabras son poco fiables y nada ingenuas; digámoslo claro: Sancho Panza, como Cervantes, es un autobiógrafo interesado. Su discurso autobiográfico, conformado por autorretratos, notas retrospectivas, recuerdos de la infancia, revelaciones íntimas, cartas diversas, se encuentra desperdigado a lo largo de las dos partes de la novela. La mayoría de las veces, sobre todo en la primera, encontramos viñetas y bosquejos, pero no pasajes extensos, donde Sancho casi de pasada ofrece información relevante sobre su vida y su forma de enjuiciarla.
De boca de Sancho conocemos no solo la manera en que él se ve, sino también los oficios que ha ejercido a lo largo de su vida, su debilidad por la comida, la bebida y las mujeres, sus conflictos familiares, sus esfuerzos económicos por sacar adelante a su mujer e hijos, sus juegos de niño y adolescente y, por si fuera poco, sus sueños y aspiraciones más íntimos e inconfesables. En todo el Quijote no hay nadie que ofrezca más datos sobre su vida anterior al arranque de la novela, aunque mucho de lo que dice, insisto, hay que sopesarlo. Por ejemplo, en la Segunda parte sostiene que siendo prioste aprendió a firmar (II, 43), pero capítulos más adelante se desdice y asevera no saber hacer signo alguno (II, 51).
En términos generales el discurso-yo de Sancho en la Primera parte se organiza en torno a los siguientes temas:
1) Los rasgos de carácter que Sancho subraya con la finalidad de crear una imagen positiva de sí mismo y generar simpatía hacia él.
2) La reiteración de su linaje de cristiano viejo.
3) La idea de estar predestinado para la desdicha.
4) La pobreza y los constantes fracasos.
5) La afición por la comida y el vino.
6) Los distintos oficios que ejerce.
7) Un deseo desaforado por abandonar su vida actual, un deseo por hablar, sentir y actuar como si fuera otro, en una palabra, dejar de ser quien es, actitud que comparte con su amo.
En el Quijote de 1615 el discurso autobiográfico de Sancho no solo aumenta, sino también el grado de manipulación. Si en el Primer Quijote Sancho refiere solo ser pastor (I, 20), ahora añade a sus ocupaciones la de pastor de gansos y cerdos (II, 42); asimismo, señala haber trabajado para un labrador rico, Bartolomé Carrasco, el padre de Sansón Carrasco (II, 28). Por otra parte, se confirma la propensión de Sancho a ausentarse de casa, pues si en la Primera parte alude a un misterioso viaje de un mes a la Corte (I, 21), en otro comenta que de vez en cuando va a segar a otro pueblo (II, 31). Por lo visto, sus aventuras preceden a las que tiene acompañando a don Quijote.
El escudero también menciona haber escalado la jerarquía dentro su hermandad y haber dado el salto de muñidor a prioste, lo cual abre una veta poco explorada sobre su religiosidad (I, 21 y II, 43). Para entender esta actividad de pastor de cabras (II, 52), gansos y cerdos, de labrador, de criado o mayordomo de una cofradía y de prestador de servicios a labradores acomodados. Conviene tener en cuenta el contexto en el que nos sitúa la novela, las primeras décadas del siglo XVII que fue, sin duda, el momento culminante de la crisis económica de aquella época.
En la Segunda parte los detalles sobre su familia y ancestros crecen; pero hay una constante: si Sancho menciona a su madre en la Primera parte una sola vez (I, 17), en la novela de 1615 la figura materna desaparece absolutamente. Un cambio llamativo es que el escudero, quien durante la Primera parte se había dedicado a hablar bien de sí mismo, en la Segunda parece tener menos recelos en describirse con adjetivos que podrían considerarse negativos:
“… bien es verdad que soy algo malicioso, y que tengo mis ciertos asomos de bellaco” (II, 8); “… le hago saber a vuesa merced que, aunque parezco hombre, soy una bestia para ser de la Iglesia” (II, 13); “Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola” (II, 2 8).
El segundo Don Quijote nos ofrece la oportunidad de escuchar a Sancho expresar sus emociones ante el cumplimiento de su sueño más anhelado, convertirse en gobernador de la ínsula Barataria. Y también gracias a él nos enteramos de su tristeza y frustración al perderlo todo.
Según Rico, en el “libro de 1605 don Quijote recurre doce veces al sintagma “yo soy”, mientras que su escudero lo hace solo en seis ocasiones. Diez años más tarde el hidalgo dice catorce veces “yo soy”, lo cual confirma un discurso del yo proporcional al anterior; sin embargo, Sancho emplea esa misma frase 21 veces en el Segundo Quijote. Resumiendo: don Quijote utiliza la expresión “yo soy” en total en 26 ocasiones y su escudero en 27, pero mientras que el amo dividió esta afirmación de su yo y de su identidad equitativamente entre las dos partes, el escudero la triplicó en la Segunda parte.”
Podríamos afirmar que las tres facetas que distinguen al yo-Sancho de la Segunda parte son:
1) La irrupción de un yo absolutamente seguro de sí mismo.
2) Sancho como actor y autor de su propia historia.
3) Un incremento en la complejidad y los puntos de vista sobre el propio yo, además de una inesperada toma de conciencia sobre su identidad debido a la aparición del Avellaneda.
A partir del prólogo de las Novelas Ejemplares, 1613, los paratextos cervantinos, o sea, prólogos, dedicatorias y adjuntas, se desbordan de material autobiográfico, a diferencia de los preliminares de la Galatea y del Quijote de 1605 que se dedican a reflexionar sobre la reivindicación de la poesía o sobre la escritura de un anti-prólogo. Esto coincide con el apogeo del discurso-yo de Sancho Panza, ya que un importante sector de la crítica coincide en señalar que para esas fechas Cervantes habría tenido redactados por lo menos los primeros 30 capítulos de la Segunda parte. Analizamos los puntos de convergencia de los discursos de Cervantes y Sancho:
La desdicha y el fracaso
La construcción de una imagen basada en la mala suerte es una especialidad de Sancho; recién iniciada la Primera parte, exclama:
“¡Desdichado de mí y de la madre que me parió, que ni soy caballero andante, ni lo pienso ser jamás, y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte!” (I, 17).
El patrón de maldecir su suerte persistirá a lo largo de toda la obra.
“Yo soy tan venturoso […] que cuando eso fuese y vuestra merced viniese a hallar espada semejante solo vendría a servir y aprovechar a los armados caballeros, como el bálsamo; y a los escuderos, que se los papen duelos” (I, 18); “¡desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del abecé!” (I, 26); “Yo soy, señor, tan desgraciado, que temo que no ha de llegar el día en que en tal ejercicio me vea” (II, 68).
Ante los duques el escudero vocifera que su malandanza proviene de haber seguido a don Quijote y que poco o nada bueno ha sacado de ello (II, 33). Finalmente, al caer en una sima hacia la conclusión de la Segunda parte, resume su mala suerte así:
“¿Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de una ínsula, mandando a sus sirvientes y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima […] ¡Desdichado de mí, y en qué han parado mis locuras y fantasías!” (II, 55).
Presentar la desdicha como un motivo recurrente de su vida fue también uno de los temas preferidos del discurso cervantino. No hace falta citar, por extenso, pasajes del prólogo a las Ocho comedias, donde elabora una historia del teatro español a partir y en función del fracaso de como dramaturgo, o del prólogo de las Novelas ejemplares, donde asevera haber aprendido a tener paciencia frente a las muchas adversidades de la vida, para convencerse de ello; basta con escuchar lo que tiene que decir el cura durante el escrutinio de la biblioteca de don Quijote: en el capítulo seis el cura, tras cuya voz se esconde la de Cervantes, halla en la biblioteca del hidalgo un libro, cuya autoría es de un amigo suyo; la novela pastoril es La Galatea y su amigo, por supuesto, un tal Miguel de Cervantes, de quien dice saber “que es más versado en desdichas que en versos” (I, 6). Según se infiere, el yo-Sancho y el yo-Cervantes promueven activamente la imagen de alguien abandonado por la buena fortuna.
Los sueños y la fuga hacia la ficción
Los fracasos de Cervantes, tanto personales como literarios, lo llevaron a desarrollar una serie de sueños compensatorios; por ejemplo, en la dedicatoria del Segundo Quijote Cervantes relata el supuesto interés que el emperador de China tiene por su obra. Dirigiéndose al conde de Lemos dice:
[…] y el que más ha mostrado desear [el Quijote] ha sido el gran emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote. Juntamente con esto me decía que fuese yo a ser el rector de tal colegio. (II, Dedicatoria, 38)
Sancho también deja su imaginación volar; si Cervantes se ve rector, él se ve rey; apenas acepta acompañar a don Quijote por vez primera cuando empieza a soñar:
“De esa manera […] si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos, Juana Gutiérrez, mi oíslo, vendría a ser reina, y mis hijos infantes” (I, 7).
La fantasía de Sancho, sin embargo, está expresada en términos condicionales y sin mayor sofisticación. Pero para la Segunda parte, Sancho parece descubrir una tendencia similar al Cervantes de los paratextos; a saber, la invención de historias descabelladas donde él es el protagonista y en las que se cumplen algunos de sus sueños. La más fantasiosa de todas ellas es por supuesto la narración frente a la duquesa de su viaje sideral sobre Clavileño:
“Yo, señora, sentí que íbamos […] volando por la región del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos […]; yo, que tengo no sé qué briznas de curioso y de desear saber lo que se me estorba y impide, bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tanto cuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia la tierra, y pareciome que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas; porque se vea cuán altos debíamos de ir entonces.” (II, 41)
El viaje absolutamente irreal se torna para Sancho en algo más real que el gobierno de la ínsula e incluso llega a desplazarlo como objeto de deseo; de allí que le confiese al duque:
“Después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador […]. Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo, aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo” (II, 42).
Francamente, no sé quién tiene más fantasía: ¿si el labrador que afirma viajar por los aires sobre el lomo de un caballo de madera o el anciano escritor que especula con el rectorado de la primera escuela de español en la China del siglo XVII? Sea como fuere, lo más sugerente es que el discurso de ambos es que buscan compensar los fracasos por medio de la ficción; dichas decepciones pueden ser la pérdida de un gobierno en el caso de Sancho, o en el de Cervantes la nula respuesta a sus constantes peticiones de algún cargo administrativo por sus servicios militares prestados a la Corona o su exclusión del grupo de literatos que acompañó al conde de Lemos a Nápoles; no sin ironía deben leerse las siguientes palabras de la misma dedicatoria:
“[…] en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear” (II, Dedicatoria, 39).
Lo cierto es que Cervantes nunca obtuvo ningún cargo relevante, o sea un “titulillo” en sus palabras, ni tampoco merced alguna; no olvidemos que la respuesta del Consejo de Indias a su petición en 1590 de un puesto subalterno en América fue lacónica y sarcástica: “Busque por acá en qué se le haga merced” (Sliwa 226).
La loa al ingenio propio
Por otra parte, el yo-Cervantes está obsesionado por demostrar su originalidad creativa; por ejemplo, en el prólogo a su producción dramática no pierde la oportunidad de recordarnos que nadie antes que él se atrevió a escribir comedias en tres actos en lugar de cinco y en el prefacio de las Ejemplares pregona que él fue el primero en haber “novelado en lengua castellana”. Sancho, a su vez, no solo quiere pasar a la historia como el mejor escudero (II, 4), sino también reivindica para su yo la invención poética como un rasgo constitutivo; por un lado, asegura saber más refranes que un libro (II, 43) y, por otro, festeja su ingenio verbal:
[…] el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; y si no, haga vuestra merced la experiencia, y ándese tras de mí, por lo menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas, que sin saber yo las más veces lo que me digo, hago reír a cuantos me escuchan […]. (II, 72)
¿Cómo no ver en estas palabras una autoconfiguración parecida al yo-Cervantes del prólogo de las Novelas ejemplares que afirma atreverse “a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo”? Tanto uno como el otro se perciben como un “raro inventor”, expresión que Cervantes utiliza en el Viaje del Parnaso para elogiarse a sí mismo.
La busca de la fama
La búsqueda de la fama es otro tema cardinal del discurso cervantino. En la Adjunta al Parnaso Cervantes finge, en conocida estrategia discursiva, un diálogo; caminando por Madrid, después de regresar cansado y molido del Parnaso, el autor cuenta cómo se encontró cerca del monasterio de Atocha con un joven llamado Pancracio de Roncesvalles, que además de ser poeta traía consigo una carta del mismísimo Apolo para él; según demostró Mauricio Molho, el tal Pancracio de Roncesvalles es el doble especular del yo-Cervantes, pues comparte con él no solo el fracaso en el teatro, sino también una rima asonante que vincula los dos nombres: Cervantes – Roncesvalles. Pues bien, Cervantes le aconseja a Pancracio no desanimarse por su fracaso inicial como dramaturgo y continuar escribiendo comedias, ya que bien pudiera ser que la suerte cambie y obtenga créditos y dinero. Pancracio, de cuya boca, sale el discurso-yo de Cervantes, le responde: “De los dineros no hago caso; más preciaría la fama que cuanto hay”. Sancho, al parecer, piensa igual. Al inicio de la Segunda parte el bachiller Sansón Carrasco se reúne con don Quijote y él para ponerlos al tanto de que en las calles circula impresa la historia de sus aventuras; el caballero andante pregunta si el autor de dicha primera parte promete una segunda, a lo que el bachiller responde que promete publicarla en cuanto la halle y que esto lo hace más movido por el interés económico que por cualquier otra cosa. Sancho, entonces, interviene en el diálogo y recurre a una argumentación similar a la de Pancracio:
“¿Al dinero y al interés mira el autor? Maravilla será que acierte; porque no hará sino harbar, harbar, como sastre en vísperas de pascuas, y las obras que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfeción que requieren” (II, 4).
Hasta aquí el no al dinero. Y a continuación el sí a la fama:
“Atienda ese señor moro, ―dice Sancho― […], a mirar lo que hace; que yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes, que pueda componer no solo la segunda parte, sino ciento” (II, 4)
Si Cervantes busca la inmortalidad en el Parnaso, Sancho la busca entre los de su oficio. Dice él apenas arranca la obra:
“De las mías [hazañas] no digo nada, pues no han de salir de los límites escuderiles; aunque sé decir que, si se usa en la caballería escribir hazañas de escuderos, que no pienso que se han de quedar las mías entre renglones” (I, 21).
De la misma forma al inicio de la Segunda parte, por si no nos hubiésemos dado por enterados, remata:
“Yo, señor Sansón, no pienso granjear fama de valiente, sino del mejor y más leal escudero que jamás sirvió a caballero andante” (II, 4).
Los dos, Sancho y Cervantes, nos recuerdan que cuando se trata de la búsqueda de la fama (como escritor para uno, como escudero para el otro) nada conviene más que alejarse de frivolidades.
Los placeres mundanos.
En el prólogo a Los trabajos de Persiles y Sigismunda el escritor recuerda no solo su afición, sino su probable adicción al vino. Para ello recurre otra vez a un diálogo ficcional; cuenta Cervantes que mientras regresaba junto con dos amigos de Esquivias, donde según él se hacían magníficos vinos, les dio alcance un estudiante que al saber que entre ellos se encontraba Miguel de Cervantes reaccionó efusivamente y mostró su admiración por él como escritor; al final de la conversación tocaron el punto de la salud quebrantada del escritor a quien el estudiante le aconseja ser moderado con la bebida:
“Esta enfermedad ―le dice― es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina”.
A lo que Cervantes responde:
“Eso me han dicho muchos, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para solo eso hubiera nacido”.
Estas líneas han dado pie a que varios estudiosos aventuren un diagnóstico sobre la enfermedad de Cervantes; es altamente probable que cuando el estudiante se refiere a hidropesía esté señalando que Cervantes sufría de ascitis y la respuesta del escritor apunta a que también padecía de polidipsia: un vientre hinchado y mucha sed son, pues, los malestares que aquejan a Cervantes en sus últimos meses, síntomas que concuerdan con los padecimientos de la diabetes derivada de una cirrosis hepática (López Alonso 75-99). Para Molho no resulta descabellado asumir que la declaración de Cervantes “podría ser la de un hombre que se ha pasado toda la vida adicto al alcohol, o mejor dicho al vino, y más específicamente al vino de Esquivias que se invoca no sin ternura al principio del prólogo”. Me pregunto qué es lo que podía beber en aquella época alguien que tiviera una sed constante: ciertamente no agua. Ante la poca calidad higiénica del vital líquido, lo común era beber un vino de mesa, y con este habrá intentado saciar Cervantes su justificada sed.
A su vez, todo lector del Quijote sabe que Sancho nunca dice no al vino; son muchas las ocasiones en que reconocemos su afición. Dice Sancho a la duquesa:
“En verdad, señora, que en mi vida he bebido de malicia; con sed bien podría ser, porque no tengo nada de hipócrita; bebo cuanto tengo gana, y cuando no la tengo, y cuando me lo dan, por no parecer o melindroso o malcriado; que a un brindis de un amigo, ¿qué corazón ha de haber tan de mármol, que no haga la razón?” (II, 33).
La disputa con Avellaneda
Avellaneda fue un dolor de cabeza para Cervantes, y también para Sancho. En el prólogo de la Segunda parte Cervantes se defiende de los ataques personales de Avellaneda que lo tacha de viejo, manco y envidioso y, en consecuencia, emprende su defensa a partir de su heroica vida militar y de la experiencia y la edad como ejes rectores de la creación. El autorretrato es el de un hombre al servicio de las armas y las letras, no el de un vulgar buscapleitos según busca proyectar Avellaneda.
Por su parte, Sancho también se ve obligado a defenderse, pues entiende que el apócrifo ha creado un usurpador que está destruyendo el mito de Sancho Panza que con tanto empeño y esfuerzo se ha dedicado a construir. Dice a don Jerónimo y don Juan, quienes han leído el Quijote de Avellaneda:
“Créanme vuestras mercedes que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho” (II, 59).
El que dice yo y nosotros es Sancho, pero ¿en ese nosotros no podríamos incluir también a Cervantes.
No quiero decir que Cervantes se haya desdoblado en Sancho, sino que el discurso del escudero le sirvió a Cervantes para ejercitarse en el suyo propio y al darle rienda suelta al yo de Sancho, liberó el suyo. Por supuesto que también es posible enumerar ejemplos para convencerse de la distancia que hay entre el yo de Cervantes y el de Sancho; lo que se pretende es entender en qué medida la creación del personaje Sancho catapultó a Cervantes a momentos sumamente creativos en torno a su autoconfiguración.
A los ya analizados podríamos añadir otro paralelismo: el tema de la manquedad. Cervantes dice estar dispuesto a cortarse la mano derecha si su escritura induce a algún mal pensamiento (Novelas ejemplares, Prólogo 19); Sancho, a su vez, dice en un momento que fingirá estar tullido de la mano derecha para no tener que firmar como gobernador (II, 43).
Y regresemos a las décimas y a las preguntas que han estado en el aire. ¿Quién habla en el poema? ¿Cuántas voces hay? ¿Habla Sancho? ¿Habla acaso Sempronio a través de Sancho? ¿Habla solo Cervantes? Si en verdad son varias las voces, ¿dónde empieza y dónde termina el yo de cada una? Me pregunto si acaso el poema burlesco no nos remite a las conocidas e intrincadas cuestiones cervantinas de autor, autoridad, distancia y control. Parece, en efecto, que el paratexto ha dejado de ser un espacio reflexivo sobre el texto para convertirse en el texto mismo; no hemos llegado a la primera página y ya han comenzado los juegos de múltiples voces que se disputan la autoría.
A la luz de esto tal vez valdría la pena volver a reflexionar sobre el título de las décimas: “Del donoso poeta entreverado a Sancho Panza y Rocinante”. Aquellos que defienden la autoría de Lasso de la Vega se apoyan, entre otras cuestiones, en el vocablo entreverado para justificar su hipótesis, pues Lasso de la Vega publicó en 1601 su Manojuelo de romances, donde lleva a cabo una curiosa alternancia de piezas imitadas del romancero viejo con otras sobre diversidad de temas satírico burlescos.
Finalmente, a nadie escapa que el tono y el lenguaje de las décimas es muy similar al del célebre soneto al túmulo de Felipe II, pero también lo es, y tal vez más, al del Viaje del Parnaso, texto por excelencia del autodiscurso cervantino y en el que el yo emite no pocos juicios literarios revestidos, como en las décimas, de prosaísmo lingüístico. Por añadidura, en dicho poema épico-burlesco Cervantes impone a los lectores una figura semibufonesca de sí mismo. De todos los calificativos que le dan al escudero a lo largo del libro, ninguno se repite tantas veces como el de “socarrón”, sobre todo en la Segunda parte. Dos veces lo llama don Quijote así:
“Decid, socarrón de lengua viperina” (I, 30); “Socarrón sois, Sancho” (II, 3).
Otras dos el narrador:
“Harto tenía que hacer el socarrón de Sancho en disimular la risa” (II, 10); “Pero el socarrón dejó de dárselos [los azotes] en las espaldas, y daba en los árboles” (II, 71).
Y una Merlín, encarnado por el mayordomo de los duques:
“Muévete, socarrón y malintencionado monstro” (II, 35).
Por los mismos años en que Cervantes redactaba en el Quijote de 1615 esos episodios de socarronería sanchopancesca, escribía paralelamente el Viaje del Parnaso; al final de su epopeya burlesca, el Cervantes se mira sí mismo por última vez y se define en un solo verso; quizá ese verso explique las décimas que empiezan con un “Soy Sancho Panza” y terminan con un “yo”, pues eso es lo que representan los dos últimos versos de la décima de cabo roto en los preliminares del Quijote de 1605:
Soy
Sancho Panza, escude-
del manchego don Quijo-;
puse pies en
polvoro-,
por vivir a lo discre-,
5
que el tácito Villadie-
toda su razón de esta-
cifró en
una retira-,
según siente Celesti-,
libro,
en mi opinión, divi-,
10
si encubriera más lo huma-.(I,
Versos preliminares, 64).
Se esconde y se burla tras otra voz que está allí, pero que no está. El verso del Viaje del Parnaso al que me refiero fue uno de los últimos que Cervantes escribió en su vida:
“Yo, socarrón, yo, poetón, ya viejo”(410).
Y quizás, recordando a Cervantes, tenga algo que ver que Sancho, como le define Torrente, es la realidad sin recursos. ¿Por qué? Constantemente le están diciendo que no tiene sal mollera, que es un rústico. Según su amo no ve los gigantes porque no está preparado para ello; ve rebaños, no ejércitos porque para don Quijote es un cobarde, pero ocurre que se impone la realidad y los pastores le rompen los dientes con sus ondas…; ese es Sancho. En el encuentro con el carro de la muerte, que don Quijote quiere arremeter contra ellos porque traen una princesa secuestrada, Sancho lo disuade diciéndole que son actores que va disfrazados para la representación de un pueblo a otro, pero hay un cómico que se pone a hacer gracias con unas tripas y unos cascabeles, y con el ruido el rucio y Rocinante se asustan y amo y escudero acaban por el suelo. Don Quijote dice entonces que los va a matar a todos por reírse de él, y Sancho le dice que se contenga, que enfrentarse un hombre solo a una escuadra de individuos dispuestos a todo, teniendo frente a si a la muerte, al emperador, al papa, al dios cupido, es mucha osadía. Viene a decirle que se deje de idealismos y sigamos nuestro camino. Ese es Sancho, la realidad sin recursos. Sin recursos porque los demás se los niegan.
Batalla de Lepanto: gracias a ella comemos jamón en Europa |
(1) Cervante calificó a Lepanto como «la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros» (Novelas Ejemplares, prólogo)
(2) No hay nada más que leer el Quijote: una clara crítica a todo tipo de idealismos. Su protagonista principal, fracasa en toda empresa que emprende.
Textos consultados del Centro virtual Cervantes:
Bataillon, Marcel. “Urganda entre Don Quijote y La pícara Justina”. En Pícaros y picaresca. Madrid: Taurus, 1969
Francisco Rico dir. Don Quijote de la Mancha. Barcelona: Crítica, 1998.
Lasso de la Vega, Gabriel Lobo. Manojuelo de romances. Madrid: Saeta, 1942.
López Alonso, Antonio. Enfermedad y muerte de Cervantes. Alcalá: Universidad de Alcalá, 1999.
Márquez Villanueva, Francisco. En Trabajos y días cervantinos. Alcalá de Henares: C. de Estudios Cervantinos, 1995.
Molho, Mauricio. Semántica y poética (Góngora, Quevedo). Barcelona: Crítica, 1977.
Sliwa, Krzysztof. Documentos de Miguel de Cervantes Saavedra. Navarra: EUNSA, 1999.
Pepe, eres un maestro en la pluma. Te inmerges en pensamientos profundos y llegas a conclusiones plausibles. Me asombra tu vocubalario y tu manera tan fluída de llevarnos por tus análisis contundentes y acertados. Este artículo deberías de publicarlo en alguna revista científica y no compartirlo simplemente con cuatro amigos o deajarla en el cajón.
ResponderEliminarGracias Mariano, pero primero hay que terminar, si es que tiene fin, el trabajo pendiente.
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