En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Los Libros Plúmbeos y El Quijote

 


L
a aparición de los Libros plúmbeos.

Se descubrieron por unos obreros moriscos (cristianos nuevos) al derribar en Granada el antiguo minarete de la mezquita mayor nazarí (la “Torre Vieja”) que, obstaculizaba la construcción de la tercera nave de la Catedral. El 18 de marzo de 1588, día de San Gabriel, los peones hallaron en los escombros una caja de plomo, que abrieron al día siguiente, día de San José. Las fechas no son casuales, pues San Gabriel es el ángel más importante para el Islam, cuya aparición ocurre frecuentemente en los Libros plúmbeos, y San José es, según estos libros, quien los ha dictado. Al abrirse la caja aparecieron varios objetos: una tablita con la imagen de Nuestra Señora en traje “egipciano”, indumentaria prohibida a los moriscos, y otros objetos curiosos. Hubo un medio paño de la Virgen María y un pergamino escrito en árabe, castellano y en un latín muy castellanizado, con las primeras noticias concretas acerca del santo patrono y mártir San Cecilio, quemado en la hoguera el 1 de febrero del años 55, primer obispo de Granada, y el hueso de su dedo pulgar.

En seguida el entonces arzobispo de Granada, don Juan Méndez de Salvaterra, pidió permiso a Felipe II, ávido coleccionista de reliquias, y al papa Sixto V, para investigar la autenticidad del contenido de esta caja de plomo, y convocó una Junta Mayor. Uno de los que asistieron era San Juan de la Cruz, entonces prior del Convento de los Mártires. Felipe II inclusive aceptó un pequeño trozo del paño cortado, que mandó colocar junto al altar mayor de su capilla en el Escorial. Tres traductores -el licenciado Luis Fajardo, catedrático de árabe en la Universidad de Salamanca, un arabista notable, Miguel de Luna, y Francisco López Tamarid, racionero mayor de la catedral- fueron comisionados para llevar a cabo una traducción del pergamino, además de la interpretación de Alonso del Castillo, médico morisco e intérprete de Felipe II.

Siete años después, en 1595, empezaron a descubrirse en el Monte Valparaíso ciertas planchas de plomo con inscripciones en árabe, y el nuevo arzobispo de Granada Pedro de Castro (Méndez de Salvaterra había muerto en mayo de 1588 sin ver la traducción del pergamino) ordenó excavaciones en las cuevas del Sacromonte. Con el tiempo, veintidós libros en hojas redondas de plomo fueron excavados. El texto de los libros es seudobíblico y proárabe, pero el arzobispo Castro creía en su autenticidad, y, a pesar de la oposición del nuncio papal, convocó dos juntas más de teólogos, en 1596 y 1597. Ambas juntas se declararon unánimemente en favor de la ortodoxia del contenido de los ocho libros entonces conocidos, y del pergamino.

El 30 de abril de 1600, doce años después de la aparición de la caja, el arzobispo Castro leyó la calificación de las juntas, que proclamaron como auténticas las reliquias. En esos días la nueva corte de Felipe III emprendía la campaña para desterrar a los moriscos, el grupo favorecido por los documentos, que fueron expulsados entre 1609 y 1613.

Los Libros plúmbeos son el último testimonio de la civilización árabe en España. Existen hoy en una hermosa traducción de Miguel José Hagerty con un valioso estudio, Los libros plúmbeos del Sacromonte, publicada en Madrid en 1980. El papa Inocencio XI oficialmente condenó estos libros por heréticos en 1682.

En el momento de su “descubrimiento,” en circunstancias sospechosas, los expertos sabían que estos libros eran espurios por su lenguaje y por su contenido. También había quienes creían, o querían creer, en su autenticidad, como el arzobispo de Granada. Hagerty declara: “Las reliquias aún son veneradas en Granada; pero son falsas. Fueron sembradas allí por unos hombres al borde de la desesperación porque la tierra que les vio nacer, donde su cultura se había desarrollado a lo largo de casi ochos siglos y de la que ellos constituían el orgulloso pero triste colofón, esta tierra ya les desdeñaba y tramaba una versión hispánica de la solución final”(13–14).

Estos hallazgos son el último testimonio escrito en lengua árabe de la civilización andalusí ya en su penosa fase final: la morisca. Las varias escrituras pretenden ser un evangelio del apóstol Santiago el Zebedeo, traducido al árabe por su discípulo Tesifón (Ibn ‘Attar). Abundan invocaciones a Dios y los preceptos que la Virgen María le dio a Santiago. La Virgen le declara a San Pedro en el “Libro de la historia de la verdad del evangelio”:

Y dígoos que los árabes son una de las más excelentes gentes, y su lengua una de las más excelentes lenguas. Eligiólos Dios para ayudar su ley en el último tiempo después de haberle

sido grandísimos enemigos. Y darles Dios para aquel efecto poder y juicio y sabiduría, porque Dios elige con su misericordia al que quiere de sus siervos. Como me dijo Jesús que ya habrá precedido sobre los hijos de Israel los que de ellos fueren infieles la palabra del tormento y destruición de su reino que no se les levantará cetro jamás. Mas los árabes y su lengua volverán por Dios y por su ley derecha, y por su Evangelio glorioso, y por su Iglesia santa en el tiempo venidero. (Hagerty 124)

Los falsificadores de estos libros, dos de los cuales parecen ser Alonso del Castillo, intérprete de Felipe II, y Miguel de Luna, los ocultaron en la demolición de la antigua mezquita y en las cuevas del Sacromonte con unas reliquias falsas de mártires cristianos del primer siglo para que se descubriesen fácilmente allí (y que por consiguiente fuesen la causa de varios “milagros”). Según su historia, la Virgen María mandó a Jacobo (Santiago) a Hispania, guiado por el Arcángel Gabriel, para esconder estos libros en varios sitios en Granada. “Ve con este libro a la extremidad de la tierra que se llama España, en el lugar donde resucita un muerto. Guárdalo en él. Y no temas de él porque Dios le guardará a ti y a los que fueron contigo con ojo de solicitud en el mar como guardó a Noé en el arca, y en la tierra como se guardó a Jonás en el vientre de la ballena hasta que lo dejó en ella” (208). “Y enterrólos en la tierra para el tiempo decretado” (242). Los falsificadores de los libros contaban con el fervor popular tanto entre los cristianos viejos como entre los moriscos de Granada.


¿Por qué creían en la veracidad de estos textos personajes como el arzobispo de Granada, a pesar de la evidencia de su falsedad?

La explicación de este deseo reside en las tensiones religiosas, políticas y sociales en la España de fines del siglo XVI. Los textos revelan cierta sensibilidad hacia los moriscos y sus creencias. Las doctrinas expuestas ponen énfasis en los aspectos del Cristianismo más afines a los del Islam, tales como la omnipotencia de Dios y la sumisión del hombre a su Divina Voluntad, y la necesidad de paciencia ante las pruebas de la existencia. Sólo en el pergamino “Los fundamentos de la ley,” es Jesús “el Hijo de Dios”; en otros textos, es “el espíritu de Dios” o “el Verbo de Dios.” Uno de los libros se acaba con “La unidad es de Dios. No hay Dios sino Dios. Jesús, Espíritu de Dios” (118); derivado del “credo” de los musulmanes, traducido usualmente por “No hay dios sino Dios, y Mohamed es el profeta de Dios.” Esta invocación se repite a través de los otros libros. Es fácil comprender por qué los teólogos pudieron declarar que los textos eran heréticos.

No cabe duda que los Libros plúmbeos se escribieron en un fanático intento de evitar la expulsión de los moriscos. Desde la rebelión en las Alpujarras, entre 1568 y 1570, había una campaña dirigida contra esta minoría. Los moriscos, nominalmente cristianos, eran los moros que quedaron en España después de la conquista de Granada en 1492. Aunque los Reyes Católicos habían garantizado muchos de sus derechos y privilegios como parte de su capitulación, el deseo de los vencedores (con la dirección de Cisneros) de convertir cuanto antes a los moriscos al cristianismo causó mucha tensión y su sublevación en 1500–01. Eisenberg apunta que fue Cisneros el director de la destrucción de la erudición y, en efecto, de la gran contribución de los moros de España a varios campos, incluyendo la astronomía, las matemáticas, las ciencias y la poesía. “Granada fue la última representante de la gran civilización hispanoárabe” (Eisenberg, “Cisneros” 108). Casi un siglo después, a causa de los Libros plúmbeos, la importancia de los moriscos de Granada reaparece.

Después de 1501, la situación de los moriscos de Granada empeoró sensiblemente. La pragmática promulgada en 1567 por Felipe II, quien nunca quiso su destierro, básicamente quitó a los moriscos su estilo de vida, prohibiéndoles, entre otras cosas, hablar, leer y escribir en árabe, vestir y celebrar fiestas a lo árabe, usar nombres árabes, e inclusive bañarse en baños artificiales (Caro Baroja 158–59). La situación se hizo insostenible para muchos de los moriscos; contra estas prohibiciones y restricciones, se sublevaron en 1568. La violencia y destrucción de este último levantamiento (y creación de un reino independiente en las Alpujarras bajo su rey Aben Humeya), estudiado detalladamente por historiadores como Luis del Mármol Carvajal, convenció a muchos cristianos que la minoría era inasimilable. Esta última guerra entre los moriscos rebeldes y el ejército del rey produjo barbaridades en ambos lados.


La expulsión

A partir de 1598, el nuevo rey Felipe III, o más bien su valido el Duque de Lerma, pensaba que su existencia en España representaba un verdadero peligro para el estado. Las tensiones entre los cristianos viejos y los nuevos se hicieron cada vez más fuertes. Los Libros plúmbeos, cuyo mensaje era que los árabes eran los primeros cristianos en España (desmintiendo su raza como “bastarda”), fue un intento para impedir la expulsión, pero en vano. A pesar de las protestas y medidas para impedirla, el destierro de los moriscos empezó en 1609.


Cervantes, El Quijote, los moriscos y los Libros Plúmbeos

En los años inmediatamente anteriores a la Primera Parte de Don Quijote (1605), el tema morisco era uno de los más importantes en los círculos políticos y literarios. También, en aquellos años, Cervantes andaba por Andalucía, y en efecto estuvo en Granada en 1594 en medio de la controversia de los textos hallados, y vio de cerca como las situación de los moriscos se agudizaba. Además, conocía más que nadie la vida de los musulmanes, fuera y dentro de España. Era veterano de las guerras contra el Turco en el Mediterráneo y había pasado cinco años como cautivo en Argel en íntimo contacto esa la cultura. Su gran relato autobiográfico, “El cautivo,” capítulos 39–41 de la Primera Parte de Don Quijote, ocupa un lugar prominente.

Cervantes aprovechó sus experiencias con los turcos, moros y moriscos para crear sus dramas (Los baños de Argel, Los tratos de Argel, El gallardo español, La gran sultana), algunas novelas ejemplares como El amante liberal, y sus observaciones negativas en Persiles y Sigismunda. Se puede decir que lo “islámico” está presente en su obra, como estaba siempre presente en la sociedad en que vivía.


Las sutiles referencias a los Libros plúmbeos en El Quijote

Ricote, personaje de la Segunda Parte, publicada después del destierro de esa minoría, es tratado con cierta deferencia por el autor arábigo Cide Hamete Benengeli, que ya en la Primera Parte podemos apreciar su función ambigua un paralelismo con de los Libros plúmbeos.

Por el papel de Cide Hamete Benengeli Cervantes se burla de los lectores indiscretos y crédulos de los libros de caballerías, y por extensión de todos los textos históricos y literarios que pretenden ser “verdaderos.” Al final del capítulo 8, mientras don Quijote y el vizcaíno se pelean con sus espadas al aire, el ingenuo lector no tiene más texto, pero encuentra en un mercado de Toledo un cartapacio escrito en letras árabes: “tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos” (I, 9; 142). Descubre que es Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo (I, 9; 118).

Cervantes, con las primeras líneas de la novela, “En un lugar de la Mancha…” satíricamente establece el tono de una falsa crónica. El nombre mismo de Cide Hamete Benengeli es una burla. Dulcinea contribuye en otra dimensión de desprestigiar la autoridad del texto, porque era una morisca. “Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de la Mancha” (I, 9: 118), es la irónica anotación que el traductor aljamiado primero encuentra en el margen del cartapacio. Américo Castro señala: “Cervantes empareja sarcásticamente el linaje de Dulcinea, o Aldonza Lorenzo, con los más ilustres de la Antigüedad y de España, y aúna en lazo de amor al Hidalgo manchego y a la morisca tobosina en una proyección ilusoria de las antes mencionadas uniones. Lo morisco de Dulcinea es un tema latente, aunque bien entrelazado con la textura literaria de la vida quijotil” (“Cervantes y el Quijote a nueva luz” 81). El que un cristiano como Alonso Quijano se enamore de una rústica morisca encierra en sí su dosis de comicidad.

Cide Hamete Benengeli, pues, se presenta como el “verdadero autor” de estos textos. La idea de que el original de las aventuras de un hidalgo manchego esté escrito en árabe, y que un morisco lo traduzca al castellano, y, además, que Dulcinea sea del Toboso, cuya población era en gran parte morisca (tal vez repoblada del reino de Granada o de Valencia) son alusiones llenas de ironía. Tras la caída de Granada en 1492, hubo una fuerte declinación en la cultura árabe y en los estudios coránicos. Esta pérdida se debe en parte al abandono de la aristocracia árabe, que se había ido de la península para vivir en África, y en parte por los esfuerzos de Cisneros, y otros, de destruir la civilización árabe de Al-Ándalus. Más tarde, las prohibiciones de 1567 completaron esta campaña de eliminar el árabe y su cultura de España. Muchos de los textos originalmente en árabe ahora existían en traducciones españolas y en aljamiado. Es interesante observar que Cide Hamete habrá dejado su texto en letra árabe, es decir, en aljamiado, que es lengua romance escrita con el alfabeto árabe, ya que entonces casi ningún morisco sabía escribir árabe. Cide Hamete y su traductor, además, debían practicar sus oficios en secreto para evitar la vigilancia de las autoridades y de la Inquisición. Aquí encontramos otro dilema en cuanto a Cide Hamete: primero, si era morisco o moro, porque si es morisco es cristiano, aunque forzado y tal vez uno de los exiliados de Granada en 1570 y ahora llamado “manchego”; si es moro, o musulmán, vive clandestinamente y practica la religión cristiana públicamente para despistar a las autoridades, pero observa en privado el Islam, una práctica permitida por el taquiyya islámico. El taquiyya es una licencia para mentir para evitar la persecución de los cristianos, haciendo de tal escritor un mentiroso profesional cuyo texto sería cuestionable. Si Cide Hamete escribe en aljamiado, el castellano en letras árabes, el trabajo entonces de su traductor es traducir español escrito en letra árabe al español escrito en letra latina. Así se puede explicar la rapidez con que lleva a cabo su tarea. Es poco probable que Cide Hamete escriba en árabe y que el lector encuentre un traductor que sepa árabe y castellano. Como indica Hagerty, una de las complicaciones en interpretar los Libros plúmbeos era la falta de una buena traducción al castellano (44).

Los moriscos forman una parte muy importante de la contextualidad de Don Quijote. A finales del siglo XVI y principios del XVII había una alta corrupción en la corte de Felipe III (o del Duque de Lerma) y de fraude y de exageración en el mundo literario al entrar en el mundo barroco y su sentido de desengaño. Era un escenario idóneo para la sátira y la parodia.

Cide Hamete Benengeli tiene su origen en los textos falsos de los Libros plúmbeos y es la respuesta de Cervantes a la falsificación de tantas historias en 1600. En un estudio excelente sobre este tema, Hagerty, basado en los estudios de Asín y Cabanelas, muestra que en 1600 abundaban muchas seudohistorias, que eran el blanco de la sátira cervantina más que los libros de caballerías. Menciona especialmente Las guerras civiles de Granada de Ginés Pérez de Hita, la primera parte de la cual se publicó en 1595, y La historia verdadera del rey don Rodrigo, publicada en 1592 y escrita por Miguel de Luna, uno de los autores de los Libros Plúmbeos. Dice que la gran inspiración de Cervantes fue esta “verdadera” historia, con sus ambigüedades, anacronismos, anotaciones de traductores, y sobre todo la idea de que eran una traducción de un manuscrito hallado.

Parte de esta conspiración intelectual que Cervantes quería parodiar en su Quijote son los Libros Plúmbeos, una falsificación hecha por arabistas como Miguel de Luna y Alonso del Castillo, buenos cristianos que temían lo que parecía la inevitable expulsión de su pueblo de la única tierra que conocían.

La historia de don Quijote, entre otras cosas, es una burla de la autoridad de textos basados en fuentes falsas. Cervantes sacó esta idea parcial o totalmente de la falsificación de los Libros plúmbeos. Los lectores informados de los primeros años del siglo XVII seguramente vieron en seguida la relación entre estos textos falsos y la gran novela cervantina. En 1971, un año antes de su muerte, Américo Castro publicó su ensayo “Cómo veo ahora el Quijote,” en el cual reconoce la valiosa labor sobre los Libros plúmbeos hecha por Cabanelas y Godoy. Castro anota: “Se pregunta hoy cómo fue posible no darse cuenta en Granada de la clara y maligna referencia a la ‘caja de plomo’ -tan presente en Granada, en la corte y en Roma-, blanco principal del sarcasmo cervantino” (33). Conste que Castro no pudo haber visto una traducción, como la de Hagerty, de los famosos plomos. No hay nada más claro que el fin de la Primera Parte del Quijote, donde encontramos:

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a lo menos por escrituras auténticas; sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento. Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera si la buena suerte no le deparara un antiguo médico (Alonso del Castillo) que tenía en su poder una caja de plomo(*), que según él dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita (la Torre Vieja de la mezquita de Granada) que se renovaba; en la cual caja se habían hallado unos pergaminos escritos con letras góticas (de un morisco aljamiado, como los papeles de Hamete del Quijote, nos da a entender), pero en versos castellanos, que contenían muchas de sus hazañas y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mesmo don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres. (I, 52: 558; lo que hay entre paréntesis es mío).

(*) Según Francisco Rico en nota a pie de página en la edición del Instituto Cervantes pág. 647 (1998), “en este hallazgo se ha visto un reflejo de lo narrado en algunos libros de caballerías, así como una alusión a los falsos Libros plumbeos del Sacromonte, fabricados para evitar la expulsión de los moriscos en 1588, cuya autenticidad se discutía en la época que se redactaba el Quijote.

Siguen los versos paródicos y burlescos de los Académicos de la Argamasilla, uno de los cuales leerá, como los intérpretes de los Libros plúmbeos, “por conjeturas” el texto que falta, y que hacen mención a un “loco vocinglero que grabó versos en broncínea plancha”. Así Cervantes nos devuelve a su punto de partida, y los versos hallados en la caja de plomo, como el pergamino del cimiento del antiguo minarete de la mezquita de Granada y los Libros plúmbeos del Sacromonte, no tienen más autoridad que la invención y decepción de sus autores y la imaginación de los lectores, discretos o indiscretos. Cide Hamete Benengeli, modelado en los evangelistas espurios de los Libros plúmbeos, sigue en su papel de “autor verdadero” en la Segunda Parte de Don Quijote, pese al destierro de su pueblo de España.




OBRAS CITADAS

- Asín Palacios, Miguel. “Los Mss árabes del Sacro-Monte de Granada.” Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y de su Reino 4 (1911): 249–77.

- Cabanelas Rodríguez, Darío. “El morisco granadino Alonso del Castillo.” Miscelánea de Estudios Árabes y Hebreos 8 (1966): 19–41.

- Caro Baroja, Julio. Los moriscos del reino de Granada. 2ª ed. Madrid:22.2 (20 0 2 ) Cide Hamete Benengeli y los Libros plúmbeos 23 Istmo, 1976.

- Castro, Américo. “Cervantes y el Quijote a nueva luz.” Cervantes y los casticismos españoles. Madrid: Alfaguara/Alianza, 1974. 17–143.

---. “Cómo veo ahora el Quijote.” El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Cervantes. 2 tomos. Madrid: Magisterio Español, 1971. 1: 9–102.

- Cervantes, Miguel de. Don Quijote de La Mancha. 2 tomos. Madrid 1998. Galaxia. Edición del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico.

- Eisenberg, Daniel. “Cervantes, autor de la Topografía e historia general de Argel publicada por Diego de Haedo.” Cervantes “Cisneros y la quema de los manuscritos granadinos.” Journal of Hispanic Philology 16 (1992): 107–24. 22 abril 2002. http://bigfoot.com/~daniel.eisenberg

- Hagerty, Miguel José. Los libros plúmbeos del Sacromonte. Madrid: Nacional, 1980.


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