Poca gente en Las Pasiegas |
De camino a la ciudad, en mi emisora de radio favorita, venía escuchado un informe sobre el futuro demográfico que nos aguarda en España, donde, según decía y parece cierto, tenemos la natalidad más baja del mundo. Comentaba el aguafiestas de la radio que la mitad de la población española tendrá más de sesenta años en la segunda mitad del siglo, -si el virus no lo remedia, comentó un conterlulio, con ironía y evidente malaleche-. No sé por qué, en ese momento, con el churro en la mano, no podía dejar de darle vueltas al tema, y de nuevo me sorprendí mirando los ojos de los pocos transeúntes que pasaban por delante de mi mesa.
De inmediato tuve la impresión de que la profecía del agorero locutor se había cumplido, o quizás, pensé para mis adentros, que en lugar de en mi fordfocus había llegado a sanagustín en la máquina del tiempo, hallándome de pronto, tomando un cafeconleche y comiéndomeme unos churros, en el año 2070, pero eso sí, en una terraza con ambiente de principios de siglo, con una antigua música futurista: la neumática artista, Lenina Crowne cantaba aquella feliz y melódica canción titulada “no hay en el mundo ningún Frasco como mi querido Frasquito”. En la terraza, sillas de enea en torno a mesas de madera, y gorriones de primavera hambrientos, que revoloteaban a mi alrededor buscando alguna miga que llevarse al pico. La impresión del 2070 me la llevé por los rostros que no veía y la marcial apariencia de aquellos que pasaban sin mirarme; todos muy decorosos pero bien entrados en años: "madurez, divino tesoro". Entonces, no sé por qué me acordé de los aguacates, que de cada dos siempre tengo que tirar uno... pero no es el caso -me dije-. En los aguacates el color del rabillo, que ha de ser verde pistacho, nos da información de su madurez, pero eso ¿cómo se ve en la personas?
Pero ahora por fin veo a un joven que parece despistado. Creo que le conozco. Pasa por delante de mi mesa leyendo el ideal, ¡pero que digo, joven! si éste jugaba al fútbol conmigo en el río. Pero si es un pavico, de “la banda del pollo”. Será que he imaginado su cara de antes, con mis ojos de antes. La mascarilla da para imaginar, añade misterio, y luego está esa facilidad mía para desmaterializarme y viajar por el tiempo sin ni siquiera sacar billete. Me ha mirado de soslayo, con el rabillo del ojo -como el que le pitó el penalti al Barcelona-, por encima de sus gafas y ha respondido con un leve gesto a mi tímido saludo. No me ha reconocido, o quizás no son horas para charlas inútiles, ni posibles contagios, ni mentiras piadosas analizando nuestra madurez, y ese joven que ya no cumplirá los sesenta, se pierde, indiferente a mis cavilaciones, en dirección a Bibrambla.
Calle oficios vacía |
Cuando aún no he acabado con mi desayuno, me pregunto por el dudoso genio que inventó la consigna roquera, ¿quién sería, qué será del él? Los genios del rock, que sería su origen más probable, ya se sabe, murieron jóvenes, como vivieron, o con los años se enriquecieron, se aburguesaron, incluso hasta se pusieron corbata, como es el caso de ese de la sgae que, hace unos años, tanto salió en la prensa. Lo que es notorio, aunque nos pese, es que nadie permanece joven para siempre, ni siquiera los nuestros, pero lo cierto es que aquello que se acabó convirtiendo en una especie de dogma oficial, está hoy día presente en el arte más ideológico de todos que sin duda es la publicidad. En las vallas, en la televisión, en el cine, en la prensa, en las redes sociales, la utopía de los pasados setenta se ha cumplido: no hay nadie que tenga más de treinta años, a no ser un padre muy guai o un político acartonao. Ambos, para su promoción personal, han de hacerse presentes también en los mensajes publicitarios, el político pareciendo simpático y enrollao, y el padre mostrándose coleguita de su hijo, yendo de copas o jugando al fútbol con él, aunque al final no sólo no engañan a nadie, sino que además hacen el ridículo queriendo ocultar su lamentable condición de adultos.
Pero, como he apuntado, si los de nuestra generación hemos hecho realidad la utopía de la eterna juventud, por lo que estamos viviendo, nuestros hijos protagonizarán la conquista de la sociedad por los jubilados. Claro que, para poder jubilarse, o mucho tendrán que cambiar las cosas, o nuestros nietos, como hicieron nuestros padres, tendrán que matarse a trabajar, echando horas como chinos, para poder sacar adelante el cotarro que se les avecina. Visto con los parámetros de hoy, a medio plazo, la actual hegemonía de la juventud dará entrada -ya está pasando un poco-, a un mundo espectral donde proliferará la vejez. Para el 2070, los que lleguemos, tendremos que convertir las aulas de la universidad en hogares de la tercera edad, y los campos de rugby y fútbol en pistas de petanca y minigolf, y el calimocho o el rebujito de las noches de botellón darán paso a tímidas tardes aderezadas de partidas de dominó con la atrevida licencia de una cervezasin o un salobreña como excitante de uso tópico.
Mientras veo como corre el agua por los surcos de mi campo, disfruto leyéndote.
ResponderEliminarPaquito, eres tú? Si, creo que sí. Muchas gracias hombre, pero es que tú disfrutas con todo: una cualidad muy buena para sobrevivir.
ResponderEliminarPuerto de la Estaca, El Hierro, 3 de septiembre , año del Señor de 2024.
ResponderEliminarLeo esta página que recuerdo haber leído tiempo ha...van llegando los coches que embarcarán, veo la fila de personas de raza negra que también embarcarán a seguir su errático deambular en Tenerife (son los mismos otros que vi cuando llegué hace un mes, y así todos los días). Vivir, triste, inaplazable tesoro...