En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

lunes, 22 de abril de 2019

Reflexiones sobre el protagonista de El Quijote

Goya: Don Quijote en su biblioteca


En el Quijote se cuenta la historia de un hombre que, al llegar a cierta edad y por razones ignoradas, puesto que la de la locura que se propone puede ser discutible, intenta configurar su vida conforme a la realización de ciertos valores arcaicos con una finalidad expresa, para lo cual adopta una apariencia de armonía histórica con los valores de que se sirve y con el tiempo en que estuvieron vigentes, y en franca discordancia (por analepsis) con el tiempo en que vive y en que va a realizarlos. Consciente del anacronismo, quizás también de lo impertinente de su ocurrencia, el personaje adopta ante ella una actitud irónica que confiere a su conducta la condición de juego.

Torrente Balester. Gonzalo. El Quijote como juego. Ediciones Guadarrama. Punto Omega. 1975, 50

 
 
Cervantes nombra a su héroe de varias suertes: Quijada, Quesada a Quejana, en el capítulo I, aunque nos dice poco después que, visto que él se llamó don Quijote, de ahí «tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir…».
Bien a las claras se echa de ver que Cervantes quiso bromear con los lectores en lo que toca al apellido de su héroe. Por lo de Quijano se puede conjeturar que Martín de Quijano, veedor de las galeras en cuyas provisiones estuvo empleado Cervantes, fuese uno de los modelos vivos del don Quijote. Por lo de Quesada y Quijada puede inducirse tuviese en memoria dos o más sujetos reales que conoció en la villa natal de su mujer, en Esquivias. En el capítulo XLIX de la primera parte, hay un pasaje en que, respondiendo don Quijote a las razones con que el canónigo procura apartarle de sus vanas caballerías, le dice: «Si no, díganme también que no es verdad que fue caballero andante…, y las aventuras y desafíos que tan bien acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo desciendo por línea recta de varón), venciendo a los hijos del conde de San Polo». Azorín habla de “Rodrigo Pacheco” de Argamasilla de Alba, que fue un hidalgo loco, que salio por los caminos a hacer justicia.
Hay muchas teorías, pero hay una preciosa del colombiano Germán de Arciniegas, que escribió “El Caballero del Dorado”, en el que hace un paralelismo con el granadino Gonzalo Jiménez de Quesada (1509-1579), conquistador español, explorador del Dorado y gobernador de Nueva Granada, la actual Colombia, defensor de los débiles en su actuación civil y administrativa, y del que dice que piensa constantemente en su “Dulcinea” que ha dejado en Granada. Esto dice Arciniegas en el último párrafo de su novela de El caballero del Dorado:
Ningún conquistador pasó los trabajos que él pasó. Ninguno fue tan duramente mordido por el desencanto y las tristezas. Ninguno murió más pobremente, ni más viejo y sufrido, a la sombra de tejas que no fueron suyas. Pero ¿qué significan todas estas vanidades? Gonzalo dijo: espero la resurrección de los muertos. Y su epitafio está cumplido. Reverdece su vida en la de su hijo, que nunca habrá de marchitarse. Que se reúnan en cualquier sitio todos los soldados que vinieron a América, a ver si hay uno solo que pueda presentar un hijo como Quesada, que es el padre de don Alonso. Lágrimas sin término brotarán de ternura desde los abismos de la eternidad los ojos del fundador de la Nueva Granada, al ver los descalabros de su hijo el Don Quijote”.
¿Quién era don Quijote, si solo atenemos a la novela? Un personaje más bien cómico y ridículo, como fue la interpretación romántica, un adalid del idealismo, un luchador incansable por la justicia, que se da de bruces contra las maldades del mundo. Con esa predisposición hacia un personaje santificado a la manera de Unamuno se ha leído El Quijote. Con frecuencia se buscaba un modelo a seguir, un campeón de las causas justas y un ser perfecto que exponía las debilidades de la sociedad a golpes de puro idealismo.
Pero hay otras lecturas: don Quijote, en muchos pasajes de la novela, es un ser egoísta que busca su fama personal a costa de inocentes: como el joven Andrés (I,4); con las ovejas (I,18); con los asistentes a un funeral, los encamisados (I,19); con disciplinantes que piden el fin de una terrible sequía (I,52). Su locura, su idealismo, es como mucho selectiva, intermitente: ataca molinos de viento (I, 8), y se enfrenta a un león que le ignora (II, 17). Don Quijote resulta ser la invención de un hidalgo de vida intrascendente, cuyo pueblo y nombre el narrador no recuerda, y que sólo en el último capítulo del libro nos dice quién es Alonso Quijano. Más de mil páginas, para saber el verdadero nombre del protagonista. ¿A quién nos lleva este nombre de los mencionados al principio? No lo sabemos.
Una realidad incuestionable: sea cual sea su verdadero origen, don Quijote y Alonso Quijada son una misma persona, una santísima dualidad, en la que un personaje carecería de valor sin el otro. El hidalgo sin el caballero sería apenas un pequeño noble venido a menos, lector empedernido a falta de una vida apasionante que vivir. Pero en el caso contrario, ¿quién sería Quijote sin Quijano?
Pocas lecturas del protagonista cervantino se basan en el hidalgo Alonso Quijano. La más notable puede ser El Quijote como juego de Torrente Ballester, en donde se afirma que “el verdadero quijotismo... consiste en crear, mediante la palabra, la realidad idónea al despliegue de la fingida personalidad”; es decir, el “verdadero quijotismo” es la actividad que realiza el hidalgo Quijano al convertirse en don Quijote por mediación de su palabra. Quijano no está loco, sino que finge, crea y pone en la práctica a don Quijote.
Don Quijote siente un deseo de fama incontrolable que determina sus acciones y que arrolla literalmente a los personajes. La figura del caballero andante la crea Quijano (I,1), siguiendo el deseo de alcanzar una “fama increíble por todo el universo” (I, 32), hasta el punto que, en justificación de su tercera salida, afirma que “el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera” (II, 8).
En algunos momentos, el protagonista de la novela, muestra sus verdaderos orígenes y presenta los rasgos que lo caracterizan de manera más profunda y determinante. Edward C. Riley ha concluido que el destino de don Quijote es “ganar mayor fama como héroe literario y no como héroe de tipo tradicional, como triunfador glorioso”, convirtiéndose en un “héroe no heroico de nuestros días”. Según Riley, toda la segunda parte del libro consistiría precisamente en un enfrentamiento de la fama caballeresca de don Quijote a su fama literaria, que sale victoriosa respecto a la primera. Si como guerrero don Quijote no consigue un triunfo incuestionable al estilo de su modelo, Amadís, como héroe literario su impacto en los personajes (en nosotros mismos, como lectores) es espectacular.
La poderosa personalidad de Quijano es capaz de multiplicarse, como se demuestra especialmente en el capítulo 5 de la primera parte, cuando el caballero andante arremete contra unos mercaderes toledanos. En la carrera, Rocinante tropieza y da con su amo en el suelo, lo cual aprovecha un mozo de mulas de los mercaderes para propiciar una brutal paliza al caído don Quijote, incapaz de defenderse. El caballero es encontrado por su vecino Pedro Alonso en un estado de delirio causado por los golpes y el calor, estado que le transporta ahora al mundo de los romances. Don Quijote se cree Abindarráez y Valdovinos, y confunde a Pedro Alonso con el Marqués de Mantua y con Rodrigo de Narváez. Cuando el labrador intenta sacar de su error al caballero caído, don Quijote reacciona con gran ira: “Yo sé quién soy, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todo los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama” (I,5). La importancia de su afirmación es tal para don Quijote que repite casi las mismas palabras antes de la aventura de los batanes: “Yo soy ... quien ha de resucitar los caballeros de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y Nueve de la Fama” (I,20). Cuando se descubre que la causa del fenomenal ruido es simplemente unos batanes golpeando el agua de un río, Sancho repite con sorna las palabras de don Quijote: “Yo soy...”, lo cual molesta tanto a don Quijote que le da dos golpes con su lanza. Según el narrador, la ira era tal que podría haber matado al escudero de darle en la cabeza y no en las espaldas (I, 20).
La interpretación del "Yo sé quién soy" depende, por lo tanto, de a quién consideramos “yo”. Podría desde luego ser el caballero andante don Quijote de la Mancha, como piensa Castro, pero no habría que desechar la posibilidad de que el “yo” fuera, siguiendo a Torrente Ballester, no el guerrero, sino el hidalgo lector/creador Alonso Quijano. Este lector que se ha convertido en creador, se diferencia de otros autores en que no compone un libro, sino que saca a su personaje al mundo “real”; lo vive, literalmente, en su propia persona. El vecino tranquilo que pasa las horas muertas enfrascado en su lectura capaz de inventarse una personalidad para sí mismo, como reconoce ante Pedro Alonso: «sé que puedo ser»…Ese ser prodigioso, obsesionado con mostrarse al mundo y alcanzar su reconocimiento, es tanto el personaje don Quijote, como sobre todo su creador Quijano.
Quijano ha creado al caballero andante don Quijote y el mundo de gigantes, monstruos y encantadores que le acompaña. Esos monstruos de la lectura que el hidalgo encontraba en sus libros son ahora creados por él mismo, convertido en el autor de un mundo imaginario que nos acompaña también a nosotros, los participantes externos en su historia: sus lectores.
Volviendo al capítulo 5 de la primera parte, el aspecto dual del personaje se demuestra una vez más en las dos posibles lecturas de este pasaje. Por un lado, el caballero don Quijote sufre una incuestionable y ridícula derrota militar cuando su caballo tropieza y él resulta apaleado por un mozo de mulas. Pero por otro lado, el “Yo sé quien soy” presenta al escritor creador invencible que reclama su poder de transformación y que asombra con su creatividad ilimitada. Independientemente de cuál sea el resultado de las aventuras del caballero andante don Quijote, el “yo” de Quijano sale siempre victorioso en una batalla poética que multiplica su personalidad y su poder, aun apaleado. Quijano se presenta ante su vecino -ante los lectores-, al menos desde dos perspectivas triunfantes: como un escritor extraordinario que improvisa su creación viviéndola en el mundo real, y como un ser capaz de reinventar su identidad tantas veces como quiera. Esas dos características esenciales del personaje condicionan su comportamiento durante toda la novela y dan coherencia a un ser doble, hidalgo y caballero, un ser de extremos opuestos, cuerdo y loco, héroe y villano, lector y creador, poeta y guerrero.
En los últimos capítulos de la novela Cervantes hace que don Quijote muera para poder dejar morir Quijano. El hidalgo manchego, de vida lenta y aburrida, de imaginación monstruosa, reaparece ante los ojos del lector para clarificar sus orígenes. Tras las dudas iniciales sobre su verdadero apellido (Quijana, Quesada, Quijada...), ahora el aventurero moribundo nos confiesa en primera persona y sin ambigüedades su verdadero nombre: Alonso Quijano.
El verdadero protagonista de Don Quijote tiene una identidad múltiple y cambiante. Por encima de todo es un artista, un creador que lleva a sus últimas consecuencias no el escaso poder militar de un fingido caballero andante, sino el inmenso poder de la imaginación de un lector obsesivo. Más que una aventura de caballerías, el libro cervantino presenta una aventura literaria, un experimento por el cual un lector decide convertirse en escritor y crear una obra caballeresca en su propia persona.
Mi fascinación por el verdadero protagonista de El Quijote no la provoca un caballero andante de ideales a veces muy poco idealistas, sino la combinación de ese soldado desastroso y de un lector gris -como yo, al fin y al cabo- tan metido en sus libros que termina convirtiéndose en el héroe de su propia ficción. El protagonista es un ser que recuerda la permanente aventura de interpretación que supone la vida. El Quijote nos ayuda a ver nuestro entorno, a desentrañar las ficciones de nuestra mente, y porque su protagonista, extraordinario, complejo, es nuestro propio espejo: nuestra identidad está también sujeta a la interpretación.

Referencias:
Torrente Ballester: El Quijote como juego
Edward C. Tiley: Una cuestión de género
Américo Castro: El pensamiento de Cervantes
Martín Morán: Análisis del Quijote
Unamuno: la vida de Don Quijote

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