La
invención de Dulcinea hecha por don Quijote, tiene el mismo sello
que la invención de don Quijote hecha por Alonso Quijano. Su sentido
es el mismo: el sueño engendra
realidad. En uno y otro caso se trata del descubrimiento de la
verdad vital. Don Quijote encarna la verdad vital de Alonso Quijano
el Bueno, igual que Dulcinea encarna la verdad vital de don Quijote.
Para que una y otra invención sean verdaderas deben de ser
testimoniadas con la vida.
Las
vertientes esenciales que constituyen la personalidad de nuestro
héroe -el quijotismo y el quijanismo- son diversas, pero
complementarias. Ambas influyen sobre sus actos y determinan su
conducta: El
quijotismo implica la locura, y el quijanismo, la cordura del
personaje. El quijotismo convierte
la realidad en ilusión y el quijanismo convierte
la ilusión en realidad vital.
Nuestro
héroe necesita el apoyo de Sancho para creer, para confirmar la
validez de su interpretación del mundo. Este es el nuevo papel de
Sancho en la novela. Todos marchamos por la vida como hemos visto a
don Quijote andar en la noche del Toboso: comunicando
nuestra esperanza para sentirnos confirmados en ella.
La
vida es el criterio de la verdad. Pero la verdad, ¿en qué consiste?
La verdad lógica estriba en la adecuación del pensamiento con las
cosas; la
verdad vital estriba en la esperanza
que nos hace vivir. El testimonio que don Quijote da de
Dulcinea, no cabe duda, es veraz. Pero tampoco hay duda que es un
sueño. Vamos a ciegas por la vida verificando el sueño que nos hace
vivir. En nuestros recuerdos, en nuestra memoria, no pueden separarse
la realidad y la ilusión.
¿Cuándo un sueño es verdadero? Son las tres de
la tarde. Me encuentro trabajando en mi despacho. Entra mi mujer. La
miro a los ojos para saber si está soñando ella el mismo sueño que
yo. Si lo compruebo, el sueño que vivimos será un sueño real, si
me importa un pito lo que ella sueñe, lo mejor y lo más vivo de mi
vida no será más que un sueño. Como
decía Unamuno: "sólo el sueño de dos es verdadero".
Esta confirmación vital del sueño compartido es lo que busca a toda
costa don Quijote en la segunda parte de su historia.
Confirmar
la fe vital del caballero es la finalidad de la comedia de los
Duques. La convivencia de don Quijote en el palacio constituye el
último acto de la invención de la amada con las escenas del
desencanto de Dulcinea.
La
personalidad de Dulcinea está constituida por tres estratos
diferentes: En el primero, Dulcinea es una criatura de carne y hueso
que podemos identificar con Aldonza Lorenzo; en el segundo, es la
Dulcinea de la primera parte del Quijote que, como los restantes
personajes de la novela, aparece ante los Duques reclamando al mismo
tiempo una existencia histórica y literaria, una existencia de
persona real y de figura de ficción; en el tercero, Dulcinea se
convierte en el símbolo del amor que armoniza la existencia de don
Quijote con el mundo.
Los
Duques certifican y totalizan los tres planos de su existencia. Han
comprendido y confirmado la fe vital del caballero. Gracias a ellos
pueden prevalecer el quijanismo y la cordura en la actitud de nuestro
héroe preparando el final de la novela.
En la segunda parte de la novela destaca un hecho
sumamente curioso y revelador: don Quijote vacila en su fe. ¿en qué
consiste esta vacilación? En la primera parte don Quijote tiene absoluta certidumbre sobre la realidad de
sus visiones: los molinos son gigantes; las mulas, dromedarios, y la
bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, muy a pesar de que
hechiceros y encantadores trastruequen su apariencia. En la segunda parte todo este mundo
va a cambiar. Nuestro protagonista no vuelve a confundir la realidad. Ve las cosas como son.
Recordemos
la escena de las tres labradoras, en la que Sancho encanta a
Dulcinea. En ella don Quijote, muy a pesar de las aseveraciones y
mentiras de Sancho, no confunde la realidad que tiene ante los ojos.
La cosa es sorprendente. Cuando la ilusión de encontrarse ante
Dulcinea debiera trastornarle, sus ojos ven la amarga realidad. Algo
importante ha cambiado en él y ve a una campesina donde debiera ver
a Dulcinea. Si Don Quijote fuese el mismo de la primera parte, vería
en la aldeana a Dulcinea, como había visto, nada menos que a una
princesa, en Maritornes. Sin embargo, contradiciendo su ilusión,
esto es, contradiciéndose a sí mismo, sus ojos ven a la aldeana
como aldeana y hasta percibe en ella un olor a ajos crudos que le
atosiga el alma.
Todo
empieza a cambiar. Observemos un rasgo que me parece importante. Don
Quijote -que sigue siendo don Quijote, aunque ya no confunde la
realidad- dice palabras desvariantes sobre el encantamiento de
Dulcinea, aludiendo a la trapacería de los insolentes y malignos
encantadores. Todo ha cambiado y, sin embargo, todo parece igual. El
mundo quijotesco continúa siendo el mismo mundo, donde se aunaban y
confundían la realidad y la ficción.
Don
Quijote duda por vez primera de sus visiones. Ya no es un loco que
altera la realidad, sino un crédulo que confía en las palabras de
Sancho, como en los capítulos siguientes creerá en las burlas de
Duques. Su manera de ver el mundo sigue siendo la misma, por tanto,
el carácter del héroe se ha alterado sin cambiar. Este conmoción
representa la humanización de don Quijote.
En
la medida en que su conducta va desplazándose hacia la cordura,
pierde seguridad. Su confianza en sí mismo se hace más reflexiva, y
es necesario sostenerla, confirmarla. El mundo quijotesco de la
primera parte va perdiendo fuerza. Precisa ayuda; don Quijote no
cambia de conducta, pero a veces vacila. Cuando vacila, necesita
apoyarse en el prójimo para creer.
Don
Quijote ya no es un loco, es un crédulo, y su encuentro con Dulcinea
en la cueva de Montesinos, es la ocasión en que más claramente se
pone de relieve el cambio de actitud, sobre la certidumbre de sus
visiones. El relato que hace de su viaje al centro de la tierra es
distinto al resto de la obra.
Recordemos
la historia de los "encuentros" que don Quijote tiene con
Dulcinea. Son el destino de la ilusión humana y el núcleo vivo y
ordenador de la segunda parte de la novela. Pues bien, desde este
punto de vista, creo que no admite duda el carácter central y
confirmador que tiene la visión de la cueva de Montesinos.
El
sentido de esta aventura, reside en el esfuerzo desesperado que
realiza don Quijote para engañarse sin saberlo; esto es, para hacer
congruentes, irrebatibles y verdaderas las mentiras de Sancho. Don
Quijote, para ser don Quijote, precisa a Dulcinea. Don Quijote, para
creer en Dulcinea, necesita engañarse a sí mismo. Don Quijote tiene
que humanizarse para poder engañarse a sí mismo sin mentir. Tiene
que hacerlo humanamente. Sabe que no son ciertas las palabras de
Sancho, y tiene que soñarlas para acabar creyendo en ellas.
Veamos
un poco más cerca en qué consiste este diálogo de la fe, en el
cual don Quijote trata de convencerse a sí mismo de que ha sido
verdad y no ilusión su encuentro con Dulcinea allá en la cueva de
Montesinos. Recordemos el texto:
DON
QUIJOTE:
''Pero ¿qué dirás cuando
te diga yo ahora cómo entre otras maravillas que mostró Montesinos
(las cuales, despacio y a sus tiempos, te las iré contando en el
discurso de este viaje, por no ser todas de este lugar) me mostró
tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y
brincando como cabras, y apenas las hube visto, cuando conocí ser la
una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas
labradoras que venían con ella, que hallamos a la salida del Toboso?
Pregunté a Montesinos si las conocía; respondióme que no, pero que
él imaginaba que debían ser algunas señoras principales encantadas
que pocos días había que en aquellos prados habían aparecido"
(2,23).
Ya
está todo resuelto. Pero a Sancho, que había inventado este
encantamiento, no le parece cuerda, ni prudente, la razón de don
Quijote. Sancho con gran voz dijo:
"Oh,
santo Dios, ¿es posible que tal haya en el mundo y que tengan en él
tanta fuerza los encantadores y encantamientos que hayan trocado el
buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura?" (2,23)
Pero
Sancho también ha comprendido la importancia de su nuevo papel. Se
ha convertido en empresario de la imaginación de don Quijote, y para
hacerse valer vuelve de cuando en cuando a las andadas. Recordemos la
famosa aventura del mono adivino en la que Sancho dice:
"Con
todo eso querría que vuestra merced dijese a Maese Pedro preguntase
a su mono si es verdad lo que a vuesa merced le pasó en la cueva de
Montesinos, que yo para mí tengo, con perdón de vuesa merced, que
todo fué embeleso y mentira, o a lo menos cosas soñadas"
(2,25).
En
la primera parte de la obra, tanto en el tono en que habla Sancho
como la duda que manifiesta, habrían airado a don Quijote. Ahora
contesta prudente y mesurado:
"Todo podría ser,
pero yo haré lo que aconsejas, puesto que me ha de quedar un no sé
qué de escrúpulo" (2,25).
¿Es
posible que don Quijote dude de lo que vio en la cueva de Montesinos?
Vacilar no es dudar. La vacilación se refiere a la voluntad y la
duda a la inteligencia. No es igual una cosa que otra. La voluntad
puede rendirse al cansancio, puede rendirse sin ceder; la
inteligencia, no. Vacila y esta vacilación se refiere nada menos que
a su encuentro con Dulcinea. Quisiera comprobarlo, pero el mono
adivino no le brinda ninguna certeza en su respuesta.
Cuando
en la comedia organizada por los Duques viene Merlin, diabólico y
profético en su carro, para anunciar al mundo el desencanto de
Dulcinea, Cervantes describe de este modo el estado de ánimo de sus
protagonistas:
"Renovóse
la admiración en todos, especialmente en Don Quijote y Sancho; en
Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querían que estuviese
encantada Dulcinea; en Don Quijote, por no poder asegurarse si era
verdad o no lo que le había pasado en la cueva de Montesinos".
Nos
encontramos ante un don Quijote nuevo, que no se atreve a confiar en
su ilusión, muy a pesar de que cuantos le hablan le confirman en
ella. Nos encontramos ante un don Quijote que no se atreve a soñar.
Es indudable que conserva su fe, pero viviéndola humanamente, esto
es, haciéndola de nuevo hora tras hora y día tras día. En
ocasiones, su recuerdo del encuentro con Dulcinea casi desaparece. Su
fe sólo se apoya en la esperanza. Y es cierto que no duda, pero
desfallece.
Tal
sentido tienen las palabras de ilusión e insinuantes de mentira que
dice a Sancho en el final de la aventura de Clavileño. Sancho ha
tenido visiones muy parecidas a las suyas en la cueva de Montesinos.
Las describe con emoción, quijotizadas y jubilosas ante la risa de
los oyentes. Don Quijote no acaba de creer en lo que dice Sancho.
Podría aceptar tales visiones si fuesen meramente ilusivas -esto es
lo quijotesco-; pero, además, son verdaderos dislates. Su
inteligencia no puede aceptarlas. Su voluntad, en cambio, quiere
agarrarse a ellas, necesita creerlas...Y otra vez vuelve a repetirse
la escena humanísima y alucinante del "engaño buscado".
Es preciso creer a toda costa. Es preciso crear nuestra verdad. Y llegándose don Quijote a
Sancho, díjole al oído:
"Sancho, pues vos
queréis que os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que
vos me creáis lo que vi en la cueva de Montesinos, y no os digo más"
(2,41).
Le
propone un convenio. No miente don Quijote pero induce a la mentira,
pues necesita ser engañado. Lo más vivo que hay en él
se llama Dulcinea. Lo más vivo que hay en él es algo
que no existe. Dulcinea
representa lo necesario inexistente, lo que sólo tiene
realidad en nuestro corazón, lo que nos hace ser lo que somos, y por
ello queremos compartirlo con los demás, igual que se comparten el
pan y el vino. Nadie podrá negarle a don Quijote este derecho.
Cuando
en la casa de don Antonio Moreno se asoma al borde de su vida,
para preguntarle a la "cabeza encantada" si fue cierto su encuentro con
Dulcinea, en sus palabras aparece esa duda que tanto le lastima:
"Dime tú, el que
respondes, ¿fué verdad o fué sueño lo que yo cuento que me pasó
en la cueva de Montesinos?" (2,62).
Antes
le bastaba mirar para creer. Su vida entonces era un milagro o era un
sueño. Ahora ha llegado, poco a poco a su altura de
hombre. La fe no aísla, comunica. Ya no puede creer desde la
soledad. No ve tan claro como antes. Como
Antonio Machado en su Proverbios y Cantares parece
pensar:
“En
mi soledad
he
visto cosas muy claras,
que
no son verdad.”
Si. Sólo el sueño
de dos es verdadero. Esta es la gran lección del quijanismo, el
despertar de la juventud, la madurez; cuando la fe necesita algo más
que una mirada para mantener la ilusión de la vida.
Referncias: Luís
Rosales, Darío Villanueva, Miguel de Unamuno y otros
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