La novela morisca es como una combinación de la novela de aventuras o bizantina con la novela cortesana sentimental de temática amorosa. Se introduce en el Quijote como una parte de un género mayor.
En la literatura española del siglo XVI hay tres novelas moriscas de referencia: La obra anónima El Abencerraje, de mediados de siglo; Las guerras civiles de Granada de Ginés Pérez de Hita, de 1595; y La historias de los dos enamorados Ozmín y Daraja, que es un relato intercalado del Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, 1599.
En el siglo del Quijote, el XVII, la novela morisca experimenta una serie de transformacines muy relevantes. Cervantes asume el paradigma genérico de la novela morisca identificando sus rasgos esenciales e intencionales y los utiliza de forma muy diferente, de tal manera que lo que queda después de Cervantes es algo muy diferente a lo que había. La tranducción (traducción con cambios) o transformación se basa en dos planteamientos:
-
Hace verosímil la fábula de la novela morisca. La composición de los hechos era genuínamente increíble, insólita, sobrenatural; en Cervantes se hace real.
-
Implica, en la compleja realidad histórica de su tiempo, los componentes o hechos de la novela morisca, situándola en un mundo terrenal, perdiendo todo su idealismo, y con una fuerte crítica de orden moral, político, bélico, social...
Al meterse en los conflictos de su tiempo, Cervantes escribe con los pies en la tierra, para él la fábula no puede seguir siendo sobrenatural. Con la historia del cautivo plantea dramáticamente el problema de los numerosos cautivos españoles en Argel, en virtud del cual considera a Felipe II como un indolente ante el cautiverio cristiano. La historia de los moriscos en Cervantes tiene un tratamiento mucho más crítico y exigente que el que vulgarmente se ha dado desde aquellos que son partidarios de la expulsión y, también, de los que no lo son, manteniendo en su literatura una complejidad más allá de los planteamientos ambiguos que afirman muchos de sus críticos.
El concepto de verosimilitud es completamente inútil, equívoco, a la hora de interpretar la ficción literaria a partir del siglo XVIII. Es un concepto aristotélico que tiene sentido en cuanto está subordinado a la teoría de la mímesis, que considera que el arte es una imitación de la realidad, de la naturaleza, de tal manera que, la mímesis, se plantea como el principio generador del arte, que es siempre una imitación, una copia, un plagio: la literatura imita a la naturaleza mediante palabras; la música, mediante sonidos; la pintura, mediante el color… Este principio de naturaleza imitada por el arte está vigente hasta el siglo XVIII, cuando la matemática de Newton destruye completamente esa idea. En ese momento se derrumba la teoría de mímesis de Aristóteles, y la poética del arte es intervenida por la idea de estética del idealismo alemán, que suplanta, desde el punto de vista de la interpretación del arte, todo lo que había construido la poética. Lo único que supervive es el concepto de verosimilitud.
Con el materialismo filosófico el concepto de verosimilitud se reemplaza por el de operatoriedad. Lo extraordinario, lo maravilloso es inverosímil, pero se acepta como si lo fuera. El materialismo filosófico viene a decir que una novela puede presentar hechos que son operatorios en la ficción, pero que no lo son, que son imposibles en la realidad (Juan Ramón Jiménez, puede decir en la ficción que “dios está azul”, y el que sea verosímil, no tiene nada que ver en la realidad, puede decirse en un concepto lúdico del ateísmo pos-simbolista, pero que no es operatorio en la realidad, que es incompatible con un Dios filosóficos o teológico).
Resumiendo, con Cervantes, la novela morisca deja de plantear una fábula sobrenatural, idealista y utópica, para plantear una fábula implicada en hechos críticos de la política, de sociedad, de la religión, de a guerra, del cautiverio, de la esclavitud.
En el Guzmán de Alfarache, Ozmín y Daraja son dos jóvenes musulmanes enamorados. Daraja es tomada como botín en una incursión bélica en el cerco de Baza, y la llevan como cortesana al servicio de la reina Isabel de Castilla. Ozmín, la sigue disfrazado de albañil para poder acercarse a ella. Uno y otro son convertidos al cristianismo donde viven felices… todo esto ocurre en medio de un fuerte belicismo, y un idealismo con una concordia final extraordinaria. Todo este idealismo desparece de la novela morisca cuando Cervantes mete la pluma, que la cita con los problemas reales del cautiverio y con las luchas religiosas, que van a sancionar la idea de que la solución está más en el cristianismo que en el islam, pero dentro de una concepción antropológica más que religiosa, y mucho más de acuerdo con la filosofía de Spinoza que con la de Erasmo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario