La literatura sapiencial, la novela nomológica, es la literatura de conocimientos, de contenidos morales, doctrinales, didácticos, de máximas, de sentencias, de aforismos, de consejos, de proverbios, de fábulas.
En las literaturas antiguas, sobre todo las indoeuropeas presentan a un personaje que atesora el saber, el sabio o el maestro, que instruye a sus seguidores para que pueden desenvolverse mejor en la vida. Incorpora con frecuencia la figura del viajero, un hombre que camina por diversas geografías y situaciones recordando la figura y enseñanzas del maestro.
En La vida de Esopo, novela anónima del siglo I de nuestra era, su protagonista, Esopo, vive, bajo la tutela de su maestro Janto, una serie de situaciones de lo más insólitas. Francisco Rodríguez Adrados, ha señalado que la génesis del Quijote, como novela sapiencial, tiene mucho que ver con La vida de Esopo, estableciendo particulares paralelismos, por una parte, entre don Quijote y Sancho, y por otra, entre Janto y Esopo.
Una obra como El asno de oro de Apuleyo, cuyo protagonista, Lucío, atraviesa, metamorfoseado en asno, una serie de peripecias y situaciones que le obligan a aprender a enfrentarse a la vida más rápido de lo él hubiera deseado, es otra obra destacada de literatura sapiencial. En la literatura española hay destacadas obras de este tipo, como son: El satiricón, El libro del buen amor, La lozana andaluza; y dentro de las obras de Cervantes están El licenciado vidriera, El coloquio de los perros, o el mismo Quijote, en los que se presentan personajes que viajan en el tiempo y en el espacio protagonizando una serie de situaciones a las que se le aplican contenidos sapienciales, aforismáticos, sentenciosos… También se puede relacionar con esta literatura a la picaresca, en la que sus personajes tienen que aprender por cuenta propia una serie de conocimientos esenciales para sobrevivir, situaciones que les acaba llevando siempre al desengaño, al desenmascaramiento de esas situaciones fraudulentas.
La literatura nomológica tiene un terreno difícil de delimitar entre lo que es literatura y lo que no lo es, del mismo modo que a lo que es sapiencial o no lo es, moviéndose en unas fronteras muy difusas y permeables. En la Grecia clásica hay ejemplos muy claros, como el de Hesiodo, que no sabemos si es literatura o no, pero el que presenta claros ingredientes de literatura sapiencial, orientado a la formación de las gentes; los mismos aforismo hipocráticos, en los que la tendencia es la misma, no estamos seguros de que sean literatura, pero a los que no podemos ignorar si hablamos de literatura sapiencial; por otro lado, hablando de Hipócrates, no es disparatado afirmar que sus discípulos, los hipocráticos, son, de alguna manera, los fundadores o los antecesores del tratado.
El tratado no es mera literatura sapiencial, ni siquiera es ensayo. El tratado exige un prólogo, una introducción y una jerarquización interna de sus conceptos, así como un desenlace y una conclusión o colofón; sin embargo el ensayo es una miscelánea, una taracea, un género muy abierto, tanto que en él la literatura se desvanece al desaparecer la ficción.
Tienen también una relación muy estrecha con la literatura sapiencial las fábulas, los apólogos y el género de los diálogos. En la fábulas se presentan figuras animales que debaten para llegar a una moraleja, que se impone ante un hecho que constituye un problema vital que hay que resolver. En el apólogo es lo mismo pero los diálogos son entre humanos. Los diálogos de Platón, que no es literatura porque son filosofía, se aproximan a la órbita de lo que es la literatura sapiencial.
En la edad media europea la literatura sapiencial se desarrolla con una finalidad educativa. Un modelo son los cuentos de El Conde Lucanor de don Juan Manuel, con ejemplos para ayudar a organizar mejor la vida. En esta época hay que destacar la confluencia de las cartas con la literatura parenética, especialmente las de contenido retórico, que incluyen un saber, confluencia que favorece las condiciones para el desarrollo del ensayo, y la miscelánea como género concomitante con el ensayo.
Todo esto está presente hasta tal punto en el Quijote que algunos autores, como Rodríguez Adrados, dice que la literatura parenética es el núcleo de la genología y de la genealogía literaria del Quijote (lo mismo dice de La Celestina), y no cabe la menor duda que en cualquier capítulo del Quijote podemos encontrar numerosas citas, refranes, sentencias…, y la misma estructura de la obra de amo-escudero lo confirma. Añade este autor que el Quijote es un crisol entre la novela realista antigua de contenido popular, cuyo principales ejemplos son la anónima Vida de Esopo y El asno de oro, junto a la literatura de los cínicos, y los libros de sabiduría sapiencial, desde la más remota antigüedad.
Entre la teoría de los géneros literarios (genología) y la procedencia de los géneros existentes en el Quijote (genealogía), dan forma objetiva a una auténtica miscelánea en la que se formalizan y materializan múltiples géneros literarios, en los se aprecia, como en el resto de la literatura cervantina, muy potenciada la facultad digresiva, intercalando géneros específicos en el texto del género principal.
En la parénesis dentro del Quijote se ha de citar la carta que don Quijote dirige a Sancho como gobernador de Barataria. En esta confluyen la carta familiar dirigida a un amigo, la cortesana dirigida al gobernador, y la retórica de estilo culto, con la literatura sapiencial, por la serie de consejos dirigidos a la formación de Sancho, que junto a los consejos para un buen gobierno, son los dos ejemplos más claros de la literatura nomológica.
En la literatura cervantina, como demuestra Pedro Insua en su libro Guerra y Paz en el Quijote, hay contenida una filosofía que se articula en todo un sistema de ideas objetivadas a cerca de la libertad, de la justicia, de la política, de la guerra y la paz, con una función destacada, dada en un formato indicativo o crítico, nunca en formato imperativo o programático. Esto es destacable porque la funcionalidad de este contenido sapiencial, no es para nada dogmático (Cervantes no es San Pablo); no responde tampoco a una preceptiva (Cervantes no es ortodoxo, no es Calderón); tampoco pretende divertir a a los lectores, ni burlarse de la gente, lo que pretende es comprender e interpretar al ser humano, sus causas y sus consecuencias en un contexto más amplio que el que ofrece la burla, el sarcasmos, o el escarnio (Cervantes no es Quevedo, que se burlar de los errores y defectos de la gente).
Tanto el teatro como novela de Cervantes están construidos para comprender al ser humano, en todas sus posibilidades de vida, como hombre o como mujer, como cautivo o como soldado, como rufián o ramera, como morisco o cristiano, como cortesano o del pueblo, como caballero o escudero, como amo o criado, como hombre de iglesia o como delincuente… Es una literatura destinada a la comprensión y a la crítica. No hace concesiones, aun siendo muy respetuoso con los errores humanos, pues Cervantes hace responsable de su vida al ser humano, sin intervenciones divinas. Para Cervantes, como para Spinoza, lo único que hace al ser humano compatible con la realidad es la razón, con la que podrá superar las limitaciones que merman su vida.
La interpretación literaria debe proyectarse sobre el presente en el que vivimos alienados por cierta idea de cultura, considerando que la cultura es conocimiento, en la linea marcada por Ortega y Gasset. Pero la cultura puede ser conocimiento o puede ser todo lo contrario, además no todo el conocimiento que aporta la cultura es beneficioso, lo será según el uso que hagamos de él (pensemos que del conocimiento salió la bomba atómica). En nuestro tiempo la idea de cultura es omnímoda, que se articula desde una moral que se impone a partir de lo políticamente correcto. Gustavo Bueno define la cultura como el opio del pueblo, queriendo decir que es un mito o un cebo. Al margen de Bueno, y quizás de una forma heterodoxa, podemos definirla como la gremialización del individuo, que tiene como finalidad captar a las personas para organizarlas en masas sociales estructuradas, naturalmente de presupuestos morales, siendo la moral el conjunto de disposiciones que estructuran y unifican al grupo para que funcione como si fuera un solo individuo; lo que se ha llamado el unanimismo. Así el individuo que no se integra en el grupo es un disidente para este, que debe desaparecer porque de no hacerlo se integrará en otro grupo opuesto. Hoy día se gremializa al individuo imponiéndole una lengua, una moral de orden religioso, económico, o político, con el que poco a poco se va integrando en la masa socialmente organizada, de la que no podrá desprenderse nunca, ya que no podrá vivir al margen de la lengua, de la economía de la sociedad. La finalidad de este uso depredador de la cultura es dominar al individuo, que si no cumple con el grupo estará considerado un mal miembro o un ser marginal, porque el propio grupo desarrolla facultades condenatorias contra el individuo disidente.
Esta visión de la cultura no está en la moral de Cervantes, no es el contenido de su literatura parenética, no tiene contenido programático ni gremial. Si lo fue el de las Cartas evangélicas de San Pablo, que su fin era incorporar al individuo a la colectividad a la que iba destinada la pastoral. La literatura de Cervantes es de diseño cínico, dialógico y dialéctico, en la que se desarrollan argumentos mediante la confluencia de contrarios; es una literatura crítica o indicativa, porque somete a revisión la realidad a la que apela; es también una literatura sofisticada y reconstructivista, como ocurre en El coloquio de los perros, que presenta irónicamente a dos animales con la facultad del lenguaje y la razón; y es una literatura sapiencial articulada en symploqué, en la que se niega la estructura monista en la que todo esté relacionado con todo, y la que se niega una estructura atomista del mundo en la que nada está relacionado con nada, sino que unas ideas están relacionadas otras, sin que haya una aislada de todas, ni otra que las domine a todas; una antología plenamente dialéctica, constituyendo su obra una moral que desconfía de sí misma, que construye unos principios que cuestionan sus propios fundamentos, con un afán racionalista en toda su obra que rebasa el siglo de oro. Ni una idea metafísica actúa como causa o como consecuencia en su literatura, no hay milagros ni hechos extraordinarios que no se expliquen y se desmitifiquen.
El racionalismo de Cervantes es compatible con nuestra vida de hoy día, cuestionando los límites de la autocomplacencia de nuestro mundo. Para interpretar a Cervantes no basta la filología, es necesario la filosofía.
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