Existe un problema en la literatura que es el tomarse en serio la ficción. De igual manera, con frecuencia, se ha tomado en serio la locura de don Quijote, que es una locura ficticia, una locura de diseño, literaria, y toda locura literaria siempre es extraordinaria. A la locura de don Quijote, ni a ninguna otra locura literaria podemos buscarle una solución en la medicina, por lo que, literariamente, diremos que la locura es hacer un uso patológico de la razón, que los locos razonan a una escala diferente de los cuerdos. Don Quijote puede haber perdido la cordura, pero no la razón, que además podemos comprobar en la novela que, con frecuencia, razona de forma brillante.
Situemos la locura de don Quijote en el espacio ontológico. Gustavo Bueno distingue tres ámbitos de este espacio: el mundo físico, el mundo psicológico, y el mundo lógico o conceptual. Pondremos un ejemplo con el agua de estos tres ámbitos: el agua del mundo físico, es la discurre por los ríos, los mares, las fuentes, etc; en el mundo psicológico el agua es la que nos sacia la sed, la que nos da placer al bañarnos, o la que nos da terror por la inmensidad del mar; y en el mundo lógico o conceptual el a gua es H2O. Así la locura de don Quijote es física, cuando en molinos ve gigantes; es psicológica, cuando se cree otra persona como Valdovinos o el Marqués de Mantua, aflorando el padecimiento del desdoblamiento de personalidad; y es lógica o conceptual, toda la fuente de recursos que permite diseñar la paranoia de don Quijote, que se articula en las normas del código de la caballería, en el código del amor cortés, o en la milicia tardo medieval.
Con todo lo dicho podemos acotar la locura de don Quijote en que:
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Razona de forma patológica, y, como todo loco, lo hace a su manera, es un loco autológico que razona conforme al código caballeresco, salvando princesas y deshaciendo entuertos, que ni son princesas ni arregla nada.
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Es autológico porque su locura emana de sí mismo, y ese “sí mismo” es Alonso Quijano, que es un personaje construido por Cervantes, quien, a su vez, construye a don Quijote (estas creaciones intermedias entre autor y personaje es muy característica del Barroco). Entre estos personajes intermedios está Alonso Quijano, el narrador, el morisco aljamiado, el autor morisco que se queja del traductor porque le cambia sus relatos, algo imposible porque Cide Hamete no ha podido leer la traducción que se hace muchos años después de su muerte (Cervantes hace estas cosas, que luego Borges, más de trescientos años después, pone de moda para burlarse de sus lectores).
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Conforme avanza la novela, la autología del Quijote, se va convirtiendo en una dialogía, pues al avanzar el relato van interviniendo más personajes en la locura de don Quijote.
Torrente Ballester, en El Quijote como juego, con mucha claridad apunta que la locura de don Quijote es una falsa locura, que no está loco, sino que es un cuerdo que interpreta el papel de loco. De este modo, con este juego, amplia las posibilidades de su libertad, para poder hacer cosas que desde la cordura no podría hacer. Esta es una tesis que nos convence a muchos, pero también los hay a los que les parece disparatada. Es cuestión de opiniones, y hoy es tan frecuente eso de “yo opino lo contrario”, ¡cómo si la opinión sirviese de algo! La opinión es libre y no cuesta nada… Pero aquí lo importante no es opinar, es interpretar qué razones hay para hablar de locura, como un juego de Alonso Quijano, a través de la figura de don Quijote, o para hablar de locura como una patología del personaje. El quijote va a dar lugar a interpretaciones muy diferentes si nos tomamos la locura en serio, como una enfermedad, o si pensamos que es un juego.
Muchos cervantistas se niegan que a aceptar que la locura es fingida, porque limitaría la mayorías de los estudios que han hecho, en gran parte fundamentados en la locura del personaje. Otros dicen que no hay nada más ridículo que tomarse en serio la locura de un personaje literario, y más en el caso de Cervantes, que parece que colecciona locos mediante los cuales dice muchas cosas... Además de don Quijote y Cardenio, están el Licenciado Vidriera, los perros del coloquio, el Licenciado Peralta, el Alférez Campuzano, todos los personajes zumbados del Persiles, muchos psicópatas en las Novelas Ejemplares, como el Celoso extremeño, que ejerce la pederastia en en centro Sevilla, y aparece como si fuera un personaje impoluto (las cosas de Cervantes, que siempre nos la cuela).
¿Por qué la locura? Si don Quijote actuara como un cuerdo Cervantes habría acabado en la hoguera, porque no se puede ir por los caminos de España apaleando curas, haciendo rosarios con los trapos sucios de la ropa interior, haciendo ceremonias impúdicas en Sierra Morena, liberando a galeotes condenados en justicia. Dice Bueno que estas cosas que hace don Quijote solo se pueden hacer de tres formas que son tres exenciones de responsabilidad:
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Mediante el fuero que permite hacer cosas que a los demás le están prohibidas.
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Mediante el juego, como es el caso de las fiestas en las que se suspende la vida normal, pero que no pueden durar nada mas que unos días.
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Mediante la locura, que permite al loco hacer cosas que el cuerdo no puede. Por eso no es descabellado afirmar que la locura de don Quijote es un diseño de Cervantes para decir cosas que desde la cordura no podría.
En este sentido asumimos la tesis de Torrente Ballester, y marcamos diferencias con la de Erasmo, que en 1515, publica su Elogio de la locura, que mal traducido sería el Elogio de la estupidez, que está en confrontación con El Príncipe de Maquiavelo, publicado en 1513. En el libro de Erasmo se quiere ver una justificación para vivir como un loco, tesis que heredan los románticos, que ven en la locura una especie de racionalismo superior, o de genialidad, considerando que los locos razonan de una forma más inteligente que los cuerdos, siendo para ellos, la locura de don Quijote, en consonancia a la filosofía romántica, una forma superior de ver las cosas. Esto enlaza con la teoría de Platón sobre los poetas, según la cual, son gente visionaria y peligrosa, cuestión, cuanto menos, discutible.
Veamos a don Quijote como un loco. Cuando, el el capítulo 44 de la primera parte, don Quijote llega a la venta de Palomeque, allí hay otros huéspedes que se extrañan de su indumentaria pseudomedieval y de su forma de hablar, y el ventero advierte a los huéspedes que no le hagan caso, que “está fuera de juicio”. Esto claramente es un salvoconducto para actuar.
En otro momento es la Santa Hermandad, la guardia civil de entonces, que no era cuerpo para contar chistes, va tras don Quijote con una orden de busca y captura, por haber liberado a los galeotes. Dice el cap. 45 de la primera parte:
“...entre algunos mandamientos que traía para prender a algunos delincuentes, traía uno contra don Quijote, a quien la Santa Hermandad había mandado prender, por la libertad que dio a los galeotes, y como Sancho, con mucha razón, había temido.”
Parece que no vale la locura, pero el cura, que es el poder teológico-político de la época, convence a los cuadrilleros de que don Quijote está loco y no merece la pena apresarlo. Esto en el Quijote de Avellaneda, que descubre el juego de Cervantes, no ocurre, la locura no es una exención de nada, y don Quijote acaba encarcelado en la casa del Nuncio de Toledo, que era un célebre manicomio, en unas condiciones hoy día inimaginables.
Cuando en la venta le leen a don Quijote la orden de detención, don Quijote responde a los agentes de la autoridad, y les dice:
“-Venid acá, gente soez y malnacida: ¿saltear de caminos llamáis al dar libertad a los encadenados, soltar los presos, acorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los menesterosos? ¡Ah gente infame, digna por vuestro bajo y vil entendimiento que el cielo no os comunique el valor que se encierra en la caballería andante, ni os dé a entender el pecado e ignorancia en que estáis en no reverenciar la sombra, cuanto más la asistencia, de cualquier caballero andante! Venid acá, ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad; ; decidme: ¿quién fue el ignorante que firmó mandamiento de prisión contra un tal caballero como yo soy? ¿Quién el que ignoró que son exentos de todo judicial fuero los caballeros andantes, y que su ley es su espada; sus fueros, sus bríos; sus premáticas, su voluntad? ¿Quién fue el mentecato, vuelvo a decir, que no sabe que no hay secutoria de hidalgo con tantas preeminencias, ni esenciones, como la que adquiere un caballero andante el día que se arma caballero y se entrega al duro ejercicio de la caballería?”
No se pueden decir más cosas en tan poco tiempo, y a continuación se dice exento de cumplir la ley, se siente aforado por ser caballero andante, y lo es por el estatuto de su locura… Unos críticos dicen que es humor y se ríen ante este tipo de de cosas, otros, más modernos o posmodernos, dicen que tiene la razón, por su moral trascendente... Pero eso no es la razón. La razón exige ser compartida, si uno razona “a su manera” no hay razón posible, puesto que ha de servir para todos. La razón no es autológica, no la puede tener ni un individuo, ni un grupo, ha de ser de todos, normativa.
Veamos la locura como un uso lúdico de la razón. A don Quijote jugando para divertirse, es lo que, según Torrente Ballester, caracteriza el comportamiento de nuestro héroe, que lo que quiere es satisfacer sus emociones, y que nunca hace nada que le disguste. Se puede objetar que, la mayor parte de las veces, don Quijote, acaba apaleado y maltrecho; esto es verdad, pero de la misma manera que tanta gente actúa, ejerciendo la violencia o arriesgándose en el juego de un deporte peligroso, a sabiendas de los riesgos que corren. Dice Torrente: “este uso lúdico de la razón es un juego, pero nada claro, ya que si lo fuera, si la trampa estuviera al descubierto no tendría gracia, y la novela se caería de las manos, porque uno de sus ingredientes prospectivos más vitales es la comezón que se pone en saber si el personaje está loco o no”. Claro la ambigüedad es permanente, tenemos sobradas razones por las que podemos pensar que está loco, pero también las tenemos para suponer, por la astucia con que se mueve, que de loco tiene poco. Concluye Torrente: “si se relee el texto la comezón se repite, y las conclusiones adquiridas se tornan dudas, las dos posturas alcanzan fuerza en la inteligencia del lector, al margen y con independencia de su actitud sentimental inevitable ante el personaje”. Siempre hay una auténtica duda.
Cardenio es otro loco del Quijote, es como un colega que se dispone a jugar junto a don Quijote, pero quiere jugar con sus propias reglas. Es un pirado al que otro hombre le quita la novia, y como no se siente capaz de enfrentarse a él, se hace el loco y se tira al monte, donde se alimenta de la leche que le dan unos cabreros y de las bellotas que encuentra. En un momento dado se encuentra con don Quijote, Sancho y un cabrero, a los que les dice que les contará su historia siempre que le escuchen sin hablar (les exige paciencia para escuchar y además en silencio). Don Quijote que está acostumbrado a hablar él, a contar sus historias, en un momento dado -que parece estar ya hasta el gorro-, lo interrumpe por una simpleza, porque Cardenio nombra a la reina Madásima, diciendo que tuvo una ligereza, y el Caballero no permite que eso se le atribuya a ninguna mujer, eso es faltarle al respeto de la reina. Y Cardenio que se ve interrumpido, pilla un rebote de “muy señor mío”, y los apalea a todos. Dice el narrador:
“Digo, pues, que, como ya Cardenio estaba loco y se oyó tratar de mentís y de bellaco, con otros denuestos semejantes, parecióle mal la burla, y alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en los pechos tal golpe a don Quijote que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio parar a su señor, arremetió al loco con el puño cerrado; y el Roto le recibió de tal suerte que con una puñada dio con él a sus pies, y luego se subió sobre él y le brumó las costillas muy a su sabor. El cabrero, que le quiso defender, corrió el mesmo peligro. Y, después que los tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó y se fue, con gentil sosiego, a emboscarse en la montaña.”
Parece como una imagen de dibujos animados: ver a el “Roto” con su traje hecho ciscos, saltando sobre la tripa de Sancho, les da de palos a los tres y se va tan fresco a meterse en la espesura del bosque. Mas tarde, Cardenio terminaría de contar su historia, pero don Quijote ya no está presente. Cardenio forma parte de otra novela cortesana que Cervantes intercala en el Quijote, que protagoniza junto con Luscinda, Dorotea y don Fernando, que es el prototipo de Don Juan, y el que le arrebata la novia, causa de su fingida locura, porque, uno, por más que se empeñe no pierde la cabeza de la noche a la mañana, y de hecho todo se arregla al final y Cardenio vuelve a ser el de antes, recobrando la cordura.
Es similar a lo que le ocurre al Licenciado Vidriera, uno de los personajes más penosos que ha diseñado Cervantes, que sin embargo goza de la simpatía de muchos lectores que lo ven como un loco sublime, capaz de razonar de forma superior a los cuerdos, cuando el pobre hombre es un personaje ridículo; un tipo que repite los chistes de moda en la época, que hoy día serían calificados de machistas o racistas. Es incapaz de adaptarse a cualquier tipo de vida normalizada, viviendo siempre dentro de un gremio, el de los estudiantes, los militares, los locos, y cuando quiere incorporarse a la profesión de abogado fracasa, y a de volver con los soldados. Dice que es de vidrio porque tuvo una cita en Salamanca con una cortesana, una dama de todo rumbo y manejo, que “le da a comer un membrillo” (entiéndase lo que se quiera), y le sienta tal mal que la cortesana sale huyendo, y él se pone tan enfermo que se cree de vidrio (algún analista dice que se reconoce homosexual, y se siente de vidrio por indolencia, no por fragilidad). El caso es que articula toda su locura para que nadie lo toque, porque no quiere sentir ninguna emoción de nuevo.
El licenciado es igual que Cardenio, se siente incapaz de relacionarse como adulto. Cardenio tendría que defender a su chica… Tengamos en cuenta que, la época de Cervantes, era un sociedad patriarcal, caracterizada por la existencia en la sociedad de un pacto tácito entre los hombres, en virtud de cual, los hombres tenían que respetar a la hija de un padre, y a la mujer de un hombre. Don Juan, en este caso don Fernando, es un hombre que quebranta el pacto del patriarcado, violentando la situación con Luscinda. Este patriarcado es el que mueva a Pedro Crespo en El alcalde de Zalamea. En definitiva que Cardenio tendría que defender a muerte a Luscinda, pero no es capaz porque ve en don Fernando un rival muy superior.