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La Cueva de Montesino desde el interior. Imagen del "errático"
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Allá,
en el fondo de la Cueva yace Durandarte, el más amador Caballero
Andante de la Historia. Muerto, en Roncesvalles, pidió a Montesinos
le arrancase el corazón, y se lo llevase a su amada Belerma en
París.
Durandarte,
en francés Duranval, era la espada que el de la Barba Florida
regalara a Roldán, su sobrino, el héroe muerto en Roncesvalles. Y
fue la espada sobre la que murió para que ni moros, ni vascones se
la apropiaran. Luego, el mismo Romancero que dio a todos vida en
España, hizo de la espada Caballero, y siguió significando
fidelidad,
la que permanece, la que dura. Y le hizo morir con Roldán, sobre
las duras rocas navarras de Pirineo occidental. Belerma significa
“La más bella de las mujeres”. De manera que, en el magín
cervantino es la mujer más hermosa para el Caballero más fiel. El
ideal de amor es: fidelidad y hermosura.
Montesinos,
que es fiel a la amistad con su amigo Durandarte, y lleva su corazón
a la hermosa parisina.
Para
Cervantes, el amor ideal y la amistad suprema son realidades
enterradas. No viven a la luz del día. No existen: son eso,
ideales, que se proyectan sobre el fondo de la Cueva de Montesinos.
En la vida cotidiana
no hay tales. Únicamente sucedáneos. Cervantes no tuvo amigos que
lo ayudaran tras su vuelta de la cautividad en Argel. Y el amor, no
lo pudo conocer, salvo por sublimación de sus delirios.
Montesinos
y Durandarte representan
la
amistad; Belerma y Durandarte, el amor.
Ambos
afectos, los afectos supremos, están en el palacio de cristal,
encantado, a cuyos predios se accede por esta cueva manchega, a la
que Don Quijote bajó atado por una cuerda. La
moraleja es que esos
grandes afectos, amor y amistad, moran
encantados en el subsuelo, están
ocultos a la luz:
una
inversión de la caverna
de Platón.
Don Quijote desciende
al fondo de la cueva, quedándose profundamente dormido por espacio
de una hora, lo que al personaje le parecieron tres días, lapso en
el cual tuvo el mágico sueño en el
que
se encuentra con
el propio
Montesinos.
El
sentido de esta aventura, reside en el esfuerzo desesperado que
realiza don Quijote para engañarse sin saberlo; esto es, para hacer
congruentes, irrebatibles y verdaderas las mentiras de Sancho. Don
Quijote, para ser don Quijote, precisa a Dulcinea. Don Quijote, para
creer en Dulcinea, necesita engañarse a sí mismo. Don Quijote para
poder engañarse sin mentir tiene que humanizarse. Tiene que hacerlo
humanamente, no como el héroe de fe inquebrantable que hasta ahora
había sido. Sabe que no son ciertas las palabras de Sancho, y tiene
que soñarlas para acabar creyendo en ellas.
Veamos
un poco más cerca en qué consiste este diálogo de la fe, en el
cual don Quijote trata de convencerse a sí mismo de que ha sido
verdad y no ilusión su encuentro con Dulcinea allá en la cueva de
Montesinos. Recordemos el texto:
DON
QUIJOTE:
''Pero
¿qué dirás cuando te diga yo ahora cómo entre otras maravillas
que mostró Montesinos (las cuales, despacio y a sus tiempos, te las
iré contando en el discurso de este viaje, por no ser todas de este
lugar) me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos
campos iban saltando y brincando como cabras, y apenas las hube
visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y
las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que
hallamos a la salida del Toboso? Pregunté a Montesinos si las
conocía; respondióme que no, pero que él imaginaba que debían
ser algunas señoras principales encantadas que pocos días había
que en aquellos prados habían aparecido" (2,23).
Ya
está todo resuelto para don Quijote. Pero a Sancho, que había
inventado este encantamiento, no le parece cuerda, ni prudente, la
razón de su señor. Sancho con gran voz dijo:
"Oh,
santo Dios, ¿es posible que tal haya en el mundo y que tengan en él
tanta fuerza los encantadores y encantamientos que hayan trocado el
buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura?" (2,23)
Pero
Sancho también ha comprendido la importancia de su nuevo papel. Se
ha convertido en empresario de la imaginación de don Quijote, y para
hacerse valer vuelve de cuando en cuando a las andadas. Recordemos la
famosa aventura del mono adivino
en la que Sancho dice:
"Con
todo eso querría que vuestra merced dijese a Maese Pedro preguntase
a su mono si es verdad lo que a vuesa merced le pasó en la cueva de
Montesinos, que yo para mí tengo, con perdón de vuesa merced, que
todo fué embeleso y mentira, o a lo menos cosas soñadas"
(2,25).
En
la primera parte de la obra, tanto en el tono en que habla Sancho
como la duda que manifiesta, habrían airado a don Quijote. Ahora
contesta prudente y mesurado:
"Todo
podría ser, pero yo haré lo que aconsejas, puesto que me ha de
quedar un no sé qué de escrúpulo" (2,25).
¿Es
posible que don Quijote dude de lo que vio en la cueva de Montesinos?
Vacilar no es dudar. La vacilación se refiere a la voluntad y la
duda a la inteligencia. No es igual una cosa que otra. La voluntad
puede rendirse al cansancio, puede rendirse sin ceder; la
inteligencia, no. Vacila y esta vacilación se refiere nada menos que
a su encuentro con Dulcinea. Quisiera comprobarlo, pero el mono
adivino no le brinda ninguna certeza en su respuesta.
Cuando
en la comedia organizada por los Duques viene
Merlin, diabólico y profético en su carro, para anunciar al mundo
el desencanto de Dulcinea, Cervantes describe de este modo el estado
de ánimo de sus protagonistas:
"Renovóse
la admiración en todos, especialmente en Don Quijote y Sancho; en
Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querían que estuviese
encantada Dulcinea; en Don Quijote, por no poder asegurarse si era
verdad o no lo que le había pasado en la cueva de Montesinos".
Nos
encontramos ante un don Quijote nuevo, que no se atreve a confiar en
su ilusión, muy a pesar de que cuantos le hablan le confirman en
ella. Nos encontramos ante un don Quijote que no se atreve a soñar.
Es indudable que conserva su fe, pero viviéndola humanamente, esto
es, haciéndola de nuevo hora tras hora y día tras día. En
ocasiones, su recuerdo del encuentro con Dulcinea casi desaparece. Su
fe sólo se apoya en la esperanza. Y es cierto que no duda, pero
desfallece.
Tal
sentido tienen las palabras de ilusión e insinuantes de mentira que
dice a Sancho en el final de la aventura de Clavileño.
Sancho ha tenido visiones muy parecidas a las suyas en la cueva de
Montesinos. Las describe con emoción, quijotizadas y jubilosas ante
la risa de los oyentes. Don Quijote no acaba de creer en lo que dice
Sancho. Podría aceptar tales visiones si fuesen meramente ilusivas
-esto es lo quijotesco-; pero, además, son verdaderos dislates. Su
inteligencia no puede aceptarlas. Su voluntad, en cambio, quiere
agarrarse a ellas, necesita creerlas...Y otra vez vuelve a repetirse
la escena humanísima y alucinante del "engaño buscado"
del que hablaba Rosales. Es preciso creer a toda costa. Es preciso
crear nuestra verdad. Y llegándose don Quijote a Sancho, díjole al
oído:
"Sancho,
pues vos queréis que os crea lo que habéis visto en el cielo, yo
quiero que vos me creáis lo que vi en la cueva de Montesinos, y no
os digo más" (2,41).
Le
propone un convenio. No miente don Quijote pero induce a la mentira,
pues necesita ser engañado. Lo más vivo que hay en él se llama
Dulcinea. Lo más vivo que hay en él es algo que no existe. Dulcinea
representa lo necesario inexistente, lo que sólo tiene
realidad en nuestro corazón, lo que nos hace ser lo que somos, y por
ello queremos compartirlo con los demás, igual que se comparten el
pan y el vino. Nadie podrá negarle a don Quijote este derecho.
Cuando
en la casa de don Antonio Moreno se asoma al borde de su vida, para
preguntarle a la "cabeza
encantada" si fue cierto su encuentro con Dulcinea, en
sus palabras aparece esa duda que tanto le lastima:
"Dime
tú, el que respondes, ¿fué verdad o fué sueño lo que yo cuento
que me pasó en la cueva de Montesinos?" (2,62).
Antes
le bastaba mirar para creer. Su vida entonces era un milagro o era un
sueño. Ahora ha llegado, poco a poco a su altura de hombre. La fe no
aísla, comunica. Ya no puede creer desde la soledad. No ve tan claro
como antes. Como Antonio Machado en su Proverbios y Cantares parece
pensar:
“En
mi soledad
he
visto cosas muy claras,
que
no son verdad.”
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