En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

jueves, 18 de junio de 2020

El Quijote de Avellaneda


Probablemente sus autores son varios y relacionados con la Inquisición, en esta línea podría entrar en el grupo Lope de Vega que realizaba trabajos para esta.

Es una interpretación contrareformista tridentina del Quijote de 1605. Es también la primera interpretación que se hace en la historia del Quijote de Cervantes en clave religiosa y literaria; convierte la razón antropológica que domina en el el Quijote de Cervantes en una razón teológica. El cura y barbero en el primer capítulo le dan a leer a don Quijote tres libros que eran los mismos que la Inquisición hacía leer a los presos ilustrados: los Evangelios, el Flos sanctorum de Villegas, la Guía de Pecadores de Fray Luís de Granada. Este tratamiento, idéntico al que practicaba la Inquisición es lo que hace suponer que el Quijote de Avellaneda sale de muy cerca de esta, de la que Lope de Vega era familiar (esta es la teoría de Antonio Márquez). Se apoya, en que en esa época no se podían escribir libros con pseudónimo, y el Avellaneda fue muy conocido nada más salir, publicándose si traba alguna. También se apunta como autor por algunos críticos a Jerónimo de Pasamonte, un personaje ultracatólico de la época, y que también pudo contar con el apoyo de Lope. Toda la obra de Cervantes intenta apartarse de la religión, defenderse de ella; el Quijote de Avellaneda está impregnado por una concepción teológica extremadamente radical. La mitología caballeresca del código del Quijote de Cervantes, queda suplantada por la teología en el Quijote de Avellaneda.

Los dos quijotes son profundamente racionalistas, Cervantes critica la realidad del mundo, y Avellaneda critica la literatura de Cervantes; Cervantes se mueve mediante la razón antropológica, y Avellaneda por la razón teológica, basada en en la contrarreforma tridentina. El Quijote de Avellaneda es el negativo del Quijote de Cervantes, está en sus antípodas: en el de Avellaneda don Quijote está verdaderamente loco, frente al de Cervantes que es un loco fingido; el de Avellaneda se junta con una mujer que es una prostituta, frente al de Cervantes que se enamora de una mujer ideal, bajo el ideal caballeresco, que desde el punto de vista del amor cortés, el que ama, vale más que el que no ama, el que tiene pareja vale más que el que no tiene (Don Quijote, el verdadero, no puede permitirse no estar enamorado de una dama; ya en el siglo de oro se pensaba eso de que el mejor complemento de una mujer no es el bolso sino el hombre que lleva a su lado); el Quijote de Avellaneda asiste a misa diaria, lleva siempre el rosario en la mano, y oye con atención los sermones, de tal manera que todos los vecinos del lugar llegan a pensar que ya estaba sano…, frente al de Cervantes, donde no hay nada litúrgico. Hay una extraña alianza, una insólita concomitancia entre la vida de don Quijote, los hábitos y el imperativo religioso, y los programas estatales, con el trono y el altar, la iglesia y las leyes civiles.

En los relatos intercalados pasa lo mismo. Uno es un ermitaño que relata el cuento de “Margarita la tornera”, que es una monja que marcha del convento, y que es reemplazada en sus labores por la Virgen María, hasta que vuelve y se le perdona todo; otro es el cuento del Soldado Bracamonte, que trata de un monje que abandona los hábitos por una vida de riqueza, que acaba en tragedia, matando a su propio hijo. En los relatos de Cervantes se plantean entierros civiles, como es el caso de Grisostomo, con rituales paganos, que quedan en el Avellaneda reemplazados por una forma de interpretación literaria saturada de religión católica, bajo el signo de la contrarreforma tridentina. La poética queda reducida a la teología, dando el mensaje de que quien abandona a la iglesia fracasa, arruina su vida y paga.

El Quijote de Avellaneda es pues, un misil ultracatólico lanzado contra el Quijote de Cervantes. Cervantes es un ateo de formación católica, en tanto que el autor del Avellaneda es sin duda un ultraconservador de formación católica, como demuestra la solución final que Avellaneda da a los tres personajes principales en nombre de dios:
  • Don Quijote, al que se le encierra en la casa del Nuncio de Toledo, conocido lugar en otras obras de la época como un manicomio para locos que cometen delitos, una casa para sicópatas y delincuentes. Allí don Quijote es recluido encadenado y maltratado (seguramente como quería Avellaneda ver a Cervantes). Don Quijote al entrar en la casa y ver a los locos, unos felices otros sufriendo, todos encadenados, dijo la frase de que allí estaba “cada loco con su tema”.
  • La equivalente a Dulcinea, la prostituta Bárbara, una mujer perdida, la más radical degradación de Dulcinea, que es llevada a una casa de recogida de mujeres de mala vida, es como una especie de purgatorio donde penar por sus pecados.
  • Sancho que entra a servir a un noble apodado Archipámpanos, a título de criado rufianesco del noble, porque como dice la novela “Sancho, aunque simple, no peligraba en el juicio.
En definitiva lo que se hace en el Quijote de Avellaneda es una restauración del orden perdido en nombre del estado y de la religión que son vencedoras de toda anomalía, un desenlace armonista propio de la época, quitando de la circulación estas figuras patológicas. La preceptiva oficial suplanta o neutraliza a la libertad que había en el Quijote de Cervantes.

Por parte de Cervantes hay una respuesta en la segunda parte del Quijote, con la retractación de Alvaro Tarfe, incluso firmando ante la justicia, tomándose la ficción en serio al resolver el problema en términos reales. No conformes con los hechos de la firma acuden al derecho, como si la ficción literaria tuviera una jurisdicción propia. Es un precedente de lo que después se ha llamado metaficción (un ejemplo de ello se da en Niebla de Unamuno, donde el personaje llega a defender su legitimidad frente al autor).

Las consecuencias de la ficción son operatorias fuera de la ficción, aunque dentro sean solo estructurales. La ficción es aquella realidad material que carece de existencia operatoria, pero puede tener consecuencia operatoria, sobre todo para los moralistas que se toman la ficción en serio, para filósofos como Platón que se toma la poesía en serio y la leen como un tratado de matemáticas o un curso científico; de ahí que los moralistas o feministas posmodernos, o el judaísmo se tomen en serio la literatura, son formas dogmáticas de vivir que no comprenden lo que es la ficción y se agarran al dogma, a una interpretación de los hechos de forma dogmática. Cervantes, en este caso se toma en serio su obra porque le va en ello la credibilidad de su obra.

El Avellaneda ha sido un interpretación aberrante del de Cervantes, como otras tantas que después ha habido… Sin embargo los ilustrados españoles pensaban que el Quijote de Avellaneda era mejor que el de Cervantes. ¡Qué disparte!Los genios nunca son ortodoxos y la obras se juzgaban, se juzgan hoy día en muchos caos, por su correspondencia con la preceptiva (cuando todas las grandes obras han superado la preceptiva). Tuvieron que venir los ingleses, franceses y alemanes para decir que el Quijote de Cervantes, era la mejor obra de la historia para que le diera su valor. Los mejores interpretes de Cervantes han sido los españoles heterodoxos (Unamuno, Torrente, Rosales), no los cervantistas, no los orteguianos, que siempre han llegado a Cervantes para justificar sus intereses o sus ideologías.

1 comentario:

  1. Ya lo había leído pero ahora lo releo con una motivación extra...
    Ya te iré comentando este Quijano que he dejado a las puertas de Zaragoza.. gracias y un abrazo

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