En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 21 de junio de 2020

Alvaro Tarfe: el caballero gentil y culto de Granada



Cervantes, con la retractación de Alvaro Tarfe, incluso firmando ante la justicia, tomándose la ficción en serio al resolver el problema en términos reales pone las cosas en su sitio. No conforme con los hechos de la firma acuden al derecho, como si la ficción literaria tuviera una jurisdicción propia.


En el capítulo 72 de la segunda parte del Quijote aparece un personaje llamado don Alvaro Tarfe. Granadino, gentil y culto, caballero de mediana edad, que se encuentra fortuitamente con don Quijote en una posada.

Alvaro Tarfe, es amigo íntimo de don Quijote y Sancho en la novela de Avellaneda, a quienes acompaña a lo largo de un buen número de sus aventuras. Es don Alvaro quien determina, en el falso libro, que don Quijote debe ser ingresado en un manicomio de Toledo.

Cervantes, en el capítulo 59 -2ª, hace referencia por primera vez al falso Quijote. Esta publicación empujó a Cervantes terminar la Segunda Parte, tarea que había pospuesto a favor de otro proyecto literario. Del Quijote de Avellaneda se habían impreso miles de ejemplares que estaban ya circulando. Cervantes necesitaba reivindicarse y la forma más inmediata y eficaz de lograrlo era publicar su propio Quijote II, en el que denuncia en varios pasajes la falsa obra:

En (II, 59) don Quijote hojea con frialdad el libro de Avellaneda y destaca los aragonesismos y otros defectos del lenguaje.

-En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.”

Con formas más feroces, lo hace en (II-70), Altisidora relata que en su viaje por el infierno vio a los diablos jugando a la pelota con un ejemplar de dicho libro:

...llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros …”

... A uno dellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: ''Mirad qué libro es ése''. Y el diablo le respondió: ''Ésta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas''. ''Quitádmele de ahí -respondió el otro diablo-, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos''. ''¿Tan malo es?'', respondió el otro. ''Tan malo -replicó el primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara''...

La aparición de don Alvaro Tarfe es mucho más rotunda. El ha conocido bien al falso don Quijote y ahora va a conocer al verdadero:

LLegó en esto al mesón un caminate a caballo, con tres o cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor dellos parecía:

-Aquí puede vuestra merced, señor don Alvaro Tarfe, pasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca.

Oyendo esto don Quijote, le dijo a Sancho:

-Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Alvaro Tarfe.

-Bien podrá ser -respondió Sancho-. Dejémosle apear; que después se lo preguntaremos.

El caballero se apeó, y, frontero del aposento de don Quijote, la huéspeda le dio una sala baja, enjaezada con otras pintadas sargas, como las que tenía -la estancia de don Quijote. Púsose el recién venido caballero a lo de verano, y saliéndose al portal del mesón, que era espacioso y fresco, por el cual se paseaba don Quijote, le preguntó:

-¿Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre? y don Quijote le respondió:

-A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural. Y vuestra merced, ¿dónde camina?

-Yo, señor -respondió el caballero-, voy a Granada, que es mi patria.

¡Y buena patria! -replicó don Quijote-. Pero dígame vuestra merced, por cortesía, su nombre; porque me parece que me ha de importar saberlo más de lo que buenamente podré decir.

-Mi nombre es don Alvaro Tarfe -respondió el huésped. A lo que replicó don Quijote:

-Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe ser aquel don Alvaro Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la Historia de don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno.

-El mismo soy -respondió el caballero-, y el tal don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mio, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba...

-y dígame vuestra merced, señor don Alvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal don Quijote que vuestra merced dice?

-No, por cierto -respondió el huésped-, en ninguna manera.

- Y ese don Quijote -dijo el nuestro-, ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?

-Sí traía -respondió don Álvaro-, y aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.

-Eso creo yo muy bien -dijo a esta sazón Sancho-, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente; que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas, y si no, haga vuestra merced la experiencia, y ándese tras de mí, por lo menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas, que sin saber yo las más veces lo que me digo, hago reír a cuantos me escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente, que es mi amo. Todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burleria y cosa de sueño.

-¡Por Dios que lo creo -respondió don Alvaro-, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que habéis hablado que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron muchas! Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso, y tengo por sin duda que los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga; que osaré yo jurar que le dejo metido en la casa del Nuncio, en Toledo, para que le curen, y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío.

-Yo -dijo don Quijote- no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo, para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Alvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes, por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira; y así, me pasé de claro a, Barcelona… Finalmente, señor don Alvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar, de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero, es aquel que vuestra merced conoció.

-Eso haré yo de muy buena gana -respondió don Alvaro-, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones, y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto ni ha pasado por mí lo que ha pasado.

En presencia del alcalde del pueblo y un escribano se redactó el documento solicitado, que don Alvaro firmó. El texto plantea unos problemas insuperables. ¿Es lícito coaccionar a alguien para que renuncie a un amigo? ¿Es ética la postura de Alvaro Tarfe? Al menos muy lógico en el Caballero no es, pero desde la perspectiva del autor es incluso merecido para Avellaneda, y la confusión o el error, el propio Alvaro Tarfe lo achaca a los encantadores, como el mismo don Quijote recurre cuando se da un conflicto entre la apariencia y la realidad.

John J. Allen, comenta que la lógica y la credibilidad se ponen en mayor peligro con la declaración de Tarfe, «no he visto lo que he visto ni ha pasado por mí lo que ha pasado». Según Allen, este dictamen de don Alvaro es una renuncia de su propia experiencia.

Para Cervantes, la ficción de Avellaneda no aparece como «novela» sino como historia. Se hace referencia a dicha obra bajo la denominación de «historia» dos veces en II, 59: dos veces en II, 70; y tres veces en II, 72.

La cuestión que hay que plantearse no tiene que ver con el ser de estos personajes sino con la verdad de su identidad. La pregunta pertinente no es «¿qué son?», ni «¿cómo pueden ser?», sino sencillamente «¿quiénes son?» Ya en el capítulo 59 Sancho propone una respuesta, cuando entra en conocimiento de la obra de Avellaneda por primera vez. Allí afirma que «el Sancho y el Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli ... » De nuevo en II, 72, en presencia de don Alvaro, Sancho expresa la convicción de que dos impostores han usurpado sus identidades, nombres y fama, y están transitando por los caminos con plena impunidad. En este momento, las palabras de Sancho llevan todo el peso de su indignación: « ... y ese Sancho que vuestra merced dice ... debe de ser algún grandisimo bellaco, frión y ladrón juntamente; que el verdadero Sancho Panza soy yo ... » A esta suposición de Sancho no se le debe de negar importancia, debido al papel que juega a lo largo de la novela el sentido común, o de la interpretación realista. No obstante, el mismo don Quijote, unos párrafos más abajo ratifica que él «no es aquel que anda impreso en una historia intitulada Segunda parte de Don Quijote de la Mancha por un tal Avellaneda ... » Y unas frases antes reitera la noción de Sancho de que los conocidos de don Alvaro son dos falsarios:

Culturalmente, la concurrencia del par de impostores es admisible si se considera que se trataba de una sociedad en la que la vida constantemente imitaba el arte. Era frecuente entre ciudadanos acomodados pasar tiempo en el campo imitando la literatura pastoril, provistos de trajes e instrumentos musicales apropiados, y de églogas para recitar. Respecto al Quijote, es un hecho histórico que, muy pocas décadas después de la publicación de su primera parte en 1605, había adquirido tanta fama que en las plazas de los pueblos se hacían representaciones burlescas de sus personajes. Así es perfectamente admisible, dentro de la narrativa, de que una pareja de impostores estaba adquiriendo fama a expensas de los genuinos don Quijote y Sancho. Lo que tenemos aquí es a don Quijote y Sancho imitando las aventuras de los caballeros andantes de las novelas de caballerías, y un par de impostores imitando la imitación.

A la entrada de Barcelona, un emisario de Roque Guinart recibe al caballero andante bajo el título de «el verdadero don Quijote de la Mancha, no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado... ». Cervantes infunde vida en don Alvaro Tarfe y en la pareja don Quijote-Sancho de Avellaneda. Don Alvaro Tarfe queda así corroborado por Cervantes como personaje real.

En definitiva lo que se hace en el Quijote de Avellaneda es una restauración del orden perdido en nombre del estado y de la religión que son vencedoras de toda anomalía, un desenlace armonista propio de la época, quitando de la circulación estas figuras patológicas. La libertad que había en el Quijote de Cervantes queda neutralizada. Pero Cervantes, con la retractación de Alvaro Tarfe, incluso firmando ante la justicia, tomándose la ficción en serio al resolver el problema en términos reales pone las cosas en su sitio. No conforme con los hechos de la firma acuden al derecho, como si la ficción literaria tuviera una jurisdicción propia. Es un precedente de lo que después se ha llamado metaficción, un ejemplo de ello se da en Niebla de Unamuno, donde el personaje llega a defender su legitimidad frente al autor. Cervantes, en este caso se toma en serio su obra porque le va en ello la credibilidad.

Cide Hamete Benengueli


- ...que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
-Ese nombre es de moro -respondió don Quijote.
-Así será -respondió Sancho-, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas.

El el capítulo ocho de la primera parte cuando don Quijote se encuentra con el vizcaíno y se ponen a discutir como dos locos, en una escena grotesca y ridícula. El vizcaíno que va en una mula, tropieza y cae de la montura; se miran y cuando ambos personajes tiene las espadas en alto prestos para la batalla, el narrador suspende la acción y hay en la novela una intervención metarrativa en la que este dice:
...en este punto y término deja el autor de esta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas.”
Como si de un capítulo de televisión se tratase, se acaba en lo mejor, y no sabemos qué va a ocurrir a partir de aquí, pero el narrador primero sigue:
Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que de este famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin de esta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte" (el siguiente capítulo).
Claramente nos predispone con esta avanzadilla, antes de que suceda, a que la serie sigue. Claro, el verdadero narrador Cervantes ya la ha encontrado. En el capítulo nueve leemos:
Dejamos en el anterior capítulo al valeroso vizcaíno y al famoso Don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales que si en lleno se acertaban, por lo menos se dividirían y henderían de arriba abajo, y abrirían como una granada, y que en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que de ella faltaba.”
Es en este momento cuando nos cuenta su paseo por el mercado, la feria del libro de aquellos años. Dice que iba por el Alcaná de Toledo se encontró con aquella historia que hacía poco había leído y que resulta que escribió en árabe un morisco, que presenció los hechos, hace ya muchos años Cide Hamete Benengueli. La propia novela reflexiona sobe la novela, amplia su espacio narrativo de tal manera que lo que parecía una novela convencional contada por un individuo del pueblo, resulta que detrás de éste surgen una serie interminable de narradores: un cronista, un traductor, otro que encuentra el manuscrito, el traductor… Y la novela se complica. Ya no sabemos qué fuente es la más fiable. Acaso sacamos que el autor primero es un autor anónimo, un pobre hombre del que no sabemos nada, solo el texto de los capítulos de uno al ocho.
Todo esto ha despistado mucho a la crítica literaria. Claro debe quedar que Cervantes hace todo esto para sobrevivir, para dispersar responsabilidades. Sobrevivir siempre es importante, hoy día también, pero hoy no nos queman vivos como ocurría en su tiempo, y lo peor es que en esos tiempos te quemaban vivo en los estados en toda Europa (Calvino en los años que gobernó en Suiza mató proporcionalmente muchas más personas que los inquisidores españoles). Hablamos de una época que la vida humana valía poco.
Ed. Sopena. 1931
En el capítulo nueve emerge
a figura clave de la narración: Cide Hamete Benengeli. Se presenta por el narrador principal, ese que dice, “En un lugar de la Mancha...”, el mismo que se paseaba por el Alcaná de Toledo; ese que es del que menos nos podemos fiar, porque constantemente miente: narra una cosa y a continuación te das cuenta que los personajes hacen otra distinta. Así surge Cide Hamete Benengueli, como un personaje fantasma, un personaje citado al que no oímos nunca, se habla de él, se dice que dice, no narra nada, es un truco narrativo. Es el autor del original árabe, un árabe escribiendo la historia de un caballero manchego; un historiador árabe en la mancha (como si hubiera esquimales en Granada, vamos), al que Cervantes parece llamar señor Berenjeno; nótese la ironía que, de paso, además ridiculariza la historia. Es parte del juego que hay en el Quijote. Cide Hamete es el más emblemático de estos autores porque es el que da la cara, todo ha salido supuestamente de él. Los otros no tienen nombre, pero Cide Hamete sí, y además es un nombre ridículo, y su función es la de dejarse citar, dejarse mencionar por los que no tienen nombre, en hacer el trabajo sucio del narrador porque los episodios más ridículos y grotescos son los que llevan la mención específica de Benengueli, un recurso hábilmente manejado por Cervantes que parece lavarse las manos diciendo: que lo que yo digo, no lo digo yo, que lo escribió un árabe hace muchos años, y además lo escribió en árabe.
Cidi Hamete, nunca habla directamente al lector, no cuenta nada, solo pone su nombre que está intervenido por el narrador, al que, como a sus personajes, no da ninguna libertad. El narrador con una mano de hierro y un guante de seda nos confunde continuamente, cuando creemos que está en un cosa, ya está en otra, engañando a sus propios personajes y al lector continuamente. Cide Hamete no es sujeto de ninguna narración es objeto de la narración por parte del narrador, un personaje ridículo al que se le atribuye la autoría de la novela; tienen una relación dialéctica con el narrador, donde éste representa la cordura, la prudencia, la sensatez y Cide Hamete la exageración, la hipérbole, lo invesosimil, lo extraordinario, lo ridículo, lo grotesco. Siempre que aparece Benengueli el narrador parece advertirnos: fijaos que ridiculez está diciendo... Y con estos engaños el narrador está lanzando críticas contra la idea de libertad de la época, la idea de política, la idea de guerra y de paz, contra la iglesia, etc… Con Cervantes no sabemos a qué atenernos.
Pondremos algunos ejemplos del trato ridículo del narrador sobre Cide Hamete Benengueli:
En el capítulo 15 de la primera parte llama sabio al Sr. Berenjena, qué ironía, es como llamáselo al profesor zoquete de los teleñecos. Dice el narrador principal:
Cuanta el sabio Cide Hamete Benengeli, que así como don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisóstomo, él y su escudero se entraron por el mismo bosque donde vieron que se había entrado la pastora Marcela...”
En otro pasaje del capítulo 17 dice que dice Cide Hamete la siguiente chorrada con la solemnidad de lo obvio:
Y es de saber que llegando a este paso el autor de esta verdadera historia exclama y dice: «¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Quijote de la Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue gloria y honra de los españoles caballeros! ¿Con qué palabras contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérbole...”
Para este tipo de declaraciones usa el narrador a Cide Hamete, pero de su relato en árabe nada, no existe. Lo que le llega al lector es consecuencia de dos traducciones o tranducciones, la primera la del morisco aljamiado que lo traduce del árabe al español y la segunda la conversión que hace el narrador que a partir la la traducción del morisco hace sus notas y sus glosas, y Cide Hamete es solo un artificio, autor arábigo y manchego, esquimal y alpujarreño, ¡que ironía!
En el capítulo 2 de la segunda parte, dice Sancho:
“… que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, y, yéndole yo a dar la bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.”
Cómo se explica esto, se pregunta Sancho, que se conozcan las cosas que nos han sucedido si solo estábamos los dos. Don Quijote y Sancho dialogan sobre Cide Hamete llegando en este diálogo a ridicularizarlo con el parecido de su nombre y las berenjenas:
-Yo te aseguro, Sancho -dijo don Quijote-, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.
-Y ¡cómo -dijo Sancho- si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena!
-Ese nombre es de moro -respondió don Quijote.
-Así será -respondió Sancho-, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas.
-Tú debes, Sancho -dijo don Quijote-, errarte en el sobrenombre de ese Cide, que en arábigo quiere decir señor.
El autor narrador ironiza en grado sumo a dar a entender que su obra, la más grande de la literatura española y universal es escrita en árabe y por un moro al que ridiculiza. El el humor llevado a su máximo grado, se está riendo de sí mismo.
Sansón Carrasco, un personaje a estudiar, es un bachiller, un estudiante de Salamanca (otra vez la Universidad, y no sale bien parada), socarrón, cínico, falsario. Es el personaje al que el narrador le encomienda la labor de desarticular a don Quijote haciéndole por el Caballero de la Blanca Luna. En las playas de Barcelona se enfrentan bajo el código de de la caballería y le vence haciéndole volver a su aldea, donde nuestro héroe recupera la razón y muere. Sansón Carrasco es una figura grotesca, fácilmente burlesca; estudiante torpe que bien podría ser profesor.
En este capítulo 2 de la segunda parte hay un texto de metanarración, de metacrítica literaria, y es que la propia novela, en la segunda parte, habla de su primera parte; habla del éxito que ha tenido, del número de ejemplares imprimidos, y se habla en términos críticos y muy irónicos; los propios personajes hablan de sí mismos.
En el episodio de la cabeza encantada en la casa de Antonio Moreno en Barcelona, otra situación ridícula que el narrador pone en manos de Benengueli con las palabras que siguen:
El cual quiso Cide Hamete Benengeli declarar luego, por no tener suspenso al mundo, creyendo que algún hechicero y extraordinario misterio en la tal cabeza se encerraba; y así, dice que don Antonio Moreno, a imitación de otra cabeza que vio en Madrid, fabricada por un estampero, hizo ésta en su casa, para entretenerse y suspender a los ignorantes...”
Atribuyendo como hacía la novela morisca y la novela de caballería a un cronista exótico los relatos que de alguna manera bordeaban la fantasía o las normas convencionales de la época. Otro episodio atribuido a Cide Hamete es la escena del capítulo 10 de la segunda parte, entre Sancho y su mujer, en el que Sancho Panza habla casi con el decoro de un catedrático o incluso mejor:
Llegando el autor desta grande historia a contar lo que en este capítulo cuenta, dice que quisiera pasarle en silencio, temeroso de que no había de ser creído, porque las locuras de don Quijote llegaron aquí al término y raya de las mayores que pueden imaginarse, y aun pasaron dos tiros de ballesta más allá de las mayores. Finalmente, aunque con este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que él las hizo, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad, sin dársele nada por las objeciones que podían ponerle de mentiroso. Y tuvo razón, porque la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.”
Otro episodio extraordinario o inverosímil que el narrador presenta con duda. Está tentado de cambiar lo que el autor dice, pero al final, aunque no está convencido, deja lo que Cide Hamete había escrito. Dice que dudó, pero en realidad el que cuenta la historia y seguramente no dudó nada es él (como cuando se dice de alguien: no digo que sea un delincuente, ni un sinvergüenza, ni un acosador…, pero lo está diciendo). Es un elemento burlesco que utiliza incluso cuando cuenta simplezas o nimiedades, como en el capítulo 60 de la segunda parte:
Sucedió, pues, que en más de seis días no le sucedió cosa digna de ponerse en escritura, al cabo de los cuales, yendo fuera de camino, le tomó la noche entre unas espesas encinas o alcornoques, que en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele.”
Hay un detalle importante relacionado con el Quijote de Avellaneda. El Avellaneda que se edita en 1614 supone una intervención muy violenta respecto a la primera parte del Quijote de Cervantes. Se podría decir que es la primera interpretación que la derecha hace del Quijote de Cervantes, una interpretación contrarreformista y es sin duda la mejor interpretación que hicieron del Quijote sus contemporáneos, que intenta destruir los valores del de Cervantes que clara e inteligentemente identifica, sobre todo la idea de libertad. En otro episodio, capítulo 59 de la segunda parte, Cide Hamete arremete contra el Avellaneda, cosa imposible, pues como iba a saber este autor muchos años antes que Avellaneda iba a criticar la obra que entonces estaba él escribiendo. Un despiste más del autor. No lo creo, es un despiste deliberado. Dice:
Créanme vuesas mercedes -dijo Sancho- que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.”
El Sancho de Avellaneda es un personaje muy desagradable que se esconde comida debajo de los sobacos; y su don Quijote que se lía con una ramera, el mayor despropósito. Pero ¿porqué? Porque el autor del Avellaneda ha identificado perfectamente los valores del de Cervantes, que la inquisición era muy lista. Continúa el capítulo 59:
Yo así lo creo -dijo don Juan-; y si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, si no fuese Cide Hamete, su primer autor...”
De nuevo la confusión del primer autor para parte de la crítica, otro gazapo deliberado de Cervantes, al decir que Cide Hamete es el primer autor, olvidándose del autor primero de los capítulos uno al ocho. A continuación es cuando don Quijote dice la famosa frase:
Retráteme el que quisiere -dijo don Quijote-, pero no me maltrate; que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias.”
En otra ocasión también habla de Cide Hamete en defensa del Quijote original, sabiendo de antemano que trescientos años después alguien escribiría el falso Quijote:
Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores.”
Aquí la parodia consiste en la hipérbole. Luego viene un diálogo que mantiene con los demonios, donde, trescientos años antes, el señor Berenjena sabe hasta el lugar de nacimiento del falso autor:
Y el diablo le respondió: ''Ésta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas''. ''Quitádmele de ahí -respondió el otro diablo-, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos''. ''¿Tan malo es?'', respondió el otro. ''Tan malo -replicó el primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara''.
Y en el capítulo 74 -2 ª Cide Hamete es el encargado de sellar la novela, con estas palabras:
Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma:
-Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres:
Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que, para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en éstos como en los estraños reinos''. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale, verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.
Es imposible que Cide Hamete supiera que nueve años después que viera la luz la primera parte del Quijote, un autor no autorizado iba a escribir la segunda parte. Es un equívoco deliberado del verdadero autor: Cervantes.

jueves, 18 de junio de 2020

El Quijote de Avellaneda


Probablemente sus autores son varios y relacionados con la Inquisición, en esta línea podría entrar en el grupo Lope de Vega que realizaba trabajos para esta.

Es una interpretación contrareformista tridentina del Quijote de 1605. Es también la primera interpretación que se hace en la historia del Quijote de Cervantes en clave religiosa y literaria; convierte la razón antropológica que domina en el el Quijote de Cervantes en una razón teológica. El cura y barbero en el primer capítulo le dan a leer a don Quijote tres libros que eran los mismos que la Inquisición hacía leer a los presos ilustrados: los Evangelios, el Flos sanctorum de Villegas, la Guía de Pecadores de Fray Luís de Granada. Este tratamiento, idéntico al que practicaba la Inquisición es lo que hace suponer que el Quijote de Avellaneda sale de muy cerca de esta, de la que Lope de Vega era familiar (esta es la teoría de Antonio Márquez). Se apoya, en que en esa época no se podían escribir libros con pseudónimo, y el Avellaneda fue muy conocido nada más salir, publicándose si traba alguna. También se apunta como autor por algunos críticos a Jerónimo de Pasamonte, un personaje ultracatólico de la época, y que también pudo contar con el apoyo de Lope. Toda la obra de Cervantes intenta apartarse de la religión, defenderse de ella; el Quijote de Avellaneda está impregnado por una concepción teológica extremadamente radical. La mitología caballeresca del código del Quijote de Cervantes, queda suplantada por la teología en el Quijote de Avellaneda.

Los dos quijotes son profundamente racionalistas, Cervantes critica la realidad del mundo, y Avellaneda critica la literatura de Cervantes; Cervantes se mueve mediante la razón antropológica, y Avellaneda por la razón teológica, basada en en la contrarreforma tridentina. El Quijote de Avellaneda es el negativo del Quijote de Cervantes, está en sus antípodas: en el de Avellaneda don Quijote está verdaderamente loco, frente al de Cervantes que es un loco fingido; el de Avellaneda se junta con una mujer que es una prostituta, frente al de Cervantes que se enamora de una mujer ideal, bajo el ideal caballeresco, que desde el punto de vista del amor cortés, el que ama, vale más que el que no ama, el que tiene pareja vale más que el que no tiene (Don Quijote, el verdadero, no puede permitirse no estar enamorado de una dama; ya en el siglo de oro se pensaba eso de que el mejor complemento de una mujer no es el bolso sino el hombre que lleva a su lado); el Quijote de Avellaneda asiste a misa diaria, lleva siempre el rosario en la mano, y oye con atención los sermones, de tal manera que todos los vecinos del lugar llegan a pensar que ya estaba sano…, frente al de Cervantes, donde no hay nada litúrgico. Hay una extraña alianza, una insólita concomitancia entre la vida de don Quijote, los hábitos y el imperativo religioso, y los programas estatales, con el trono y el altar, la iglesia y las leyes civiles.

En los relatos intercalados pasa lo mismo. Uno es un ermitaño que relata el cuento de “Margarita la tornera”, que es una monja que marcha del convento, y que es reemplazada en sus labores por la Virgen María, hasta que vuelve y se le perdona todo; otro es el cuento del Soldado Bracamonte, que trata de un monje que abandona los hábitos por una vida de riqueza, que acaba en tragedia, matando a su propio hijo. En los relatos de Cervantes se plantean entierros civiles, como es el caso de Grisostomo, con rituales paganos, que quedan en el Avellaneda reemplazados por una forma de interpretación literaria saturada de religión católica, bajo el signo de la contrarreforma tridentina. La poética queda reducida a la teología, dando el mensaje de que quien abandona a la iglesia fracasa, arruina su vida y paga.

El Quijote de Avellaneda es pues, un misil ultracatólico lanzado contra el Quijote de Cervantes. Cervantes es un ateo de formación católica, en tanto que el autor del Avellaneda es sin duda un ultraconservador de formación católica, como demuestra la solución final que Avellaneda da a los tres personajes principales en nombre de dios:
  • Don Quijote, al que se le encierra en la casa del Nuncio de Toledo, conocido lugar en otras obras de la época como un manicomio para locos que cometen delitos, una casa para sicópatas y delincuentes. Allí don Quijote es recluido encadenado y maltratado (seguramente como quería Avellaneda ver a Cervantes). Don Quijote al entrar en la casa y ver a los locos, unos felices otros sufriendo, todos encadenados, dijo la frase de que allí estaba “cada loco con su tema”.
  • La equivalente a Dulcinea, la prostituta Bárbara, una mujer perdida, la más radical degradación de Dulcinea, que es llevada a una casa de recogida de mujeres de mala vida, es como una especie de purgatorio donde penar por sus pecados.
  • Sancho que entra a servir a un noble apodado Archipámpanos, a título de criado rufianesco del noble, porque como dice la novela “Sancho, aunque simple, no peligraba en el juicio.
En definitiva lo que se hace en el Quijote de Avellaneda es una restauración del orden perdido en nombre del estado y de la religión que son vencedoras de toda anomalía, un desenlace armonista propio de la época, quitando de la circulación estas figuras patológicas. La preceptiva oficial suplanta o neutraliza a la libertad que había en el Quijote de Cervantes.

Por parte de Cervantes hay una respuesta en la segunda parte del Quijote, con la retractación de Alvaro Tarfe, incluso firmando ante la justicia, tomándose la ficción en serio al resolver el problema en términos reales. No conformes con los hechos de la firma acuden al derecho, como si la ficción literaria tuviera una jurisdicción propia. Es un precedente de lo que después se ha llamado metaficción (un ejemplo de ello se da en Niebla de Unamuno, donde el personaje llega a defender su legitimidad frente al autor).

Las consecuencias de la ficción son operatorias fuera de la ficción, aunque dentro sean solo estructurales. La ficción es aquella realidad material que carece de existencia operatoria, pero puede tener consecuencia operatoria, sobre todo para los moralistas que se toman la ficción en serio, para filósofos como Platón que se toma la poesía en serio y la leen como un tratado de matemáticas o un curso científico; de ahí que los moralistas o feministas posmodernos, o el judaísmo se tomen en serio la literatura, son formas dogmáticas de vivir que no comprenden lo que es la ficción y se agarran al dogma, a una interpretación de los hechos de forma dogmática. Cervantes, en este caso se toma en serio su obra porque le va en ello la credibilidad de su obra.

El Avellaneda ha sido un interpretación aberrante del de Cervantes, como otras tantas que después ha habido… Sin embargo los ilustrados españoles pensaban que el Quijote de Avellaneda era mejor que el de Cervantes. ¡Qué disparte!Los genios nunca son ortodoxos y la obras se juzgaban, se juzgan hoy día en muchos caos, por su correspondencia con la preceptiva (cuando todas las grandes obras han superado la preceptiva). Tuvieron que venir los ingleses, franceses y alemanes para decir que el Quijote de Cervantes, era la mejor obra de la historia para que le diera su valor. Los mejores interpretes de Cervantes han sido los españoles heterodoxos (Unamuno, Torrente, Rosales), no los cervantistas, no los orteguianos, que siempre han llegado a Cervantes para justificar sus intereses o sus ideologías.

miércoles, 17 de junio de 2020

Don Quijote, el personaje

Parece que del personaje de don Quijote no podemos decir nada malo, que está prohibido, y sin embargo es un personaje espeluznante, con una locura y una idea de justicia medieval, especialmente al comienzo de la novela, donde arremete contra todo con ímpetu de adolescente. Don Quijote es un personaje ridículo, su comportamiento está por debajo de lo convencional, y con frecuencia, impone la paz a fuerza de golpes, con violencia. La paz aristotélica (si quieres la paz, preparate para la guerra); don Quijote, como Aristóteles, tiene una idea política de la paz, frente a la paz religiosa de Erasmo, que dice que ésta se consigue dialogando, algo parecido a lo de la Alianza de Civilizaciones que hoy día algunos defienden, que afirma que la realidad está hecha de palabras, ¡como si la gente se entendiera hablando! Don Quijote es muy agresivo y Cervantes como narrador, interpreta sus hechos con cierto humor, con mucha ironía (tanta ironía como la del preso aquel que pregunta a su carcelero que cuando lo iban a ahorcar, a lo que éste le contesta que el lunes, y dice el preso resignado y con ironía, ¡buena forma de empezar la semana!); es un humor negro, ese tipo de humor, no siempre negro, está presente en el Quijote, donde el sujeto que interpreta la experiencia cómica es el protagonista, que parece reírse de sí mismo, de sus propias miserias. Esto si es una característica típica del Quijote, obra que es además tremendamente crítica y a la vez optimista.

A medida que se va desarrollando la obra, don Quijote se va aproximando cada vez más al racionalismo contemporáneo, pero al comienzo es un verdadero psicópata, es un individuo que sufre (sufre como personaje literario), un individuo que experimenta trastornos deliberados de personalidad, o al menos los finge (se cree el Marqués de Mantua, Baldovino, confunde al cura de su pueblo con el Arzobispo Turpín, que es uno de los sacristanes de Carlomagno). En la segunda parte ya esto no le ocurrirá más.

Don Quijote desde el comienzo tiene un móvil que no abandonará hasta su muerte: actuar como alguien que imparte justicia conforme a un modelo de justicia totalmente anterior a la constitución de los estados nacionales; es un ser perturbado, un justiciero propio de una sociedad preestatal pero que aparece y actúa en el seno de una sociedad estatal, en una sociedad moderna.

Don Quijote tiene una mente medieval si bien embellecida por la literatura. La literatura es una cosa muy peligrosa tomada en serio, porque la gente se la puede creer, que es lo que le pasa a don Quijote que se cree un caballero andante, considerando que lo que lee en los libros de caballería es verdad, y la literatura no dice verdad, la literatura no es conocimiento, no es ciencia, la literatura es ficción, es arte; pero es que la literatura tampoco cuenta mentiras. La mentira y la verdad nada tienen que ver con la ficción. En el siglo XVII se toma como referencia que lo que dice la historia es verdad y lo que dice el poeta es mentira. La cuestión es que don Quijote se toma en serio los libros de caballería, que es una forma de literatura totalmente sofisticada o reconstructivista, o sea, un mundo que jamás existió. Relaciona idealmente una literatura extraordinariamente fantástica y maravillosa que reconstruye de forma ideal. Don Quijote se nutre de esa clase de hechos, y se nutre de la idea en virtud de la cual puede ejercer la justicia en el contexto de un estado nacional, que ya tiene su propio aparato de justicia.

En la liberación de los galeotes don Quijote se enfrenta a los guardias, la Guardia Civil de entonces, y les exige que suelte a los presos, que nadie tiene derecho a quitar la libertad de nadie. Maneja una idea de libertad posmoderna, rusoniana, “el hombre es libre por naturaleza”; una idea ridícula -y más en aquellos tiempos -, cuando la realidad es que nadie es libre por naturaleza, y la libertad hay que ganarla con esfuerzo. Cuando los libera, Sancho le advierte que lo que ha hecho es un delito y le dice que lo mejor que puede hacer es ocultarse de la Inquisición en Sierra Morena, y don quijote que es muy inteligente y no siempre está loco, le dice:

-...porque no digas que soy contumaz y que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes…

Furia que tanto teme Sancho, y que él que no está loco, también la teme. Hay una racionalidad que don Quijote nunca pierde de vista: que siempre responde a sus objetivos.

El episodio más cínico del Quijote es el del vaciyelmo. Es la única vez que llueve en la novela, que caen unas gotas. Ve acercarse por los llanos de la Mancha a un barbero que va de un pueblo a otro metido en su faena. El barbero decide cubrirse de la lluvia poniéndose la vacía en la cabeza. Don Quijote en su locura lo confunde con un caballero cubierto con su yelmo, que con las gotas y el tímido sol reluce como el oro. ¿Como el oro? No. Es de oro a ojos de nuestro héroe. Es el Yelmo de Mambrino, que ha de arrebatarle en descomunal batalla. Arremete contra el barbero que huye despavorido y se hace con el yelmo. Una escena ridícula carnavalesca. El punto álgido de esta aventura lo tiene poco después en la venta de Palomeque, en la que se reúnen, los cuadrilleros, Fernando, Luscinda, Dorotea, el cura, el barbero Maese Nicolás y aparece también el barbero al que arrebató la vacía. Por alargar la burla todos le siguen el juego y dicen a una que eso no es vacía sino yelmo… Y se lía la gresca en la que también se discute si el botín, con el que Sancho se hizo en la pelea, es albarda o jaez. La ilusión óptica termina cuando intervienen los cuadrilleros y dicen que todo esto es una tomadura de pelo. A partir de esta burla, la locura de don Quijote comienza a ser compartida por sus amigos que le siguen el juego. La locura del “yo” pasa al juego del “nosotros”.

Don Quijote fracasa en todas sus empresas. Pese a que el Quijote siempre ha enamorado a los idealistas, es a ellos a quien paradógicamente critica, a todos los idealismos. Don Quijote siempre fracasa. Cervantes parece advertirnos que los idealismos no conducen a nada, que es una perdida de tiempo, incluso que pueden llegar a ser peligrosos -eso la historia lo ha demostrado con creces ¿Pero y si don Quijote no está loco, sino que está jugando para divertirse, para vivir?

Episodio de la muerte de don Quijote. Cervantes no quiere ridicularizar la muerte de don Quijote pero tiene que matarlo para que Avellaneda no saque la 4ª parte, que no sabe y teme por donde podría salir, pues Cervantes conoce que “el Avellaneda” ha interpretado perfectamente su mensaje. Así Cervantes, en la muerte de don Quijote, restaura la racionalidad de éste, que vuelve a ser Alonso Quijano, de la misma manera que el licenciado Vidriera recupera la razón a través de un fraile que le hace volver a la sensatez. En este caso don Quijote, Alonso Quijano, volviendo a la razón política, decide hacer testamento, y conforme a la razón teológica se confiesa y encomienda su alma a Dios, Una muerte totalmente racional y contemplando las facetas de la razón de su tiempo; es como vivir en la inocencia, pero no en la ignorancia.

No muere en ridículo aunque antes haya protagonizado muchas situaciones ridículas. La locura de don Quijote tiene sus explicaciones más visibles en la génesis y en la clausura, en el nacimiento y en la muerte, en el momento inicial y en el final, aunque cuando éste nace ya Alonso Quijano tenga más de 50 años. Aquí es donde más claramente encontramos las clave de su locura, don Quijote se fanatiza leyendo libros de caballería (cuantas personas se fanatizan con otras cosas, hasta leyendo tuit en las redes sociales. Esto ocurre porque consideran que en estas figuras están objetivadas las claves de su vida). Así el hecho de que alguien enloquezca leyendo libros de caballería no es tan ajeno como pudiera parecer, ya que el leer de forma aséptica no todo el mundo lo consigue. No es lo mismo leer un libro de aventuras, que tras leerlo, creerse el héroe de esas aventuras. Dice el cap. 1:

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros,”.

martes, 16 de junio de 2020

El cura de la aldea “de cuyo nombre no quiero acordarme”


El cura es uno de los personajes más parodiados del Quijote. No deja de ser curioso que aparezca en numerosas ocasiones en la novela pero ninguna de ellas ocupándose de sus feligreses, ni haciendo nada que tenga que ver con la actividad eclesiástica. Podemos ver en eso una de las características cervantinas: cuando la ironía no está en las palabras, pero sí en los hechos. Ocurre lo mismo en La Regenta, cuando la mujer más hermosa de Vetusta no es capaz a de enamorar a nadie que valga la pena, nada más que a un cura, que es como si no se enamorara nadie y un don Juan trasnochado, con cincuenta y tantos años de la época, un verdadero viejo, don Alvaro Mesía; que la mujer más atractiva de una cuidad de apenas treinta años, solo despierte el amor de viejo, que solo trata de burlarse de ella, y de un cura, que si bien las tiene todas, porque el magistral es un tío perfecto físicamente, pero es un cura, y que tiene una madre que no le deja tener relaciones sexuales nada más que con la asistenta que tiene en casa, es pura ironía sobre la belleza de Ana Ozores. Algo parecido tenemos en la Celestina, que dice necesitar de una vieja para que Calixto y Melibea se enamoren, cuando en realidad ya están enamorados desde que se vieron; no es necesario la intermediación para el amor, en todo caso es necesaria para que le abra la puerta del dormitorio.

Decíamos que el cura del Quijote no hace en la novela nada relacionado con su actividad eclesiástica. Sin embargo, se dice en la novela que el cura es un gran bromista, y es quien idea el plan de disfrazarse de princesa menesterosa para hacerle salir a don Quijote de Sierra Morena. El narrador cínicamente lo cuenta así en el cap 26-1ª:

Después, habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, vino el cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de don Quijote, y para lo que ellos querían, y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era: que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar como valeroso caballero andante y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella, donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía hecho, y que le suplicaba ansimesmo que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda hasta que la hubise hecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese sin duda que don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su estraña locura.”

El cura disfrazado de princesa menesterosa (tú cara me suena, ¿tomamos una copa?); en vez de pensar en la misa piensa en el carnaval. Cervantes sin duda disfraza al cura así, -hace que se disfrace él, que sea iniciativa suya - porque se quiere burlar de él y eso lo hace en plena contrarreforma cuando el Concilio de Trento había prohibido que los curas adoptaran una indumentaria distinta de su oficio.

En resolución, la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver: púsole una saya de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Wamba. No consintió el cura que le tocasen, sino púsose en la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra liga hizo un antifaz, con que se cubrió muy bien las barbas y el rostro; encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de quitasol, y, cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso.” Cap. 27 1ª:

No consiguió el cura que le tocasen”, ¿que le pusieran la toca o que le tocasen de tocar? ¡Vaya diafonía!, ¡Tocar a un cura! “Noli me tangere”. Y sigue el narrador:

Mas, apenas hubo salido de la venta, cuando le vino al cura un pensamiento: que hacía mal en haberse puesto de aquella manera, por ser cosa indecente que un sacerdote se pusiese así, aunque le fuese mucho en ello; y, diciéndoselo al barbero, le rogó que trocasen trajes, pues era más justo que él fuese la doncella menesterosa, y que él haría el escudero, y que así se profanaba menos su dignidad; y que si no lo quería hacer, determinaba de no pasar adelante, ...”

Vamos que la burla no pasa adelante, que todo queda en un simple desliz imputable al personaje, no al autor; imputable al cura, no a Cervantes. Es la habilidad de Cervantes, primero lo viste de ramera, pero luego cínicamente lo corrige, y así se libra de la Inquisición. Sigue el narrador:

En esto, llegó Sancho, y de ver a los dos en aquel traje no pudo tener la risa”

Sancho no es ningún tonto y al verlos no pudo contener la risa. Luego se encuentran con Dorotea, ya tienen a la princesa y no hace falta disfrazarse de mujer. El cura se quita su disfraz y queda en ropa interior; es justo cuando se encuentra con don Quijote que pasado un tiempo le dice:

...ruego al señor licenciado me diga qué es la causa que le ha traído por estas partes, tan solo, y tan sin criados, y tan a la ligera, que me pone espanto.”

Claro, encontrarse al cura de tu pueblo en calzoncillos por el monte a principios del siglo XVII es un poco raro. El cura que es un pillo le dice, cargando las tintas en referencia a lo galeotes que don Quijote liberó, que le robaron la ropa unos ladrones a los que un perturbado les dio libertad. Indirectamente llama a don Quijote loco, y don Quijote callado, tragando.

En otro momento dice del cura el narrador. Cap 29-1ª:

El cura, que vio el peligro que corría su invención de ser descubierta, acudió luego a las barbas y fuese con ellas adonde yacía maese Nicolás, dando aún voces todavía, y de un golpe, llegándole la cabeza a su pecho, se las puso, murmurando sobre él unas palabras, que dijo que era cierto ensalmo apropiado para pegar barbas, como lo verían; y, cuando se las tuvo puestas, se apartó, y quedó el escudero tan bien barbado y tan sano como de antes, de que se admiró don Quijote sobremanera, y rogó al cura que cuando tuviese lugar le enseñase aquel ensalmo; que él entendía que su virtud a más que pegar barbas se debía de estender, pues estaba claro que de donde las barbas se quitasen había de quedar la carne llagada y maltrecha, y que, pues todo lo sanaba, a más que barbas aprovechaba.”

Un cura de la contrarreforma practicando ensalmos para pegar barbas, cosa más bien de hechicero o de curandero. Otra parodia que le cae a los curas.

En el capítulo 1 de la 2ª parte, hay una broma sobre la confesión:

-Y a vuestra merced, ¿quién le fía, señor cura? -dijo don Quijote.
-Mi profesión -respondió el cura-, que es de guardar secreto.

Pero este cura es un gran tracista y como dice Sancho al final de la obra, es alegre y amigo de holganza. La idea que se quiere dar aquí es que el Quijote crítica a los idealistas demostrando que son incompatibles con la realidad y que pueden llegar a ser muy peligrosos, y que esa crítica es profunda, sutil y que no se detiene ante nada, ni ante la iglesia de la contrarreforma.