En el capítulo 72 de la segunda parte del Quijote aparece un personaje llamado don Alvaro Tarfe. Granadino, gentil y culto, caballero de mediana edad, que se encuentra fortuitamente con don Quijote en una posada.
Alvaro Tarfe, es amigo íntimo de don Quijote y Sancho en la novela de Avellaneda, a quienes acompaña a lo largo de un buen número de sus aventuras. Es don Alvaro quien determina, en el falso libro, que don Quijote debe ser ingresado en un manicomio de Toledo.
Cervantes, en el capítulo 59 -2ª, hace referencia por primera vez al falso Quijote. Esta publicación empujó a Cervantes terminar la Segunda Parte, tarea que había pospuesto a favor de otro proyecto literario. Del Quijote de Avellaneda se habían impreso miles de ejemplares que estaban ya circulando. Cervantes necesitaba reivindicarse y la forma más inmediata y eficaz de lograrlo era publicar su propio Quijote II, en el que denuncia en varios pasajes la falsa obra:
En (II, 59) don Quijote hojea con frialdad el libro de Avellaneda y destaca los aragonesismos y otros defectos del lenguaje.
“-En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.”
Con formas más feroces, lo hace en (II-70), Altisidora relata que en su viaje por el infierno vio a los diablos jugando a la pelota con un ejemplar de dicho libro:
“...llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros …”
“ ... A uno dellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: ''Mirad qué libro es ése''. Y el diablo le respondió: ''Ésta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas''. ''Quitádmele de ahí -respondió el otro diablo-, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos''. ''¿Tan malo es?'', respondió el otro. ''Tan malo -replicó el primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara''...
La aparición de don Alvaro Tarfe es mucho más rotunda. El ha conocido bien al falso don Quijote y ahora va a conocer al verdadero:
LLegó en esto al mesón un caminate a caballo, con tres o cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor dellos parecía:
-Aquí puede vuestra merced, señor don Alvaro Tarfe, pasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca.
Oyendo esto don Quijote, le dijo a Sancho:
-Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Alvaro Tarfe.
-Bien podrá ser -respondió Sancho-. Dejémosle apear; que después se lo preguntaremos.
El caballero se apeó, y, frontero del aposento de don Quijote, la huéspeda le dio una sala baja, enjaezada con otras pintadas sargas, como las que tenía -la estancia de don Quijote. Púsose el recién venido caballero a lo de verano, y saliéndose al portal del mesón, que era espacioso y fresco, por el cual se paseaba don Quijote, le preguntó:
-¿Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre? y don Quijote le respondió:
-A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural. Y vuestra merced, ¿dónde camina?
-Yo, señor -respondió el caballero-, voy a Granada, que es mi patria.
¡Y buena patria! -replicó don Quijote-. Pero dígame vuestra merced, por cortesía, su nombre; porque me parece que me ha de importar saberlo más de lo que buenamente podré decir.
-Mi nombre es don Alvaro Tarfe -respondió el huésped. A lo que replicó don Quijote:
-Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe ser aquel don Alvaro Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la Historia de don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno.
-El mismo soy -respondió el caballero-, y el tal don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mio, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba...
-y dígame vuestra merced, señor don Alvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal don Quijote que vuestra merced dice?
-No, por cierto -respondió el huésped-, en ninguna manera.
- Y ese don Quijote -dijo el nuestro-, ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?
-Sí traía -respondió don Álvaro-, y aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.
-Eso creo yo muy bien -dijo a esta sazón Sancho-, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente; que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas, y si no, haga vuestra merced la experiencia, y ándese tras de mí, por lo menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas, que sin saber yo las más veces lo que me digo, hago reír a cuantos me escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente, que es mi amo. Todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burleria y cosa de sueño.
-¡Por Dios que lo creo -respondió don Alvaro-, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que habéis hablado que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron muchas! Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso, y tengo por sin duda que los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga; que osaré yo jurar que le dejo metido en la casa del Nuncio, en Toledo, para que le curen, y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío.
-Yo -dijo don Quijote- no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo, para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Alvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes, por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira; y así, me pasé de claro a, Barcelona… Finalmente, señor don Alvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar, de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero, es aquel que vuestra merced conoció.
-Eso haré yo de muy buena gana -respondió don Alvaro-, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones, y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto ni ha pasado por mí lo que ha pasado.
En presencia del alcalde del pueblo y un escribano se redactó el documento solicitado, que don Alvaro firmó. El texto plantea unos problemas insuperables. ¿Es lícito coaccionar a alguien para que renuncie a un amigo? ¿Es ética la postura de Alvaro Tarfe? Al menos muy lógico en el Caballero no es, pero desde la perspectiva del autor es incluso merecido para Avellaneda, y la confusión o el error, el propio Alvaro Tarfe lo achaca a los encantadores, como el mismo don Quijote recurre cuando se da un conflicto entre la apariencia y la realidad.
John J. Allen, comenta que la lógica y la credibilidad se ponen en mayor peligro con la declaración de Tarfe, «no he visto lo que he visto ni ha pasado por mí lo que ha pasado». Según Allen, este dictamen de don Alvaro es una renuncia de su propia experiencia.
Para Cervantes, la ficción de Avellaneda no aparece como «novela» sino como historia. Se hace referencia a dicha obra bajo la denominación de «historia» dos veces en II, 59: dos veces en II, 70; y tres veces en II, 72.
La cuestión que hay que plantearse no tiene que ver con el ser de estos personajes sino con la verdad de su identidad. La pregunta pertinente no es «¿qué son?», ni «¿cómo pueden ser?», sino sencillamente «¿quiénes son?» Ya en el capítulo 59 Sancho propone una respuesta, cuando entra en conocimiento de la obra de Avellaneda por primera vez. Allí afirma que «el Sancho y el Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli ... » De nuevo en II, 72, en presencia de don Alvaro, Sancho expresa la convicción de que dos impostores han usurpado sus identidades, nombres y fama, y están transitando por los caminos con plena impunidad. En este momento, las palabras de Sancho llevan todo el peso de su indignación: « ... y ese Sancho que vuestra merced dice ... debe de ser algún grandisimo bellaco, frión y ladrón juntamente; que el verdadero Sancho Panza soy yo ... » A esta suposición de Sancho no se le debe de negar importancia, debido al papel que juega a lo largo de la novela el sentido común, o de la interpretación realista. No obstante, el mismo don Quijote, unos párrafos más abajo ratifica que él «no es aquel que anda impreso en una historia intitulada Segunda parte de Don Quijote de la Mancha por un tal Avellaneda ... » Y unas frases antes reitera la noción de Sancho de que los conocidos de don Alvaro son dos falsarios:
Culturalmente, la concurrencia del par de impostores es admisible si se considera que se trataba de una sociedad en la que la vida constantemente imitaba el arte. Era frecuente entre ciudadanos acomodados pasar tiempo en el campo imitando la literatura pastoril, provistos de trajes e instrumentos musicales apropiados, y de églogas para recitar. Respecto al Quijote, es un hecho histórico que, muy pocas décadas después de la publicación de su primera parte en 1605, había adquirido tanta fama que en las plazas de los pueblos se hacían representaciones burlescas de sus personajes. Así es perfectamente admisible, dentro de la narrativa, de que una pareja de impostores estaba adquiriendo fama a expensas de los genuinos don Quijote y Sancho. Lo que tenemos aquí es a don Quijote y Sancho imitando las aventuras de los caballeros andantes de las novelas de caballerías, y un par de impostores imitando la imitación.
A la entrada de Barcelona, un emisario de Roque Guinart recibe al caballero andante bajo el título de «el verdadero don Quijote de la Mancha, no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado... ». Cervantes infunde vida en don Alvaro Tarfe y en la pareja don Quijote-Sancho de Avellaneda. Don Alvaro Tarfe queda así corroborado por Cervantes como personaje real.
En definitiva lo que se hace en el Quijote de Avellaneda es una restauración del orden perdido en nombre del estado y de la religión que son vencedoras de toda anomalía, un desenlace armonista propio de la época, quitando de la circulación estas figuras patológicas. La libertad que había en el Quijote de Cervantes queda neutralizada. Pero Cervantes, con la retractación de Alvaro Tarfe, incluso firmando ante la justicia, tomándose la ficción en serio al resolver el problema en términos reales pone las cosas en su sitio. No conforme con los hechos de la firma acuden al derecho, como si la ficción literaria tuviera una jurisdicción propia. Es un precedente de lo que después se ha llamado metaficción, un ejemplo de ello se da en Niebla de Unamuno, donde el personaje llega a defender su legitimidad frente al autor. Cervantes, en este caso se toma en serio su obra porque le va en ello la credibilidad.