En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

lunes, 22 de abril de 2019

Reflexiones sobre el protagonista de El Quijote

Goya: Don Quijote en su biblioteca


En el Quijote se cuenta la historia de un hombre que, al llegar a cierta edad y por razones ignoradas, puesto que la de la locura que se propone puede ser discutible, intenta configurar su vida conforme a la realización de ciertos valores arcaicos con una finalidad expresa, para lo cual adopta una apariencia de armonía histórica con los valores de que se sirve y con el tiempo en que estuvieron vigentes, y en franca discordancia (por analepsis) con el tiempo en que vive y en que va a realizarlos. Consciente del anacronismo, quizás también de lo impertinente de su ocurrencia, el personaje adopta ante ella una actitud irónica que confiere a su conducta la condición de juego.

Torrente Balester. Gonzalo. El Quijote como juego. Ediciones Guadarrama. Punto Omega. 1975, 50

 
 
Cervantes nombra a su héroe de varias suertes: Quijada, Quesada a Quejana, en el capítulo I, aunque nos dice poco después que, visto que él se llamó don Quijote, de ahí «tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir…».
Bien a las claras se echa de ver que Cervantes quiso bromear con los lectores en lo que toca al apellido de su héroe. Por lo de Quijano se puede conjeturar que Martín de Quijano, veedor de las galeras en cuyas provisiones estuvo empleado Cervantes, fuese uno de los modelos vivos del don Quijote. Por lo de Quesada y Quijada puede inducirse tuviese en memoria dos o más sujetos reales que conoció en la villa natal de su mujer, en Esquivias. En el capítulo XLIX de la primera parte, hay un pasaje en que, respondiendo don Quijote a las razones con que el canónigo procura apartarle de sus vanas caballerías, le dice: «Si no, díganme también que no es verdad que fue caballero andante…, y las aventuras y desafíos que tan bien acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo desciendo por línea recta de varón), venciendo a los hijos del conde de San Polo». Azorín habla de “Rodrigo Pacheco” de Argamasilla de Alba, que fue un hidalgo loco, que salio por los caminos a hacer justicia.
Hay muchas teorías, pero hay una preciosa del colombiano Germán de Arciniegas, que escribió “El Caballero del Dorado”, en el que hace un paralelismo con el granadino Gonzalo Jiménez de Quesada (1509-1579), conquistador español, explorador del Dorado y gobernador de Nueva Granada, la actual Colombia, defensor de los débiles en su actuación civil y administrativa, y del que dice que piensa constantemente en su “Dulcinea” que ha dejado en Granada. Esto dice Arciniegas en el último párrafo de su novela de El caballero del Dorado:
Ningún conquistador pasó los trabajos que él pasó. Ninguno fue tan duramente mordido por el desencanto y las tristezas. Ninguno murió más pobremente, ni más viejo y sufrido, a la sombra de tejas que no fueron suyas. Pero ¿qué significan todas estas vanidades? Gonzalo dijo: espero la resurrección de los muertos. Y su epitafio está cumplido. Reverdece su vida en la de su hijo, que nunca habrá de marchitarse. Que se reúnan en cualquier sitio todos los soldados que vinieron a América, a ver si hay uno solo que pueda presentar un hijo como Quesada, que es el padre de don Alonso. Lágrimas sin término brotarán de ternura desde los abismos de la eternidad los ojos del fundador de la Nueva Granada, al ver los descalabros de su hijo el Don Quijote”.
¿Quién era don Quijote, si solo atenemos a la novela? Un personaje más bien cómico y ridículo, como fue la interpretación romántica, un adalid del idealismo, un luchador incansable por la justicia, que se da de bruces contra las maldades del mundo. Con esa predisposición hacia un personaje santificado a la manera de Unamuno se ha leído El Quijote. Con frecuencia se buscaba un modelo a seguir, un campeón de las causas justas y un ser perfecto que exponía las debilidades de la sociedad a golpes de puro idealismo.
Pero hay otras lecturas: don Quijote, en muchos pasajes de la novela, es un ser egoísta que busca su fama personal a costa de inocentes: como el joven Andrés (I,4); con las ovejas (I,18); con los asistentes a un funeral, los encamisados (I,19); con disciplinantes que piden el fin de una terrible sequía (I,52). Su locura, su idealismo, es como mucho selectiva, intermitente: ataca molinos de viento (I, 8), y se enfrenta a un león que le ignora (II, 17). Don Quijote resulta ser la invención de un hidalgo de vida intrascendente, cuyo pueblo y nombre el narrador no recuerda, y que sólo en el último capítulo del libro nos dice quién es Alonso Quijano. Más de mil páginas, para saber el verdadero nombre del protagonista. ¿A quién nos lleva este nombre de los mencionados al principio? No lo sabemos.
Una realidad incuestionable: sea cual sea su verdadero origen, don Quijote y Alonso Quijada son una misma persona, una santísima dualidad, en la que un personaje carecería de valor sin el otro. El hidalgo sin el caballero sería apenas un pequeño noble venido a menos, lector empedernido a falta de una vida apasionante que vivir. Pero en el caso contrario, ¿quién sería Quijote sin Quijano?
Pocas lecturas del protagonista cervantino se basan en el hidalgo Alonso Quijano. La más notable puede ser El Quijote como juego de Torrente Ballester, en donde se afirma que “el verdadero quijotismo... consiste en crear, mediante la palabra, la realidad idónea al despliegue de la fingida personalidad”; es decir, el “verdadero quijotismo” es la actividad que realiza el hidalgo Quijano al convertirse en don Quijote por mediación de su palabra. Quijano no está loco, sino que finge, crea y pone en la práctica a don Quijote.
Don Quijote siente un deseo de fama incontrolable que determina sus acciones y que arrolla literalmente a los personajes. La figura del caballero andante la crea Quijano (I,1), siguiendo el deseo de alcanzar una “fama increíble por todo el universo” (I, 32), hasta el punto que, en justificación de su tercera salida, afirma que “el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera” (II, 8).
En algunos momentos, el protagonista de la novela, muestra sus verdaderos orígenes y presenta los rasgos que lo caracterizan de manera más profunda y determinante. Edward C. Riley ha concluido que el destino de don Quijote es “ganar mayor fama como héroe literario y no como héroe de tipo tradicional, como triunfador glorioso”, convirtiéndose en un “héroe no heroico de nuestros días”. Según Riley, toda la segunda parte del libro consistiría precisamente en un enfrentamiento de la fama caballeresca de don Quijote a su fama literaria, que sale victoriosa respecto a la primera. Si como guerrero don Quijote no consigue un triunfo incuestionable al estilo de su modelo, Amadís, como héroe literario su impacto en los personajes (en nosotros mismos, como lectores) es espectacular.
La poderosa personalidad de Quijano es capaz de multiplicarse, como se demuestra especialmente en el capítulo 5 de la primera parte, cuando el caballero andante arremete contra unos mercaderes toledanos. En la carrera, Rocinante tropieza y da con su amo en el suelo, lo cual aprovecha un mozo de mulas de los mercaderes para propiciar una brutal paliza al caído don Quijote, incapaz de defenderse. El caballero es encontrado por su vecino Pedro Alonso en un estado de delirio causado por los golpes y el calor, estado que le transporta ahora al mundo de los romances. Don Quijote se cree Abindarráez y Valdovinos, y confunde a Pedro Alonso con el Marqués de Mantua y con Rodrigo de Narváez. Cuando el labrador intenta sacar de su error al caballero caído, don Quijote reacciona con gran ira: “Yo sé quién soy, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todo los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama” (I,5). La importancia de su afirmación es tal para don Quijote que repite casi las mismas palabras antes de la aventura de los batanes: “Yo soy ... quien ha de resucitar los caballeros de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y Nueve de la Fama” (I,20). Cuando se descubre que la causa del fenomenal ruido es simplemente unos batanes golpeando el agua de un río, Sancho repite con sorna las palabras de don Quijote: “Yo soy...”, lo cual molesta tanto a don Quijote que le da dos golpes con su lanza. Según el narrador, la ira era tal que podría haber matado al escudero de darle en la cabeza y no en las espaldas (I, 20).
La interpretación del "Yo sé quién soy" depende, por lo tanto, de a quién consideramos “yo”. Podría desde luego ser el caballero andante don Quijote de la Mancha, como piensa Castro, pero no habría que desechar la posibilidad de que el “yo” fuera, siguiendo a Torrente Ballester, no el guerrero, sino el hidalgo lector/creador Alonso Quijano. Este lector que se ha convertido en creador, se diferencia de otros autores en que no compone un libro, sino que saca a su personaje al mundo “real”; lo vive, literalmente, en su propia persona. El vecino tranquilo que pasa las horas muertas enfrascado en su lectura capaz de inventarse una personalidad para sí mismo, como reconoce ante Pedro Alonso: «sé que puedo ser»…Ese ser prodigioso, obsesionado con mostrarse al mundo y alcanzar su reconocimiento, es tanto el personaje don Quijote, como sobre todo su creador Quijano.
Quijano ha creado al caballero andante don Quijote y el mundo de gigantes, monstruos y encantadores que le acompaña. Esos monstruos de la lectura que el hidalgo encontraba en sus libros son ahora creados por él mismo, convertido en el autor de un mundo imaginario que nos acompaña también a nosotros, los participantes externos en su historia: sus lectores.
Volviendo al capítulo 5 de la primera parte, el aspecto dual del personaje se demuestra una vez más en las dos posibles lecturas de este pasaje. Por un lado, el caballero don Quijote sufre una incuestionable y ridícula derrota militar cuando su caballo tropieza y él resulta apaleado por un mozo de mulas. Pero por otro lado, el “Yo sé quien soy” presenta al escritor creador invencible que reclama su poder de transformación y que asombra con su creatividad ilimitada. Independientemente de cuál sea el resultado de las aventuras del caballero andante don Quijote, el “yo” de Quijano sale siempre victorioso en una batalla poética que multiplica su personalidad y su poder, aun apaleado. Quijano se presenta ante su vecino -ante los lectores-, al menos desde dos perspectivas triunfantes: como un escritor extraordinario que improvisa su creación viviéndola en el mundo real, y como un ser capaz de reinventar su identidad tantas veces como quiera. Esas dos características esenciales del personaje condicionan su comportamiento durante toda la novela y dan coherencia a un ser doble, hidalgo y caballero, un ser de extremos opuestos, cuerdo y loco, héroe y villano, lector y creador, poeta y guerrero.
En los últimos capítulos de la novela Cervantes hace que don Quijote muera para poder dejar morir Quijano. El hidalgo manchego, de vida lenta y aburrida, de imaginación monstruosa, reaparece ante los ojos del lector para clarificar sus orígenes. Tras las dudas iniciales sobre su verdadero apellido (Quijana, Quesada, Quijada...), ahora el aventurero moribundo nos confiesa en primera persona y sin ambigüedades su verdadero nombre: Alonso Quijano.
El verdadero protagonista de Don Quijote tiene una identidad múltiple y cambiante. Por encima de todo es un artista, un creador que lleva a sus últimas consecuencias no el escaso poder militar de un fingido caballero andante, sino el inmenso poder de la imaginación de un lector obsesivo. Más que una aventura de caballerías, el libro cervantino presenta una aventura literaria, un experimento por el cual un lector decide convertirse en escritor y crear una obra caballeresca en su propia persona.
Mi fascinación por el verdadero protagonista de El Quijote no la provoca un caballero andante de ideales a veces muy poco idealistas, sino la combinación de ese soldado desastroso y de un lector gris -como yo, al fin y al cabo- tan metido en sus libros que termina convirtiéndose en el héroe de su propia ficción. El protagonista es un ser que recuerda la permanente aventura de interpretación que supone la vida. El Quijote nos ayuda a ver nuestro entorno, a desentrañar las ficciones de nuestra mente, y porque su protagonista, extraordinario, complejo, es nuestro propio espejo: nuestra identidad está también sujeta a la interpretación.

Referencias:
Torrente Ballester: El Quijote como juego
Edward C. Tiley: Una cuestión de género
Américo Castro: El pensamiento de Cervantes
Martín Morán: Análisis del Quijote
Unamuno: la vida de Don Quijote

domingo, 14 de abril de 2019

El beso


Me gustaría hablar de la República, pero, por un motivo u otro en el que ahora no voy a entrar, las dos repúblicas que ha conocido España quedaron en un gran desastre. Sé que la pretensión de muchos españoles, dirigentes y gente del pueblo, así como la ilusión  que en ellas pusieron, era buena, pero no fue suficiente...
También celebramos el "Día Internacional de Beso" y como en esto estamos TODOS mucho más de acuerdo, quiero recordar el capítulo 7 de Rayuela, de Julio Cortázar. Un dibujo maravilloso de la geografía del deseo. Es cortito y precioso. Se titula, "El Beso":

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas las bocas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se entrecruzan y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio jadeante. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua bajo la brisa nocturna."

sábado, 13 de abril de 2019

El valor de Dulcinea. Homenaje a Luís Rosales, V


"No sé si todo fue sueño
o si algo fue verdad.
pasa el tiempo y no sabemos
lo que pasó de verdad"
José Bergamín


Luis Rosales, en Cervantes y la Libertad, dedica un capítulo a Dulcinea con total vigencia de muchas de sus ideas y desde luego, a mi parecer, lo más estético que se ha escrito sobre “El Quijote”. Es en Dulcinea donde se percibe claramente la evolución del texto y del personaje de don Quijote. De esta manera, en los primeros capítulos, Dulcinea sería la esperanza de un recuerdo juvenil amoroso de Alonso Quijano; con este recuerdo, el hidalgo construye la imagen de su amada, que es emulación de las de los caballeros literarios; posteriormente, dicha imagen pasa a identificarse con una mujer de carne y hueso, Aldonza Lorenzo, labradora de la que Sancho tenía noticias y que utiliza para mofarse del amo, por el carácter rústico de aquella, tan alejado de la imagen de princesa que don Quijote había descrito. Finalmente, en la segunda parte, Dulcinea se aleja definitivamente de la labradora, para pasar a ser el ideal del caballero, un símbolo perteneciente a su mundo caballeresco y por ello vulnerable ante la inclemencia de los encantamientos. Este proceso de cambio permite comprender que el referente desde el que partió, y el sueño final, se correspondan con la totalidad que es Dulcinea.

Para que dicho cambio se lleve a cabo es fundamental la intervención de Sancho. Porque Sancho la degrada para burlarse y para esconder en su burla la falta de honestidad que tuvo con el amo. La utiliza para enmascarar su mentira, pero, al cabo, será el que tenga que pagar en sus carnes el ritual desencantador de Dulcinea.

Don Quijote también tiene responsabilidad en este remedo; necesita a Dulcinea y precisa que Sancho la piense como él. Como consecuencia le da al escudero las herramientas para el engaño. Por otra parte, Sancho, que se ha dejado engatusar con la idea de la ínsula, no quiere ser del todo consciente de la locura que embarga el empeño del amo; pues de hacerlo, tendría que alejarse de la posibilidad de su gobierno, deseo que jamás será puesto en duda. Por consiguiente, Dulcinea y la ínsula ocupan el mismo estadio, al tener la misma naturaleza para caballero y escudero. Esto explica que nadie cuestione la existencia de Dulcinea y que lo que se discuta sea su forma; ya que su negación implicaría la negación de la ínsula y la imposibilidad de que Sancho acompañara a don Quijote, al no contar con un horizonte digno de ser alcanzado.

Esa es la diferencia fundamental entre la obra de Avellaneda y la segunda parte de Cervantes. Pues si al caballero se le desposee de su carácter de enamorado, se le degrada de tal manera, que pasa a ser otro, ajeno a su naturaleza y al principio que lo movió a tomar su decisión.

Referencia
Luís Rosales: Cervantes y la libertad

domingo, 7 de abril de 2019

En qué consiste la verdad. Homenaje a Luís Rosales, IV



La invención de Dulcinea hecha por don Quijote, tiene el mismo sello que la invención de don Quijote hecha por Alonso Quijano. Su sentido es el mismo: el sueño engendra realidad. En uno y otro caso se trata del descubrimiento de la verdad vital. Don Quijote encarna la verdad vital de Alonso Quijano el Bueno, igual que Dulcinea encarna la verdad vital de don Quijote. Para que una y otra invención sean verdaderas deben de ser testimoniadas con la vida.
Las vertientes esenciales que constituyen la personalidad de nuestro héroe -el quijotismo y el quijanismo- son diversas, pero complementarias. Ambas influyen sobre sus actos y determinan su conducta: El quijotismo implica la locura, y el quijanismo, la cordura del personaje. El quijotismo convierte la realidad en ilusión y el quijanismo convierte la ilusión en realidad vital.
Nuestro héroe necesita el apoyo de Sancho para creer, para confirmar la validez de su interpretación del mundo. Este es el nuevo papel de Sancho en la novela. Todos marchamos por la vida como hemos visto a don Quijote andar en la noche del Toboso: comunicando nuestra esperanza para sentirnos confirmados en ella.
La vida es el criterio de la verdad. Pero la verdad, ¿en qué consiste? La verdad lógica estriba en la adecuación del pensamiento con las cosas; la verdad vital estriba en la esperanza que nos hace vivir. El testimonio que don Quijote da de Dulcinea, no cabe duda, es veraz. Pero tampoco hay duda que es un sueño. Vamos a ciegas por la vida verificando el sueño que nos hace vivir. En nuestros recuerdos, en nuestra memoria, no pueden separarse la realidad y la ilusión.
¿Cuándo un sueño es verdadero? Son las tres de la tarde. Me encuentro trabajando en mi despacho. Entra mi mujer. La miro a los ojos para saber si está soñando ella el mismo sueño que yo. Si lo compruebo, el sueño que vivimos será un sueño real, si me importa un pito lo que ella sueñe, lo mejor y lo más vivo de mi vida no será más que un sueño. Como decía Unamuno: "sólo el sueño de dos es verdadero". Esta confirmación vital del sueño compartido es lo que busca a toda costa don Quijote en la segunda parte de su historia.
Confirmar la fe vital del caballero es la finalidad de la comedia de los Duques. La convivencia de don Quijote en el palacio constituye el último acto de la invención de la amada con las escenas del desencanto de Dulcinea.
La personalidad de Dulcinea está constituida por tres estratos diferentes: En el primero, Dulcinea es una criatura de carne y hueso que podemos identificar con Aldonza Lorenzo; en el segundo, es la Dulcinea de la primera parte del Quijote que, como los restantes personajes de la novela, aparece ante los Duques reclamando al mismo tiempo una existencia histórica y literaria, una existencia de persona real y de figura de ficción; en el tercero, Dulcinea se convierte en el símbolo del amor que armoniza la existencia de don Quijote con el mundo.
Los Duques certifican y totalizan los tres planos de su existencia. Han comprendido y confirmado la fe vital del caballero. Gracias a ellos pueden prevalecer el quijanismo y la cordura en la actitud de nuestro héroe preparando el final de la novela.
En la segunda parte de la novela destaca un hecho sumamente curioso y revelador: don Quijote vacila en su fe. ¿en qué consiste esta vacilación? En la primera parte don Quijote tiene absoluta certidumbre sobre la realidad de sus visiones: los molinos son gigantes; las mulas, dromedarios, y la bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, muy a pesar de que hechiceros y encantadores trastruequen su apariencia. En la segunda parte todo este mundo va a cambiar. Nuestro protagonista no vuelve a confundir la realidad. Ve las cosas como son.
Recordemos la escena de las tres labradoras, en la que Sancho encanta a Dulcinea. En ella don Quijote, muy a pesar de las aseveraciones y mentiras de Sancho, no confunde la realidad que tiene ante los ojos. La cosa es sorprendente. Cuando la ilusión de encontrarse ante Dulcinea debiera trastornarle, sus ojos ven la amarga realidad. Algo importante ha cambiado en él y ve a una campesina donde debiera ver a Dulcinea. Si Don Quijote fuese el mismo de la primera parte, vería en la aldeana a Dulcinea, como había visto, nada menos que a una princesa, en Maritornes. Sin embargo, contradiciendo su ilusión, esto es, contradiciéndose a sí mismo, sus ojos ven a la aldeana como aldeana y hasta percibe en ella un olor a ajos crudos que le atosiga el alma.
Todo empieza a cambiar. Observemos un rasgo que me parece importante. Don Quijote -que sigue siendo don Quijote, aunque ya no confunde la realidad- dice palabras desvariantes sobre el encantamiento de Dulcinea, aludiendo a la trapacería de los insolentes y malignos encantadores. Todo ha cambiado y, sin embargo, todo parece igual. El mundo quijotesco continúa siendo el mismo mundo, donde se aunaban y confundían la realidad y la ficción.
Don Quijote duda por vez primera de sus visiones. Ya no es un loco que altera la realidad, sino un crédulo que confía en las palabras de Sancho, como en los capítulos siguientes creerá en las burlas de Duques. Su manera de ver el mundo sigue siendo la misma, por tanto, el carácter del héroe se ha alterado sin cambiar. Este conmoción representa la humanización de don Quijote.
En la medida en que su conducta va desplazándose hacia la cordura, pierde seguridad. Su confianza en sí mismo se hace más reflexiva, y es necesario sostenerla, confirmarla. El mundo quijotesco de la primera parte va perdiendo fuerza. Precisa ayuda; don Quijote no cambia de conducta, pero a veces vacila. Cuando vacila, necesita apoyarse en el prójimo para creer.
Don Quijote ya no es un loco, es un crédulo, y su encuentro con Dulcinea en la cueva de Montesinos, es la ocasión en que más claramente se pone de relieve el cambio de actitud, sobre la certidumbre de sus visiones. El relato que hace de su viaje al centro de la tierra es distinto al resto de la obra.
Recordemos la historia de los "encuentros" que don Quijote tiene con Dulcinea. Son el destino de la ilusión humana y el núcleo vivo y ordenador de la segunda parte de la novela. Pues bien, desde este punto de vista, creo que no admite duda el carácter central y confirmador que tiene la visión de la cueva de Montesinos.
El sentido de esta aventura, reside en el esfuerzo desesperado que realiza don Quijote para engañarse sin saberlo; esto es, para hacer congruentes, irrebatibles y verdaderas las mentiras de Sancho. Don Quijote, para ser don Quijote, precisa a Dulcinea. Don Quijote, para creer en Dulcinea, necesita engañarse a sí mismo. Don Quijote tiene que humanizarse para poder engañarse a sí mismo sin mentir. Tiene que hacerlo humanamente. Sabe que no son ciertas las palabras de Sancho, y tiene que soñarlas para acabar creyendo en ellas.
Veamos un poco más cerca en qué consiste este diálogo de la fe, en el cual don Quijote trata de convencerse a sí mismo de que ha sido verdad y no ilusión su encuentro con Dulcinea allá en la cueva de Montesinos. Recordemos el texto:

DON QUIJOTE:
''Pero ¿qué dirás cuando te diga yo ahora cómo entre otras maravillas que mostró Montesinos (las cuales, despacio y a sus tiempos, te las iré contando en el discurso de este viaje, por no ser todas de este lugar) me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras, y apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que hallamos a la salida del Toboso? Pregunté a Montesinos si las conocía; respondióme que no, pero que él imaginaba que debían ser algunas señoras principales encantadas que pocos días había que en aquellos prados habían aparecido" (2,23).

Ya está todo resuelto. Pero a Sancho, que había inventado este encantamiento, no le parece cuerda, ni prudente, la razón de don Quijote. Sancho con gran voz dijo:

"Oh, santo Dios, ¿es posible que tal haya en el mundo y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamientos que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura?" (2,23)

Pero Sancho también ha comprendido la importancia de su nuevo papel. Se ha convertido en empresario de la imaginación de don Quijote, y para hacerse valer vuelve de cuando en cuando a las andadas. Recordemos la famosa aventura del mono adivino en la que Sancho dice:

"Con todo eso querría que vuestra merced dijese a Maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a vuesa merced le pasó en la cueva de Montesinos, que yo para mí tengo, con perdón de vuesa merced, que todo fué embeleso y mentira, o a lo menos cosas soñadas" (2,25).

En la primera parte de la obra, tanto en el tono en que habla Sancho como la duda que manifiesta, habrían airado a don Quijote. Ahora contesta prudente y mesurado:

"Todo podría ser, pero yo haré lo que aconsejas, puesto que me ha de quedar un no sé qué de escrúpulo" (2,25).

¿Es posible que don Quijote dude de lo que vio en la cueva de Montesinos? Vacilar no es dudar. La vacilación se refiere a la voluntad y la duda a la inteligencia. No es igual una cosa que otra. La voluntad puede rendirse al cansancio, puede rendirse sin ceder; la inteligencia, no. Vacila y esta vacilación se refiere nada menos que a su encuentro con Dulcinea. Quisiera comprobarlo, pero el mono adivino no le brinda ninguna certeza en su respuesta.
Cuando en la comedia organizada por los Duques viene Merlin, diabólico y profético en su carro, para anunciar al mundo el desencanto de Dulcinea, Cervantes describe de este modo el estado de ánimo de sus protagonistas:

"Renovóse la admiración en todos, especialmente en Don Quijote y Sancho; en Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querían que estuviese encantada Dulcinea; en Don Quijote, por no poder asegurarse si era verdad o no lo que le había pasado en la cueva de Montesinos".

Nos encontramos ante un don Quijote nuevo, que no se atreve a confiar en su ilusión, muy a pesar de que cuantos le hablan le confirman en ella. Nos encontramos ante un don Quijote que no se atreve a soñar. Es indudable que conserva su fe, pero viviéndola humanamente, esto es, haciéndola de nuevo hora tras hora y día tras día. En ocasiones, su recuerdo del encuentro con Dulcinea casi desaparece. Su fe sólo se apoya en la esperanza. Y es cierto que no duda, pero desfallece.
Tal sentido tienen las palabras de ilusión e insinuantes de mentira que dice a Sancho en el final de la aventura de Clavileño. Sancho ha tenido visiones muy parecidas a las suyas en la cueva de Montesinos. Las describe con emoción, quijotizadas y jubilosas ante la risa de los oyentes. Don Quijote no acaba de creer en lo que dice Sancho. Podría aceptar tales visiones si fuesen meramente ilusivas -esto es lo quijotesco-; pero, además, son verdaderos dislates. Su inteligencia no puede aceptarlas. Su voluntad, en cambio, quiere agarrarse a ellas, necesita creerlas...Y otra vez vuelve a repetirse la escena humanísima y alucinante del "engaño buscado". Es preciso creer a toda costa. Es preciso crear nuestra verdad. Y llegándose don Quijote a Sancho, díjole al oído:

"Sancho, pues vos queréis que os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis lo que vi en la cueva de Montesinos, y no os digo más" (2,41).

Le propone un convenio. No miente don Quijote pero induce a la mentira, pues necesita ser engañado. Lo más vivo que hay en él se llama Dulcinea. Lo más vivo que hay en él es algo que no existe. Dulcinea representa lo necesario inexistente, lo que sólo tiene realidad en nuestro corazón, lo que nos hace ser lo que somos, y por ello queremos compartirlo con los demás, igual que se comparten el pan y el vino. Nadie podrá negarle a don Quijote este derecho.
Cuando en la casa de don Antonio Moreno se asoma al borde de su vida, para preguntarle a la "cabeza encantada" si fue cierto su encuentro con Dulcinea, en sus palabras aparece esa duda que tanto le lastima:

"Dime tú, el que respondes, ¿fué verdad o fué sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos?" (2,62).

Antes le bastaba mirar para creer. Su vida entonces era un milagro o era un sueño. Ahora ha llegado, poco a poco a su altura de hombre. La fe no aísla, comunica. Ya no puede creer desde la soledad. No ve tan claro como antes. Como Antonio Machado en su Proverbios y Cantares parece pensar:

En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.”

Si. Sólo el sueño de dos es verdadero. Esta es la gran lección del quijanismo, el despertar de la juventud, la madurez; cuando la fe necesita algo más que una mirada para mantener la ilusión de la vida.


                   Referncias: Luís Rosales, Darío Villanueva, Miguel de Unamuno y otros

sábado, 6 de abril de 2019

Lo necesario inexistente. Homenaje a Luís Rosales, III



En la primera parte del Quijote las alusiones cervantinas identifican a Dulcinea con Aldonza Lorenzo, tiene existencia real; en la segunda parte, la figura de Dulcinea pierde toda vinculación con la realidad, se ha transformado en el recuerdo de una esperanza: ya no es un ser idealizado, sino un ser ideal. Este es uno de los cambios más significativos que se operan en El Quijote de 1615.

Igual ocurre con Don Quijote. No sabemos si la conoce o no la conoce. Unas veces afirma haberla conocido y otras lo contrario. La crítica atribuye a ligerezas de Cervantes estas contradicciones que considera generalmente como "olvidos". Pero Cervantes dice, por ejemplo -y no hay ejemplo más importante-, que el ingenioso hidalgo se llamaba Quexana, Quixada o Quesada. ¿Puede Cervantes equivocarse con el nombre de su protagonista? No cabe pensar que obedezca a un olvido. Esto no son olvidos, son indeterminaciones, deliberadas y conscientes, y tales indeterminaciones o libertades constituyen lo más característico del estilo cervantino, aun cuando sigan siendo considerados como "errores" por algunos críticos. Es la clave en el pensamiento de Cervantes: integralismo y estilo indeterminado.

A medida que se habla de ella, Dulcinea se desvanece más. No acabamos de saber si don Quijote la conoce o no la conoce. No sabemos tampoco si hay Dulcinea, y lo curioso es que el diálogo no pone nunca en duda su existencia. Es el "estilo indeterminado".

¿A qué viene buscar a Dulcinea sabiendo que no existe? En realidad, como la llamó Rosales, es la aventura del "engaño buscado" en la que Cervantes trata de darle cuerpo a un sueño. Don Quijote precisa a Dulcinea, es decir, necesita inventarla y esta necesidad es la razón de ser de su existencia.

Ahora sabemos qué es lo que tratan de encontrar nuestros protagonistas callejeando en el Toboso: siempre se busca lo que se necesita. De sombra en sombra y de casa en casa lo que buscan a ciegas don Quijote y Sancho no es otra cosa sino lo "necesario inexistente". El hecho de buscarla confiere a Dulcinea un cierto tipo de realidad.

A partir de esta escena, Dulcinea tiene que existir. Su existencia se ha convertido en la ínsula Barataria de don Quijote. Soñar también es vivir, ¿quién duda esto?

Así, pues, no debe preocuparnos el problema de la existencia de Dulcinea. Carece de importancia, puesto que el mundo cervantino se constituye al mismo tiempo, y con el mismo rango, sobre lo imaginario y lo real. Ninguno de estos planos puede alterarse o suprimirse sin alterar o destruir el conjunto; ninguno de ellos puede prevalecer en nuestro ánimo sin empequeñecer y desarticular nuestra interpretación.

¿Qué es más real, vivir o hacer vivir? Dulcinea convierte a Alonso Quijano en Don Quijote, es decir, le hace verificarse y encontrarse consigo mismo. Por consiguiente, Dulcinea tiene una realidad creadora y necesaria.

Sancho pone a prueba la fe de don Quijote pensando en la ínsula Barataria y tratando de averiguar hasta qué punto es válida la confianza que tiene puesta en su señor, mientras que don Quijote pone a prueba la fe de Sancho con Dulcinea. Lo necesario une. Cada uno de los protagonistas busca en el otro precisamente aquello que necesita -lo buscan ambos a toda costa, y aunque tengan que apoyarse en la mentira-: aquí comienzan las andantes caballerías de Sancho para ayudar a su señor.

En la primera parte de la novela la acción de don Quijote está impulsada por el ideal de la justicia; en la segunda parte por el ideal del amor -representado por Dulcinea-. Este ideal armoniza la relación del héroe con el medio en que vive.

Este cambio ayuda a subrayar la humanización progresiva que va operándose en el carácter de don Quijote a lo largo de su historia. La diferencia es significativa. El ideal de la justicia coloca a don Quijote en contra del mundo; el ideal del amor interioriza a don Quijote, le ensimisma y armoniza con el mundo.

El Quijote de 1615 gira reiteradamente sobre el encanto y el desencanto de Dulcinea. La fe de don Quijote, en la primera parte, es una fe de solitario, de adolescente, gratuita y total, sin brecha alguna, que no pretende conquistar ni reformar el mundo, simplemente se opone a él porque no le gusta. La fe de don Quijote en la segunda parte, es una fe conseguida, dolorosa y con desfallecimientos, que necesita para subsistir ser compartida.

El cambio de carácter es evidente. En el Quijote de 1605, don Quijote vacila en su fe, aunque esta duda no se traduce como inseguridad en su conducta. En el Quijote de 1615, don Quijote necesita de Sancho, se apoya en él creer, para inventar a Dulcinea.

Sus vidas van fundiéndose poco a poco. Cierto es que Sancho duda, con razón, de la existencia de Dulcinea, pero llega a saber que representa un valor absoluto en la vida de su señor. Cierto es también que don Quijote duda de la existencia de la ínsula Barataria, pero sabe que representa un valor absoluto en la vida de su escudero. Lo necesario une.


Referencia
Luís Rosales: Cervantes y la libertad

Un paseo por la sombría noche del Toboso. Homenaje a Luís Rosales, II


 

¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,
por más comodidad y más reposo,
a Miraflores puesto en el Toboso,
y trocara sus Londres con tu aldea!

¡Oh, quién de tus deseos y librea
alma y cuerpo adornara, y del famoso
caballero que hiciste venturoso
mirara alguna desigual pelea!

¡Oh, quién tan castamente se escapara
del señor Amadís como tú hiciste
del comedido hidalgo don Quijote!

Que así envidiada fuera, y no envidiara,
y fuera alegre el tiempo que fue triste,
y gozara los gustos sin escotes.

Miguel de Cervantes. Poemas.

 

Existe un paralelismo entre don Quijote y Eneas en este episodio, pues ambos protagonistas dirigen igualmente sus pasos al encuentro de sus añoradas amadas en infructuosa búsqueda. Así, Dulcinea ocupa en el texto de Cervantes el mismo espacio distante e inaccesible que Creúsa, esposa del caudillo troyano, en la noche de Troya.  (A. Marasso 1947: 145)


Advertido con la ayuda “Cervantes y la Libertad” de Luís Rosales, voy a referirme al amor. A esa necesidad de amor que todos tenemos para realizarnos...
Ya en el primer capítulo, Don Quijote piensa en su dama:

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mesmo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma.

Parece decir: no tengo amores, pero tengo que tenerlos. Y como todo Caballero andante debía tener su enamorada de la que recibir su fuerza, y ante la que se humillasen los vencidos. Buscó entre sus recuerdo y…

cuando halló a quien dar nombre de su dama! Fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni se dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso, nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Quizás la vio una vez, o dos a sumo, esto no queda muy claro. Quizás le gustó cuando la vio, pero ella jamás lo supo. Eso es lo que sabemos de Dulcinea: una chiquilla a la que conoció en su juventud, hace ya muchos años. Alonso Quijano, ronda ahora los cincuenta. Pero Dulcinea es ahora su dama, por ella irá, y a ella encomendará todas sus aventuras.

En el cap. 25 de la primera parte Don Quijote, después de muchas aventuras con Dulcinea por bandera, le escribe una carta que le envía con Sancho, mientras él se queda haciendo penitencia en Sierra Morena, como ya hicieron Amadís y todos los Caballeros.

Al revelar a Sancho la identidad de Dulcinea, hija de Lorenzo Corchuelo, hace don Quijote vulnerable su ideal. Sancho la conoce y conoce a su padre. Sancho, no toma en serio a su señor. Dice Sancho:

¡Ta, ta! ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?

Don Quijote le contesta:

Esa es, y es la que merece ser señora de todo el universo.

SANCHO:

Bien la conozco, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo…

Sancho dice a Don Quijote, que el pensaba que su dama sería alguna princesa. Y, en lo que parece ser, un esfuerzo de rebajarse su nivel de entendimiento, le dice Don Quijote:

-“por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra”.

¿Qué quiere decir don Quijote? No lo sabemos, pero intentaremos descubrirlo.

Sancho no llega al Toboso, no ve a Dulcinea, no entrega la carta. Sancho miente a su loco señor, porque sabe que podrá burlarlo. De hecho así lo hace en el encuentro con las tres labradoras, a las que hace pasar por Dulcinea y sus Damas. Pero esto ocurre en el capítulo 10,2ª. En el capítulo 8 parece no ocurrir nada, es un capítulo que los lectores no advertidos pasarían por alto; pero es transcendental, en él se ve la trasformación de don Quijote. Ahora lo veremos.

A Sancho no le agrada este proyecto de ir al Toboso, temiendo se descubran sus mentiras cuando hizo de cartero de su señor (I, 26). Sancho intenta disuadirle:

Yo así lo creo, pero tengo por dificultoso que vuesa merced pueda hablarle, ni verse con ella en parte a lo menos que pueda recibir su bendición, si ya no se la echa desde las bardas del corral por donde yo la vi la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuesa merced quedaba haciendo en el corazón de Sierra Morena (2,8).

A Don Quijote no le importan las restricciones de Sancho; sólo le importa verla, pues sabe que una sola mirada de Dulcinea basta para fortalecer su corazón y hacerle único y sin igual.

En estas y otras pláticas se les pasaron tres días sin cosa digna de contar.” (…) De anochecida llegaron al Toboso y al descubrir la ciudad se le alegraron los espíritus a Don Quijote y se le entristecieron a Sancho porque no sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la había visto, como no la había visto su señor; de modo que el uno por verla y el otro por no haberla visto, estaban alborotados (2,8).

Ya están en el Toboso, y ahora ¿qué van a hacer? Don Quijote sólo una vez la ha visto y a hurtadillas, y hace ya tantos años que tal vez ni reconozca a Dulcinea. Juan Ramón Jiménez, escribió un poema al respecto.

¿Cómo era, Dios mío, cómo era?

¡Oh corazón jalas, mente indecisa!—

¿Era como el pasaje de la brisa?

¿Como la huida de la primavera?

Tal vez ya no recuerda si era burlona o entreverada, rubia o morena, adormecida o despierta. Tal vez ya no recuerda que tenía las mejores manos que había en toda la Mancha para salar puercos. Tantos años de amor callado y sin arrimo, tantos años de alejamiento para hacerla a su gusto, para vestirla con sus sueños, y ahora, ¿qué? La Dulcinea soñada no la va a encontrar. Tal vez no existe. Pero es la hora de enfrentarse a la verdad.

Sancho, intranquilo, con conciencia traspasada y temerosa, espera órdenes de su señor.

Y finalmente ordenó Don Quijote entrar en la ciudad entrada la noche y, en tanto que la hora se llegaba, se quedaron entre unas encinas que cerca del Toboso estaban" (2,8).

No lo acabamos de creer. Lo que hace Don Quijote al llegar al Toboso es detenerse y esperar. Ha dominado su impaciencia. Tal vez haya hecho bien. No hay nada tan hermoso en la vida como la expectación de la alegría, como la espera antes del encuentro (recordad el zorro que quedó con El Principito a las cuatro, y ya desde las tres se sentía feliz). Si pudiéramos detener este instante. Nunca se encuentra tan lleno de alegría el corazón como en la víspera, y nunca la esperanza es más intensa que al acercarse a la meta.

"Media noche era por filo, poco más o menos, cuando Don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso" (2,9).

Estaba el pueblo sosegado. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros que turbaban el corazón de Sancho. En este ambiente da comienzo una escena increíble, extrema, afortunada. El caballero y el escudero buscan a ciegas lo inexistente. Las callejas se pierden en la noche. Ni la ilusión de don Quijote, ni el temor de Sancho les pueden dirigir. Han entrado en el pueblo, pero ninguno de ellos sabe adonde va; ninguno de ellos conoce la dirección del palacio de Dulcinea.

Ninguno de ellos puede confesar que desconoce esta dirección. Sancho porque debiera haberla conocido al traer la carta; don Quijote porque debiera haberle visitado al conocer a Dulcinea. Callan los dos en el silencio de la noche y retrasan el paso cediendo la iniciativa al compañero. Ninguno la toma. Ninguno puede tomarla. Hasta que, al fin, la cautela -los pasos arrastrados sin rumbo fijo- se convierte en quietud. Se miran expectantes, durante largo espacio. ¿Qué van a hacer ahora? No es necesario preguntar. Don Quijote va a hacer lo que hace siempre, confiar:

"Sancho, hijo, guía al palacio de Dulcinea, quizá podrá ser que la hallemos despierta" (2,9).

Sancho intenta disimular distrayendo la atención de su señor:

"A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña" (2,9).

Sancho pretende ganar tiempo. Sancho añade que ya no es hora de encontrar la puerta abierta ni de llamar a casa honrada. Sancho añade:

¿...es hora ésta por ventura de hallar la puerta abierta? Y ¿será bien que demos aldabazos para que nos oyan y nos abran, metiendo en alboroto y rumor toda la gente? ¿Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan, y llaman, y entran a cualquier hora, por tarde que sea? (2,9)

Mas su señor no atiende a razones. Sólo le importa encontrar el palacio de Dulcinea, y después, ya se verá. Y advierte:

"Sancho, que o yo veo poco o aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea".

Don Quijote es sincero. Don Quijote no miente. Don Quijote, al pronunciar las palabras anteriores, asume su papel. Quien manda, manda.

"Pues guíe vuesa merced".

Le dice Sancho, cínico y alegre, que pasa de enjuiciado a enjuiciador, de dirigente a dirigido, con este cambio de postura.

Así comienzan las aventuras de Don Quijote en la segunda parte de la novela. Este paseo fantasmal, dialogado y nocturno, donde no ocurre nada, donde nuestros protagonistas no encuentran, ni pueden encontrar, sino "lo inexistente".

No es posible mayor contraste con la segunda salida y la aventura de los molinos de viento, en la primera parte de la novela. Aquí todo es sutil, soterrado o vulgar, y la aventura va por dentro. Comprendemos la sorpresa, un tanto desilusionada, de los lectores, que pasarían por estas páginas como sobre ascuas buscando la repetición de los temas y aventuras de la primera.

Se acabaron los palos y el enfrentamiento con la realidad; don Quijote, desde este punto y hora, se va a enfrentar consigo mismo. Cervantes, maliciosamente y jugando con la emoción del lector, ha titulado este capítulo de un modo misterioso: "Donde se cuenta lo que en él se verá".

El capítulo es corto. Y en él vemos a un loco con los ojos tapados de esperanza y a un cuerdo con los ojos anochecidos por el miedo, que van tras una visita imposible. La noche es cerrada; andando a ciegas, la esperanza sustituye a la luna. He aquí a un cuerdo y a un loco que cambian sus papeles, apoyándose mutuamente para no tropezar; pero, ¿quién lleva a quién? No lo sabemos.

DON QUIJOTE: "Sancho, hijo, guía tú"

Parece que don Quijote está suplicando: ¡Llévame a lo que no existe! La noche aumenta la resonancia de los pasos y la incertidumbre. Ya está casi a punto de llegar, cuando se descubre que es la sombra de la iglesia.

DON QUIJOTE: "Con la iglesia hemos dado, Sancho".

Ya es inútil andar. Ya es inútil hablar. Ni Sancho sabe lo que teme, ni don Quijote sabe lo que quiere. Pero uno y otro se necesitan. Esto es lo decisivo: Sancho se apoya en la conducta titubeante de don Quijote; don Quijote se apoya desesperadamente, en la actitud de Sancho. Esta situación se prolonga porque, para no destruirse, se necesitan el uno al otro. Pero ¿quién lleva a quién?

DON QUIJOTE: "Sancho, hijo, guía tú."

En verdad, la indecisión culpable del escudero, confirma la esperanza imposible del señor. Lo necesario une. Encogido por la esperanza de don Quijote, Sancho intenta disculparse:

SANCHO: Yo me reportaré, ¿pero con qué paciencia podré llevar que quiera vuesa merced que de una sola vez que vi la casa de nuestra ama, la haya de saber siempre, no hallándola vuesa merced que la debe de haber visto millares de veces (2,9).

Otro embuste para tapar el anterior. Sancho no puede hablar claramente, pero desea que don Quijote hable por él y le saque del pozo o le ayude a sostener su mentira. La fe de don Quijote da por supuesta la existencia de Dulcinea. He aquí el nudo que va a vincular indisolublemente a los dos. En el sentimiento de culpabilidad de Sancho encuentra su precaria confirmación la esperanza imposible de don Quijote. No hay mal que por bien no venga.

Don Quijote cae en la trampa que Sancho le ha tendido, y le sorprende con esta declaración:

DON QUIJOTE: Tú me harás, Sancho, desesperar; ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?" (2,9).

Ya era hora de enfrentarse a la verdad. Pero si esto es así y no ha necesitado verla para adorar a Dulcinea, ¿qué es lo que anda buscando en el Toboso? Tal vez quiera encontrarse consigo mismo. Tal vez solo desea, sin darse cuenta, que Sancho no le sirva únicamente de escudero, sino de lazarillo, para ayudarle a creer en Dulcinea.

El caso es que la imprevista contestación de don Quijote le desató la lengua a Sancho. La situación psicológica en que se encuentran los interlocutores vuelve a cambiar, y la motivación del cambio es sumamente interesante. Siempre que discutimos o conversamos, el extremismo de la actitud ajena, en cierto modo, nos incita, nos libera de obligaciones y en cierto modo nos hace irresponsables, por lo cual, oyendo hablar con tanta sinceridad a su señor, Sancho estima que ha llegado la hora de su verdad y dice:

SANCHO: "... y digo que, pues vuesa merced no la ha visto, ni yo tampoco".

¡Ay, Sancho, Sancho, embustero y urdidor! ¿La respuesta de Sancho es demasiado cervantina. Parece clara, y es enigmática. Parece responder, y se reduce a plantear una nueva cuestión. Cada cual va a lo suyo. La respuesta de Sancho no satisface a don Quijote. Para él no ha terminado el juego, ni puede terminar. Así que plantea de nuevo la cuestión, recordándole a Sancho lo que Sancho quisiera olvidar.

DON QUIJOTE: "Eso no puede ser, que por lo menos ya me has dicho tú que la viste aechando trigo cuando me trajiste la respuesta de la carta que le envié" (2,9).

Don Quijote entra en un terreno nuevo, resbaladizo y peligroso. ¿Cómo es posible que el detalle realista —aechando trigo— que siempre había negado, lo utilice ahora como argumento confirmador?

No salimos de nuestro asombro. Porque don Quijote puede equivocarse, pero no puede mentir. Y, sin embargo, afirma algo que no cree. Tal vez su fe ha desfallecido, y necesita apoyarse en la mentira, para poder seguir creyendo en Dulcinea. Tal vez no tiene conciencia de que obliga a Sancho a mentir, pero lo hace; le induce a que mienta. Esto es lo decisivo. Parece que en esta escena inverosímil, irónica, estremecedora, lo que busca desesperádamente don Quijote es que Sancho le engañe. He aquí a nuestro señor don Quijote convertido en un símbolo alucinante, doloroso y profundo, de la existencia humana.

No podemos saber si hay o no hay Dulcinea en el mundo, pero sabemos que su existencia es necesaria...



Referencias:

Luís Rosales: Cervantes y la libertad. SP. Madrid. 1970.

Miguel de Cervantes: Don Quijote de la Mancha. Planeta. Barcelona 1980

MARASSO, Arturo, Cervantes. Buenos Aires: Academia Argentina de las Letras, 1947.