Hace unos días me reencontré con Escudero, mejor dicho, descubrí su obra, su poesía, gracias a Miguel Ángel Pérez, un amigo común de aquella “época lejana y difusa”; amigos de pantalones cortos, hileras en silencio y rezos diarios; compañeros que me costará reconocer cuando nos veamos y la pandemia lo permita. De Escudero sé muy poco, algunas referencias amables de amigos comunes, y un deseo, poder saludarlo, y, como hemos hablado en el grupo, invitarlo a que se una a lo que me gusta llamar el “espíritu de Montenegro”.
Empezaré con palabras de Miguel Angel con las que me siento de acuerdo, “no es posible un mundo sin poesía”. Es una afirmación a la que, en el prólogo del libro, precede una pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Sé que muchos, incluso sin haber leído a Platón, pensarán que para nada, y que desterrarían a los poetas de la “polis” por vagos y peligrosos… Pero esa no es mi postura, para mi, la poesía es un compromiso, una forma de expresar las ideas, de mostrarse al mundo; es filosofía en verso. La poesía es también sentimiento, una construcción estética hecha de palabras.
En Escudero encontramos muchas ideas y mucho sentimiento expresados con una gran estética. He visto amor en sus poemas, he visto compromiso social, he visto un poeta de formación y profundo sentimiento cristiano, que siguiendo los cánones del materialismo filosófico, es un racionalista teológico, pero en fondo de sus textos se aprecia también un claro racionalismo antropológico: es al hombre a quién se dirige, Dios es un reposo para el alma, una postura interior… El autor sabe que no interviene en las cuestiones mundanas -no hay nada de erasmismo en sus versos -. Escudero es consciente que es el hombre quien ha de resolver sus problemas, que no hay recompensa ni castigo, el bien mismo es la recompensa, el mal es el castigo. He visto un poeta con los pies en el suelo, que ve pasar los años con su profunda fe y sus dudas por el hombre, sabiendo, y lo acepta resignado, que “vivir es cambiar de calendario”.
En el eje pragmático de la estética de Escudero encontramos un autor dialógico que habla con Dios, con un amigo, o se dirige al ser humano en general: toda su poesía es una conversación con alguien; el lector siempre está presente.
Seguiré leyendo la poesía de Escudero y probablemente incorpore algún texto a este blog, que es como mi nube particular, mis singulares interpretaciones. Por algo que no sabría bien expresar, que es una inercia en mí, he querido comenzar por estos dos poemas, de su libro “Sonetos del atardecer”, publicado en noviembre del 2019, dedicados a España, “A una España”, comentario que completará mi exégesis de otros poemas del mismo título de diversos autores.
11
A una España que, rota en mil pedazos,
hoy cuestiona su historia y sus raíces,
sus sangres derramadas, cicatrices
de luchas fratricidas. Sus abrazos.
A una España que avanza y se sostiene
a golpe de decreto y mucha urna.
La que calla en silencio taciturna
mirando con recelo a lo que viene.
A esta España, sin odios, me dirijo
ahora que voy viajando ya de vuelta
en el tren incesante de la vida.
¡No nos manden trileros de cortijo
que vivan de incitar a la revuelta
usando la mentira repetida!
El soneto comienza con un íntimo malestar, un sentimiento de frustración, con un lamento realista, cotidiano, metafórico, a una España que tristemente es lo que es: “una España rota en mil pedazos”; nada es lo que era, su génesis, ni siquiera la historia; la misma guerra no fue como nos la contaron, fue otra cosa, y las cicatrices se han abierto porque su profundidad era mayor de la que creímos; y la metonimia de “los abrazos” que nos dimos con la Constitución y el consenso: un esfuerzo y renuncia de muchos que ahora resultan que son falsos.
Si el primer cuarteto es pesimista, en el segundo, una luz de esperanza, un leve optimismo resurge, y esa España a pesar de todo “avanza”, avanza a pesar de la política, de gobiernos débiles que no duran lo que debieran. En el tercer verso se dirige a los indiferentes, esa “gente que calla”, calla pero no se fía... Y porque trabaja con inseguridad política, “mira con recelo lo que viene”.
El primer terceto es todo una alegoría. Comienza con un verso clave, “A esta España, sin odios, me dirijo”, a esos que dicen importarle poco la política, a esos que son la verdadera mayoría, a los que echan por alto las encuestas, los que valoran lo que nos trajo la Constitución. Parece decirnos que hemos de espabilar y tomar parte, para echar a los sinvergüenzas, “los trileros de cortijo” que viven del engaño, y pensando que cuanto más revuelto vaya el río, mejor les irá a ellos.
12
¿Qué será de su historia centenaria
en la España que queda por hacer,
en la España que lucha por tener
una paz duradera y solidaria?
No es extraño que hoy hablen de país
quienes quieren contar a su manera
aquello que divide y que genera
que todo nuestro ayer se vuelva gris.
En nombre de su propia democracia
nos piden simplemente que votemos
a aquellos que nosotros no elegimos.
El poder, ya se sabe, tiene gracia:
nos maltrata y nos dice que podemos
ser más pobres aun de lo que fuimos.
Comienza el soneto con una enigmática pregunta, a mitad de camino entre el escepticismo y la esperanza por el futuro, ¿qué será de nosotros en unos años?, ¿conseguiremos al fin el sosiego? Y la misma pregunta apunta ya una idea clave para alcanzar la paz: ha de ser solidaria.
En el segundo cuarteto, resignado, el autor parece comprender la semántica posmoderna, admitiendo el giro de país, como imagen para designar España. “País” es el símbolo de todo ese léxico moderno de patria o España, que no nos vale, que hay que cambiar por otros términos que sirvan mejor para marcar las diferencias. Y son tantas las diferencias que han encontrado los posmodernos, que han conseguido “que todo nuestro ayer se vuelva gris”, una metáfora de un significado negativo.
En el primer terceto remarca una idea anterior: que el pueblo solo le sirve para que les votemos, que luego ellos, haciendo encaje de bolillos, se encargarán de sus gobiernos formados por las minorías que no elegimos. Y al final nos recuerda la paradoja de esta democracia: les votamos, y ellos nos maltratan y nos empobrecen... Y nos advierte el poeta, ¡ojo!, que puede ser peor.
...sí, "la poesía es muy importante pero no sé para qué", no sé quién lo dijo...y Celaya fue aquel que dijo ..."maldigo la poesía concebida como un lujo (no estoy de aucerdo en algo concreto pero sí, y mucho, en el mensaje de La poesía es un arma cargada de futuro...
ResponderEliminarMe gusta la poesía y, tanto, tu comentario...Gracias, desde La Gomera.
Antonio, yo no llegaría a tanto como Celaya: "un arma cargada de futuro", ya sabes que soy muy cervantino, que no cervantista (algún día hablaremos de la diferencia)... Estoy pues mas cerca de la opinión de este, "que las letras necesitan de las armas para sostenerse y sustentarse" (otra conversación pendiente).
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