Escudero es autor de poemarios como Romancero de la Contraviesa, Campo de olivos, o Sonetos del atardecer. Con suerte, los podemos encontrar en la Babel.
Manuel, desde niño ha visitado con frecuencia Cádiar, ha conocido los mercados de los años setenta, con sus puestos en plaza, los charlatanes ambulantes, la afluencia de cortijeros con sus caballerías cada mercado; las alamedas del río antes de su devastación por la tormenta del 73. En cada visita del autor, el pueblo, lentamente, se iba desvaneciendo en algún sentido. En su añoranza del pasado quizás pueda parecer que exagera un poco el retroceso vital, que se ve reflejado en los poemas que de Cádiar ha compuesto. Pero no olvidemos que en esos años en Cádiar había de todo: industria, comercio, población... Entidades o cualidades de las que los pueblos cercanos carecían, que solo vivían del campo. Al leer estos versos, contemplamos imágenes del pasado y sentimos una gran emoción de la intrahistoria reciente del pueblo.
Es una composición poética con estrofas de cuatro versos octosílabos con rima asonante: una copla con cinco cuartetos y dos versos sueltos al final del poema, que son como un lamento resignado, una imagen de la geografía, “tan bien plantada, siempre a la orilla del río”, que expresa una confrontación, una dialéctica, entre lo que pudo ser, y lo que es.
A Cádiar
En un cruce de caminos
sigues, Cádiar, junto al río,
entre terrados de launa
y amaneceres heridos.
No hay júbilo ya en tus calles.
Solo silencios dormidos
sobre romances que saben
de lunas y de suspiros.
¿Dónde están aquellas mulas
que venían de los cortijos
a buscar entre tus calles
algún ensueño perdido?
¡Ay, Cádiar, tus alamedas,
tus ferias y tus molinos
que un día llenaron de estrellas
mis emociones de niño!
Antes que pase febrero,
antes que rompan los lirios,
quiero dejarte atrapada
sobre un almendro florido.
¡Ay, Cádiar, tan bien plantada,
siempre a la orilla del río!
Comienza el poema con la misma imagen que termina del pueblo situado en un cruce de caminos junto a un río. Es una estrofa de cierto pesimismo, el cruce de caminos que siempre expresa una duda; los terrados de launa gris como una imagen decadente; y los amaneceres heridos, como una oposición entre el renacer (amaneceres), y esa herida que no permite el progreso.
En el segundo cuarteto continua el pesimismo, pero aquí se hace evidente, “no hay júbilo ya en tus calles”. Cádiar, hoy día, es un pueblo de personas mayores que salen poco a sus calles, apenas si hay niños; a los mercados no acude nadie; con un oxímoron “silencios dormidos” nos dice que en el pueblo está vacío. Y remata la imagen “romances que saben de lunas y de suspiros”, los amores saben de muerte (la luna lorquiana) y de pena, que se identifica con aquellas persona, tantas, que han perdido a su ser querido.
El tercer cuarteto es una evocación, una añoranza de aquellos años llena de vida, de amor y de sueños, pues a Cádiar se venia al mercado, pero también de fiesta.
En el siguiente cuarteto continúa la añoranza del autor por el recuerdo de Cádiar. ¡Ay, Cádiar, tus alamedas, tus ferias y tus molinos que un día llenaron de estrellas mis emociones de niño! Se repite la idea ya mencionada de la imagen un tanto idealizada del pueblo. Y aparece un lamento que se repite al final, un !ay! Que me recuerda el Grito de Lorca, pero que aquí no es tan dramático, ni recurrente, ni tan expresionista, como en el poema lorquiano, es más un lamento nostálgico por la pérdida, o una trampa de la memoria.
El último cuarteto, es el deseo optimista que siempre aparece en los poemas de Escudero. “Antes que pase febrero, antes que rompan los lirios, quiero dejarte atrapada sobre un almendro florido”. Con una alegoría desea que el pueblo renazca, y no quiere perder el tiempo (ante que pase febrero); desea un renacer puro, lleno de bondad que es lo que representan los lirios por brotar, y quiere, con la simbología de la flor del almendro, que esa vida sea para siempre, que el pueblo renazca y brille eternamente.
El otro poema que Escudero hizo de Cádiar, muy anterior al comentando, es una sucesión de imágenes, que a modo del "nodo", en blanco y negro, nos recordarán el pueblo, y nos deja constancia de las visitas del autor.
La feria de Cádiar
Dos veces al mes se iba
hasta la feria de Cádiar
a cambiar sueños por trigo.
Y trigo, por esperanza.
En sus plazas diminutas,
morenas y abigarradas
gentes vendían a peseta
dolores que otros compraban.
Había chalanes apuestos
con chalequillos de pana.
Caballos, mulos, muletos.
Camisas de lienzo blancas.
Había gallos y gallinas
encerrados en sus jaulas.
Discusiones mortecinas
sin monedas y con alas.
Y para cerrar el trato
un compadre que llegaba
a partir la diferencia
con la última palabra.
Dos veces al mes se iba
hasta la feria de Cádiar.
También quiero dejar aquí el último poema de su libro “Romancero de la Contraviesa”
Final
Desde estos viejos caminos
se puede mirar al mar.
Se puede lo que ya fuimos
volver de nuevo a soñar.
Desde estas lomas perdidas,
que viven en soledad,
se puede, de cada herida,
hacer que brote un rosal.
Y de los tiempos lejanos
aún se pueden aventar
en las eras, con las manos,
la mentira y la verdad.
Desde estos campos vencidos
se puede mirar al mar.
¿Qué es la vida, repetida,
sino un ansia de mirar?