En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

sábado, 19 de diciembre de 2020

El Persiles: religión, política, y otras ideas

"Para aquellas personas que sean capaces de entender el simbolismo, el Persiles es la mejor obra que he escrito." Miguel de Cervantes, en su lecho de muerte.

 
La literatura cervantina es una lucha permanente contra la imbecilidad, una crítica contra el irracionalismo, contra las formas patológicas o aberrantes de la conducta humana. Esto no es común en otros autores, pero si es específico en Cervantes, por eso sorprende que el idealismo europeo exaltara el cervantismo como un elogio de la locura, siendo, ante todo, la obra de Cervantes una condena del idealismo; una forma de insistir que el idealismo no conduce nada más que al fracaso, porque los idealistas no son compatibles con la realidad. Además del paralelismo con el pensamiento de Spinoza, podemos comparar a Cervantes con el Padre Feijoo; si bien no escribe ensayos, escribe novelas en las que combate las patologías de la conducta humana..

El Persiles se presenta en formato de novela bizantina, una novela de aventuras que aquí son extremadamente radicales. Cervantes toma esa forma, pero los materiales que incorpora son contradictorios con ella: la dialéctica entre la interpretación literal y la interpretación que exige el texto por su sentido intencional (como cuando uno le dice a otro: “no me olvido de ti en mis oraciones”). Y es que Cervantes lo hace en todo su obra: “La Galatea” toma el formato de la novela pastoril, pero los materiales nada tienen que ver con ella (crimenes entre pastores, algo incocebible); en el Quijote transforma la novela de caballería; como aquí en el Persiles subvierte el género de la novela de aventuras (a partir de Cervantes, estos géneros, ya no va a poder funcionar igual -después del Quijote ya no se puede escribir una novela de caballería; después de La Galatea es imposible escribir una novela pastoril; después del Persiles no cabe la novela bizantiza).

La novela bizantina tiene un ámbito mediterráneo y un sentido religioso (incluso dentro del paganismo), que en el Persiles se fundamenta en una peregrinación a Roma: un cebo que han mordido todos los críticos conservadores que la han considerado una obra seria, cuando es una verdadera farsa, ya que los protagonistas van Roma para estar juntos y para evitar que Segismunda se case, siendo la peregrinación la excusa que encuentran para ello. Persiles, Periandro en la peregrinación, tiene un hermano, Maximino, que se quiere casar con Segismunda, Auristela en la peregrinación. Cuentan con la ayuda y complicidad Epitofia, madre de Persiles y Maximino, del que habla muy mal. Sobre esta farsa pivota toda la novela, considerando, durante décadas, a Cervantes contrarreformista, ultracatólico y dogmático con el Concilio de Trento, olvidándose de la escolástica y del racionalismo cervantino. Cervantes es un autor que dispone unos contenidos que son completamente insolubles en el catolicismo y en la contrarreforma.

Pero no es la única farsa. Toda la novela se construye con un despliegue de mentiras que provocan risa: los personajes usan la polionomasia, disponen de varios nombres; van de defensores de la fe cuando están permanentemente mintiendo, Periandro y Auristela, siempre salen triunfantes de continuas mentiras (abalados por la ficción, desde Ulises a Don Juan, el mentiroso que consigue el éxito cobra cierta simpatía). La peregrinación es un viaje al centro de la civilización que es Roma. Mejor o peor pero la civilización, porque la diferencia para Cervantes está entre el catolicismo y la barbarie. Roma es el centro de la civilización preservada por el imperio español que fue quien salvo al catolicismo del islam.

El narrador siempre cede a los personajes la posibilidad de que ellos mismos cuenten su historia, que suelen ser experiencias poco normales, chifladuras de órdago, que el narrador podría desmentir, pero no lo hace. Esto es el teatro narrado. Supone adelantarse a Bertolt Brecht más de trescientos años; ya lo había hecho Cervantes en el Quijote, en las Bodas de Camacho y en la segunda parte en el Retablo de Maese Pedro, cuando un trujamán es el que va contando lo que ocurre a las figurillas del retablo, en el relato épico de Don Gaiferos y la hermosa Melisendra.

El narrador parece decir, “yo no soy el responsable de lo que dicen los personajes”. Los personajes viven de espaldas a las normas, son personajes anómicos, pero no lo hacen por unos principios más fuerte que la norma, son heterodoxos patológicos, que presentan deficiencias que les hacen incapaces de cumplir con la normativa. Cuando eludimos las normas nos apoyamos en el gremio o en el ego, vamos donde la gente va o donde nuestra egolatría nos lleva. Don Quijote, el licenciado Vidriera…, son personajes anómicos; este tipo de personajes llegan hasta los esperpentos de Valle Inclán. En el Persiles, están presentados estos personajes en una literatura sapiencial, llena de contenidos doctrinales, filosóficos, muy bien conjuntados por Cervantes que es muy hábil.

Citamos algunos ejemplos concretos de los personajes del Persiles que no se adaptan ni a las normas:

En primer lugar hablaremos de un encuentro con la brujería,  son los personajes que cuando no pueden conseguir algo, para lograrlo, acuden a la brujería. La magia es una forma de conocimiento de las sociedades bárbaras, y el Persiles comienza en una geografía bárbara. Aparece un personaje que se llama Rutilio, que, por problemas sociales, huye de su pueblo con un mujer, que según él, en un momento dado se convierte en un hombre lobo, por lo que tiene que abandonarla. Dice Rutilio (cap.8 libro 1º), Cómo esto pueda ser yo lo ignoro, y como cristiano que soy católico no lo creo, pero la esperiencia me muestra lo contrario...”. Es como un salvoconducto para el narrador, sabe que está contando una chifladura, pero dice “esto fue así, yo no lo creo pero...”, se distancia de esa declaración irracional que él hace, y lo explica como si hubiera sido el resultado de un estado onírico o de somnolencia por las fatigas pasadas, haciendo el narrador verosímil la chifladura, que el personaje afirma haber padecido.

Otro ejemplo de que Cervantes, en todo momento, está desmitificando la magia, es que una de las pruebas que exigen los bárbaros en la isla donde se inicia la novela es que hay que sacrificar a los jóvenes, de cuyo corazón se habían de hacer los polvos… Y habla el narrador de nuevo, calificándola de ridícula y engañosa prueba. Cervantes, como Feijoó, descartando esta mitología, jamás dará crédito a ningún episodio de magia o de fantasía, muy al contrario que Shakespeare, que en toda su obra se alaba estos encantamientos, que es lo que atraía al público del inglés.

Rutilio, en su misantropía, dice de la supuesta mujer loba en el cap V:

...me sobrevino un sueño tan pesado que, borrándome de los sentidos el sentimiento, me quedé dormido (tales son las fuerzas de lo que pide y ha menester nuestra naturaleza); pero allá en el sueño me representaba la imaginación mil géneros de muertes espantosas, pero todas en el agua, y en algunas dellas me parecía que me comían lobos y despedazaban fieras, de modo que, dormido y despierto, era una muerte dilatada mi vida”.

Acredita que todo lo que dice es una expresión onírica e irracional que para el narrador está descartada, pero el personaje queda como un “pirao” (nadie puede soñar por la noche y por la mañana exigir que se cumpla lo soñado). Cuando se escribe de monstruos y de prodigios, no quiere decir que se vive en una sociedad de monstruos y de prodigios, sino simplemente que en esa sociedad se escribe de eso. Esto lo hacía mucho la reforma, a la que le servía para justificar desastres de todo tipo, echándole la culpa a la brujería; el catolicismo, que era mucho más racional, usó mucho menos estos fenómenos.

Cenotia es el contrapunto de Rutilio, practica la brujería para atraerse a los hombres de los que se enamora. Se enamora de Antonio que le responde con verdaderas flechas que están a punto de matarla. Dice el narrador:

Volvió la Cenotia la cabeza, vio el mortal golpe que había hecho la flecha, temió la segunda, y, sin aprovecharse de lo mucho que con su ciencia se prometía, llena de confusión y de miedo, tropezando aquí y cayendo allí, salió del aposento, con intención de vengarse del cruel y desamorado mozo. Cap. 9 – 2º libro)”

Otro personaje, Constanza, simula estar poseída de conocimientos que otros ignoran:

Si yo os dijese cosas pasadas que no hubiesen llegado ni pudiesen llegar a mi noticia, ¿qué diríades? ¿Queréislo ver? Esta buena hija que tenemos delante es de Talavera de la Reina, que se casó con un extranjero polaco, que se llamaba, si mal no me acuerdo, Ortel Banedre, a quien ella ofendió con alguna desenvoltura con un mozo de mesón que vivía frontero de su casa, la cual, llevada de sus ligeros pensamientos y en los brazos de sus pocos años, se salió de casa de sus padres con el referido mozo, y fue presa en Madrid con el adúltero, donde debe de haber pasado muchos trabajos, así en la prisión como en el haber llegado hasta aquí” (Cap 16 -3º libro).

Cervantes, a través de su narrador, siempre va a desenmascarar, como Feijoo, las falsas creencias de la magia en la literatura, a diferencia de lo que hacía Shakespeare en los mismo años.

Hay otro personaje anómico muy revelador, Clodio. Representa al nihilismo, un personaje que niega los fundamentos morales, políticos, religiosos; que no cree absolutamente en nada, solo en la maldad y los intereses humanos. Un personaje maquiavélico, muy mal tratado por el narrador, porque vincula la revelación de la verdad con una intención malévola. Pero es el único personaje que sospecha la verdad de la trama, que se fundamenta en el engaño, una farsa peregrinación, y que continuamente está diciendo que Periandro y Auristela no son los que dicen ser, que no son hermanos, que son otra cosa. En toda la novela solo sospechan esto, Clodio, Cenotia, Hipólita, y el ermitaño que es como el jefe de los anómicos, de los locos (que algún día podrán gobernarnos a todos, legitimando las patológias, si no resolvemos los problemas...).

Hipólita es una prostituta con la que Periando, al llegar a Roma, tiene una cita. Dice Clodio en su malicia (cáp 2º del 2º libro):

Misterio también encierra ver una doncella vagamunda, llena de recato de encubrir su linaje, acompañada de un mozo que, como dice que lo es, podría no ser su hermano...”

Declaraciones de este tipo, hechas por un proscrito pero que es el único que dice la verdad, se suceden a lo largo de la novela. Es curioso que solo se otorga el poder de la verdad a personajes perversos, creando la contradicción de que para decir la verdad hay que ser mala persona desde el punto de vista del orden vigente. Este personaje, que podría ser adalid de una idea de libertad, no lo es porque el Persiles no se ha valorado en lo que merece. Baste decir que cuando se produce la venta de esclavos y Periandro va vestido de mujer, críticos posmodernos de izquierda actúal, han visto aquí una sublimación de la homoxesualidad, y críticos de la derecha franquista como Casalduero, vieron una lectura alegórica de la rebelión de los santos (caminos, ambos, por los que no llegamos a Roma), demostrando una vez más lo servil de la crítica con el poder. Dice Clodio:

No me ataban la lengua prisiones, ni enmudecían destierros, ni atemorizaban amenazas, ni enmendaban castigos...” (Cap. 14 – 1º Libros)

Este personaje debería ser alguien comparable a otros grandes personajes de la literatura (Luzbel de los Cantos de Maldoror). Clodio pretende hacer la veces de consejero privado de un mandatario para informarle del racionalismo de la sospecha, pero no encuentra su acomodo porque es demasiado malévolo. El narrador le dará una muerte atroz, por una de las flechas que iba para Cenopia que, como maldicente, le cae en la lengua. No deja de ser irónico que el personaje que dice la verdad, para el que la virtud solo son ficciones, sea desterrado de novela en esas condiciones. Cervantes con sus personajes siempre se la jugó, como se la jugó en su vida…

Aparecen también los ermitaños, figuras prestigiadas por el formato contrarreformista, son profundamente religiosos, como lo era toda la cofradía de Monipodio en Rinconete y Cortadillo. Los ermitaños están salvaguardados por el modelo religioso y sin embargo cuando se les pone a funcionar en la novela están completamente zumbados; son personajes anómicos, patológicos que no cumplen realmente su función de ermitaños. Es el caso de un ermitaño que vive con una concubina maritalmente, en régimen de virginidad absoluta -esto es un chiste- .

Renato, se había batido en duelo, y aún teniendo razón, perdió. Es un débil físicamente pero también lo es mentalmente, pues no ha sabido convencer con la palabra. Nadie está obligado a ser fuerte ni convincente, pero Renato ha perdido todas las batallas, y como consecuencia de eso huyó cobardemente. No ha podido con las exigencias políticas ni religiosas de la época, y se refugia en una geografía utópica, fuera del mundo civilizado. Allí es donde encuentra a esta mujer. Dice:

Dímonos las manos de legítimos esposos, enterramos el fuego en la nieve, y en paz y en amor, como dos estatuas movibles, ha que vivimos en este lugar casi diez años, en los cuales no se ha pasado ninguno en que mis criados no vuelvan a verme, proveyéndome de algunas cosas que en esta soledad es forzoso que me falten. Traen alguna vez consigo algún religioso que nos confiese; tenemos en la ermita suficientes ornamentos para celebrar los divinos oficios; dormimos aparte, comemos juntos, hablamos del cielo, menospreciamos la tierra, y, confiados en la misericordia de Dios, esperamos la vida eterna

Legítimos esposos cuando el Concilio de Trento había prohibido las uniones de palabra, como antes de este era costumbre. Tienen criados. Aquí todos los peregrinos van de pobres, vestidos de harapos, pero tienen criados. ¡Qué ironía! Luego nos habla de lugares donde no hay comercio, pero son abastecidos, como hace ahora las ONGs; son enemigos del comercio, como Escotado, pero están comercialmente abastecidos, ¡cuánto cinismo! Esto, en nuestra sociedad de hoy, ocurre a menudo, personas que viven parasitariamente, aparentando una cosa y siendo otra, y como el ermitaño, aunque viven en zona barbara, se proveen de un religioso que los confiese... ¿Qué pecados tendrán?, si viven en un lugar donde no se puede ni pecar, porque no hay nada. Y más anomalías, habla de celebrar los oficios, pero un ermitaño no es un cura, y termina el párrafo con un discurso platónico, muy cristiano, como si vivieran en un convento, confiando en la misericordia de Dios y esperando la vida eterna… Así todo, pero con criados y bien provistos de todo lo material necesario. No hay nada más ridículo decir que esto es una obra contrarreformista o dogmática, o seria, como se ha dicho durante décadas.

Veamos el tema de la literatura tratada dentro de la literatura. Los locos por antonomasia son los poetas, desde Platón lo hemos visto, y a los poetas le ha encantado el lugar que Platón les dio en la tradición literaria, porque la literatura exige una responsabilidad que los poetas no quieren asumir y así tener libertad para decir lo que les apetezca, alejarse de la ortodoxia y hablar por medio de la emoción, así muchos dirán barbaridades y serán considerados grandes poetas.

En un momento dado llega la comitiva de peregrinos a una posada, entre ellos, Auristela, la mujer más hermosa del mundo, y un poeta que allí hay decide enamorarse de ella y proponerle que entre en su compañía de cómicos como la artista principal, que seguro que acepta, -piensa – Dice el narrador:

Digo, en fin, que este poeta, a quien la necesidad había hecho trocar los Parnasos con los mesones y las Castalias y las Aganipes con los charcos y arroyos de los caminos y ventas, fue el que más se admiró de la belleza de Auristela…

¡Válame Dios, y con cuánta facilidad discurre el ingenio de un poeta y se arroja a romper por mil imposibles! ¡Sobre cuán flacos cimientos levanta grandes quimeras!”

Cervantes siempre está enfrentando el idealismo con la realidad para condenar a los idealistas. Este tipo se cree un poeta pero vivía en las charcas y los caminos, en la miseria terrenal. La literatura de Cervantes está protagonizada por una cantidad de locos equiparable a lo que encontramos hoy en las redes sociales (léase este mismo ejemplo). En la literatura de Cervantes, todos estos locos acaban triturados por otros más racionales.

Al final dos grandes aristócratas, el príncipe Arnaldo y Maximino, el hermano de Persiles, disfrazados de mendigos, disputan en una subasta por el retrato de Auristela, pujando con cantidades desorbitadas, despertando la perplejidad de las gentes. Es una apelación más del narrador, de Cervantes al racionalismo del lector, diciéndole que esta no es una obra seria, que es una falsa peregrinación…

El mito mismo de la peregrinación es cuando la comitiva se encuentra con una peregrina. Los peregrinos de antes viajaban en comitivas, una peregrina sola es algo insólito, no encaja con la época. El narrador la presenta como algo espantoso:

el rostro daba en rostro, porque la vista de un lince no alcanzara a verle las narices, porque no las tenía sino tan chatas y llanas que con unas pinzas no le pudieran asir una brizna de ellas; los ojos les hacían sombra, porque más salían fuera de la cara que ella; el vestido era una esclavina rota, que le besaba los calcañares, sobre la cual traía una muceta, la mitad guarnecida de cuero, que por roto y despedazado no se podía distinguir si de… En efeto, toda ella era rota y toda penitente, y, como después se echó de ver, toda de mala condición.

Aquí Cervantes parece Quevedo, pocas veces se ha ensañado tanto con un personaje. Un personaje, en este caso, que representa la esencia de la novela, el mito de la peregrinación. Dice que “después se echó de ver”, y sin embargo no aparece más en la novela, otro juego del narrador, que con el retrato físico nos está remitiendo a la condición moral del retratado, en este caso un verdadera degradación. No es compatible con la condición de peregrino que debería representar los valores de la virtud, de la justicia, de la belleza. Los que esto representan, Periandro y Auristela, son falsos peregrinos, subvirtiendo el concepto tanto del catolicismos como el reformista. Dice la peregrina:

-Mi peregrinación es la que usan algunos peregrinos: quiero decir que siempre es la que más cerca les viene a cuento para disculpar su ociosidad; y así...”

Es muy cervantino eso del “quiero decir ...”, diciendo una cosa y luego corregirse, con todo el alcance crítico que pueda imaginarse. Sigue un largo párrafo y al final añade:

-Desde allí -prosiguió la peregrina-, no sé qué viaje será el mío, aunque sé que no me ha de faltar donde ocupe la ociosidad y entretenga el tiempo, como lo hacen, como ya he dicho, algunos peregrinos que se usan.

Destripando el núcleo de la novela que muchos han leído como si fuera seria. Otro personaje le contesta:

-Paréceme, señora peregrina, que os da en el rostro la peregrinación.

-Eso no -respondió ella-, que bien sé que es justa, santa y loable, y que siempre la ha habido y la ha de haber en el mundo, pero estoy mal con los malos peregrinos, como son los que hacen granjería de la santidad, y ganancia infame de la virtud loable; con aquellos, digo, que saltean la limosna de los verdaderos pobres. Y no digo más, aunque pudiera.

Aquí parece que le ha salido su falso lado erasmista que dirían los cínicos, porque Cervantes de erasmista no tiene nada. Todos estos personajes anómicos con el sistema, pero parásitos del sistema con la cobertura del “nosotros”, del gregarismo, son muy comunes (hoy esto se da en los nacionalismos).

Por último vemos el ejemplo de Soldino, es como un hechicero, otro loco en el que Cervantes apoya su crítica, que parece tener un máster en astrología judicial, en la adivinación del porvenir y del pasado. Así lo cuenta el narrador:

...venía vestido ni como peregrino, ni como religioso, puesto que lo uno y lo otro parecía; traía la cabeza descubierta, rasa y calva en el medio, y por los lados, luengas y blanquísimas canas le pendían; sustentaba el agobiado cuerpo sobre un retorcido cayado que de báculo le servía.”

Una vestimenta ridícula, especialista en pseudociencia. Lo presenta de forma venerable para degradarlo al final. Y el propio personaje dice con cinismo que él no es de los falsos, que es de los verdaderos, que tal vez la buena fama se engendra con la mala mentira. Vive fuera del mundo, pero el narrador lo presenta como si viviera feliz. El narrador se distancia del personaje y dice:

Otra vez se ha dicho que no todas las acciones no verisímiles ni probables se han de contar en las historias, porque si no se les da crédito, pierden su valor; pero al historiador no le conviene más de decir la verdad, parézcalo o no lo parezca.

¡Y por qué habla aquí del historiador? Pues porque la realidad en la literatura está ya bien legitimada, pero la ficción se legitima a lo largo de los siglos XV y XVI, cuando se traduce a las lenguas románicas la Poética de Aristóteles, que es cuando comienza a distinguirse la literatura de la historia, suponiendo que el historiador dice la verdad y el poeta la mentira. Por eso el narrador apela a la historia, para que el lector crea lo que está contando, pues aún no estaba bien asimilado el concepto de ficción. Cervantes escribe con un concepto de ficción que él subvierte con frecuencia. Aún hoy, hay pueblos, y muchos lectores, que no son capaces de explicarse que es la ficción, y la ficción es tan importante, que sin ella no hay literatura, habrá historia, libros de culto religiosos, libros de ciencia… La ficción, según Bueno, como materia que carece de existencia operatoria, exime a la literatura de ser verificada (don Quijote no puede salir de la novela y, en el mes de mayo, presentarse en la romería de Montenegro; no existe materialmente, igual que tenemos la imagen de un unicornio, y no existe). 

En el Quijote, también arremete Cervantes contra estos impostores del racionalismo, cuando dice en el cap. 25 de la 2ª parte, en el episodio del mono adivino:

...porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan ni saben alzar estas figuras que llaman «judiciarias», que tanto ahora se usan en España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia.”

Considerando ciencia a un conocimiento real y verificado, y no basado en la emoción, la imaginación, la superchería, y otras imposturas del racionalismo, en las que, por desgracia, hoy vive buena parte de nuestra sociedad, y en muchos casos la universidad, que lejos de criticar estas patologías sociales las está institucionalizando.

En resumen, toda la literatura de Cervantes es una crítica, una burla, una sátira, una condena de los idealismos, de la impostura de la razón.


Referencias: J. Casalduero, Sentido y forma de los trabajos de Persiles y Seguismunda. J, Maestro, Nueva lectura del Persiles. G. Bueno, Crítica literaria según el materialismo filosófico.

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