En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

lunes, 23 de noviembre de 2020

La gitanilla: dos ideas de libertad

Cervantes. El conocimiento del mundo gitano, una cuestión de familia


Cervantes tenía sobrados motivos para conocer bien a los gitanos y para estar prevenido contra ellos, a la par que era capaz de tenerle cierto afecto. En efecto, el abuelo de Cervantes, el licenciado Juan de Cervantes (+1556), tuvo tres hijos: dos varones, Juan, Rodrigo, padre de nuestro autor, y una hija: María, tía de Cervantes. Esta última estuvo amancebada con un arcediano de Talavera y Guadalajara, llamado don Martín de Mendoza, conocido por el apodo de "El Gitano". El citado abuelo de Cervantes era personaje de rango, hombre de confianza del tercer duque del Infantado, por tanto, los amoríos de su hija produjeron mucho escándalo entre los años 1528-1533, y causaron un gran enfrentamiento con la casa del Infantado, llevando a una serie de pleitos con los consiguientes problemas para toda la familia. El núcleo principal del problema radicaba en que el tal arcediano, don Martín de Mendoza, era en realidad hijo ilegítimo del primogénito del segundo duque del Infantando: Don Diego Hurtado de Mendoza.

Don Diego Hurtado de Mendoza, antes de casarse con la hija del Conde de Benavente, tuvo una aventura con una gitana bellísima llamada María Cabrera. El asunto comenzó tal como lo cuenta El nobiliario del Cardenal Mendoza. Dicha crónica narra como en 1488 acudió a Guadalajara una cuadrilla de gitanos con motivo de la fiesta del Corpus. Todos quedaron prendados de una joven gitana: María Cabrera. El joven conde de Saldaña, don Diego, hasta el punto de que le ofreció uno de los mejores caballos de su establo, y una vez más la gitana admiró a todos con la gallardía de su cabalgar. Don Diego ya no paró hasta que poseyó a la gitana. De esa unión nació Martín Mendoza en 1489. El niño llegaría a ser "hombre de buena estatura, seco y moreno, conforme a la madre". Don Diego regaló a la gitana una posada, para que "sin peregrinar viviese, y desde entonces les duró por hartos años a todos los gitanos de aquella cuadrilla el que viniendo a Guadalajara luego visitaran la casa de los duques como muy parientes della, y se la mostraban con lo cual iban muy contentos de tal parentesco", porque cuando alguno se casa con una gitana se casa con toda su tribu, y las ventajas y privilegios que saca la faraona son para todos.

Don Diego Hurtado de Mendoza tuvo muchos hijos de su enlace legítimo con María Pimentel, pero también tuvo varios hijos ilegítimos. De todos (14 en total), por el que sintió particular predilección fue por Don Martín de Mendoza "El Gitano". Lo consagró a la Iglesia, le dio una educación esmerada y consiguió para él numerosas prebendas: arcedianato de Talavera, curato de Galapagar, abadías de Santillana y Santander... Para ello, en 1514, logró obtener de la Reina Juana (La Loca) un especial decreto que le legitimaba para detentar beneficios públicos "y gozar de las preeminencias de los hijos legítimos de legítimo matrimonio". Hasta llegó a pedir para su hijo la mitra toledana, petición que Carlos V denegó cortésmente en carta fechada el 30 de enero de 1523.

En el contexto de estas circunstancias, el abuelo de Cervantes, "velando por la honra de su hija", se quejó al duque del Infantado de los amoríos de ésta con el Arcediano, y -puesto que su clerical condición le impedía salvar su honra con el matrimonio-, al menos, solicitó un arreglo monetario "que le permitiera dotar a su hija". Finalmente se llegó a un acuerdo, por el cual el clérigo firmó una carta de obligación el 30 de noviembre de 1529. Por este documento, se comprometía a entregar a María de Cervantes la suma de 600.000 maravedíes antes de la Navidad de ese año. A partir de ese momento, la familia de Cervantes no dejó constantemente de sacar dinero al arcediano. Por el momento, éste accedía, a la par que continuaba haciendo numerosos regalos a su amante. Regalos de la talla de valiosas joyas, costosos ajuares, vistosas jacas y elegantes caballos de silla, sin faltar libranzas y regalos en metálico hasta un total de 146.000 maravedíes.

Todo ello, permitía a la abuela de Cervantes ser "una gentil amazona, cabalgando en su jaca blanca con la guarnición de terciopelo, por las calles de Guadalajara, o asombrando en las fiestas, juegos de cañas y torneos con aquella cargazón de joyas y perlas orientales ".

Muerto el Duque, su padre, el hermanastro de Don Martín se cansó de las estafas y malversaciones, y le cortó todas las "subvenciones" a que estaba acostumbrado.

Acosado por estas circunstancias, el abuelo de Cervantes concibió una estratagema legal: hizo que, el 2 de abril de 1532, su hija -haciéndose pasar por menor de edad- se presentara ante el alcalde ordinario de Guadalajara con la petición de que se le designase un curador, y que éste embargara los bienes de los fiadores de don Martín "El Gitano". Su estratagema falló, porque los interesados burlaron el embargo. Pero el abuelo de Cervantes, terco leguleyo al fin, se enfadó y acusó de parcialidad al alcalde Cañizares, que -en respuesta- le mandó encarcelar en su propia casa, e inició los trámites para demandarle ante su majestad o ante la Cancillería de Valladolid.

"El Gitano" y su hermanastro, el Duque Iñigo, aprovecharon la circunstancia y acusaron al viejo abogado de tercería con su hija, cuya honra había vendido por 600.000 maravedíes, dejando voluntariamente que la muchacha se amancebara con el clérigo, de quien tuvo un hijo.

El licenciado Cervantes contestó al ataque formulando acusaciones de cohecho contra los justicias de Guadalajara por venderse a la familia del Duque del Infantado. Pero Don Martín reaccionó con violencia, y el abogado, por miedo al vengativo gitano, huyó de Guadalajara y se acogió a la protección del Arzobispo de Toledo, don Alonso de Fonzeca. Finalmente, la familia Mendoza llevó el asunto al alto tribunal de Valladolid y el Licenciado Cervantes acabó en la cárcel de esa ciudad el 29 de julio de 1532. Pero el viejo abogado siguió revolviéndose astutamente, y logró que el tribunal de Valladolid anulara la decisión de los alcaldes de Guadalajara, le absolvieran de todo delito personal y condenaran a los fiadores de "El Gitano" al pago de los 600.000 maravedíes de la inicial demanda. Como respuesta, "El Gitano" y la casa de los Mendoza iniciaron una verdadera persecución, utilizando incluso al Santo Oficio, aunque no lograron que la Inquisición tomara acción contra el experimentado abogado.

A partir de entonces, empiezan las desventuras y empobrecimiento de una familia que, en tiempos, gozó de toda la preponderancia que le daba su relación con la casa del Infantado. No obstante, María de Cervantes, la antigua querida del Arcediano, continuó viviendo con cierto lujo, gracias a los 600.000 maravedíes conseguidos en el infame pleito. Entre otros bienes, con esos dineros compró varias propiedades en Alcalá. Don Juan, su padre, se separó de su mujer y se trasladó a Córdoba. El hijo mayor de la familia, Juan, murió pronto, y el segundo, Rodrigo, -padre de Cervantes- por su sordera no logró ser médico como quería, y hubo de conformarse con ser cirujano practicante, poco más que barbero. Se casó con Leonor de Cortinas y vivieron en una casa de Alcalá, propiedad de su hermana María. En esa casa nacería Cervantes. Una casa cuyo sostén económico era la riqueza de Doña María, una gran ayuda por bastante tiempo, aunque sus dineros no pudieron evitar la ruina y encarcelamiento del padre de Cervantes y la ulterior época de privaciones. De modo que, durante toda la niñez de Cervantes, la influencia familiar de la antigua querida de "El Gitano" fue considerable, y nuestro autor aprendió de ella la historia y costumbres gitanas: la danza al son del pandero, el recitado de romances, el arte del penar bahí o decir la buenaventura, la historia del arcediano, la exaltación de las costumbres gitanas y -a la par- los excesos de su conducta.


Preciosa, "La Gitanilla": dos modos de vivir

Esos antecedentes de Cervantes explican su conocimiento del mundo gitano, su modo de vida y concepción moral frente a la de la España tradicional de su tiempo. Cervantes combina una clara postura ante los excesos de la moral gitana con una cierta simpatía por ellos y algunas manifestaciones de su modo de vivir. Así con ocasión del "noviciado gitano" de Andrés, se declara:

"De todo lo que había visto y oído, y de los ingenios de los gitanos quedó admirado Andrés, y con propósito de seguir y conseguir su empresa sin entremeterse en sus costumbres, o, a lo menos, excusarlo por todas las vías que pudiese, pensando exentarse de la jurisdicción de obedecellos en las cosas injustas que le mandasen a costa de su dinero".

Y en otro lugar, pondrá las siguientes palabras en boca de Preciosa:

"Los ingenios de las gitanas van por otro norte que los de las demás gentes: siempre se adelantan a sus años; no hay gitano necio, ni gitana lerda; que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros despabilan el ingenio a cada paso, y no dejan que críe moho en ninguna manera".

Este combinarse de simpatía vital y rechazo de lo negativo se encarna magníficamente en la figura de Preciosa, "La Gitanilla". Es verdad que se trata de una pintura excesivamente perfecta:

Cuando Preciosa el panderete toca

Y hiere el dulce son los aires vanos,

Perlas son las que derrama con las manos;

Flores son que despide de la boca.

Sin embargo, Cervantes supo hacer de La Gitanilla una figura encantadora:

Y tal es mi Preciosa

Que es lo menos que tiene ser hermosa:

Dulce regalo mío

Corona del donaire, honor del brío.

Preciosa es un arquetipo ideal para la comunicación de las ideas que laten detrás de la novela, porque aprecia a los gitanos -"no hay gitana lerda", dirá- y a la vez es capaz de rechazar sus ideas y costumbres cuando las considera reprobables: "Yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas cuando se les antoja".

Pero resulta que el personaje creado para la contraposición moral no es realmente gitana: ella es Costanza Meneces, robada en los primeros albores de su vida por una vieja gitana. Luego, ¿será la concepción moral algo ligado en cierto modo a la sangre? ¿Por qué, habiendo recibido la misma educación que las demás gitanas, expuesta a las mismas influencias, viviendo la misma vida, por qué Preciosa rechaza concepciones aceptadas con normalidad por todos "los suyos?”

Cervantes transmite con delicadeza una convicción, y tiene que acudir al recurso literario de una niña robada, porque sería imposible que un gitano de verdad rechace esos elementos de su modo de vivir. Hay cierto fatalismo racista, que al mismo tiempo es disculpa. No es prejuicio, sino fatalismo:

"¿Ven estas muchachas mis compañeras, que están callando y parecen bobas? Pues éntrenles el dedo en la boca y tiéntenles los cordales, y verán lo que verán. No hay muchacha de doce que no sepa lo que de veinte y cinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y al uso, que les enseña en una hora lo que habrían de aprender en un año".

Ese reconocer los defectos de los gitanos no es prejuicio, porque Cervantes no calla los de su propio mundo. Así, Preciosa es consciente que en el otro lado -en el de los payos- no faltan los desvíos:

"Mucho sabes, Preciosa -dijo el Teniente-. Calla, que yo daré traza que sus Majestades te vea porque eres pieza de reyes. Querranme para truhana -respondió Preciosa-, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si me quisiesen para discreta, aun llevarme hían; pero en algunos palacios más medran los truhanes que los discretos. Yo me hallo bien con ser gitana y pobre, y corra la suerte donde el cielo quisiere".


Verdad y libertad, contraste de los dos mundos

A Cervantes lo que más le caracteriza en su obra es la indeterminación consciente, un dualismo antropológico. Esa dualidad aparece singularmente perfilada en la contraposición del concepto de libertad según el ideal cristiano y el concepto de libertad en la vida gitana, una libertad pragmática, naturalista, que parece anclada en la ley del más fuerte, pero que no deja de tener cierto encanto.

Toda la concepción cristiana de la libertad podría ser el siguiente. La libertad consta de tres posibles elementos: En primer lugar, la intensidad del querer (en palabras castizas: "querer con toda la fuerza del corazón"). En segundo lugar, la ausencia de toda coacción ("quiero algo porque me da la gana, no porque nadie me obliga"). En tercer lugar la posibilidad de elegir bienes diversos: el típico: "Prefiero esto". Como se verá, Cervantes conoce bien el tema, porque prácticamente en sus obras encontramos una referencia literaria a cada uno de esos aspectos.

El hombre es libre porque decide, porque "quiere" querer, como contrapuesto al instinto necesario. Decisión de querer que ni la más fuerte coacción exterior puede quitar: con toda la fuerza del mundo nadie puede "hacerme querer" lo que no quiero. Así declarará Preciosa:

"La mujer que se determina a ser honrada entre un ejercito de soldados lo puede ser",

y en otro lugar:

"Conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada" o "Puesto que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que antes de que aquí vinieses entre los dos concertamos" (...) "Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre, y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere".

El segundo elemento, la ausencia de coacción externa es condición para el ejercicio de la libertad:

"¡Desdichada de la vida

a términos reducidas

que busca con ceguedad

en la prisión libertad

y en lo imposible salida!".

No se puede ser libre en prisión. La misma idea que plasma en en el discurso de Marcela: no se puede ser libre cuidando cabras en el monte, donde no hay nada que hacer. También en quijote se habla de la cautividad de las conveniencias, chismorreos y convenciones sociales: "Pasé a Italia y Alemania y allí me pareció que se podía vivir con más libertad porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia", declaraba Ricote a Sancho cuando lo encontró tras el desastre de la ínsula Barataria.

Pero siendo dura la cautividad externa, la libertad exterior es la única que puede perderse por culpa de otro:

"Vi que volaban los tiempos

y que encerraban las rejas

el cuerpo, más no el deseo

que es libre y muy mal se encierra".

Libertad muy cuestionada, en otros párrafos por Cervantes, que no lleva al tercer elemento: la posibilidad de elección entre bienes diversos es circunstancia, que conforma la verdadera libertad.

Como racionalista, para Cervantes, dado que el hombre siempre quiere "lo bueno", lo que considera "bueno" para él, la libertad depende de la verdad, en el sentido de que sólo cuando la inteligencia conoce de verdad la realidad, sólo entonces el hombre ejerce de verdad la libertad. En ese sentido, la libertad absoluta sólo es posible cuando salgamos de la limitación del conocimiento terreno. Idea de la que se hace eco Cervantes en La Gran Sultana:

Mártir soy en el deseo

y aunque por agora duerma

la carne frágil y enferma

en este maldito empleo,

espero en la luz que guía

al cielo al más pecador

que ha de dar su resplandor

en mi tiniebla algún día,

y desta cautividad

adonde reino ofendida

me llevará arrepentida

a la eterna libertad.

La moral gitana, tal como es presentada en la novela, supone necesariamente una concepción de la libertad y la justicia totalmente opuesta, por cuanto se declara que la verdad y la mentira no existen como realidades contrapuestas: "Del sí al no no hacemos diferencia cuando nos conviene". Para el gitano no hay diferencia entre la verdad y la mentira, con lo cual la elección de la libertad, no es la del bien -en sentido moral-, sino la de la apetencia:

"Para nosotros se crían las bestias de carga en los campos y se cortan las faltriqueras en las ciudades. No hay águila, ni ninguna otra ave de rapiña que más presto se abalance a la presa que se le ofrece, que nosotros nos abalanzamos a las ocasiones que algún interés nos señalen".

Consecuentemente, no hay respeto a la propiedad, a la justicia, a lo suyo de cada uno. Por eso roban con toda paz "y, de noche hurtamos, o, por mejor decir, avisamos que nadie viva descuidado de mirar donde pone su hacienda". Es más, la caridad se considera una debilidad incompatible con su modo de vida. Así, cuando el pretendiente de Preciosa decide indemnizar con su dinero a los labradores afligidos, el viejo gitano le reprende:

"...que era contravenir a sus estatutos y ordenanzas que prohibían la entrada a la caridad en sus pechos, la cual, en teniéndola, habían de dejar de ser ladrones, cosa que no les estaba bien en ninguna manera".

Sin embargo, hay aspectos de la libertad que los gitanos saben vivir muy bien: cierta falta de esclavitud por las cosas de la tierra: "Porque la libre y ancha vida nuestra no está sujeta a melindres ni a muchas ceremonias". Es como un cierto estoicismo, sólo que -en vez de estar fundada en el los bienes superiores- lo está no dejarse atar por nada fuera de su mundo:

"Con éstas y otras leyes y estatutos nos conservamos y vivimos alegres; somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos: los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles frutas; las viñas uvas (...) Para nosotros las inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños las lluvias (...) nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros (...) No nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos domina la ambición de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni madrugamos a dar memoriales, ni a acompañar magnates, ni a solicitar favores (...) un mismo rostro hacemos al sol que al yelo, a la esterilidad que a la abundancia".


Un peculiar aspecto de la libertad gitana: maltrato de la mujer

Las mujeres son medidas por un rasero distinto, como el único objeto de propiedad particular:

"Pocas cosas tenemos que no sean comunes a todos, excepto la mujer o la amiga, que queremos que cada una sea del que le cupo en suerte. Entre nosotros así hace divorcio la vejez como la muerte: el que quisiere puede dejar la mujer vieja, como él sea mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años”.

Y poco antes se dice:

"Nosotros guardamos inviolablemente la ley de la amistad: ninguno solicita la prenda del otro; libre vivimos de la amarga pestilencia de los celos. Entre nosotros aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio; y cuando le hay en la mujer propia, o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo: nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas y amigas; con la misma facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos como si fueran animales nocivos: no hay parientes que las vengue, ni padre que nos pida su muerte. Con este temor y miedo ellas procuran ser castas y nosotros, como hemos dicho, vivimos seguros".

Esa castidad de la mujer es como un valor que si se pierde hace a las mujeres "inservibles". Para los gitanos sólo la castidad corporal tiene importancia. La obscenidad, chistes, gritos, etc. es para ellos totalmente irrelevante, hasta el punto de que puede darse el caso de una gitana que baila provocativamente en un cabaret, pero detrás de una cortina se esconde la madre, una gitana fea, sucia y tuerta que vigila a su hija provocadora. Esa mentalidad la explica muy bien Preciosa:

"Una sola joya tengo, que la estimo en más que la vida, que es la de mi entereza y virginidad...; flor es la de la virginidad, que, a ser posible, aun con la imaginación no había de dejar ofenderse. Cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Este la toca, aquel la huele, el otro la deshoja y, finalmente, entre las manos rústicas se deshace".

Preciosa considera que sólo al matrimonio ha de ceder ese bien de la virginidad:

"Si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser a este santo yugo; que entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias que felices ganancias prometen".

Cervantes, moralista aquí -por boca de Preciosa, como rechace el divorcio, esta moralidad peculiar de los gitanos que pueden dejar mujer porque es vieja:

"Yo no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han tomado de dejar las mujeres, o castigarlas cuando se les antoja; y como yo no pienso hacer cosa que llame al castigo, no quiero tomar compañía que por su gusto me deseche".

En definitiva, La Gitanilla dibuja magistralmente los elementos esenciales del mundo gitano; con una yuxtaposición de simpatía y reprobación por parte de Cervantes.

...

Referencias: Dra. Mary C. Iribarren; La gitanilla de Cervantes/ Walter Starkie, Cervantes y los gitanos/ Américo Castro; El pensmiento de Cervantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario