En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

jueves, 30 de abril de 2020

Los olivos de Rosendín y la Santisima Trinidad


Leí no hace mucho algo parecido en el Florido Pensil, y mis recuerdos, como casi siempre, volaron a aquellos años de mi escuela de Cádiar:
Decía Don Francisco Noguerol con pedagogía fiel al régimen en formas y contenido, a ver: “Dios es nuestro padre, que está en el Cielo, ¿no?” Y estaba bien; lo decías así y te librabas de un coscorrón. Pero después te preguntaba: “¿Dónde está Dios nuestro Padre?”, y decías tú: “En el Cielo.” Y ¡plas! Cogotazo. Que ya no estaba allí, bueno si estaba, pero también en más sitios a la vez. Estaba “en todo lugar, por esencia, presencia y potencia”. Entonces nos invadía un silencio espectante, andaba entre los pupitres con la cabeza baja y las manos enlazadas por detrás, se giraba de pronto y atusándose el bigote te preguntaba golpeándote con el dedo en la espalda. “¿Por qué dices que está en el Cielo?”, y tú, sobresaltado y a medio rezar un padrenuestro: “No don Francisco, es que me he equivocado” y ¡plas!, otro cogotazo, y respiraba satisfecho con profundidad. “Porque en él se manifiesta más particularmente su gloria”, aclaraba el listillo de la clase, pero, por si acaso, lo decía sin levantarse del pupitre y mirando al suelo. 
 
Entonces llegaba don Angel, el cura del pueblo, que nos preparaba para la comunión, amigo de don Francisco, con quien se corría sus juerguecillas y jugaban al póquer a menudo. Y la clase respiraba aliviada, pero poco y por poco rato.
¡En pie!” Y se oía un murmullo y un golpeteo de los asientos abatibles contra el respaldo del pupitre. El cura le hacía un gesto al maestro con el dedo indice de la mano derecha tieso y girando sobre sí mismo para que siguiera; y el maestro a nosotros bajando la mano extendida con la palma hacia abajo, para que tomáramos de nuevo asiento. Y seguía el interrogatorio teológico inquisitorial con fines pedagógicos.
- ¿Quiere usted preguntar don Angel?
- Gracias don Francisco. -A ver:
-¿El Padre es Dios? –le preguntaba a uno que se sentaba en la última fila.
- Sí, padre; el Padre es Dios.
-¿El Hijo es Dios? –señalaba con el dedo a otro que se estaba haciendo el disimulado.
-Sí, padre; el Hijo es Dios.
-¿El Espíritu Santo es Dios? –a otro.
-Sí, padre; el Espíritu Santo es Dios -para entoces ya todos sabíamos la respuesta.
-Entonces hay tres dioses, ¿no? –y abría los ojos y señalaba a un asiento que no había nadie-. Si tú el que se esconde debajo del banco, ¿son tres dioses acaso?
-Sí, padres; tres exactamente –cogotazo de don Francisco y tirón de pelos de don Angel.

Entonces don Francisco, un poco colorao por la rabia tomaba la palabra. Le cogía de la oreja y le acercaba a la ventana: “Mira para allá, para el haza de Rosendín. Ves aquel olivo”, “sí, don Francisco”, “¿cuántas patas tiene?”, “una, dos y tres”, contaba temeroso; “¿tres, no?”, le preguntaba de nuevo, “sí tres, don Francisco”, “¿son tres olivos?”, “¡nooo!, don Francisco es un olivo solo, que tiene tres patas”; “bien hijo, pues aquí es lo mismo, son tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Entonces nosotros, todos, hacíamos un leve movimiento con la cabeza, como diciendo, lo que usted diga don Francisco, pero procurando no decir nada no fuéramos a meter la pata de nuevo. 
 
Y ya, mirando satisfecho al cura, decía el maestro, “anda hijo siéntate”, y nos sentábamos, pero no habíamos entendido mucho lo del misterio de los olivos. Bueno sí, que Rosendo Martínez, cuando fue Alcalde, había plantado tres, pero como tenía la huerta llena de almendros, los puso los tres juntos y ya no eran tres olivos, sino tres ramas de un mismo olivo, y mirando allí don Francisco nos hacía rezar de vez en cuando, y tiritar de miedo de vez en vez, para que entendiéramos el Misterio de la Santísima Trinidad, un misterio muy importante para todo cristiano que quiere tomar la comunión, y fácil de entender para aquel que tiene fe. Y en aquellos años todos teníamos mucha fe.
Y el maestro de nuevo, levantando la mano con la palma abierta describía un arco, para terminar con la palma hacía arriba, señalando la puerta: “Venga niños, en orden, al recreo”.
Salíamos corriendo con la intención de jugar un partido, pero a la primera patada Pepa la Modesto se hizo con la pelota y creo que le sirvió de regalo de reyes para su hijo Pepe. No sé o tal vez era otra pelota la que le llevó el rey cuando yo hacía de antorchero, pero la nuestra nunca más la vimos.

miércoles, 29 de abril de 2020

Las cámaras de mi casa


Tienen las cámaras de mi casa una inquietante capacidad conmemorativa; son como un pozo de recuerdos en los que me desplomo y que me hace descender, aún sin desearlo, a otros días allí vividos, a un tiempo remoto, a aquellos años mágicos de la infancia, allí celebré yo la creación del mundo; allí escribí el prólogo de mi autobiografía, allí comenzó para mí ese tiempo sin tiempo de todos los principios, allí busqué mi primeras quimeras. Allí fue el origen de mis sentimientos, una época que recuerdo por el color del aire, por el olor de las natillas con canela y de los roscos de anís de mi abuela, por el sabor del arroz con leche y la torta en lata comida a escondidas. Yendo hacia atrás en la memoria, y aún más hacia atrás, siempre, termino siendo un par de ojos, una mirada sobre un mundo lento, sólido, seguro, tranquilo, el único mundo posible de aquellos días.

A veces quiero convencerme de que ha habido una continuidad, y que aquel niño tan lejano que se entretenía sin hacer nada, soñando o leyendo al Capitán Trueno también era yo, temiendo que la vida rompa el hilo que me une a mi pasado, porque a medida que pasan los años, devastando, como el caballo de Atila, lo vivido, mi ayer se va haciendo más remoto, más ajeno a lo que soy hoy, y acabo siendo un extraño al que le parece no haber vivido los recuerdos que su memoria almacena y tal vez deforma. Me veo como otra persona distinta.

Como las paredes de la cámara, veo gris mi pasado, gris por las sombras que el tiempo va adhiriendo a mis recuerdos, pintado con una oscura pátina y sumergidos en un crepúsculo perpetuo. Pero en medio de ese mar de sombras flotan islas de luz, instantes iluminados en mi memoria, quién sabe por qué caprichosa o enigmática razón. Escenas de esos años que recreo aún hoy de forma inconsciente. Y lo más curioso es que suelo ver peripecias secundarias, escenas menudas.

Guardo una clara imagen de la cámara en penumbra, la puerta cerrada y la estancia llena de sueño; siento caer sobre mis pestañas una lluvia de polvo que baja, en agosto, como una nevada invisible. Afuera, un pesado sol de siesta y de verano apretándose contra el tejado. Por los agujeros de la puerta se cuelan unos hilos de luz que cortan el aire caliente de la habitación, que es oscuro, pegajoso y quieto como el agua estancada de las balsas de riego; hilos o láminas que bajan a mi mesa de estudio en diagonal, llenas de motitas estrelladas de polvo que danzan en el espacio delante de mis ojos, y uno de ellos ilumina parte de la portada de un libro de Julio Verne que leía a escondidas, cuando debía leer los triunviratos romanos y terminar las ecuaciones. Me acerco a coger el libro y descubro un prodigio: mi mano recortada e iluminada por ese intruso hilo de sol, roja y luminosa, casi transparente, en la que se distingue el hueso en su interior. Repetí la escena muchas veces, aún la repito cuando por la persiana de mi despacho se cuela un haz del sol en una tarde clara.

Nunca como entonces el tiempo fue tan quieto, los días tan largos, ni el sol tan dorado, ni la realidad tan viva y precisa, como en esos juegos de la memoria del principio de la vida, cuando el mundo se abría bajo mis ojos como un gran regalo envuelto en papeles de alegres colores, doblados con mimo, cogidos con celofán, y atado por una guitilla de seda rematada con su lazo rojo.
 
 Texto inédito de: Del cinamomo al laurel, 48


viernes, 24 de abril de 2020

Ese año que matamos juntos al diablo



Al caer la tarde
Preparando la estrategia
Descanso tras la limpieza
 
 

Llegando junto a los fuegos había ya varios grupos dispersos, sentados sobre periódicos y jarapas extendidas entre los álamos, corros de gente madrugadora a la sombra de la mañana. No quedaba apenas hierba; el suelo de la alameda estaba invadido por una arena fina y el limo reseco y polvoriento del río. Se había adelantado el verano. Y este adelanto se apreciaba en otras reuniones que nos habían precedido días antes, buscado tal vez el descanso junto al agua agria o tal vez, como nosotros, los recuerdos anteriores a la devastación. Devastación de la magia, que no de la juventud que aún gozamos. Restos de vandalismo de los que nos habían precedido. Así que comenzamos por improvisar escobas y llenar dos sacos de basura que nosotros no habíamos producido, pero que estaba allí para que nosotros limpiáramos.

Limpio pues el suelo y descubiertas las cestas comenzamos a sacar la armas. Sobre la mesa de piedra botellas de agua, neveras y cestos de mimbre tapados por servilletas de cuadros de vivos colores, botas de vino colgadas de los álamos, y en el agua, melones refrescándose sujetos por grandes piedras.

Enfrente se veía el erial del haza batido por el sol, llena de "bleos" y almendros resecos; una losa de luz aplastaba la finca desamparada, borrando un pequeño rebaño de cabras que se cobijaban bajo las sombras de las escasas retamas.

Hornazo de Monteluz
Por el río, que había encogido su caudal, corría el agua rojiza, anaranjada, trenzando y destrenzando las hebras de óxido en la corriente, como los largos músculos del río. En la orilla helechos y juncos que saliendo verticales del agua muestran al final de su largo tallo oscuros pelotones redondos de orujo incierto. Entre las piedras del río sobresale algún banco de barro como una negra panza; islas de limo y arena, iluminadas por saetas de sol que se cuelan entre el danzar de las ramas de los árboles.

Hay un par de zarzales que detienen el polvo del camino en sus hojas oscuras y ásperas. Más arriba un almendro quemado y resquebrajado con sus negras astillas en punta, hechas casi carbón aún caliente; y, algo más abajo, sentados entorno a la monolítica mesa de piedra algunos amigos enfrascados en una profunda charla repleta de temas insustanciales.

Por el calor, el vino y la fatiga sufrida por el corte de leña para la lumbre, a Pepe le escurrían por la frente regueros de vino, o quizá fuese el sudor ensuciado por el polvo, que de cuando en cuando se limpiaba pasándose el dorso del antebrazo por la cara; llevaba la camisa desabrochada luciendo su peludo pecho. Pedro, moreno y lampiño junto a él, alargaba su brazo a la exquisita tartera de Isabel:

Una tortuguita para ir despacio
-¿Me permites?
-Coge, por Dios. Es para todos.
-¡Cómo te gusta arrimarte a la buena sombra! –comentó otro Andrés-
-Si, a este paso vais a dejar a los cocineros sin nada. –añadió José Luís-
-Hay de sobra, lo que no nos comemos; tú coge lo que quieras.-zanjó Mari-

Manolo se empinó la bota y vio el sol bailando alegre en las copas de los álamos, haciendo guiños de luces y sombras, flases de instantáneas veladas por la sutilidad del tiempo, flechas que se colaban por las rendija de la danza de las ramas y se clavaban en el iris de su remoto recuerdo. Dos chicas, sí chicas, jugaban al teje en las manchas de luz y sombra originadas por el sol y el baile de los álamos. El mismo baile que jugaba en las espaldas de aquellas que se habían sentado en la piedra, el mismo que hacía brillar los vidrios de las botellas y la jarra de sangría, todo allí, encima de un mantel blanco de papel comprado la tarde antes a Tobalico, extendido sobre la mesa de piedra.

Sobre otra piedra, sobre el peñón, ese barco anclado en el lecho del río, entre una luz tostada y un aire caliente, los más pequeños subían y bajaban, jugaban en definitiva, con los riesgos que eso implica, bajo la mirada asustada y protectora de sus madres. Un padre y el vino, brazo en alto y ojo tapado con la otra mano, desde el púlpito de la piedra recitaba a gritos la “Canción del pirata”.

Vagaba el humo haciendo tirabuzones sobre la barbacoa de la entrada. Se deshacía hacía la “eme” movido por una inapreciable fuerza del viento, y llegaba a la mesa de piedra un olor a guiso y a leña quemada. Hervía dénsamente “el pollo con champiñones” especialidad de Juan Miguel y “el correo” que le hacía de ayudante, atizaba la lumbre, se frotaba los ojos, y se apartaba de las llamas y del humo que quería subirle a la cara. El guiso burbujeaba parejo haciendo pompas amarillas que saltaban al cemento ya grasiento de anteriores guisos.

Roscos de Orjiva
Los demás, que no cesaban en el tapeo, observaban de lejos a los cocineros afanarse en su tarea y reían al ver al ayudante recogerse la punta del flequillo chamuscado. Entonces llegaba Andrés con la bota del vino, y los tres echaban un trago cortito, que sonaba en sus gargantas, mientras veían un reflejo de sol en sus brazos alzados, y oían algún chiste mal contado, riyendo agradecidos por el esfuerzo realizado. Entonces, sin esperarlo, “el guevero” les echaba los brazos por los hombros a los cocineros, volcándoles en el pecho, sin querer, sendos vasos de agua agria que traía en sus manos, y después, mientras se disculpaba, les besaba en sus carrillos afogonados y sin dar tiempo corría sorteando las piedras del río para, a salvo, mofarse de su travesura.

Mari Carmen movió la cabeza sorprendida. Una ráfaga de viento insólito levantó junto al grupo polvo y manteles. Unos segundos escasos soplaría aquel aire y le vieron alejarse subiendo por la ladera, tras el cortijo derruido, con su remolino de polvo moviendo las matas. Años atrás, en los días de la magia, ese viento habría alzado las faldas de las chicas poniendo su “chispa” en el declinar de la tarde. En este San Marcos solo movió el mantel blanco de "Tobalico" volcando algunos vasos de agua y la botella de blanco de Pepe que tanto gustaba.

Antonio, que aún no había despegado su culo del banco de piedra, miró hacía el otro lado tapándose con la mano el bostezo. Se puso a escarbar en el polvo con un palitroque, hacía letras y signos y las desbarataba; luego rayas y cruces muy aprisa. Al fin rompió el palo contra el suelo y se volvió hacia Paco que se había retrepado en la hamaca.
Enfrente se veía el erial del haza batida por el sol, llena de hierbas y almendros resecos; una losa de luz aplastaba la finca desamparada, borrando un pequeño rebaño de cabras que se cobijaban bajo las sombras de las escasas retamas.

El colmo
Caída la tarde aún quedaba gente en la alameda. Se oía el rezo tranquilo de las conversaciones, por los grupos dispersos. Entrada la noche se veía el pulular de las lucecitas de los pitillos, como cándilicos de brasa moviéndose en la orilla del río. Al mirar hacía arriba aparecían las rayas paralelas de los álamos, y más arriba el fondo negro de una noche sin luna; entre medias, murciélagos fugaces contra la noche diáfana.

Alguien gritó:
-¡Hay que levantar el campo!
- Pero si es cuando mejor se está aquí –sonaron varias voces al alimón-.


Desde Motril para la octava



Desde Málaga para aligerar el cuerpo





miércoles, 15 de abril de 2020

El juego de don Quijote


Apunta Torrente Ballester que don Quijote es consciente de su juego, que no es un loco, sino que se finge loco, porque quiere vivir, quiere divertirse. Para esto da algunos ejemplo (Torrente no es como Borges que hace comentarios y no los explica):

Cuando don Quijote prueba sus armas, las rompe en pedazos, las repara de nuevo, y ya no las prueba más. Es como si pensara, “para lo que yo las quiero bien me valen como están”. Cap. 1:

Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, la tornó a hacer de nuevo poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza, y sin querer hacer una nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.


En el episodío de los rebaños de ovejas, cuando embiste a los rebaños, lo hace teniendo en cuenta su altura, no lleva la lanza en horizontal como acometería a un jinete, sino en oblicuo consciente de la altura de las ovejas. En el cap. 18, Cuando Sancho le dice que no son gigantes ni caballeros, don Quijote le responde:

-¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?
No oigo otra cosa –respondió Sancho– sino muchos balidos de ovejas y carneros.
Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.
El miedo que tienes –dijo don Quijote– te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo, que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diere mi ayuda. 
 
Torrente considera que don Quijote lo que le está diciendo a Sancho es algo así como, “mira si tú no quieres jugar a esto, quítate de en medio, no estorbes y déjame jugar a mí que yo quiero divertirme”. Lo que pasa es que eso de pasárselo bien es relativo porque los pastores lo apedrean con sus ondas y le rompen la dentadura. Tras esto es cuando viene lo del bálsamo de Fierabrás que cura todos los males, pero que al parecer solo le hace efecto a los caballeros, porque Sancho cuando lo toma vomita sobre don Quijote, y este al recibir el regalo de Sancho, acaba vomitando también en un escena verdaderamente repugnante.
En la escena que se desarrolla en Sierra Morena con la donación de los pollinos. Sancho le dice a don Quijote que le firme un papel, pero don Quijote le dice que con la rúbrica será suficiente, que su sobrina conoce bien su firma. Claro, si firma con “Don quijote de la Mancha”, su sobrina lo vería como parte de su locura y no lo tendría en cuenta, pero si firma como Alonso Quijano”, estaría desmontando su juego. Aquí el narrador parece advertirnos, mostrando el racionalismo del héroe, el grado de cordura con el que opera don Quijote (lo mismo que cuando don Quijote muere, que lo hace conforme a una razón política, haciendo testamento, y conforme a una razón teológica, con la confesión). La firma de los pollinos se realiza a 22 de agosto del año en curso...
En el mismo sentido podríamos hablar de las ventas que son castillos para don Quijote. El se hospeda en ellas y no paga porque los Caballeros andantes no pagan (como si fueran políticos aforados). El ventero le dice que le pague, pero don Quijote no se viene a razones:
Luego, ¿venta es ésta? –replicó don Quijote.
Y muy honrada –respondió el ventero.
Engañado he vivido hasta aquí –respondió don Quijote–, que en verdad que pensé que era castillo, y no malo; pero, pues es ansí que no es castillo sino venta, lo que se podrá hacer por agora es que perdonéis por la paga, que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto, sin que hasta ahora haya leído cosa en contrario, que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de día, en invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra.
Poco tengo yo que ver en eso –respondió el ventero–; págueseme lo que se me debe, y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda.  
Vos sois un sandio y mal hostalero –respondió don Quijote. 
 
Don Quijote da media vuelta y se marcha sin pagar. Será loco, pero sabe llevar su contabilidad. Pero aforarse en el código para no pagar es un delito, nadie puede ir al Mercadona y llevarse aquello que se le antoje aunque lo haga en nombre de los pobres. Eso es un delito.

Hay otro momento en la venta (cap. 44) en el que unos clientes además de irse sin pagar apalean al ventero y la hija de este acude a don Quijote para que socorra a su padre, quien, con la escusa de que está enfrascado en otra empresa con la Princesa Micomicona, le contesta con toda la prudencia de un cuerdo:

-Fermosa doncella, no ha lugar por ahora vuestra petición, porque estoy impedido de entremeterme en otra aventura en tanto que no diere cima a una en que mi palabra me ha puesto. Mas lo que yo podré hacer por serviros es lo que ahora diré: corred y decid a vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré della.

Don Quijote estará zumbado, pero vacila al personal todo lo que quiere. Sabe manejar bien la situación cuando le interesa.

En el episodio de los galeotes se enfrenta a los guardias, la Guardia Civil de entonces, y les exige que suelten a los presos, que nadie tiene derecho a quitar la libertad de nadie. Maneja una idea de libertad posmoderna, rusoniana, “el hombre es libre por naturaleza”; una idea ridícula y más en aquellos tiempos, cuando la realidad nadie es libre por naturaleza, y la libertad hay que ganarla con esfuerzo. Cuando los libera, Sancho le advierte que lo que ha hecho es un delito y le dice que lo mejor que puede hacer es ocultarse de la Inquisición en Sierra Morena, y don Quijote que es muy inteligente y no está loco, le dice:

-...porque no digas que soy contumaz y que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes…
Que tanto teme Sancho, y que él que no está loco, también la teme. Hay una racionalidad que don Quijote nunca pierde de vista y que siempre responde a sus objetivos.
Y el episodio más claro de la cordura de don Quijote es cuando en el corazón de Sierra Morena dice a Sancho que le lleve la carta a Dulcinea, y la identifica con Aldonza Lorenzo, la hija de Lorenzo Corchuelo, y le dice que la conoce bien, que es una mujer de pelo en pecho, que se sube a la torre de la iglesia y la oyen en los pueblo vecinos, que tiene la mejor mano que hay en toda la Mancha para salar puercos, que no es nada melindrosa y tiene mucho de cortesana -hoy día no se podría decir eso de una mujer-, y añade que de todo se burla y de todo hace mueca y donaire -quiere decir que le va el rollete-. Don Quijote no desmiente esto, hace como que no va con él y le responde a Sancho:
Esa es, y es la que merece ser señora de todo el universo.

Sancho dice a Don Quijote, que el pensaba que su dama sería alguna princesa. Y, en lo que parece ser, un esfuerzo de rebajarse su nivel de entendimiento, don Quijote razona como el más cuerdo, y le dice:
-“por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra”.

Dulcinea es perfecta como él la imagina y para lo que él la quiere. Con esto no tenemos otra opción que asumir que su locura es de diseño, que está totalmente estudiada. Luego don Quijote sigue hablándole a Sancho con un discurso manierista y barroco para explicar las locuras que acabará haciendo en su penitencia hasta que vuelva con la respuesta de su amada. Las locuras que hará nada tienen que ver con la que hacía Amadis de Gaula, que arrancaba árboles de cuajo, bastará con unas cuantas piruetas o volteretas para que Sancho lo vea antes de partir con la carta.

Episodio del rosario. Cuando está en el castillo de los duques, imitando de nuevo a Amadis, aparece don Quijote con un rosario. Ocurre la mañana siguiente en la que Altisidora, le declara su amor. Sancho se muestra escéptico de esto y le dice que no entiende como una joven bien parecida se puede enamorar de un viejo y feo, y don Quijote le dice, tu Sancho no lo puedes entender, pero yo soy un seductor. Esa mañana aparece vestido, rosario en mano, como un donjuan. Pero don Quijote no tenía rosario y lo fabrica haciendo bolas de su ropa interior (esto a la censura le pareció mal y sustituyen las bolas por bellotas). El caso es que los locos no mienten, disparatan, pero don Quijote miente más que habla y lo hace de forma articulada; es un gran fingidor.

Don Quijote fracasa en todas sus empresas. Pese a que el Quijote siempre ha enamorado a los idealistas, es a ellos a quien paradójicamente critica, a todos los idealismos. Don Quijote siempre fracasa. Cervantes parece advertirnos que los idealismos no conducen a nada, que es una perdida de tiempo, incluso que pueden llegar a ser peligrosos -eso la historia lo ha demostrado con creces- ¿Pero, y si don Quijote no está loco, sino que está jugando para divertirse, para vivir?
Don Quijote parece no poder vivir emancipado de su propia vanidad de la que es victima, pero se emancipa del elogio ajeno, con lo inteligente que es esto. Al reconocer ante Sancho que su mujer ideal es Aldonza Lorenzo, la existencia real de Dulcinea parece no tomarse en serio su propia locura.

En el episodio del cap. 5, en su encuentro con los mercaderes toledanos tras el tropiezo de Rocinante, las patadas que el mozo de mulas le dio en las costillas, y el apaleamiento con los restos de astillas de su propia lanza, le dejan maltrecho sin poder levantarse hasta que tuvo la suerte que pasó un labrador, su vecino Pedro Alonso al que confunde con el Marqués de Mantua, su tío (pues él se cree Baldominos) … Don Quijote no atiende sus preguntas y sigue recitando el romance, disparates de pura locura creyéndose los más disparatados personajes de la caballería y confundiendo a su vecino igualmente con otros. A lo que éste le dice:
-Mire vuestra merced, señor, ¡pecador de mí! que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Baldominos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijada.
Palabras de loco como una cabra, o de cuerdo que sigue un juego le contesta:
-Yo sé quien soy, -respondió don Quijote-, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aún todos los nueve de la fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno de por sí hicieron, se aventajarán las mías.
¿No te das cuenta que esto es un juego?, parece decirle al su vecino. Poco después, ya recuperándose en su cama, le visita el cura y don Quijote le llama Arzobispo Turpín y le cuenta que don Roldán lo ha apaleado con el tronco de una encina. Sigue disparatando, se identifica con Reinaldos de Montalbán, pero a pesar de todos sus encantamientos, pide que lo primero, le traigan de comer, como diciendo tengo hambre y lo primero es lo primero, después seguiremos con el juego.
Episodio de la muerte de don Quijote. Cervantes no quiere ridiculizar la muerte de don Quijote pero tiene que matarlo para que Avellaneda no saque la 4ª parte, que no sabe y teme por donde podría salir. Así Cervantes restaura la racionalidad de don Quijote, que de nuevo se convierte en Alonso Quijano, de la misma manera que el licenciado Vidriera recupera la razón a través de un fraile que le hace volver a la sensatez. En este caso don Quijote, Alonso Quijano, volviendo a la razón política, decide hacer testamento, y conforme a la razón teológica se confiesa y encomienda su alma a Dios, Una muerte totalmente racional y contemplando las facetas de la razón de su tiempo; es como vivir en la inocencia, pero no en la ignorancia.

No muere en ridículo aunque antes haya protagonizado muchas situaciones ridículas. La locura de don Quijote tiene sus explicaciones más visibles en la génesis y en la clausura, en el nacimiento y en la muerte, en el momento inicial y en el final, aunque cuando este nace ya Alonso Quijano tenga más de 50 años. Aquí es donde más claramente encontramos las clave de su locura, don Quijote se fanatiza leyendo libros de caballería (cuantas personas se fanatizan con otras cosas, hasta leyendo tuit en las redes sociales. Esto ocurre porque consideran que en estas figuras están objetivadas las claves de su vida). Así el hecho de que alguien enloquezca leyendo libros de caballería no es tan ajeno como pudiera parecer, ya que el leer de forma aséptica no todo el mundo lo consigue. No es lo mismo leer un libro de aventuras, que tras leerlo creerse el héroe de esas aventuras. Dice el cap. 1:

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros,”

Como hay muchos que enloquecen leyendo a los filósofos; y es que la literatura, y más la filosofía, requieren un formación previa. Para entender la literatura hay que conocer el amor y saber lo que es la muerte, para que la experiencia no se quede en el texto. La literatura la entiende mejor la gente vivida, la que acumulan experiencias que luego salen en esos libros con puntos de vista diversos. Sigue el cap 1:

... así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.”

Reemplaza la idea de ficción por la idea de verdad, esto le ocurre a mucha gente, sobre todo a muchos filósofos que son incapaces de comprender el concepto de ficción. La ficción no es mentira pero tampoco es verdad, es ficción, es algo que no es operatorio. Don Quijote se toma en serio la ficción, y alguien que se toma en serio la ficción solo puede ser un loco (diseñado por Cervantes, su autor). En la época de Cervantes se confundía la ficción con la mentira, se consideraba que el poeta mentía y que el historiador decía la verdad, pero esto hoy sabemos que no es así. La literatura muestra un concepto de ficción que no es soluble en el concepto de verdad ni en el de mentira.

Lo mismo cuando trata las ideas libertad o la justicia. Ideas que ya son anacrónicas en el Renacimiento, pues son ideas medievales, de una época anterior. El Renacimiento es época de estados consolidados, no de héroes que hacen justicia individualmente o bajo una prestación feudal.

Podemos preguntarnos también por la libertad que el narrador da a don Quijote. Las primeras palabras que don Quijote pronuncia ocurren ya muy avanzada la novela porque el narrador no le ha permitido hablar. Es éste quien comienza describiendo los hechos, “En un lugar de la Mancha” va presentando al héroe y diciendo como da nombre a las cosas (se puso el nombre de don Quijote de la Mancha, a su rocín rocinante); se pone a recitar de memoria pasajes de libros de caballería, pasajes de enfermo mental… Le sale un loco absoluto, al que no le da la palabra hasta el capítulo 6, y con citas de caballería. Todo esto nos permite afirmar que don Quijote es un cínico, que se justifica en esa actitud lúdica.

El episodio más cínico del Quijote es el del vaciyelmo. Es la única vez que llueve en la novela, que caen unas gotas. Ve acercarse por los llanos de la Mancha a un barbero que va de un pueblo a otro, que por la lluvia decide cubrirse poniéndose la vacía en la cabeza, don Quijote en su locura lo confunde con un caballero cubierto con su yelmo, que con las gotas y el tímido sol reluce como el oro y dice que lleva puesto el Yelmo de Mambrino, que piensa arrebatarle en descomunal batalla. Arremete contra el barbero que huye y se hace con el yelmo, una escena ridícula carnavalesca. El punto álgido de esta aventura lo tiene poco después en la venta de Palomeque, en la que se reúnen, los cuadrilleros, Fernando, Luscinda, Dorotea, el cura, el barbero Maese Nicolás y aparece también el barbero al que arrebató la vacía, y por burlarse de don Quijote todos le siguen el juego y dicen a una que eso no es vacía sino yelmo, y se lía la gresca en la que también se discute si la albarda con la que Sancho se hace en la pelea es albarda o jaez. La ilusión óptica termina cuando intervienen los cuadrilleros y dicen que que todo esto es una tomadura de pelo. A partir de esta burla, la locura de don Quijote comienza a ser compartida por sus amigos que le siguen el juego. La locura del “yo” pasa al juego del “nosotros”

El juego del “nosotros” lo vemos también en el Retablo de las Maravillas, donde los pícaros Chirino y Campaña están haciendo creer a todo el mundo que ese retablo inexistente, imaginario, aparecen una serie de figuras igualmente imaginarias e irreales (animales del arca de Noé, las aguas del río Jordán), y quien no vea esas figuras es porque es descendiente de judíos o un converso, todo un juego colectivo en la línea del rey desnudo. Pero Cervantes no practica un juego lúdico, sino lo que hace es descubrir una serie de situaciones críticas muy propias de la sociedad de su tiempo, poniendo al descubierto la idea de libertad, la idea de poder, la indolencia de Felipe II por la liberación de los cautivos de Argel.

Así en la primera parte don Quijote controla las normas del juego, pero a medida que avanza la novela las va perdiendo, y las pierde definitivamente al salir de la venta que se lo llevan enjaulado hacia su aldea, creyendo él que va encantado. No deja de ser irónico que don Quijote pida que le dejen salir de la jaula para hacer “aguas menores” con la promesa de no fugarse, con la paradoja que cabe preguntarse que si va encantado por que se va a fugar; es un dialogo curioso. Como dice Machado en uno de sus últimos ensayos “cuando dos mentirosos se mienten, se mienten pero no se engañan”, revelando en el caso de la novela de Cervantes el fondo profundamente cínico, que no está muy lejos de la actitud del autor ante la vida. Como decimos a medida que avanza la novela el código del juego no lo controla tanto don Quijote, sino otros personajes, destacando en este control los duques que en la segunda parte son los que dirigen la orquesta.

Cuando don Quijote está solo, sin Sancho y le falta su apoyo para mantener su fe, ocurre un episodio significativo, la perdida de los puntos de una media, una cita con la realidad:

...él se recostó pensativo y pesaroso, así de la falta que Sancho le hacía como de la irreparable desgracia de sus medias, a quien tomara los puntos, aunque fuera con seda de otra color, que es una de las mayores señales de miseria que un hidalgo…

Los médicos de la época dirían que está melancólico; sin Sancho no hay juego y entonces don Quijote se deprime. Esa noche no le duró mucho la depresión porque Altisidora interpreta el papel de princesa menesterosa y enamorada, así al día siguiente se levantó más animado pensando que era el amor platónico de una chavala. Pero esa noche se acostó cerró de golpe la ventana plantando el cante de Altisidora, Cap 44-2:

Y, con esto, cerró de golpe la ventana, y, despechado y pesaroso, como si le hubiera acontecido alguna gran desgracia, se acostó en su lecho, donde le dejaremos por ahora, porque nos está llamando el gran Sancho Panza, que quiere dar principio a su famoso gobierno.

Al día siguiente, lo de la media lo ha olvidado y amanece con un rosario envuelto en los pensamientos con los que se durmió y que le habían causado la doncella enamorada. Cap 46-2:

Dejamos al gran don Quijote envuelto en los pensamientos que le habían causado la música de la enamorada doncella Altisidora. Acostóse con ellos, y, como si fueran pulgas, no le dejaron dormir ni sosegar un punto, y juntábansele los que le faltaban de sus medias; pero, como es ligero el tiempo, y no hay barranco que le detenga, corrió caballero en las horas, y con mucha presteza llegó la de la mañana. Lo cual visto por don Quijote, dejó las blandas plumas, y, no nada perezoso, se vistió su acamuzado vestido y se calzó sus botas de camino, por encubrir la desgracia de sus medias; arrojóse encima su mantón de escarlata y púsose en la cabeza una montera de terciopelo verde, guarnecida de pasamanos de plata; colgó el tahelí de sus hombros con su buena y tajadora espada, asió un gran rosario que consigo contino traía, y con gran prosopopeya y contoneo salió a la antesala, donde el duque y la duquesa estaban ya vestidos y como esperándole; y, al pasar por una galería, estaban aposta esperándole Altisidora y la otra doncella su amiga, y, así como Altisidora vio a don Quijote, fingió desmayarse, y su amiga la recogió en sus faldas, y con gran presteza la iba a desabrochar el pecho.

Vamos que a sus cincuenta y tantos años aparece como un donjuán. Nunca antes habíamos visto así a don Quijote, pero es que eso de que una doncella se contonee ante uno es para volverse loco, o cuerdo, según se mire. Los demás le están esperando para continuar la burla. Una situación bastante ridícula, don Quijote un donjuán, o un Caballero Andante, no sabemos que es más cómico.

A medida que avanza la segunda parte la figura de don Quijote se va diluyendo: ve ventas no castillos; ve a tres labradoras, no a Dulcinea y sus damas, hasta percibe el olor a ajo; desconfía del mono adivino. La realidad se la construyen los demás, ya no tiene que imaginar nada, y esto limita su juego. Todos quieren jugar con don Quijote, pero no a la manera de este, sino a la manera que ellos imponen. De hecho al llegar al castillo de los duques el narrador nos advierte con una declaración que cuestiona la locura del héroe:

Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos.

Y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero” más clara la advertencia a los lectores, que la locura es un juego, imposible.

En el episodio de Clavileño, le dice don Quijote a Sancho:

¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano, o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algún caballero de mohatra? (mohatra = tramposo)

Viene a decirle que siga fingiendo, que sino echará a perder el juego.

Tras las bodas de Camacho el rico, que no son la bodas de Camacho sino las de Basilio el pobre con Quiteria, va don Quijote a visitar la Cueva de Montesinos, acompañado por el Primo, el primo licenciado, (con la polivalencia semántica de la palabra "primo"), que le sirve de guía. Este "primo" es un erudito que se hace preguntas intrascendentes del tipo, ¿quién fue el primer hombre que se rascó la cabeza?, y supone con un silogismo que fue Adan (si el primer hombre se rascó la cabeza, y el primer hombre fue Adán, entonce fue Adán el primer hombre que se rascó la cabeza). Su libro que iría sobre todas las cosas del mundo y alguna más, todo muy académico, el conocimiento inútil. Un loco le seguiría la corriente, pero don Quijote no se la sigue, le dice a las claras. Cap 22-2:

...hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que, después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria.”

Estas palabras se las deberían decir a muchos que hacen una tesis doctorales. En el cap. 24 añade:

...pero querría yo saber, ya que Dios le haga merced de que se le dé licencia para imprimir esos sus libros, que lo dudo, a quién piensa dirigirlos.”

La pregunta de don Quijote es demasiado racional como para que la haga un loco. Efectivamente no hay ningún libro sobre el primer hombre que se rasco la cabeza. Es un tema muy original, no cabe duda, pero la crítica que hace Cervantes, mediante la ficción en palabras de don Quijote, no se critica a los libros de caballería, sino el concepto que Cervantes tiene de la Universidad, que la confirma en El Licenciado Vidriera, cuando alcanza el máximo grado de locura precisamente cuando se licencia, el grado académicamente más alto, mas cuando todos los doctores de universidad quedaban admirados por las sandeces de Vidriera, poniendo a todos en la cúspide de la necedad.

Cervantes convierte a don Quijote en un crítico severo de todos los irracionalismos, desde la locura se critica el racionalismo de la época. Así, y ahí está la paradoja, un personaje supuestamente loco razona para criticar los irracionalismos de su época. ¿Dónde está la locura del personaje?

En el episodio del mono adivino don Quijote, cap. 25-2, asigna a la ciencia el estatuto de verdad y la literatura la ficción. En este episodio, dice, “con mentiras e ignorancias se hecha a perder la verdad maravillosa de la ciencia”, que es lo que hace Maese Pedro con la actuación del mono adivino.

viernes, 3 de abril de 2020

El futuro de la Universidad


Es evidente que la enseñanza universitaria teórica puede impartirse, incluso con más calidad a través de internet. Sobre esta experiencia que se inició ya hace tiempo en los Estados Unidos ya es posible hacer algunas interpretaciones: pretende una renovación de la enseñanza universitaria, y parece ser que que no están respondiendo a lo esperado, ya que al profesorado no parece agradar que le graben sus clases, quizás temiendo que sus palabras se puedan malinterpretar o utilizar en contra de ellos, por lo que prefieren dar las clases encima de la tarima y a pecho cubierto. Pero esto no debería ser un obstáculo en la enseñanza universitaria pública española (hoy un tanto endogámica y “demasiado” politizada).

Actualmente en China, debido al coronavirus, se ha obligado a que la docencia se imparta a través de la red. Son ya 180 millones de alumnos que reciben las clases por internet y 600 mil profesores que las imparten. ¿Una vez que se resuelva el problema del virus van a volver las clases a la forma tradicional? Cabe dudarlo si ya funcionan en internet, para qué tantas universidades, para qué tantos profesores, si en la cuestión teórica, con una universidad bien organizada puede ser suficiente.
Los MOOC, como hemos dicho, han fracasado por su escaso contenido en Estados Unidos. En España que están poco desarrollados, son pocas las universidades que los ofrecen y de una manera poco atrevida, pero, aparte de su calidad actual, su atractivo o su interés, creo que podrían triunfar. Yo acabo de terminar uno con la uvigo, desde mi casa de un pueblo de Granada con un resultado muy satisfactorio.
Es más yo creo que en España estamos obligados a subirnos a este tren, de los cursos gratuitos universales, y a la enseñanza universitaria regulada. Así desde cualquier lugar, como ha sido mi caso, se tendría acceso a lo que desde España se enseña de su ciencia, siendo los españoles los que “acotemos” lo que internacionalmente se pueda decir sobre nuestra ciencia, nuestra literatura o cualquier otro arte, para que no pase como con nuestra historia que la han escrito principalmente nuestros enemigos (hoy día, con la posmodernidad, está en auge todo los argumento negro legendario). En cuanto a las cuestiones prácticas de la enseñanza también se verían mejoradas por disponibilidad de espacios en la universidades, y por acuerdos con empresas y organismos estatales.

Aparte de la calidad de los contenidos, el número de universidades y el de profesores, otra cuestión se me ocurre a favor de este drástico cambio: la unidad de criterios generales. La Universidad, que podría ser una, acotaría los criterios normativos que se han de hacer desde el Estado y con una idea de estado, sin disolver el concepto de las distintas artes, historia, geografía, literatura, etc, en el concepto de cultura de los distintos pueblos, como está ocurriendo ahora.

¡Madre mía, qué revolución! O que locura la mía, pero es que yo he estado hace poco en las aulas de la universidad, y más reciente aún he hecho tres cursos monográficos de la enseñanza universitaria "on line" en español; ahora estoy de lleno en el cuarto a través de la uvigo (un curso muy interesante sobre crítica literaria, basada en el materialismo filosófico, del que -no se extrañen mis seguidores-, el curso se ha podido hacer también de forma presencial, pero solo en gallego y en inglés. Esta es la viña del señor. De este, que por la red ha sido en español, como el que recibí sobre Cervantes a través de la Complutense, estoy muy satisfecho; pero todo es mejorable, sobretodo dos que hice recientemente en la ugr, uno sobre Lorca y otro sobre La Alhambra. Y es que la pandemia da para mucho.

jueves, 2 de abril de 2020

En los campos de Mostar

En memoria de mi amigo el Capitán Ripollés, que años más tarde, en 2003, en el regreso a casa, moriría en el desgraciado accidente del Yakovlev 42.

Se sueña frecuentemente lo que ni siquiera se atreve uno a pensar. Por esto son los sueños los complementos de nuestra vigilia, y el que no recuerda sus sueños, ni siquiera se conoce a sí mismo. (Escribe Machado a Guiomar).



Aquella noche me metí en la cama temprano, tambaleándome de cansancio, exhausto de tantas noches sin dormir, y sin sueño. Me tomé algo que el médico, mi amigo, mi subordinado me dio.

Me hundía en un pozo profundo. Las líneas de la habitación se disolvían en un baile lento y difuso en medio de un tenue neblina. Salvador, mi amigo, mi compañero de promoción no era más que una sombra que se movía entre lonas amarillas sin fin que se perdían en abismos oscuros. La luz era un resplandor débil que se iba apagando lentamente. Mi cuerpo perdió el sentido del peso y comenzó a flotar. Me hundía en el pozo del sueño.

Me invadió un terror infinito. Estaba en las playas de Normandía junto al soldado Rayan, desconocido, incapaz de moverme, de protegerme del bombardeo. Mis compañeros, sin rostro, avanzaban hacia las rocas y yo me quedaba allí solo, en medio de un caos de desesperación, atrapado en un agujero negro sin salida

Comencé a luchar desesperadamente, pero la droga o la medicina me tenía inmovilizado. Mi voluntad no quería someterse, no quería dormir ni dejarme que yo durmiera. Me sacudían olas de nauseas profundas dentro de mí, como si las entrañas se hubieran desintegrado y se agitaran furiosamente.

Alguien, una voz amiga, estaba hablando encima de mi cabeza, pegado a mí, tratando de explicarme algo, pero yo estaba muy lejos, aunque veía las sombras de sus enormes cabezas inclinadas sobre la mía. Estaba lanzado en un abismo sin fin, cayendo en un vacío profundo, con una presión horrible en el estómago. Trataba de resistir mi caída, luchaba para evitar el choque en el invisible fondo, pero las fuerzas me habían abandonado.

Nunca he sabido si aquella noche estuve en el umbral de la muerte o de la locura, o si mi desesperación me hizo pasar una prueba de fuego en un abismo helado en una guerra que no era mía.
Lentamente mi voluntad iba siendo más fuerte que la droga o la medicina. Al amanecer estaba completamente despierto, envuelto en un sudor frío y agotado pero triunfante de haber recuperado el movimiento y ser capaz de pensar. Seis días hacía desde la noche en la que el toa volcó, desde que se desangró en medio de la lluvia y el frío de noviembre; después el hospital, la autopsia, las declaraciones, el envío del féretro, y un entierro lejos de sus amigos. Luego más declaraciones en las que no decía nada porque nada sabía, habían decretado el “silencio radio” y desde el puesto de mando sólo les oí pedir auxilio, y cuando pudimos llegar, ¡que tarde fue!, a pesar de estar tan cerca, ¡que largo se hizo el camino entre la lluvia y el barro! Creo que no se enteró de mi llegada pero me hablaba, estaba preocupado por sus dos acompañantes, sus amigos, sus subordinados, que nada serio tenían; pudo incluso reírse de sí mismo, presumiendo de su herida de guerra; me recordó que teníamos pendiente una cena, que me la debía; me pidió que recogiera sus cosas y, entonces, mi amigo, mi compañero, mi subordinado, perdió el conocimiento, que ya no recobraría ...

Esa mañana me levanté y reanudé mi trabajo, me sentí diferente a los demás, o los demás me parecían diferentes a mí, incapaces de compartir mi angustia, mi dolor. Ahora no podía librarme de la introspección, perseguía mantener un control consciente sobre mí mismo, y mi dolor me hacía ver a los demás desde un ángulo nuevo. Perdí mi interés en el trabajo, con el que antes había disfrutado. Mi imaginación estaba ocupada en entender los impulsos que movían a los demás. Me parecían que eran pequeñas cosas que respondían a emociones indefinidas y, a veces, irrazonables. En mi mente algo había desatado una cadena interminable de pensamientos y emociones ocultas; a mí solo me movía la desesperación interior, pero no podía notárseme.


Madrid, octubre de 1994. Del relato impreciso de un amigo/compañero. Defensa de Mostar.



 Texto inédito de: Del cinamomo al laurel.53