"Para aquellas personas que sean capaces de entender el simbolismo, el Persiles es la mejor obra que he escrito." Miguel de Cervantes, en su lecho de muerte.
La
literatura cervantina es una lucha permanente contra la imbecilidad,
una crítica contra el irracionalismo, contra las formas patológicas
o aberrantes de la conducta humana. Esto no es común en otros
autores, pero si es específico en Cervantes, por eso sorprende que
el idealismo europeo exaltara el cervantismo como un elogio de la
locura, siendo, ante todo, la obra de Cervantes una condena del
idealismo; una forma de insistir que el idealismo no conduce nada más
que al fracaso, porque los idealistas no son compatibles con la
realidad. Además del paralelismo con el pensamiento de Spinoza,
podemos comparar a Cervantes con el Padre Feijoo; si bien no escribe
ensayos, escribe novelas en las que combate las patologías de la conducta humana..
El
Persiles se presenta en formato de novela bizantina, una novela de
aventuras que aquí son extremadamente radicales. Cervantes toma esa
forma, pero los materiales que incorpora son contradictorios con
ella: la dialéctica entre la interpretación literal y la
interpretación que exige el texto por su sentido intencional (como
cuando uno le dice a otro: “no me olvido de ti en mis oraciones”).
Y es que Cervantes lo hace en todo su obra: “La Galatea” toma el
formato de la novela pastoril, pero los materiales nada tienen que
ver con ella (crimenes entre pastores, algo incocebible); en el
Quijote transforma la novela de caballería; como aquí en el
Persiles subvierte el género de la novela de aventuras (a partir de
Cervantes, estos géneros, ya no va a poder funcionar igual -después
del Quijote ya no se puede escribir una novela de caballería;
después de La Galatea es imposible escribir una novela pastoril;
después del Persiles no cabe la novela bizantiza).
La
novela bizantina tiene un ámbito mediterráneo y un sentido
religioso (incluso dentro del paganismo), que en el Persiles se
fundamenta en una peregrinación a Roma: un cebo que han mordido
todos los críticos conservadores que la han considerado una obra
seria, cuando es una verdadera farsa, ya que los protagonistas van
Roma para estar juntos y para evitar que Segismunda se case, siendo
la peregrinación la excusa que encuentran para ello. Persiles,
Periandro en la peregrinación, tiene un hermano, Maximino, que se
quiere casar con Segismunda, Auristela en la peregrinación. Cuentan
con la ayuda y complicidad Epitofia, madre de Persiles y Maximino,
del que habla muy mal. Sobre esta farsa pivota toda la novela,
considerando, durante décadas, a Cervantes contrarreformista,
ultracatólico y dogmático con el Concilio de Trento, olvidándose
de la escolástica y del racionalismo cervantino. Cervantes es un
autor que dispone unos contenidos que son completamente insolubles en
el catolicismo y en la contrarreforma.
Pero
no es la única farsa. Toda la novela se construye con un despliegue
de mentiras que provocan risa: los personajes usan la polionomasia,
disponen de varios nombres; van de defensores de la fe cuando están
permanentemente mintiendo, Periandro y Auristela, siempre salen
triunfantes de continuas mentiras (abalados por la ficción, desde
Ulises a Don Juan, el mentiroso que consigue el éxito cobra cierta
simpatía). La peregrinación es un viaje al centro de la
civilización que es Roma. Mejor o peor pero la civilización, porque
la diferencia para Cervantes está entre el catolicismo y la
barbarie. Roma es el centro de la civilización preservada por el
imperio español que fue quien salvo al catolicismo del islam.
El
narrador siempre cede a los personajes la posibilidad de que ellos
mismos cuenten su historia, que suelen ser experiencias poco
normales, chifladuras de órdago, que el narrador podría desmentir,
pero no lo hace. Esto es el teatro narrado.
Supone adelantarse a Bertolt
Brecht más
de trescientos años; ya lo había hecho Cervantes en el Quijote, en
las Bodas de Camacho y en la segunda parte en el Retablo de Maese
Pedro, cuando un trujamán es el que va contando lo que ocurre a las
figurillas del retablo, en el relato épico de Don Gaiferos y la
hermosa Melisendra.
El
narrador parece decir, “yo no soy el responsable de lo que dicen
los personajes”. Los personajes viven de espaldas a las normas, son
personajes anómicos, pero no lo hacen por unos
principios
más fuerte que la norma, son heterodoxos patológicos, que presentan deficiencias que les hacen incapaces de cumplir
con la normativa. Cuando eludimos las normas nos apoyamos en el
gremio o en el ego, vamos donde la gente va o donde nuestra egolatría
nos lleva. Don Quijote, el licenciado Vidriera…, son personajes anómicos; este
tipo de personajes llegan hasta los esperpentos de Valle Inclán. En
el Persiles, están presentados estos personajes en una literatura
sapiencial, llena de contenidos doctrinales, filosóficos, muy bien
conjuntados por Cervantes que es muy hábil.
Citamos
algunos ejemplos concretos de los personajes del Persiles que
no se adaptan ni a las normas:
En
primer lugar hablaremos de un encuentro con la brujería, son
los personajes que cuando no pueden conseguir algo, para lograrlo,
acuden a la brujería. La magia es una forma de conocimiento de las
sociedades bárbaras, y el Persiles comienza en una geografía
bárbara. Aparece un personaje que se llama Rutilio, que, por
problemas sociales, huye de su pueblo con una mujer, que según él,
en un momento dado se convierte en un hombre lobo, por lo que tiene
que abandonarla. Dice
Rutilio (cap.8 libro 1º), “Cómo
esto pueda ser yo lo ignoro, y como cristiano que soy católico
no lo creo, pero la esperiencia me muestra lo contrario...”. Es
como un salvoconducto para el narrador, sabe que está contando una
chifladura, pero dice “esto fue así, yo no lo creo pero...”, se
distancia de esa declaración irracional que él hace, y lo explica
como si hubiera sido el resultado de un estado onírico o de
somnolencia por las fatigas pasadas, haciendo el
narrador
verosímil la chifladura, que
el personaje afirma haber padecido.
Otro
ejemplo de que Cervantes, en todo momento, está desmitificando la
magia, es que una de las pruebas que exigen los bárbaros en la isla
donde se inicia la novela es que hay que sacrificar a los jóvenes,
de cuyo corazón se habían de hacer los polvos… Y habla el
narrador de nuevo, calificándola de ridícula y engañosa prueba.
Cervantes, como Feijoó, descartando
esta mitología, jamás
dará crédito a ningún episodio de magia o de fantasía, muy al
contrario que Shakespeare, que en toda su obra se alaba estos
encantamientos, que es lo que atraía al público del inglés.
Rutilio,
en su misantropía, dice de la supuesta mujer loba en
el cap V:
“...me
sobrevino un sueño tan pesado que, borrándome de los sentidos el
sentimiento, me quedé dormido (tales son las fuerzas
de lo que pide y ha menester nuestra naturaleza); pero allá en el
sueño me representaba la imaginación mil géneros de muertes
espantosas, pero todas en el agua, y en algunas dellas me parecía
que me comían lobos y despedazaban fieras, de modo
que, dormido y despierto, era una muerte dilatada mi vida”.
Acredita
que todo lo que dice es una expresión onírica e irracional que para
el narrador está descartada, pero el personaje queda como un “pirao”
(nadie puede soñar por la noche y por la mañana exigir que se cumpla lo soñado). Cuando se escribe de monstruos y de prodigios, no quiere
decir que se vive en una sociedad de monstruos y de prodigios, sino
simplemente que en esa sociedad se escribe de eso. Esto lo hacía
mucho la reforma, a la que le servía para justificar desastres de
todo tipo, echándole la culpa a la brujería; el catolicismo, que
era mucho más racional, usó mucho menos estos fenómenos.
Cenotia
es el contrapunto de Rutilio, practica la brujería para atraerse a
los hombres de los que se enamora. Se enamora de Antonio que le
responde con verdaderas flechas que están a punto de matarla. Dice
el narrador:
“Volvió
la Cenotia la cabeza, vio el mortal golpe que había hecho
la flecha, temió la segunda, y, sin aprovecharse de lo mucho que con
su ciencia se prometía, llena de confusión y de miedo, tropezando
aquí y cayendo allí, salió del aposento, con intención de
vengarse del cruel y desamorado mozo.
Cap.
9 – 2º libro)”
Otro
personaje, Constanza, simula estar poseída de conocimientos que
otros ignoran:
“Si
yo os dijese cosas pasadas que no hubiesen llegado ni pudiesen
llegar a mi noticia, ¿qué diríades? ¿Queréislo ver? Esta buena
hija que tenemos delante es de Talavera de la Reina, que se casó con
un extranjero polaco, que se llamaba, si mal no me acuerdo, Ortel
Banedre, a quien ella ofendió con alguna desenvoltura con un mozo de
mesón que vivía frontero de su casa, la cual, llevada de sus
ligeros pensamientos y en los brazos de sus pocos años, se salió de
casa de sus padres con el referido mozo, y fue presa en Madrid con el
adúltero, donde debe de haber pasado muchos trabajos, así en la
prisión
como en el haber llegado hasta aquí” (Cap
16 -3º libro).
Cervantes,
a través de su narrador, siempre va a desenmascarar, como Feijoo,
las falsas creencias de la magia en la literatura, a diferencia de lo
que hacía Shakespeare en los mismo años.
Hay
otro personaje anómico muy revelador, Clodio. Representa al
nihilismo, un personaje que niega los fundamentos morales, políticos,
religiosos; que no cree absolutamente en nada, solo en la maldad y
los intereses humanos. Un personaje maquiavélico, muy mal tratado
por el narrador, porque vincula la revelación de la verdad con una
intención malévola. Pero es el único personaje que sospecha la
verdad de la trama, que se fundamenta en el engaño, una farsa
peregrinación, y que continuamente está diciendo que Periandro y
Auristela no son los que dicen ser, que no son hermanos, que son otra
cosa. En toda la novela solo sospechan esto, Clodio, Cenotia,
Hipólita, y el ermitaño que es como el jefe de los anómicos, de
los locos (que algún día podrán gobernarnos a todos, legitimando
las patológias, si no resolvemos los problemas...).
Hipólita
es una prostituta con la que Periando, al llegar a Roma, tiene una
cita. Dice Clodio en su malicia (cáp 2º del 2º libro):
“Misterio
también encierra ver una doncella vagamunda, llena de recato
de encubrir su linaje, acompañada de un mozo que, como dice que
lo es, podría no ser su hermano...”
Declaraciones
de este tipo, hechas por un proscrito pero que es el único que dice
la verdad, se suceden a lo largo de la novela. Es curioso que solo se
otorga el poder de la verdad a personajes perversos, creando la
contradicción de que para decir la verdad hay que ser mala persona
desde el punto de vista del orden vigente. Este personaje, que podría
ser adalid de una idea de libertad, no lo es porque el Persiles no se
ha valorado en lo que merece. Baste decir que cuando se produce la
venta de esclavos y Periandro va vestido de mujer, críticos
posmodernos de izquierda actúal, han visto aquí una sublimación de
la homoxesualidad, y críticos de la derecha franquista como
Casalduero, vieron una lectura alegórica de la rebelión de los
santos (caminos, ambos, por los que no llegamos a Roma), demostrando
una vez más lo servil de la crítica con el poder. Dice Clodio:
“No
me ataban la lengua prisiones, ni enmudecían destierros, ni
atemorizaban amenazas, ni enmendaban castigos...” (Cap. 14 – 1º
Libros)
Este
personaje debería ser alguien comparable a otros grandes personajes
de la literatura (Luzbel de los Cantos de Maldoror). Clodio pretende
hacer la veces de consejero privado de un mandatario para informarle
del racionalismo de la sospecha, pero no encuentra su acomodo porque
es demasiado malévolo. El narrador le dará una muerte atroz, por
una de las flechas que iba para Cenopia que, como maldicente, le cae
en la lengua. No deja de ser irónico que el personaje que dice la
verdad, para el que la virtud solo son ficciones, sea desterrado de
novela en esas condiciones. Cervantes con sus personajes siempre se
la jugó, como se la jugó en su vida…
Aparecen
también los ermitaños, figuras prestigiadas por el formato
contrarreformista, son profundamente religiosos, como lo era toda la
cofradía de Monipodio en Rinconete y Cortadillo. Los ermitaños
están salvaguardados por el modelo religioso y sin embargo cuando se
les pone a funcionar en la novela están completamente zumbados; son
personajes anómicos, patológicos que no cumplen realmente su
función de ermitaños. Es el caso de un ermitaño que vive con una
concubina maritalmente, en régimen de virginidad absoluta -esto es
un chiste- .
Renato,
se había batido en duelo, y aún teniendo razón, perdió. Es un
débil físicamente pero también lo es mentalmente, pues no ha
sabido convencer con la palabra. Nadie está obligado a ser fuerte ni
convincente, pero Renato ha perdido todas las batallas, y como
consecuencia de eso huyó cobardemente. No ha podido con las
exigencias políticas ni religiosas de la época, y se refugia en una
geografía utópica, fuera del mundo civilizado. Allí es donde
encuentra a esta mujer. Dice:
“Dímonos
las manos de legítimos
esposos, enterramos el fuego en la nieve, y en paz y en amor, como
dos estatuas movibles, ha que vivimos en este lugar casi diez años,
en los cuales no se ha pasado ninguno en que mis criados no vuelvan a
verme, proveyéndome
de algunas cosas que en esta soledad es forzoso que me falten. Traen
alguna vez consigo algún
religioso que nos confiese; tenemos
en la ermita
suficientes ornamentos para celebrar los divinos oficios; dormimos
aparte, comemos juntos, hablamos del cielo, menospreciamos la tierra,
y, confiados en la misericordia de Dios, esperamos la vida eterna”
Legítimos
esposos cuando el Concilio de Trento había prohibido las uniones de
palabra, como antes de este era costumbre. Tienen criados. Aquí todos los
peregrinos van de pobres, vestidos de harapos, pero tienen criados.
¡Qué ironía! Luego nos
habla de lugares donde no hay comercio, pero son abastecidos, como
hace ahora las
ONGs; son enemigos del comercio, como Escotado, pero están
comercialmente abastecidos, ¡cuánto cinismo! Esto,
en nuestra sociedad de hoy, ocurre a menudo, personas que viven
parasitariamente, aparentando una cosa y siendo otra, y como el
ermitaño, aunque viven en zona barbara, se proveen de un religioso
que los confiese... ¿Qué
pecados tendrán?, si viven en un lugar donde no se puede ni pecar,
porque no hay nada. Y más anomalías, habla de celebrar los oficios,
pero un ermitaño no es un cura, y termina el párrafo con un
discurso platónico, muy cristiano, como si vivieran en un convento,
confiando en la misericordia de Dios y esperando la vida eterna…
Así todo, pero con criados y bien provistos de todo lo material necesario. No
hay nada más ridículo decir que esto es una obra contrarreformista
o dogmática, o seria,
como se ha dicho durante décadas.
Veamos
el tema de la literatura tratada dentro de la literatura.
Los locos por
antonomasia son los poetas, desde Platón lo hemos visto, y a los
poetas le ha encantado el lugar que Platón les dio en la tradición
literaria, porque la literatura exige una responsabilidad que los
poetas no quieren asumir y así tener libertad para decir lo que les
apetezca, alejarse de la ortodoxia y hablar por medio de la emoción,
así muchos dirán barbaridades y serán considerados grandes poetas.
En
un momento dado llega la comitiva de peregrinos a una posada, entre
ellos, Auristela,
la mujer más hermosa del mundo, y
un poeta que allí hay decide enamorarse de ella y proponerle que
entre en su compañía de cómicos como la artista principal, que
seguro que acepta, -piensa – Dice el narrador:
“Digo,
en fin, que este poeta, a quien la necesidad había hecho
trocar los Parnasos con los mesones y las Castalias y las Aganipes
con los charcos y arroyos de los caminos y ventas, fue el que más se
admiró de la belleza de Auristela…
¡Válame
Dios, y con cuánta facilidad discurre el ingenio de un poeta y se
arroja a romper por mil imposibles! ¡Sobre cuán flacos cimientos
levanta grandes quimeras!”
Cervantes
siempre está enfrentando el idealismo con la realidad para condenar
a los idealistas. Este tipo se cree un poeta
pero vivía en las charcas y los caminos, en la miseria terrenal. La
literatura de Cervantes está protagonizada por una cantidad de locos
equiparable a lo que encontramos hoy en las redes sociales (léase
este mismo ejemplo). En la literatura de Cervantes, todos estos locos
acaban triturados por otros más racionales.
Al
final dos grandes aristócratas,
el príncipe Arnaldo y Maximino, el hermano de Persiles, disfrazados
de mendigos, disputan en una subasta por el retrato de Auristela,
pujando con cantidades desorbitadas, despertando la perplejidad de
las gentes. Es una apelación más del narrador, de Cervantes al
racionalismo del lector, diciéndole que esta no es una obra seria,
que es una falsa peregrinación…
El
mito mismo de la peregrinación es cuando la comitiva se encuentra
con una peregrina. Los peregrinos de
antes viajaban
en comitivas, una peregrina sola es algo insólito, no encaja con la
época. El narrador la presenta como algo espantoso:
el
rostro daba en rostro, porque la vista de un lince no alcanzara a
verle
las narices, porque no las tenía sino tan chatas y llanas que con
unas pinzas no le pudieran asir una brizna de ellas; los ojos les
hacían sombra, porque más salían fuera de la cara que ella; el
vestido era una esclavina rota, que le besaba los calcañares, sobre
la cual traía una muceta, la mitad guarnecida
de cuero, que por roto y despedazado no se podía distinguir si de…
En
efeto, toda ella era rota
y toda penitente, y, como después se echó de ver, toda de mala
condición.
Aquí
Cervantes parece Quevedo, pocas veces se ha ensañado tanto con un
personaje. Un personaje, en este caso, que representa la esencia de
la novela, el mito de la peregrinación. Dice que “después
se echó de ver”, y
sin embargo no aparece más en la novela, otro juego del narrador,
que con el retrato físico nos está remitiendo a la condición moral
del retratado, en este caso un verdadera degradación. No es
compatible con la condición de peregrino que debería representar
los valores de la virtud, de
la justicia, de la belleza. Los que esto representan, Periandro y
Auristela, son falsos peregrinos, subvirtiendo el concepto tanto del
catolicismo como el reformista. Dice la peregrina:
“-Mi
peregrinación es la que usan algunos peregrinos: quiero decir
que siempre es la que más cerca les viene a cuento para disculpar su
ociosidad; y así...”
Es
muy cervantino eso del “quiero decir ...”, diciendo una cosa
y luego corregirse, con todo el alcance crítico que pueda
imaginarse. Sigue un largo
párrafo y al final añade:
-Desde
allí -prosiguió la peregrina-, no sé qué viaje será el
mío, aunque sé que no me ha de faltar donde ocupe la ociosidad y
entretenga el tiempo, como lo hacen, como ya he dicho, algunos
peregrinos que se usan.
Destripando
el núcleo de la novela que muchos han leído como si fuera seria.
Otro personaje le contesta:
-Paréceme,
señora peregrina, que os da en el rostro la peregrinación.
-Eso
no -respondió ella-, que bien sé que es justa, santa y loable, y
que siempre la ha habido y la ha de haber en el mundo, pero estoy mal
con los malos peregrinos, como son los que hacen granjería de la
santidad, y ganancia infame de la virtud loable; con aquellos, digo,
que saltean la limosna de los verdaderos pobres. Y no digo más,
aunque pudiera.
Aquí
parece que le ha salido su falso lado erasmista que dirían los
cínicos, porque Cervantes de erasmista no tiene nada. Todos estos
personajes anómicos con el sistema, pero parásitos del sistema con
la cobertura del “nosotros”, del gregarismo, son muy comunes (hoy esto se da en los nacionalismos).
Por
último vemos el ejemplo de Soldino, es como un hechicero, otro loco
en el que Cervantes apoya su crítica, que parece tener un máster en
astrología judicial, en la adivinación del porvenir y del pasado.
Así lo cuenta el narrador:
“...venía
vestido ni como peregrino, ni como religioso, puesto que lo uno y lo
otro parecía; traía la cabeza descubierta, rasa y calva en el
medio, y por los lados, luengas y blanquísimas canas le pendían;
sustentaba el agobiado cuerpo sobre un retorcido cayado que de báculo
le servía.”
Una
vestimenta ridícula, especialista en pseudociencia. Lo presenta de
forma venerable para degradarlo al final. Y el propio personaje dice
con cinismo que él no es de los falsos, que es de los verdaderos,
que tal vez la buena fama se engendra con la mala mentira.
Vive fuera del mundo, pero el narrador lo presenta como si viviera
feliz. El narrador se distancia del personaje y dice:
“Otra
vez se ha dicho que no todas las acciones no verisímiles ni
probables se
han de contar en las historias, porque si no se les da crédito,
pierden su valor;
pero al historiador no le conviene más de decir la verdad, parézcalo
o no lo parezca.”
¡Y
por qué habla aquí del historiador? Pues
porque la realidad en la literatura está ya bien legitimada, pero la
ficción se legitima a lo largo de los siglos XV y XVI,
cuando se traduce a las lenguas románicas la Poética de
Aristóteles, que es cuando comienza a distinguirse la literatura de
la historia, suponiendo que el historiador dice la verdad y el poeta
la mentira. Por eso el narrador apela a la historia, para que el
lector crea lo que está contando, pues aún no estaba bien asimilado
el concepto de ficción. Cervantes escribe con un concepto de ficción
que él subvierte con frecuencia. Aún hoy, hay pueblos, y muchos
lectores, que no son capaces de explicarse que es la ficción, y la
ficción es tan importante, que sin ella no hay literatura, habrá
historia, libros de culto religiosos, libros de ciencia… La ficción, según Bueno,
como materia que carece de existencia operatoria, exime a la
literatura de ser verificada (don Quijote no puede salir de la novela
y, en el mes de mayo, presentarse en la romería de Montenegro; no existe materialmente,
igual que tenemos la imagen de un unicornio, y no existe).
En
el Quijote, también arremete Cervantes contra estos impostores del
racionalismo, cuando dice en el cap. 25 de la 2ª parte, en el
episodio del mono adivino:
“...porque cierto está
que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan ni saben alzar
estas figuras que llaman «judiciarias», que tanto ahora se usan en
España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no
presuma de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes del
suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad
maravillosa de la ciencia.”
Considerando
ciencia a un conocimiento real y verificado, y no basado en la
emoción, la imaginación, la superchería, y otras imposturas del
racionalismo, en las que, por desgracia, hoy vive buena parte de
nuestra sociedad, y en muchos casos la universidad, que
lejos de criticar estas patologías sociales las está
institucionalizando.
En
resumen, toda la literatura de Cervantes es una crítica, una burla,
una sátira, una condena de los idealismos,
de la impostura de la razón.
Referencias:
J. Casalduero, Sentido y forma de los trabajos de Persiles y
Seguismunda. J, Maestro, Nueva lectura del Persiles. G. Bueno,
Crítica literaria según el materialismo filosófico.