En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

sábado, 22 de febrero de 2025

La Baeza de Machado

 

Desde su llegada a Baeza va a asociar Machado las campanas a la ciudad. Igualmente no podemos olvidar otro elemento que aparecerá en sus textos indisolublemente unido a la imagen de esta “Salamanca andaluza”, como era conocida Baeza en virtud del hermanamiento de su antigua y ya desaparecida Universidad con la veterana institución docente de la ciudad castellana, al igual que por la sobria calidad renacentista de sus calles y plazas. Se trata, claro está, de los olivos, omnipresentes en el paisaje de este campo andaluz y contemplados ya desde su ventanilla en el tren en el que realizara el viaje desde Madrid, utilizando ese medio de transporte moderno a que el poeta era tan aficionado y que, como signo del progreso de los tiempos, aparece con frecuencia en la obra de multitud de escritores y pintores de la época:

Ya en campos de Jaén,

amanece. Corre el tren

por sus brillantes rieles,

devorando matorrales […],

olivares, caseríos

(CXXVII, pp. 550-551).


Pero el olivo cobrará una importancia igualmente desolada en función del irremisible estado de duelo en que se encuentra el poeta. De este modo, frente al álamo castellano, que identifica con la presencia de su añorada Leonor, en cuya compañía paseaba por las riberas del Duero, el olivo jienense le mostrará su inconsolable soledad. Así se evidencia en el poema “Caminos”, que parece constituir una de las primeras muestras por parte de Machado de la captación del paisaje que ahora lo rodea:

De la ciudad moruna

tras las murallas viejas,

yo contemplo la tarde silenciosa,

a solas con mi sombra y con mi pena.

[…]

Caminos de los campos…

¡Ay, ya no puedo caminar con ella!

(CXVIII, p. 545)


Y de manera elocuente y atormentada, se reiterará ese desmoralizado sentimiento de soledad y tristeza que embarga al poeta en los versos finales de su poema CXXI:

Por estos campos de la tierra mía,

bordados de olivares polvorientos,

voy caminando solo,

triste, cansado, pensativo y viejo

(CXXI, p. 546).


Dicho sentimiento será lo que propicie, como ya ha quedado expuesto, que Antonio Machado observe inevitablemente la realidad baezana a través de una suerte de tamiz negativo. Realidad que, no obstante, y según se puede fácilmente constatar, atravesaba verdaderamente una etapa de franco declive, después de siglos pasados de esplendor. Así, sus apenas dos mil setecientos cincuenta y un vecinos, equivalentes a diez mil ochocientas cincuenta y un almas cuando la visitara el erudito navarro, no eran ya suficientes para sostener el funcionamiento de una antiguamente prestigiosa Universidad Literaria, con un notable edificio que es de lo mejor que Baeza conserva y que había sido fundada por Juan de Ávila en 1538 sobre un colegio primitivo. No obstante, su gloriosos días habían ya prescrito, por lo que sería suprimida en el año 1824, destinándose justamente sus nobles estancias al Instituto General y Técnico en el que enseñará Machado.

De ahí, de esa situación crepuscular en que se encuentra sumergida la ciudad que acaba de iniciar el siglo XX, procede su evocación con expresiones considerablemente desafectas en los versos machadianos como “mi rincón moruno” (CXLV), las ya citadas “ciudad moruna” y “murallas viejas” (CXVIII) o la muy conocida incluida en su magnífico “Poema de un día. Meditaciones rurales”:

Heme aquí ya, […]

en un pueblo húmedo y frío,

destartalado y sombrío,

entre andaluz y manchego”

(CXXVIII, p. 552).


Sin embargo, a pesar de su inicial desapego, e incluso rechazo, hacia una localidad sumida en lo que pareciera un nostálgico letargo –desapego que incluso condicionó durante bastante tiempo el acercamiento de los estudiosos a esta etapa de la trayectoria del sevillano-, lo cierto es que Baeza constituye “un lugar inexcusable en la geografía machadiana”, y los años allí transcurridos representan, en opinión de Enrique Baltanás, “un periodo decisivo en la evolución de la poesía, de la biografía y del pensamiento del poeta”. Buena prueba de ello se encuentra en el volumen Antonio Machado y Baeza a través de la crítica, donde el catedrático de la Universidad de Granada Antonio Chicharro reúne los abundantes textos que sobre esta etapa se han ido escribiendo a lo largo de los años.

El lugar en el que vivirá el poeta triste entre noviembre de 1912 y noviembre de 1919 será, además de ese sitio en decadencia que se asemeja a las ciudades muertas que poco tiempo atrás había puesto de moda el modernismo, una suerte de tapiz donde se entrecruzan, de una manera u otra los diversos hilos de toda una serie de presencias literarias, a las que el espíritu cultivado y sensible de Machado no pudo haberse mostrado en modo alguno indiferente.

Así, de primera importancia será la influencia de la literatura ascética y mística del siglo XVI, con la importante actividad que desarrollan en la ciudad autores como el ya mencionado Juan de Ávila, religioso y escritor de origen converso, a quien se ha atribuido con frecuencia el famoso soneto “A Cristo crucificado” (“No me mueve, mi Dios, para quererte/ el cielo que me tienes prometido…”), y cuyo papel resultaría fundamental –ya ha quedado dicho- en la puesta en marcha de la Universidad Literaria de Baeza. Pero tampoco se puede olvidar a Juan de la Cruz, quien fundaría en la localidad en junio de 1579 el Colegio de San Basilio, del que fue su primer Rector durante tres años, hasta su traslado a Granada. Se puede señalar, así mismo, que allí escribió, entre otras obras, las últimas estrofas de su Cántico espiritual, y que Baeza iba a ser el lugar de Andalucía donde moraría por más largo tiempo, falleciendo además en la vecina Úbeda en 1591.

De época más cercana ya a la del propio Machado, resulta inevitable mencionar los nombres de dos autores del XIX. En primer lugar, la poeta y narradora Patrocinio de Biedma, nacida en la vecina Begíjar, y que residió durante varios años en Baeza al contraer matrimonio con el hijo del Marqués de San Miguel de la Vega, oriundo de esta localidad, en la que se le dedicó una calle debido al prestigio alcanzado en el mundo de las letras. Y en segundo lugar, al poeta José Jurado de la Parra, nacido en Baeza y conocido entre otras facetas por haber sido el asistente personal de José Zorrilla durante los extensos actos de la coronación poética de éste que tuvo lugar en la ciudad de la Alhambra en 1889. Desde hacía muchos años, ninguno de los dos vivía ya en Baeza cuando hasta allí llegó Antonio Machado, pero sus nombres se tenían bien presentes.

Sin embargo, una presencia literaria mucho más significativa en todos los sentidos vendrá dada por el primer encuentro que Antonio Machado tendrá en junio de 1916 con quien entonces no es sino un jovencito entusiasmado por la música, el folklore popular y la literatura. Su nombre, Federico García Lorca, quien junto con un grupo de alumnos, compañeros de la Universidad granadina, realiza un viaje de estudios promovido por el innovador catedrático de Teoría de la Literatura y de las Artes, Martín Domínguez Berrueta, promotor pionero de unos viajes pedagógicos muy en línea con las doctrinas de la Institución Libre de Enseñanza. Tras arribar a la ciudad en la noche del 8 de junio, el grupo se dedica al día siguiente a visitar los admirables monumentos, siendo recibidos más

tarde por el director y los profesores del Instituto. Al día siguiente, después de una visita fugaz a Úbeda, tiene lugar una fecunda reunión en el propio Instituto, donde Antonio Machado les recitará un poema de Rubén Darío. Al caer la noche se celebra en el Casino de Artesanos una velada artística donde Lorca interpretaría al piano diversos temas populares. El grupo repetirá su excursión un año después, hacia finales de abril o comienzos de mayo de 1917. La relación entre Berrueta y Machado se ha vuelto ya más estrecha, al haber incluso colaborado este último con diez composiciones de “Proverbios y cantares” en el nº 2-3 de la revista Lucidarium (enero de 1917), que dirigía en la Facultad de Filosofía y Letras el mismo catedrático, al que precisamente van dedicados los poemas. En esa segunda visita, se repetirá el encuentro en el Casino, donde Lorca tocará al piano nuevamente canciones populares, así como la Danza de la vida breve, de Manuel de Falla. Por su parte, Antonio Machado lee algunos fragmentos de su extensa composición, “La tierra de Alvargonzález”, que bastantes años después retomaría un ya muy conocido Lorca, como iba a recordar emocionado el poeta hispalense en octubre de 1938:

Por cierto, que allí conocí, hace ahora veintiún años, a García Lorca. Era entonces un chiquillo e iba de excursión artística, no en busca de temas poéticos, sino de motivos musicales populares, pues ya sabe usted que Lorca era excelente músico. ¡Pobre Lorca! Muchos años después, implantada la República, supe que había hecho un ligero arreglo de mi “Alvargonzález” para que lo representara el cuadro de la Barraca.

Federico García Lorca recogería las percepciones que Baeza había causado en su ánimo un año después, cuando publicó su primer libro, Impresiones y paisajes. Se trata de una obra todavía considerablemente influida por sus lecturas del modernismo. De hecho, la recreación de la localidad jienense responde en buena medida al tópico decadentista de la “ciudad muerta”. Así pues, donde Antonio Machado había visto sólo degeneración y declive, el joven Lorca descubrirá la inequívoca poesía de un tiempo que semeja haber quedado detenido en todas aquellas ciudades marcadas por un intenso y sensible pasado histórico y artístico, como Brujas, Venecia y, en España, Toledo, Córdoba, Granada o, claro está, Baeza. Pero curiosamente, coincidirá con el doliente poeta en resaltar el sonido característico de la ciudad: las campanas, si bien en los predispuestos oídos de Lorca parecen repicar de un modo muy distinto:

Todas las cosas están dormidas en un tenue sopor… Se diría que por las calles tristes y silenciosas pasan sombras antiguas que lloraran cuando la noche media… Por todas partes, ruinas color sangre, arcos convertidos en brazos que quisieran besarse, columnas truncadas cubiertas de amarillo y yedra, cabezas esfumadas entre la tierra húmeda, escudos que se borran entre verdinegruras, cruces mohosas que hablan de muerte… Luego, un meloso sonido de campanas que zumba en los oídos sin cesar…

Una última huella literaria que difícilmente pasaría desapercibida para alguien como Antonio Machado se revela evidente en la ciudad de Baeza. En efecto, se trata de un lugar que recuerda inequívocamente al que sería sin duda uno de sus poetas preferidos: Jorge Manrique. Y es que uno de los monumentos más señeros de la ciudad, el palacio de Jabalquinto, había pertenecido a la familia del autor de las célebres Coplas a la muerte de su padre. El edificio, de espectacular fachada isabelina, presenta estilo gótico con influencias mudéjares, y había sido construido por Juan Alonso de Benavides, emparentado con el rey Fernando el Católico, y cuyo primogénito, Manuel, se habría de casar con Luisa, la hija del poeta. De ahí que el palacio ostente, entre los diversos escudos familiares el de los Manrique. Y en propiedad de dicha familia se mantuvo hasta que en 1720 su uso fue cedido al Seminario de San Felipe Neri.

Por añadidura, también en tierras de Jaén, en concreto en la localidad de Segura de la Sierra (que dista poco más de cien kilómetros de Baeza), se cree con bastante probabilidad que habría nacido en 1440 el propio Jorge Manrique, siendo esta localidad el lugar de origen de su madre, doña Mencía de Figueroa, y donde aún permanece su casa noble. Además, está documentado que en la cercana Siles vivió durante mucho tiempo, en el pequeño castillo cuyos restos aún se conservan en la actualidad, don Rodrigo, padre del poeta, que ejercía entonces como Gran Maestre de la Orden de Santiago y que había de fallecer “en la su villa de Ocaña”, donde “vino la Muerte a llamar a su puerta” el 11 de noviembre de 1476. Será a partir de ahí, precisamente, cuando se crearía la obra literaria que tanto iba a influenciar al poeta Antonio Machado.

De hecho, en su inaugural libro Soledades (1903), Machado había incluido una significativa “Glosa”, que habla claramente de sus predilecciones literarias:

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar a la mar,

que es el morir. ¡Gran cantar!

Entre los poetas míos

tiene Manrique un altar

(LVIII, p. 470).


La metáfora manriqueña del tiempo, de la vida como río caminando inapelable hacia el mar de la muerte será una rica fuente de la que beberá Antonio Machado durante toda su trayectoria, vital y literaria. Así, el motivo aparecerá nuevamente, bien que con variaciones, durante su etapa de Baeza:

¡Oh, tú que vas gota a gota,

fuente a fuente y río a río,

como este tiempo de hastío

corriendo a la mar remota

(CXXVIII, p. 554).


Estos versos pertenecen a su ya citado “Poema de un día. Meditaciones rurales”, que constituye sin duda una de sus obras maestras, de lo mejor que salió de su pluma en tierras de Baeza. Se trata de un largo poema de más de doscientos versos, que se muestra especialmente significativo puesto que da cuenta de las profundas reflexiones de Antonio Machado en un momento de cambio de rumbo estético y filosófico. Fechado en 1913, el poeta lo compuso al parecer en su versión casi definitiva entre diciembre de 1912 y enero de 1913, dándolo a conocer inicialmente en la revista madrileña La Lectura un año más tarde.

Las evocaciones de Manrique se dejan entrever en diferentes momentos a lo largo de los versos de la composición:

Algo importa

que en la vida mala y corta

que llevamos

libres o siervos seamos;

mas, si vamos

a la mar,

lo mismo nos ha de dar

(CXXVIII, p. 556).


De hecho, se podría afirmar que el gran protagonista de la misma no es otro que el tiempo, tema central, como es bien sabido, en la obra de Machado, y que en “Poema de un día” aparece determinado por la tristeza y el hastío que dominan sus horas provincianas, cuya desolación trata de mitigar mediante la lectura de los libros que siempre lo acompañan. El tiempo aparece simbolizado en el sonido monótono y rítmico del reloj, que marca, implacable, un tiempo muerto, y que parece carecer de sentido en las sempiternamente repetidas jornadas rurales:

Tic-tic, tic-tic… Ya te he oído.

Tic-tic, tic-tic… Siempre igual,

monótono y aburrido.

Tic-tic, tic-tic, el latido

de un corazón de metal.

En estos pueblos, ¿se escucha

el latir del tiempo? No.

En estos pueblos se lucha

sin tregua con el reló,

con esa monotonía,

que mide un tiempo vacío.

(CXXVIII, p. 552)


En realidad, Machado, abrumado por el dolor de la pérdida de su amada Leonor y sometido a la rutinaria existencia de una vida estancada, muy lejos de la animada agitación cultural de la capital madrileña que frecuentaba años atrás, se siente inmerso en el profundo contraste, o desajuste, entre ese tiempo cronológico e inclemente que mide el reloj y señala el tránsito que lo acerca irremisiblemente a la muerte, y el tiempo psicológico, interior, que muy por el contrario mide las íntimas pulsaciones del alma: “Pero ¿tu hora es la mía? / ¿Tu tiempo, reloj, el mío?” (CXXVIII).

Al año siguiente Machado recibirá, igualmente en febrero, la noticia inesperada del triste final de Rubén Darío, fallecido con cuarenta y nueve años recién cumplidos, pero afectado de una mortal cirrosis debido a sus conocidos excesos con el alcohol. Su buena relación con el vehemente adalid del modernismo queda sobradamente demostrada con los poemas que se habían dedicado mutuamente años atrás. Ahora, Machado le ofrecerá como homenaje un poema escrito en versos alejandrinos, que hace gala de vocabulario y retórica propios del movimiento modernista, y que se publicará en la revista España:

Si era toda en tu verso la armonía del mundo,

¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?

Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,

corazón asombrado de la música astral, […].

Pongamos, españoles, en un severo mármol,

su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:

nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo,

nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan

(CXLVIII, p. 598).


Por último, no se pueden olvidar, evidentemente, las composiciones que Machado consagrará a lo largo de estos siete años a la evocación dolorida de su querido amor perdido. Entre estos poemas que componen el ciclo de Leonor, probablemente se podría afirmar que la más conmovedora de todas resulta la que, con forma epistolar y escrita en silvas, dirige a su “buen amigo” y colaborador en Soria, José María Palacio. La adecuada comprensión de la delicada manera en que se alude a la ausencia de la amada primaveral precisa del conocimiento de un dato concreto referente a la geografía de Soria, y es que su camposanto recibe el nombre del Espino:

Palacio, buen amigo,

¿está la primavera

vistiendo ya las ramas de los chopos

del río y los caminos? En la estepa

del alto Duero, Primavera tarda,

¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...

[…]

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra…

(CXXVI, pp. 549-550)


Si bien escrito el 29 de abril de 1913, el poeta no dará a conocer este poema tan lírico intimismo hasta tres años más tarde, ya en la primavera de 1916. Por entonces, su estado de ánimo irá poco a poco superando su decaimiento emocional y congraciándose de algún modo con la nueva tierra que lo acoge. El estado de duelo en que llegó a Baeza, y el consiguiente quebranto afectivo que lo incapacitaba para percibir muchos aspectos de la realidad circundante ha ido paulatinamente mitigándose, hasta el punto de que llegará a escribir en su momento poemas ciertamente evocadores. Su cambio de actitud se apreciará claramente en unos versos en los que sintomáticamente se refiere ahora al “olivo hospitalario”:

Hoy, a tu sombra quiero

ver estos campos de mi Andalucía,

como a la vera ayer del Alto Duero

la hermosa tierra de encinar veía

(CLIII, II, p. 603).

El paisaje, al que tanta atención prestarían los institucionistas, cobra ahora nueva vida en sus textos:

Desde mi ventana,

¡campo de Baeza,

a la luna clara!

¡Montes de Cazorla,

Aznaitín y Mágina!

[…]

Campo, campo, campo.

Entre los olivos,

los cortijos blancos

(CLIV, I y II, p. 607)


Todo ello concluirá en los meses de otoño de 1919, cuando el poeta, que había solicitado traslado el día 7 de septiembre, anhelando siempre su acercamiento a Madrid, reciba la notificación mediante Real Orden de 30 de octubre de que le ha sido asignada una plaza en Segovia, donde tomará posesión como catedrático del Instituto General y Técnico el 26 de noviembre. Atrás quedan ya los días de meditaciones rurales y de tertulias provincianas en la rebotica de la farmacia de Adolfo Almazán, compañero suyo en el cuadro docente del Instituto. Pero lo cierto es que ahora la localidad jienense comenzará a ocupar un lugar positivo en el fértil espacio de sus evocaciones:

¡Campo de Baeza,

soñaré contigo

cuando no te vea!

(CLIV, IV , p. 608)





Referencias:

- Baltanás, Enrique. Baeza de Machado, de Fanny Rubio, El Libro Andaluz (Málaga), nº 55, junio de 2008, p 36.

- Cerezo, Pedro. El mal del siglo. El conflicto entre Ilustración y Romanticismo en la crisis finisecular del siglo XIX, Madrid / Granada, Biblioteca Nueva / Universidad de Granada, 2003, p. 610.

Chicharro Chamorro, Antonio. Antonio Machado y Baeza a través de la crítica. Granada UGR, 1983.

- Doménech, Jordi. Antonio Machado el creador de Juan de Mairena, siente y evoca la pasión española.Escritos dispersos BVC (1893-1936), ed. cit., p. 230.

- Machado, Antonio. Poesías completas. Austral. 1974



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