Miguel de Unamuno 1864-1936, cuenta con una obra poética que por su importancia no se puede ignorar. En ella destaca:
1907. Poesías
1911. Rosario de sonetos líricos. Conflictos religiosos del autor, entre los que sobresale La oración del ateo.
1920. El Cristo de Velázquez
1922. Andanzas y visiones españolas. Libro en prosa que contiene algunos poemas.
1924. Teresa. Un libro clave en la poesía de Unamuno. Un cuadro narrativo que contiene rimas becquerianas (aunque el amor ya existía antes de Bécquer; así la influencia puede ser solo una apariencia, pues a don Miguel le han influido muy poco y muy pocos), logrando en idea y en realidad la recreación de la amada. Una fabula construida como si los versos fueran de otro, que encierra un diálogo personal del propio Unamuno, que objetiva los conflictos como si dentro de sí mismo hubiera varias personalidades, cuestión que se ha explotado mucho en la poesía y el teatro del siglo XX
1925. De Fuerteventura a París. Es una etapa política en la que ocurrió el enfrentamiento a la dictadura de Primo de Rivera, en la que fue condenado al destierro en Fuerteventura, del que se fuga a Paris. Después se le levantó el destierro pero él se negó a volver a España hasta que cayó la dictadura. A su regreso fue muy aplaudido por la República, a la que se enfrentaría en favor del Alzamiento Nacional, del que solo fue fiel dos meses. Muere la Nochevieja del 36; acababa de publicar Del sentimiento trágico de la vida
1928. Romancero del destierro. Publicación con una carga política muy fuerte contra Primo de Rivera y la Monarquía.
1936. Cancionero. Recopilación del resto de su obra poética, que sería completado en 1953.
Comentaré un poema en concreto del que hablamos no hace mucho entre amigos. Lo hago, no porque lo que vaya a decir sea más importante que lo que dijimos, o puedas decir tú -sabes que me refiero a ti-. Lo hago siguiendo la máxima unamuniana de la que tanto hemos hablado, esa que dice “que el obrar es el mayor acto de humildad, o la menor de las sobérbias”.
Es un poema que se escribe 30 años antes de su muerte, en la nochevieja de 1906, una prolepsis de su propia muerte, que puede ser comparable a Así que pasen cinco años de Federico García Lorca, una obra de teatro sobre el amor y la muerte.
Estoy convencido de que Miguel de Unamuno no fue capaz de imaginar, muchos años antes de que ocurrieran, cómo iban a ser sus últimos meses y días, abatido por ver a España envuelta en una Guerra Civil, como por encontrarse él mismo en la tierra de nadie que se creó entre los dos bandos. Asediado, posiblemente, por un sentimiento de culpa, como por la tristeza de verse impotente y superado por los acontecimientos. Fue tan terrible todo aquello que es fácil pensar que Unamuno no previera tal situación, pero sorprende, en la recreación del poeta, cómo imaginó algunos detalles de sus instantes postreros.
Unamuno falleció en la tarde del 31 de diciembre de 1936. Pasó aquella tarde de fin de año en su biblioteca, acompañado por un joven llamado Bartolomé Aragón, con quien discutió sobre la situación en España, y tras comentar que era imposible que Dios hubiera abandonado así a España; esa fue su última sentencia o pensamiento: lo dijo y se desplomó sobre la mesa camilla. No debió ser muy notorio el desplome, pues, en un primer momento, su acompañante lo asoció a la desesperación y la tristeza. Tal es así que se percató de que algo iba mal cuando comenzaron a quemarse las zapatillas de don Miguel en el brasero de la mesa camilla y el tufo se hizo patente. Entonces, salió de la habitación asegurando a voces que él no lo había matado. Así murió Unamuno en la tarde del último día de 1936. Exactamente treinta años antes, la tarde del último día de 1906, Unamuno escribía un poema titulado Es de noche, en mi estudio.
Es
de noche, en mi estudio.
Profunda soledad; oigo el latido
de
mi pecho agitado
es que se siente solo,
y es que se siente
blanco de mi mente
y oigo a la sangre
cuyo leve
susurro
llena el silencio.
Diríase que cae el hilo
líquido
de la clepsidra al fondo.
Aquí, de noche, solo,
este es mi estudio;
los libros callan;
mi lámpara de
aceite
baña en lumbre de paz estas cuartillas,
lumbre cual
de sagrario;
los libros callan;
de los poetas, pensadores,
doctos,
los espíritus duermen;
y ello es como si en torno
me rondase
cautelosa la muerte.
Me vuelvo a ratos para ver
si acecha,
escudriño lo oscuro,
trato de descubrir entre
las sombras
su sombra vaga,
pienso en la angina;
pienso
en mi edad viril; de los cuarenta
pasé ha dos años.
Es
una tentación dominadora
que aquí, en la soledad, es el
silencio
quien me la asesta;
el silencio y las sombras.
Y
me digo: “Tal vez cuando muy pronto
vengan para anunciarme
que
me espera la cena,
encuentren aquí un cuerpo
pálido y
frío
la cosa que fui yo, éste que espera ,
como esos
libros silencioso y yerto,
parada ya la sangre,
yeldándose
en las venas,
el pecho silencioso
bajo la dulce luz del
blando aceite,
lámpara funeraria.”
Tiemblo de terminar
estos renglones
que no parezcan
extraño testamento,
más
bien presentimiento misterioso
del allende sombrío,
dictados
por el ansia
de vida eterna.
Los terminé y aún vivo.
Es, sin que el poeta pudiera confirmarlo en la creación, sin duda un poema autobiográfico, que habla de las cosas que ocurren en ese justo momento. Está hablando de una realidad, así podríamos decir que es una obra literaria donde no existe la ficción, pues está hablando de lo que en ese momento siente fisiólgica y psicológicamente. Nos hace pensar en el soneto De repente de Lope de Vega, así como en el de Quevedo Desde la torre de Juan Abad.
Unamuno, vivió treinta años más, pero murió un día como ese, el último día del año. Un poema lleno de vitalidad en la proximidad de la muerte, con una interiorización dramática del final. El siglo XX, que acababa de comenzar es el siglo del existencialismo, del ser y del tiempo, de reducir la esencia del hombre a su existencia condicionada por el sentido de la muerte (algo que ya estaba en los estoicos, y en el racionalismo del barroco hispano, aunque hoy día pueda parecer, porque así lo dice la crítica europea, que lo inventó Heidergger).
El poema de Unamuno es una recreación de todo lo que le rodea, los libros de sus estudio, que parece que están en el más allá y que le llaman. Entremos en detalle:
El poema es un nocturno (propio del barroco o en el romanticismo), “Es de noche, en mi estudio.”, en el primer verso nos sitúa en el tiempo y en el espacio, y en una “ Profunda soledad”, tan alejada de lo que hoy es una noche de fin de año, y es tan profunda que oye la música de su organismo “el latido de mi pecho agitado” de sus conocidos problemas cardíacos, de los que moriría ese mismo día, pero treinta años después. Sentía su corazón “se siente blanco de mi mente”, que nos indica una fuerte crisis emocional, de las que hoy día ya no se estila, pero muy propia del siglo XIX.
Baroja decía que la conciencia era una enfermedad, que intensifica el dolor, porque cuanto más conscientes somos de lo que nos rodea más sufrimos -aunque yo diría que los inconscientes también sufren, quizás sepan explicar menos su sufrimiento: el ser idiota es mentira que te hace feliz; el analgésico quita el dolor, pero no elimina la causa-. Quiero decir que si aceptamos que la conciencia trae el dolor, estamos diciendo que el racionalismo es una fuente de problemas, algo que me parece racionalmente inaceptable. Froid también decía algo parecido a que “la razón reprime”, y que en el inconsciente está la verdad, pero a mi me gustaría preguntar que dónde está el inconsciente; conozco un amigo que diría en los alrededores del ... Aclaro, que creo que el inconsciente es una ficción de las filosofías irracionalistas.
El “se siente blanco de mi mente” es un temor a la salud, una aprensión ante el mal presagio que le marcan los latidos agitados, y los presagios siempre se cumple, aunque tarden treinta años; pero un gato negro no sabe que es negro, y si se atraviesa en nuestro camino, solo hay de cierto que el gato camina de un lugar a otro. Pero el caso es que Unamuno parece tomarse en serio ese sesgo interpretativo, pues además “ se siente solo, y es que y oigo a la sangre cuyo leve susurro llena el silencio.” una imagen plenamente barroca (solo falta la calavera en la mano para la decoración tenebrista). De romanticismo hay muy poco en estos versos.
“Diríase que cae el hilo líquido de la clepsidra al fondo.”, se refieres al reloj que marca el paso del tiempo. “Aquí, de noche, solo, este es mi estudio”, remarcando el tiempo y el espacio, repitiendo lo de “la noche en mi estudio”, que me recuerda aquello que repetía Lorca en el Llanto de Ignacio Sanchez Mejías, “a las cinco de la tarde”, como un epímone que se repite a lo largo del poema; “los libros callan”, una metáfora verbal, en que parece que los libros le observan en un silencio de premonición; y una metáfora casi modernista, que podría suscribir Rubén Darío: “mi lámpara de aceite baña en lumbre de paz estas cuartillas”; una lumbre de sagrario, que nos habla de su conflicto metafísico, de su implicación personal tan alta que podemos afirmar la ausencia total de ficción en el poema como hemos dicho antes. Con lo difícil que es hacer literatura sin ficción, imposible podríamos afirmar, sin embargo este poema parece desafiar esa afirmación, porque, si hay alguna, es la dramatización de los sentimientos. Luego parece acordarse de Quevedo, y con un verso romántico, “los espíritus duermen”, nos muestra la anulación creadora que siente el poeta, que se afirma con unos versos muy expresivos, casi tragicómicos: y ello es como si en torno me rondase cautelosa la muerte. Me vuelvo a ratos para ver si acecha, escudriño lo oscuro, trato de descubrir entre las sombras su sombra vaga,”, con estos versos vemos a don Miguel paseando por su habitación asustado por esa muerte que le ronda, por esa sombra que representa la muerte -como en Lorca lo hace la luna-, cogiéndose el pecho que le oprime esa angina, que acabaría con él treinta años más tarde, dando clara muestra de su hipocondría. Le siguen dos versos tremendos: “pienso en mi edad viril; de los cuarenta pasé ha dos años.”, que al leerlo no sé si reírme de don Miguel o llorar por mí; él tenía 42 cuando esto escribió, yo ya he perdido la cuenta por los míos, y también siento a menudo la opresión del pecho (real y metafórica).
A continuación vuelve a hablarnos de su soledad, algo que lleva mal sin duda; y de nuevo parece que vuelve a Quevedo con ese “silencio y las sombras”.
Entonces se da la voz a sí mismo con cierto toque narcisista, al contemplar de forma modernista recreándose en su propia muerte (como “la carne que tienta y la tumba que aguarda” de Rubén Darío; o cuando Juan Ramón dice eso que tanto repite el "errático": “y yo me iré y se quedaran los pájaros cantando”), que aquí es, la cena y el cuerpo pálido y frio. Podríamos comentar esto diciendo, “El modernismo aflora ya también en el 98”. Y es que don Miguel es también, como pocos, un precursor.
El poema concluye con una glosa final, con el sesgo interpretativo de que se puede morir. Todos nos podemos morir en cualquier momento, solo es necesario estar vivo (hoy me estoy mirando en demasía); presentimientos también todos hemos tenido alguna vez, y de ir al “allende sombrío”, esperemos que al menos pasen 30 años, aunque, como él, lo consigamos “por el ansia de vida eterna”, que de eso no nos falta a ninguno de los mortales, y de paso terminar lo iniciado aún vivo para poder celebrar un poco el fin de año.
No cabe duda alguna que Unamuno le tenía miedo a la muerte, que para él es la nada, el nihilismo, una idea que se repite mucho en el XIX y gran parte del siglo XX, que fueron años de fuertes confusiones tanto ideológicas como metafísicas (Unamuno no dejó de dar vueltas tanto en un sentido como en otro, y ambas le hicieron sufrir en exceso).
Es
como si la verdadera filosofía hubiera acabado con Newton, que en
toda preposición filosófica solo ve dos tipos de respuestas, por un
lado la científica y por el otro la retórica o literaria. De hecho
la historia de la filosofía es, en primer lugar la preocupación
religiosa o metafísica, y posteriormente la inquietud política. La
filosofía en realidad no tiene un contenido propio, es filosofía de
la ciencia o de la literatura, o de la música, o del derecho. Por
eso a mi me gusta comerme el “coco” con la literatura, que es
menos tramposa que la filosofía, a la que veo como un autoengaño
para todo el
que la practica. De hecho ninguna filosofía aceptará que sus pilares se basan en la ficción: Heguel, jamás aceptará que el "Espíritu absoluto" es una ficción y nos llevó donde nos llevó; heidergger, tampoco lo hará con el "Daseim"; Froid con el "Inconsciente, Spinoza con la "Sustancia pura", Platón con el "Demiurgo", Hobbes con el "Leviatán", Aristóteles con el "Motor perpetuo", Nietzche con el "Superhombre"... y es que todas las filosofías tienen un poder totalitario sobre la realidad del mundo (al menos para sus seguidores), hasta llegar al "Gran hermano" que es la mónada mayor, despreciando la debilidad humana frente a la superdotación transcendente, sobre la base de que el ser humano siempre ha tenido una cierta inclinación a someterse.
Referencias:
- Centro Virtual Cervantes, Antología crítica.
...yo no siento, amigo Pepe, cosa por la que sienta mayor interés, motivación, curiosidad...que por la muerte...incluso ese andar, ver y conocer mundo, que tanto me mueve, es un acólito de ese mayor interés...y ello es compatible en grande con ese digamos vitalismo que me mueve. "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos" dice el poeta...y como Unamuno, todos llevamos nuestra noche oscura del alma. ..
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