Reparo ahora en la tesis principal que expone Torrente Ballester en El Quijote como juego, según la cual Alonso Quijano finge ser, de forma absolutamente consciente, don Quijote, con todas las afirmaciones, algunas fácilmente rebatibles, que esto implica.
Torrente Ballester celebra de Cervantes su demostración de una libertad sin límites, en cuanto artista que manipula, ordena y da expresión verbal a unos determinados materiales libremente elegidos a contrapelo de las convenciones vigentes, e incluso de algunas de las suyas propias, pues en su obra expone múltiples perspectivas de toda idea que sugiere.
Otro aspecto interesante es la formulación de lo que Torrente Ballester denomina “el principio de realidad suficiente”, basado en la creencia de que autor y lector participan en un “juego convenido, base de la ficción misma, en que uno y otro fingen creer que se trata de una realidad”. En efecto, si recordamos las palabras finales de El coloquio de los perros, la famosa defensa de la novela ideal que realiza el canónigo en el Quijote (I-49) o la autodefinición del propio Cervantes como «raro inventor» en El viaje del Parnaso (cap. primero 225), parece claro que se nos está hablando no de identificar la ficción con la realidad, sino de incorporar a la literatura diversos elementos imaginativos que el lector percibe después de haber aceptado el pacto del que nos habla Torrente Ballester: todos sabemos, por seguir con el ejemplo mencionado, que no es posible que dos perros hablen, pero podemos disfrutar de su quimérico diálogo si el autor -en palabras de Cervantes - acierta en el artificio y la invención.
Tenemos, pues, tres premisas básicas, que no es difícil reconocer en Cervantes y que ha hecho suyas en su obra Torrente Ballester:
la libertad creadora,
la omnipotencia de la invención, y
la aplicación de una y otra a un juego que sólo tiene una norma: que el autor imagine y que el lector disfrute.
Como ejemplo de todo esto, a continuación os dejo un texto sublime de Torrente Ballester, en El Quijote como juego, que corresponde al capítulo 4º: La conciencia del caballero. Apartado titulado:
“Aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas”.
“A don Quijote acaban de sacarlo de Sierra Morena gracias a la colaboración de Dorotea. Para convencerlo, ha habido que inventar una novela, es decir, «entrar en el terreno de don Quijote, aceptar su ficción», y proponerle otra que pasa inmediatamente a formar parte de la suya por cuanto se le requiere como personaje con papel en ella. En el camino, después de una cuestión con Sancho Panza, don Quijote le dice: «Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora (...) ¿dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió?...» Después del viaje de Sancho Panza, don Quijote solicita un relato fiel, detallado, aun a sabiendas de que tal relato es imposible, porque en esto consiste el juego: para cualquiera, no para él, que hace a Sancho preguntas formuladas de tal modo que, para complacer al caballero y, sobre todo, para mantenerse dentro de la ficción, no tiene Sancho más que responder: Sí, sí..., ya que la respuesta va incluida en la pregunta. «Llegaste, y ¿qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo pata este su cautivo caballero.» ¿Qué caro le costaba a Sancho decir que sí, que así la había hallado? Sin embargo, su respuesta es no sólo negativa, sino decepcionante para don Quijote, por cuanto le destruye la «imagen principesca que le propone»(1), y cuando don Quijote acepta y recoge la versión realista (aunque falsa) que Sancho opone a la suya poética, y la poetiza a su vez («trigo candeal»), Sancho la degrada nuevamente («trigo rubión»), y no cesa en su degradación sistemática de cuanto don Quijote inventa hasta que a éste no le queda ya nada que poetizar. ¡Es para darle de bofetadas a Sancho! ¡Aún si dijese verdad! Pero no le queda ni tan siquiera esta justificación, porque todo lo que opone a la hipótesis poética de don Quijote es, como se acaba de indicar, «pura mentira»; no solamente pretende salir del paso, sino, además, reírse de su amo, destruir sus fantasías, quizá ponerse así por encima de él. ¿Se da cuenta don Quijote de este juego de Sancho? El diálogo sigue de esta manera: «... si no te dio joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero buenas son mangas después de Pascua. Yo la veré y se satisfará todo. ¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y viniste por los aires, pues como más de tres días has tardado en ir y venir desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas. Por lo cual me doy a entender que aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas y es mi amigo, porque por fuerza le hay y le ha de haber (...), digo que este tal te debió de ayudar a caminar sin que tú lo sintieses...»
Conviene volver a la situación. Después del regreso del cartero, don Quijote y Sancho llevan ya un tiempo juntos: la escena del encuentro y lo que va de camino. Si a don Quijote le sorprende «de verdad» la rapidez del regreso de Sancho Panza, es lo primero que debiera preguntarle, y «no lo hace». Deja la pregunta para el momento preciso en que Sancho le ha echado a perder un importante momento de su ficción. Pero, ¿cómo está esto narrado? Se ha dicho en otro lugar que el narrador se vale a veces de trucos por omisión, y que miente. He aquí el primer truco por omisión, que se sitúa precisamente entre las palabras de don Quijote: «...habiendo de aquí allá más de treinta leguas» y «por lo cual me doy a entender...». Lo omitido es una acotación en que se describa el susto de Sancho Panza ante la pregunta de su amo, o se informe, al menos, de que la pregunta le asustó, porque ninguna de sus mentiras (salvo el recurso a los encantadores) podría servirle de explicación satisfactoria. Está cogido en su propio juego, y la cara que puso tuvo que ser de asombro y de terror. El narrador se lo calla, pero es legítimo imaginarlo como adición al texto, ya que es evidente que Sancho se haya asustado, y tenerlo en cuenta para el entendimiento de la escena. Y ahora, una hipótesis que se considera igualmente legítima: Si don Quijote se detiene en la palabra «leguas», ¿qué puede hacer Sancho que no sea arrojarse a los pies de don Quijote y confesar su mentira? Pero semejante confesión ¿no puede traer como consecuencia, de una cosa en otra, que la ficción se desbarate? A don Quijote no le importa que Sancho le mienta, a condición de que la mentira pueda caber en su ficción, y si por el carácter excesivamente realista, «verídico», de la de Sancho, hubiera ciertas dificultades de encaje, don Quijote tiene siempre el remedio a mano, el remedio indiscutible del encantador, con lo cual logra dos cosas simultáneas: tranquilizar a Sancho, «que se ve descubierto», y, al hacer de su viaje una especie de prodigio, insertarlo con todo derecho en la ficción y ganarle el peón a Sancho. Se puede pensar que don Quijote, en un primer movimiento de ánimo, quiera castigarle por su crueldad descubriendo su mentira; pero, si esto piensa, se arrepiente en seguida por temor a las consecuencias: una mentira destruida puede destruir el inverosímil, maravilloso edificio de don Quijote, pero frágil, como hecho de palabras, y le da la salida. Con lo cual todo vuelve al orden. Pero esa pregunta, por el lugar en que está colocada (por el momento de la acción en que se sitúa), demuestra con toda claridad que don Quijote está al corriente de la verdad, que es consciente de todas las falsedades urdidas por Sancho. Y no puede ser de otra manera, pues cuando lo envía con la misión (la carta ha quedado en su bolsillo) sabe que Sancho no puede llevarla a cabo. Hay que interpretar el episodio como un momento, entre otros, del juego que se traen el amo y el escudero.”
(1) Con toda consciencia por parte de don quijote y Sancho. Recuérdese lo sucedido en el capítulo XXV, donde uno y otro están conformes de que la princesa Dulcinea es Aldonza, la hija de Lorenzo Corchuelo; don Quijote invita a Sancho a continuar el juego de la princesa; Sancho le responde con el juego de la aldeana (puesto que le ha mentido en su misión de cartero). Es, como dice Torrente, "la lucha de la ficción poética con la ficción verosímil".
Al juego entre don Quijote y Sancho dedica todo un capítulo Luís Rosales en su libro, Cervantes y la libertad.
Otras entradas de este blog que complementan la idea de juego, en las que se respeta y valora la visión de Gonzalo Torrente Ballester y de Luís Rosales sobre el Quijote, autores paradigma de la crítica cervantina: https://lacocinaquenosgusta.blogspot.com/search/label/Juego
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