En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

martes, 9 de agosto de 2022

Luís Rosales: “Resignación alegre y melancólica”

"(...) estoy en contra de toda política, aunque sea la mía." A. Machado

Lorca escribió a Angel Barrios sobre la geografía de Granada:

Graná está maravillosa, toda llena de oro otoñal (…) todos los sitios están indescriptibles de color y tristeza”

Con una apreciación semejante se expresaba Rosales en una entrevista concedida a J. Soler Serrano:

Siempre me encantó la Granada otoñal, con jardines, con árboles, con un soto de ruiseñores en la Alhambra, con agua en las calzadas y en las barandas”.

Como lo fuera Ganivet, Lorca y Rosales son testigos de esa Granada la bella, ociosa, indolente y desmoralizada. Decía Federico que Granada era una ciudad para la contemplación y la fantasía, en donde la inercia lleva a no querer realizar y dar forma a lo que se tiene pensado y se es capaz de hacer:

En Granada el día no tiene más que una hora inmensa, y esa hora se emplea en beber agua, girar sobre el eje del bastón y mirar el paisaje (…) Me aburro terriblemente en Granada”.

Rosales la invoca en sus Soleares, como “Ciudad de la Buena Muerte”, y la recuerda “bella, triste, polvorienta y aburrida”, lo que no impide evocarla con nostalgia.

Escribía Gallego Burín en carta dirigida a Fernández Almagro:

Se va afincando en mí, cada día con más fuerza, la idea de salir de aquí. Aquí se matan todas las energías y se procuran anular todos los esfuerzos, y aunque una puesta de sol granadina o un beso de luz bien valen una vida, cuando se tiene el alma joven, no basta con este sol, con esta luz y con este ambiente.

(Gallego Morell, Antonio. 1973. Antonio Gallego Burín. Moneda y Crédito. Madrid)

Muy parecido se expresaba Rosales, aunque sus razones hayan sido fundamentalmente otras:

Viví en Granada como se vive generalmente en las provincias españolas, al menos por las personas que tienen una vocación artística, en una recia contienda con el medio que me rodeaba. Granada, desde hace muchos años, es una ciudad de emigrantes intelectuales. Nadie sabe hasta qué punto esto es un drama para la formación de la juventud. Siento haber corrido yo también este éxodo y haber venido a Madrid, a este rompeolas de las 29 provincias españolas, como decía Antonio Machado, y contribuir de este modo a la orfandad de los artistas jóvenes que en Granada se en cuentran.

(Nuñez, Antonio. Encuentros con L. Rosales, Revista Insula. núm. 224 y 225. 1965)

La vida literaria de Granada se desarrollaba en el Ateneo, el Centro Artístico y las tertulias del Rinconcillo, decisiva en la vida de Lorca, en el rincón más apartado del Café Alameda, situado en la Plaza del Campillo. En el Café Imperial, donde se reunían los componente de la revista Gallo, la animación de la tertulia correspondía a Lorca y en su ausencia a Rosales, que comenzó a manifestarse como un magnífico contertulio, culto y observador, chispeante y agudo, como escribe Molina Fajardo. Por aquellos años, Rosales, aún no se había acercado a la poesía. En una entrevista con Juan E. González declaraba:

Yo leía mucha más narrativa, pero tal vez no era que me intersara más. ¡era que me entretenía! La lectura para mí, más que un acto de obligación, de vocación de aprendizaje -como ha sido después que empecé a leer autores para estudiarlos- era un acto de puro placer (…) hasta los quince años, fui enemigo enconado de los poetas y de la poesía… a mi la poesía me parecía que no era un molde viril. Joaquín Amigo nos mostró el valor de la poesía moderna, como en un juego irónico, serio y, si es posible decirlo así, patético.

Su hermana menor, María concepción, recuerda que por aquellos años Luís andaba siempre con un libro en las manos:

Nos leía a Gerardo y a mí los clásicos, Lope… nos contaba el Quijote, sobre todo las “salidas”… y decía -¿encontrará Don Quijote a Dulcinea?-. También Platero y yo -hay que ver, qué filosofía hay dentro de Platero… ¿os dais cuenta?-, nos decía. Nosotros lo escuchábamos con la boca abierta.

(Testimonio de María concepción Rosales Camacho a Díaz Alda el 15-7-88)

Rosales se fue a estudiar a Madrid en 1932. Se separó físicamente de la cuidad, pero nunca pudo sacársela del alma. ¡Cuánto sentimiento y desengaño se deja ver en estos versos!:

Si tu quieres

iré a morir en tus brazos

Ciudad de la Buena Muerte.

En El contenido del corazón, escribió: “queda Granada aun envolviéndolo todo”. Granada es su inicio, aquí publica sus primeros versos; de aquí son muchos de sus entrañables amigos, lleva a Granada en la sangre, y después de medio siglo residiendo en Madrid, siguió conservando su acento, porque perderlo sería como exiliarse, dijo en una ocasión el poeta:

En Granada me crié, yo lo que soy es granadino, mi manera de hablar es granadina: nunca lo he desvirtuado, ni lo he pretendido. Tuve la desgracia de perder a mis padres en el año 1041, de una manera insólita… y aquello me marcó. Puede que sea la mayor razón. La muerte de mis padres no es que me separara de Granada, es que me dejó sin casa -en cierto modo, sin raíces- y sin justificación. Pero yo he ido a Granada siempre que he podido.

Un periodista, compañero de Fajardo en Granada, le preguntó: “¿Es usted andalucista?” Rosales respondió extrañado “¿andalucista? Yo lo que soy es andaluz”. En su nueva casa de Cercedilla, declaró a Isabel Montejano (ABC, 26.8.82):

Elegí este pueblo después de mucho buscar, el emplazamiento me recuerda algo a Granada, con ese perímetro de los Siete Picos, montes y sierra a la redonda”.

En 1951, vuelve a Granada en viaje de novios con María Fouz. Recuerda que en Granada tuvo su primer amor de juventud, Carmen, y aquí termina su relación con “Abril”, su compañera de universidad madrileña. En Granada todo se entrelaza y se resume. Así cierra La Almadraba, primer episodio de La carta entera:

La vida al recordar se hace tan corta.

Cabe en unas palabras.

No amamos. Hemos vivido juntos. Me llamo Luís

Rosales, soy poeta y he nacido en Granada.

La estética granadina, tan bien representada por Soto de Rojas, en su Paraíso cerrado para muchos y jardines abierto para pocos, esa estética preciosista de lo diminuto, de las cosas pequeñas, sin duda han de haber influido en el Rosales humilde y de las cosas concretas, y en el Rosales de la precisión y la riqueza verbal.

En 1930, en el Centro Artístico de Granada, dio, con gran éxito, su primer recital poético. Desde entonces fueron frecuentes sus intervenciones en el Centro. Comenta Rosales que días después se presentó en su casa para felicitarle Joaquín Amigo, intelectual de gran prestigio en Granada y uno de los mejores amigos de Lorca; desde entonces fueron inseparables.

La amistad con Federico se remonta a 1930, a raíz del recital de Rosales en el Centro Artístico, y se intensifica en 1932 en Madrid, donde tienen el mismo grupo de amigos y acuden a las mismas tertulias. La admiración de Rosales por Federico es evidente, como escritor y como hombre. Sin embargo Rosales nunca ha escrito sobre Lorca; su única contribución fue anterior a la muerte del amigo, con un trabajo publicado sobre el Romancero Gitano. Este voluntario silencio, según Díaz Alda, se habría interrumpido en la última entrega de La carta entera, que dejó sin concluir, y que quería dedicar a Lorca, como testamento poético y último tributo a su amistad, titulado Nueva York después de muerto. En Cuadernos Hispanoamericanos se publicó la “Evocación de Federico” (núm. 475, enero de 1990), que fue en origen una invocación oral, improvisada en el homenaje que le dedicó el Instituto de Cooperación Internacional en el cincuentenario de su muerte.

En la entrevista que concede Rosales a Soler Serrano, describe a Lorca de forma magistral:

Era una persona muy poco frecuente, muy poco complicada. Tenía hondura, y cuanto más hondas son las personas, menos complicadas son: era un hombre con raíces, y en las raíces no hay siempre más que tres cosas, tres cosas fundamentales. Tenía Federico una vitalidad arrolladora y triste, una simpatís desbordante y desfrenada. No solamente era el poeta más grande de su tiempo, sino que era además un mimo, una persona que en su propio contexto físico tenía una contradicción. Porque Federico tenía la cabeza de los grandes españoles (…) Para mí ha representado el contacto con la raíz más onda de la poesía (…) Eso es lo que era Federico, una inteligencia mágica, única, fabuladora, que nunca sabía si lo que decía era verdad o no era verdad, pero todo lo estaba haciendo verdad con su manera de expresarse, esa hondura suya, esa inteligencia que, como Zubiri decía, era inteligencia sentiente y afectiva, pero al mismo tiempo imaginativa y fabuladora. Una inteligencia en la que se unían en una sola las tres grandes condiciones del ser humano: yo no lo he conocido con más plenitud.

La muerte de Lorca fue la experiencia más dramática de Luís Rosales. Desde entonces su vida cambió de dirección. Recordaba con cuánta insistencia se le solicitó su testimonio:

Me lo han pedido de todas maneras, desde hacer películas (…) hasta libros escandalosos. Me podía haber llenado de dinero, de nombre, de prestigio… No he quedrido sacar nada de esa angustia, de ese dolor, que es una constante en mi vida.

Julián María escribió de Rosales:

Si yo tuviera que definir en tres palabras el temple de Rosales, que es a un tiempo la clave de su poesía y de su persona, diría: Resignación alegre y melancólica. Rosales (…) es de las personas más resignadas que conozco.


Las palabras de Marías, comenta Díaz Alda, constituyen una gran adivinación, porque Rosales ha buscado el “optimismo desde el desengaño”, creo que se refiere a esa resignación y esa actitud de renuncia que sin duda es la huella moral más acusada, derivada, seguramente, de la muerte de Federico, de su amistad, y de que el origen de los fatales acontecimientos ocurriesen precisamente en su casa natal.

Refiere Díaz Alda una conversación en la que Rosales le cuenta a B. Matamoros su primer encuentro con Antonio Machado en el año 1935.

Conocí a Machado antes de la guerra, aunque lo traté poco. Tuve siempre una gran admiración por él. He sido de los primero en ver en Machado no solamente al gran poeta, sino al pensador, al sociólogo, al maestro. Y era el maestro porque lo necesitábamos; era el maestro cínico, que hasta cierto punto no acababa de creer en su propia palabra, en su propio pensamiento, que se situaba siempre en el extremo de sus líneas mentales, que todo lo ponía en duda en un momento que nos rodeaba ese acantilado duro, rocáceo, indestructible de brutalidad y mezquindad.

Por aquellos años el poeta de mayor influencia en la poesía española era Juan Ramón Jiménez, pero aquel encuentro marcó un giro en la poesía de Rosales, que en adelante se orientaría en esa línea de reencuentro con el corazón que descubrirá también en la literatura del barroco. Si en Machado se actualizan Bécquer y el Romancero, en Rosales, además de Bécquer y Machado, están Lope, Quevedo y Villamediana. Esto se debe tener en cuenta para comprender el mundo poético rosaliano, su poesía y su crítica, con estudios muy certeros sobre los dos grandes poetas sevillanos. La significación que Machado tuvo para Rosales podemos verla en sus propias palabras, expresadas en la conversación mencionada: “Me dio descanso, orientación y seguridad”.

Recordaba Rosales que le impresionó mucho unas frases interrogativas de Machado, cuando, en esa reunión, Bergamín le instó a que abanderase a los escritores en esos momentos tan duros a presidir una resistencia contra el fascismo, le dijo:

¿Pero cree usted que nosotros llevamos razón? ¿usted, que es más joven, cree que llevamos razón? ¿cree que seguirá pensando lo que piensa hoy? Yo pienso lo mismo que usted, pero estoy en contra de toda política, aunque sea la mía.

Hasta ese punto era escéptico Machado.

El encuentro con Juan Ramón Jiménez no fue tan grato. En Granada solía leer a sus hermanos Platero y yo y comentárselo con entusiasmo, y sus primeros poemas Cartas líricas están escrito claramente bajo la influencia de Juan Ramón. Pero se sintió sorprendido por su carácter hosco y maledicente. De esto dejó su testimonio en sus últimas declaraciones, en la revista Cruz y Raya, de 27-08-88:

Juan Ramón se puso a criticar a todos los de su época. Cometí la estupidez de ir a verle después de haber publicado una cosa sobre Salinas. Un trébol de tres poétas, los mayores de mi generación: Quiroga Pla, Luís Felipe, y yo. Cada uno publicó una cosa… Lo primero que me dijo, como si no conociera mi nombre, fue: “Fíjese que homenaje le publican Quiroga Pla -que es un asalariado-, el sobrino del director, y... un alumno”. El alumno era yo. Yo no dije nada, estuve oyéndole, se metió con todos… con todos menos con Lorca. De Cernuda dijo: “¿A usted no le da la sensación de que es una poesía traducida”. ¡Una poesía traducida! Cernuda que era otro de mis ídolos...




- Diaz de Alda, 1997. M.ª Carmen. Luís Rosales: poesía y verdad. Eunsa. Pamplona.

- Gallego Morell, Antonio. 1973. Antonio Gallego Burín. Moneda y Crédito. Madrid

- Molina Fajardo, Eduardo. 2011. Los últimos días de García Lorca. Almuzara. Córdoba.

- Penón, Agustín. 2000. Miedo, olvido y fantasía. Comares. Granada.

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