Siguiendo con la idea de Torrente Ballester de considerar que la locura de don Quijote es el juego articulado por Alonso Quijano, un anciano que se aburría sobremanera, para divertirse; Ahondando en la misma línea pensamos que Alonso Quijano, como personaje de ficción, es persona inteligente capaz de idear el mundo que muestra en El Quijote.
La locura es la forma de cinismo preferida por las personas inteligentes, y todos los recursos de la novela aparecen bajo el envoltorio de la locura. No podemos olvidar que la locura es un paréntesis en la vida de Alonso Quijano, que hasta pasado sus cincuenta es un hidalgo respetable, y que poco antes de morir se desprende de su locura. No es el caso de don Quijote, que él mismo, es también el mismo paréntesis en la vida de Alonso Quijano.
La locura de don Quijote, a lo largo de la novela, atraviesa tres grandes etapas, caracterizadas por la forma que nuestro héroe se relaciona material y formalmente con la ontología de su locura:
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Inicialmente se empeña en exteriorizar de forma muy expresiva que está totalmente loco. Esta locura se manifiesta en estéreo gracias al narrador que hace de apoyo recordando constantemente la locura del héroe, hasta nos muestra el síndrome de la multipersonalidad (se cree el marqués de Mantua, Valdobinos, y montón de personajes de la literatura caballeresca, síndrome que no se repetirá a lo largo de la novela, y que parece hacerse al principio para insistir en la personalidad desequilibrada de don Quijote, dando a entender que no tiene ningún control de sí mismo, al confundirse con personales ficticios (no cree ser ningún personaje histórico, no se cree Napoleón, solo personajes míticos).
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Al entrar en contacto con Sancho la locura se estabiliza a través de un juego intermitente donde los comportamientos de locura y cordura van estableciendo una dialéctica muy bien entramada. Así se mantiene a lo largo de la primera parte.
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En la segunda parte la locura de don Quijote experimenta importantes transformaciones dónde la cordura se va imponiendo, probablemente porque su autor quiere dignificar al personaje, evitando que se transmita de él exclusivamente la imagen de psicópata. El juego de la locura ahora está interrumpido por personajes que suman emoción al mismo. Destacan los duques que intervienen con toda una corte de personajes palaciegos, ociosos, lúdicos, que hacen que don Quijote pierda el control del juego: más que un loco es un cuerdo que, en determinados temas pierde el juicio (en todo lo referente a la caballería).
Don Quijote y su locura concluyen poco antes de la muerte de Alonso Quijano, porque don Quijote no es quien muere en la novela, es el hidalgo, que ya antes se ha encargado de disolver al héroe en una estética un tanto estoica, como ocurre en el caso de Cañizares en el Celoso extremeño, que antes de morir alcanza el racionalismo perdido por sus impulsos sexuales.
Don Quijote recupera la razón haciendo testamento (razón política), y confesándose (razón teológica). Cualquier otra muerte habría sido grotesca y Cervantes no quiere permitir que su obra, que ya había adquirido gran relevancia, se viera como una obra cómica; tampoco es trágica como han interpretado los románticos… Al recuperar la razón, llega incluso al detalle de que el héroe pide disculpas a Sancho por haberle hecho creer en sus locuras, cerrando racionalmente el juego (quizás Cervantes nos quiera decir que en la vida podemos jugar, pero que con la muerte no se juega).
Así las claves de la locura de don Quijote están en la génesis y en la clausura del juego de Alonso Quijano. La génesis, que es la lectura de los libros de caballería, servirá de pretexto para motorizar la novela, porque la locura, que es textual no real, introduce una disonancia, una heterodoxia en la normas, que es un dolencia, una patología que goza de inmunidad en muchos aspectos (a un loco se le permiten muchas cosas que no se le permiten a un cuerdo), así, si no hay antídoto contra la locura, tampoco hay castigo. Para ver cual es la causa de esta locura citaremos las palabras que dice el narrador nada más comenzar la novela:
“En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio.”
Pero eso de “mucho leer y poco dormir” son muchos quienes lo practican y no por ello han perdido el juicio, y aquel que lo ha perdido, le viene seguro de antes de enfrascarse en la lectura. Por eso decía antes que la locura es la forma de cinismo preferida por las personas inteligentes. Sigue el narrador:
“Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles;”
Y puede uno pensar en lo que lee la gente que pierde la cabeza: filosofías que ensalzan la pureza de la raza, como ocurrió en la Alemania del tercer imperio con Mi lucha de Hitler; relatos nacionalistas que afirman que que los nacidos en tal pueblo tienen un “rh” diferente, más puro y de mejor calidad, argumentos nacionalistas por los que muchos se pierden hasta matar, y otros pocos hasta por inmolarse, o matarse matando…
“...y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.”
Y es que hay mucha gente, mucha, que se cree que lo que lee es cierto (esto lo comento mucho en mi entorno), ignorando que si algo bueno tiene la literatura es que no se la puede tomar en serio, pues está suele estar fundamentada en la ficción. Esa es la fundamental diferencia con la filosofía que suele ser la verdad en la que cree su autor (casi siempre apoyado en una ficción -digo yo-), y que siempre debe ser revisada, no creída, por el lector. En el caso de la literatura, ni el autor cree en lo que escribe como algo cierto. Tampoco se ha confundir una ficción con una mentira, porque no lo es: una mentira es algo a lo que le falta la verdad; una ficción es algo que no tiene existencia operatoria en la realidad en que vivimos. Don Quijote se toma en serio la literatura caballeresca porque se ve en ella la ficción.
“En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.”
Este personaje idealista, don Quijote, es en el que se miran los idealistas alemanes y construyen una filosofía heredera del luteranismo que es una religión hecha contra la materia, contra la realidad.
El lector se encuentra con el personaje de don Quijote, construido por Alonso Quijano, que conforme a la literatura caballeresca, se da nombre a sí mismo, bautiza a su rocín, se inventa una enamorada a partir de una moza de un pueblo cercano...Don Quijote al principio no habla directamente, tarda mucho en hacerlo, es el narrador el que nos va poniendo en antecedentes, en un estilo referido e indirecto, con párrafos de lo más ridículos importados e impostados de los libros de caballería, y con el fin de dejar más que acreditada su locura. No da ningún dato por si mismo, sino que va contando como lo hace don Quijote, que reemplaza la razón de su tiempo por la un logos medieval idealizante, de los libros de caballería, en una huida del estado moderno (muy parecido a lo que hacen los nacionalismo hoy día, -eso también lo digo yo-).
La muerte de don Quijote supone una preservación, a través de la figura de Alonso Quijano, del propio personaje y de su locura, pero no del cinismo. A pocos cervantistas les gusta oír hablar de don Quijote como representante del cinismo, pero como decía Unamuno, hay que liberar a Cervantes de esos cervantistas que, de la literatura de Cervantes, han hecho un dogma, limitando puntos de vista para ellos poco ortodoxos o que se salen de la preceptiva impuesta por ellos mismos. El cinismo ha sido el motor de la literatura de don Quijote, y don Quijote es un cínico, no un loco, porque, como hemos dicho, (siempre hablando de literatura, no de medicina) el cinismo es la forma de locura preferida por las personas inteligentes. Erasmo habló de la locura como una forma de estupidez, cercano a Platón para el que era una forma de irracionalismo, por el contrario los idealistas alemanes pensaban que la locura era una forma superior de razonamiento (cada uno habla de lo que tiene; yo me quedo con Cervantes, que está más cerca de los clásicos griegos, y del racionalismo como años después de Cervantes lo verá Spinoza).
Cervantes sabe de sobra que la realidad no es ambigua en el Quijote: las ventas son ventas, los molinos son molinos, las ovejas son ovejas; no hay gigantes ni castillos, ni ejércitos enfrentados. La realidad es absolutamente clara, lo que es ambiguo es el comportamiento de don Quijote. Y es que el motor de don Quijote es la filosofía cínica donde no existe la realidad, solo las apariencias. El ejemplo más claro de esto es la aventura del yelmo de Mambrino, que, en realidad, todos sabemos que es una bacía de barbero con su muesca y todo para ponerla debajo de la barbilla del cliente, que don Quijote, que solo mira las apariencias dice que es el yelmo de Mambrino, un mitológico casco de guerra, de oro puro y cargado de poderes. Cuando coinciden en la venta de Palomeque con el barbero al que don Quijote y Sancho robarón tirándolo del burro, este les reclama su útil de trabajo, y entre el cura, el barbero del pueblo, el barbero asaltado, los cuadrilleros de la Santa Hermandad, Dorotea, Luscinda, don Fernando, Cardenio, Palomeque, Matitormes, la hija y la mujer del ventero, se monta una gresca, que el narrador nos cuenta como sigue. Capítulo 45 de la primera parte:
“Por Dios, señores míos -dijo don Quijote-, que son tantas y tan estrañas las cosas que en este castillo, en dos veces que en él he alojado, me han sucedido, que no me atreva a decir afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en él se contiene se preguntare, porque imagino que cuanto en él se trata va por vía de encantamento.”
No cabe mayor cinismo.
“La primera vez me fatigó mucho un moro encantado que en él hay, y a Sancho no le fue muy bien con otros sus secuaces...”
Se refiere aquí al manteo de Sancho por una compañía de cómicos que querían divertirse.
“...y anoche estuve colgado deste brazo casi dos horas, sin saber cómo ni cómo no vine a caer en aquella desgracia.”
Simplemente fueron Maritormes y la hija del ventero que le sujetaron del brazo para burlarse de él.
“Así que, ponerme yo agora en cosa de tanta confusión a dar mi parecer, será caer en juicio temerario.”
Todo es presunción, el principio fundamental de la filosofía cínica.
“En lo que toca a lo que dicen que ésta es bacía, y no yelmo, ya yo tengo respondido; pero, en lo de declarar si ésa es albarda o jaez, no me atrevo a dar sentencia difinitiva: sólo lo dejo al buen parecer de vuestras mercedes.”
Esto es muy bueno. En cuanto al yelmo no tiene duda, pero no puede afirmar que sea la albarda del burro que tiene delate o el jaez una caballería imaginada. Me recuerda a Borges cuando contaba aquello del mandarín que no sabía si era una mariposa, o si era una mariposa que soñaba ser un mandarín. Y es que jugar al cinismo es muy divertido cuando no se trata de cosas serias, como comer o ir a la guerra. Como decía un profesor que tuve: “la filosofía es una cosa muy interesante para entretener a la gente ociosa en tiempos de paz”.
Luego añade don Quijote a modo de escusa, que decidan los demás que él, como caballero andante, tiene una tribulación, una responsabilidad y un número de enemigos mucho mayor. Así pues, parece decir: interpretarlo vosotros que sois seres inferiores. No cabe una tomadura de pelo mayor, no cabe, en definitiva, mayor cinismo. El Quijote es una burla a los personajes que lo forman y, más aún, a los lectores: no hay yelmo, sino bacía de barbero. No hay apariencia, sino realidades; no hay gigantes, sino molinos; no hay ejércitos, sino rebaños. No hay locura, hay cinismo para divertirse, porque entre cínicos no hay engaño, hay juego.
La locura de don Quijote que nace en Alonso Quijano y se articula en el héroe, comienza siendo autológica, y va evolucionando para ser dialógica, a través de Sancho, del cura, el barbero del pueblo, y todos aquellos personajes que cínicamente se van incorporando al juego, teniendo su punto álgido, como hemos dicho, en la primera parte con el episodio del yelmo donde acaba todo de forma violenta entre todos los que forman parte del mismo. Dice uno de los cuadrilleros que, al no ser advertido, se toma en serio el juego:
“Si ya no es que esto sea burla pesada, no me puedo persuadir que hombres de tan buen entendimiento como son, o parecen, todos los que aquí están, se atrevan a decir y afirmar que ésta no es bacía, ni aquélla albarda; mas, como veo que lo afirman y lo dicen, me doy a entender que no carece de misterio el porfiar una cosa tan contraria de lo que nos muestra la misma verdad y la misma experiencia; porque, ¡voto a tal! -y arrojóle redondo-, que no me den a mí a entender cuantos hoy viven en el mundo al revés de que ésta no sea bacía de barbero y ésta albarda de asno.”
Quien no conoce la normas del juego, rompe la idea de la ilusión lúdica, del cinismo mismo. Pero como es muy divertido jugar con un loco, más tarde, los propio cuadrilleros van a participar del juego, hasta que don Quijote en un arranque de cordura, dice:
“...es gran bellaquería que tanta gente principal como aquí estamos se mate por causas tan livianas.”
Un loco hace un ciento. Pero don quijote parece decir: se acabó el juego; por hoy basta.
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