En el capítulo VII de la Segunda parte, Sancho reclamó a don Quijote su salario:
Voy a parar —dijo Sancho— en que vuesa merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y que el tal salario se me pague de su hacienda, que no quiero estar a mercedes, que llegan tarde o mal o nunca; con lo mío me ayude Dios. En fin, yo quiero saber lo que gano, poco o mucho que sea, que sobre un huevo pone la gallina, y muchos pocos hacen un mucho, y mientras se gana algo no se pierde nada. Verdad sea que si sucediese, lo cual ni lo creo ni lo espero, que vuesa merced me diese la ínsula que me tiene prometida, no soy tan ingrato, ni llevo las cosas tan por los cabos, que no querré que se aprecie lo que montare la renta de la tal ínsula y se descuente de mi salario gata por cantidad.
Sancho pide “salario conocido” y mensual, así como no servir a merced, es decir, con promesas de ínsula y de futuro ascenso en el escalafón social, que quedarse pueden en agua de borrajas. “Yo quiero saber lo que gano, poco o mucho sea”, le pide escamado.
Pero el caballero andante en ningún libro leyó que los escuderos cobrasen; así que le adelanta que se ha acordado de él al testar. "Si tan largo me lo fiais...", le habría respondido el desconfiado escudero.
La demanda salarial estuvo a punto de dar al traste con la tercera salida, pero, con Sansón Carrasco, apareció la competencia, dispuesto a ocupar su parte con contrato que hoy se consideraría en fraude de ley, y Sancho claudicó. Con criterios de hoy, Sancho sería un falso autónomo.
Pero el verbo cobrar tiene también otra acepción menos grata. El desconocimiento de don Quijote acerca de que en las ventas había de pagarse lo consumido provocaría que su escudero fuese manteado, dolorosa gimnasia donde la haya. Lo que el jefe no pagó lo cobró en sus huesos el trabajador. Siempre es lo mismo.
En nuestros días, al soñador hidalgo se le hubiera caído el pelo si los manteadores llegan a romperle algo al escudero y Sancho, tras pasar por el ambulatorio, acude a la Guardia Civil con el parte de daños.
Sin embargo, ninguna explotación más aberrante que la del rico labrador Juan Haldudo a su criado Andrés, a quien ata a un árbol y lo azota porque le pierde, o le roba -que esto no está claro- las ovejas. Este, por su parte, le reprocha que le debe “soldadas”. El caballero andante defiende al maltratado, aunque Andresillo después le espetará que con ayudas como la suya no necesita enemigos, pues cuando don Quijote se hubo marchado, la patronal, sin los medios delante, se vengó en sus carnes y le puso los puntos sobre las íes. En esos días, en la solución de conflictos laborales no se contemplaba el despido, la cuestión se podía dirimir con unos cuantos latigazos, que si el sindicato quijotesco mediaba, con todo seguridad, el perjuicio para el trabajador se elevaría de forma algebraica. De aquella España venimos; en esta España seguimos.
Finalmente, en la conciliación, don Quijote y Sancho se dieron un abrazo, pero, por incumplimientos de lo pactado en horarios y riesgos de la profesión, volvería a salir el debate salarial.
Por cierto, en el apócrifo si se le paga salario fijo a su escudero: es la crítica ultracatólica a las relaciones krausistas del verdadero. ¡Ah!, el vil metal. Antes y ahora, origen de conflictos.
En un pasaje don Quijote recomienda a Sancho: “Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”. A lo que antes y hoy solo cabe decir: amén. Claro, si te lo dice el galeno, un Pedro Recio de (mal) Agüero, como diría Sancho…; para enseguida precisar a la patronal si es quien aconseja: ya, mi señor, pero pan con pan, comida de tontos, que estómago vacío no tiene oídos. El Sancho de Avellaneda diría que “lo primero y principal es oír misa y almorzar”; a lo que el verdadero Sancho respondería que “en habiendo prisa, almorzar antes que misa”.
...aquí,amigo Pepe, al amparo de este ordenador que me prestan sigo leyendo tus páginas, que siguen tu visión sobre la inmortal obra. Justo una frase que citas me recuerda a lo leído, releído, anoche, en las sentencias del Tata Viejo: "comed poco, al matadero llevan antes a los gordos" , sobre los consejos que dan don Quijote a su fiel escudero...y que en la nueva lectura que estoy haciendo queda aun lejos...
ResponderEliminarTodos los días se aprende algo -se decía otrora-; hoy he conocido las sentencias del Tata Viejo, que sin duda son jugosas. Esta página, amigo Antonio, quizás influenciado por mi admirado Torrente Ballester, solo es un juego, juego que sabe que a nuestra edad, a la edad de Quijano, es una manera de superar la realidad.
ResponderEliminarDe "falsos autónomos", de sus entresijos y de todas sus picarescas por parte de "la patronal", aquí personificada por Alonso Quijano, te podría contar hasta cansarme... No obstante, querido cuñado, te podría resumir mi comentario, a renglón seguido de tu reflexión sobre las mínimas cuando no inexistentes relaciones laborales entre el caballero y su escudero, recurriendo a la idea no errónea de que, en el fondo, y a pesar de cierta y probada injusticia laboral, trasciende siempre la idea de un interés de futuro enriquecimiento por parte del escudero, que ve ampliada su hacienda con la promesa de convertirse en gobernador de una ínsula... Y es que, a pesar de su aceptada esclavitud laboral, Sancho, como todos los que vivimos de nuestro sufrido salario, fruto de nuestro consentido trabajo, se imagina viviendo como un sátrapa o un reyezuelo en su taifa particular, eliminando de su vida cualquier relación laboral dependiente, que le lleve y conduzca a una condición social de inferioridad...
ResponderEliminarCervantes retrata la España de la que venimos, y que nos lleva a la España en la cual estamos. El Quijote es tan actual que en cada página, en cada párrafo, después de cuatrocientos años, puedes encontrar cuestiones cuestiones e ideas de hoy mismo. De todas forma este texto es un juego con cierta ironía y que, por desgracia, da para lamentos actuales. Ese es Cervantes, el más grande de todos los tiempos y de todas las geografías (como lo es el siglo de oro español en general), porque en una época que todos veían a Dios en todas partes, que la iglesia lo gobernaba todos (como en Calderón), que el mito, la magia o la brujería lo intervenia todo (como en Shakespeare), que todos tenían padrino para escribir, Cervantes, un heterodoxo entre tanta preceptiva (Trento había regulado numerosas directrices para los poetas y los historiadores) pensaba y escribía como si el hombre, sin intermediarios, fuera el dueño de su propio destino.
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