En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

viernes, 15 de marzo de 2024

La miopía de los despachos

 

En los despachos se habla de oídas mientras en el terreno se lucha



Si Esquilo presumió de luchar en la batalla de Salamina, allá por el 480 a.c., para Cervantes no existe nada tan trascendental como el haber participado en la Batalla de Lepanto (1571). Su heroica actuación tuvo un efecto decisivo en su vida, en la física y en la espiritual: quedó lisiado de la mano izquierda, pero además el Quijote contiene un diálogo latente con esa experiencia bélica en la que se honraba haber intervenido en defensa de nuestra civilización amenazada militarmente de ser aniquilada.

Por ello, cuando el prólogo del Avellaneda, su autor o autores hacen una larga burla de Cervantes, refiriéndose a su avanzada edad, e incluso a la inutilidad de su mano izquierda:

...hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos.

El alcalaino esgrime en el suyo de 1615 que sus heridas no las recibió golfeando en una reyerta de taberna, sino luchando en defensa de España y la cristiandad: “en la más alta ocasión que vieron los siglos”.

Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.

Su comportamiento fue tan heroico que recibió de don Juan de Austria una recomendación escrita para su ascenso a Capitán, documento que, al ser apresado, le supuso un largo cautiverio a la espera de la una sustanciosa recompensa por ser persona principal. Esto mismo, paradójicamente, le pudo preservar la vida tras sus cuatro intentos de fuga -pues la pela es la pela en todas partes- (El 26 de septiembre de 1575, Cervantes fue capturado por los corsarios berberiscos, y llegó a ser un preso del arráez Dalí Mamí en Argel, quien estuvo a las órdenes del capitán Mamí Arnaut, el más cruel y fiero enemigo que tenían los cristianos). El rescate no llegó de manos de la corona, pues como demuestra Pedro Insúa, Felipe II, agobiado por las deudas, se olvidó de los cautivos (los banqueros alemanes y genoveses se ve que eran aún más duros que los moros). Cervantes se quejaría de ello en en el soneto al túmulo de Felipe II, donde dice: “fuese y no hubo nada”. Pedro Insúa afirma que la indolencia del rey le llevó a perder en los despachos, lo que su hermano Juan de Austria, el hijo del rayo, ganaba en la guerra.

Cervantes siempre puso las armas por encima de las letras, y de eso da fe en el célebre discurso de las armas y las letras que pronuncia don Quijote (I-37):

Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen.”

No se refería específicamente a la literatura, no iban por ahí los "tiros", sino por las tareas administrativas en manos de inexpertos, sobre todo al Derecho, a las Leyes. Disparaba su arcabuzazo de palabras contra quienes desde sus despachos hablan «de oídas», y legislan sin consultar a los que conocen la calle, o dirigen desde el cómodo despacho mientras los soldados luchan y mueren en el campo de batalla.

Don Quijote critica la invención de la pólvora, que mata a distancia: “endemoniados instrumentos de la artillería(I-38). ¿Qué diría hoy de los misiles de largo alcance cuya acción devastadora, potencialmente, rebasa los 5.000 kilómetros de distancia? “El fin de la guerra es la paz”, argumenta aristotélicamente. De algunas guerras, debemos precisar hoy día, pues otras se hacen o se alargan para probar nuevas armas de los que no están en guerra, para asegurar o conseguir influencias, o simplemente para desestabilizar una zona por cualquier tipo de interés.

Y concluye más adelante don Quijote, en el mismo discurso:

El alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta”.

Y ¿a quién no le pesa el alma si es persona cabal? -me dijo una vez el "errático"-, si en la vida humana las preocupaciones son el verdadero sentido de la vida, y lo absurdo de la vida parece ser el empeñarse en buscarle sentido a la misma vida.

También nuestros años, o nuestra edad tiene sus sombras, pero como dijo Gandalf, o Tolkien en su magna obra El señor de los anillos:No podemos elegir los tiempos que nos toca vivir, lo único que podemos hacer es decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”.

El ser humano, como caballero andante, o como el caballero andante, siempre estará pesaroso de algo. Como Cervantes, en tanto que estemos vivos, siempre seremos inconformistas con muchas de las cosas que suceden en nuestro espacio y tiempo. Otra lección de Cervantes: y es que en Cervantes está todo.

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