En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 23 de julio de 2023

La locura de ser héroe


Alonso Quijano quiere ser Don Quijote

El estudio que más me ha impactado de todos aquellos que he leído sobre el Quijote y Cervantes en general es el excelente libro del poeta Luis Rosales, Cervantes y la libertad. Me satisfacen y convencen plenamente las ideas contenidas en él; el otro gran texto -llevo tiempo manifestándolo así- sobre el sentido de Don Quijote es el libro de Gonzalo Torrente Ballester, titulado El Quijote como juego. Sin embargo, es innegable que hay una mirada orteguiana a la hora de comentar los rasgos centrales del Quijote; no obstante, rechazo algunos elementos importantes de la lectura que Ortega hace de la obra. Otra gran distinción o ambigüedad que hay que mantener es la que afecta al tema de la locura o no de Alonso Quijano. Desde esta perspectiva habría que diferenciar (ya lo he hecho en otra página) entre “quijanismo” y “quijotismo”-como hace Luis Rosales- para no mezclar los diversos planos. Por otra parte, quiero señalar que el binomio “cuerdo-loco” es esencial, y conviene no olvidarlo en ningún momento.


Sobre la «locura» de querer ser «héroe» y cómo jugar a serlo

Es un tópico al hablar de Don Quijote considerar que está completamente loco sin plantearse la posibilidad de que dicha afirmación pueda cuestionarse o por lo menos matizarse. Es verdad que Cervantes desde el inicio mismo de la novela y a lo largo de toda la obra afirma innumerables veces que don Quijote está loco y así es como lo perciben el resto de personajes y el lector mismo. Ahora bien, también conviene recordar que Cervantes juega constantemente, y se sirve de la ironía y de la complejidad narrativa de la obra para inducir al lector en una determinada dirección. También es cierto la posibilidad contraria, es decir, que en multitud de ocasiones el lector y el resto de personajes se sorprenden ante las palabras acertadas de don Quijote y su capacidad para razonar sobre cuestiones que no tienen que ver con las de la caballería. Sancho es el que mayor confusión adquiere al respecto.

Lo que nos interesa destacar es que no podemos desprendernos de uno de los rasgos centrales del Quijote: la ambigüedad. En efecto, respecto a la locura o no de don Quijote hay que ser precavidos y no decantarse definitivamente por ninguna de las dos opciones, pues en el texto hay tantas razones para afirmar lo uno como lo otro. Sin embargo, la tesis que vamos a defender consiste en afirmar que don Quijote es plenamente consciente de lo que hace, esto es, que no confunde la realidad y que, por tanto, en cierta manera está fingiendo su locura. En otras palabras, que la actitud de nuestro héroe frente a la realidad es la del juego. Uno de los rasgos característicos de don Quijote reside precisamente en su capacidad para transformar la realidad y adecuarla a los parámetros de la andante caballería. En este punto todos los intérpretes coincidirían; sin embargo, las diferencias comienzan cuando se intenta averiguar las razones por las que don Quijote transforma la realidad para adaptarla a los libros de caballería.

La opción más fácil incitada desde luego por el propio narrador- es la de considerar que se ha vuelto loco de tanto leer libros de caballerías y que, por tanto, todo lo que hace es ver castillos donde hay ventas, gigantes donde hay molinos, o ejércitos en lugar de rebaños. En efecto, en principio nadie dudaría de que don Quijote está loco pues lo que hace es confundir la apariencia de las cosas con la realidad, esto es: que piensa que la realidad es lo que aparece en los libros de caballería y no lo que se le presentan sus sentidos.

En otras palabras, parecería que Don Quijote como buen hombre del Barroco desconfía de los sentidos, de las apariencias y considera que hay una realidad detrás de dichas apariencias que permanece oculta. ¿Pero realmente es así? ¿Es cierto que don Quijote no sabe que los molinos son efectivamente molinos y que la venta no es castillo? Es tentador afirmar lo contrario, esto es, seguir el juego creado por Cervantes y pensar que don Quijote realmente está viendo gigantes; de hecho, esto nos permitiría explicar la enorme diferencia que hay entre la primera y la segunda parte.

Como es sabido, en la Segunda parte don Quijote sufre un profundo cambio respecto de la Primera y podría afirmarse que en ésta asistimos a la lucha constante para conseguir convertirse en caballero andante; esto es, contemplamos la construcción de una identidad, el deseo de llegar a ser otro, de ahí la enorme voluntad de aventura que atraviesa toda la Primera parte y la enorme confianza y fe que don Quijote tiene en sí mismo, como en su capacidad para instaurar la justicia en el mundo, enderezar tuertos y atender a los menesterosos. En el Quijote de 1605 proclama su famoso “Yo sé quien soy” y en ningún momento duda sobre la posibilidad de fracasar en su proyecto.

En la Segunda parte, una vez que descubrimos que al llegar al palacio de los Duques se sintió por primera vez caballero andante, observamos perplejos la decadencia de don Quijote, tomamos conciencia de que estamos ante la “crónica de una muerte anunciada”. A partir de ahí ya no volverá a ser el de antes, pues una vez alcanzada la fama deseada y obtenido el “reconocimiento de los otros”, comenzará a ver las cosas tal y como se le aparecen, es decir, que supuestamente ya no volverá a transformar la realidad. De hecho, conviene recordar que Sancho intentará hacerle creer que Dulcinea es una campesina pero descubrirá sorprendido que esta vez don Quijote está viendo lo mismo que él, y por tanto, que no puede ser engañado.

Pues bien, todo esto que acabo de mencionar parece que es una interpretación correcta y que, en efecto, es así como sucede, por tanto, es fácil sucumbir a la tentación y seguir el juego que Cervantes nos propone. Sin embargo, esto podría implicar cierto problema con la tesis que quería defender, a saber: que don Quijote desde el principio es plenamente consciente de lo que hace, esto es, que está jugando a ser un caballero andante y como tal se comporta en todo momento. Para mostrar la verosimilitud de dicha hipótesis y comprobar que son compatibles, a continuación, me fijaré en algunos pasajes del Quijote donde se muestra lo que pretendo decir.

El primer ejemplo lo podría estar en el capítulo IV de la Primera parte en el que don Quijote tiene la oportunidad de mostrar al mundo lo necesario que es el ejercicio de la andante caballería:

...No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo:- Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda...

En efecto, don Quijote no se equivoca, se trata como es sabido de Andrés, un joven que está siendo golpeado por su amo. Lo que interesa destacar de este fragmento es que aquí, don Quijote, cuando únicamente tiene indicios de lo que ocurre, interpreta correctamente la situación, esto es, en ningún momento nos dice el narrador que don Quijote está loco y confunde la realidad, sino al contrario, en todo momento interpreta correctamente lo que ocurre y no se equivoca, actuando en consecuencia como lo hubiera hecho cualquier persona en la misma situación, con independencia de que el resultado final sea un fracaso. Lo que importa es que don Quijote sabe perfectamente que se encuentra ante una situación injusta y, por tanto, está viendo la “realidad como es” sin confundir apariencia y realidad. No se establece ninguna distinción entre dos ámbitos de realidad al modo orteguiano, por un lado la “patencia” y por otro la profundidad o “latencia” de las cosas. Por tanto, puede afirmarse que don Quijote no necesita en este caso transformar la realidad para adecuarla a su mundo caballeresco. Luego la conclusión es obvia: don Quijote no realiza ninguna transformación de la realidad cuando se encuentra en una situación que es idónea para su comportamiento como caballero. Sólo en aquellas ocasiones en la que la realidad no se ajusta a dicho comportamiento es cuando realiza la transformación correspondiente, apelando para ello, en la mayoría de los casos, al famoso recurso de la “magia” y los “encantadores”. Precisamente será esta apelación al mundo de los encantamientos la que le permitirá seguir jugando a ser caballero andante.

Esto ocurre claramente en el famoso pasaje de los “molinos de viento” y en la “Cueva de Montesinos”. Por otra parte, el fragmento anterior es relevante porque muestra otra concepción de la realidad que nada tiene que ver con la distinción entre la “superficie o patencia” y la “profundidad”: me refiero a la aventura como búsqueda de lo imprevisto y lo impensado, esto es, como aquello que nos permite acceder a lo “extraordinario” de la realidad. El deseo de aventura aparece claramente reflejado en el fragmento anterior y será una constante en toda la Primera parte. Recordemos que en la Segunda parte se produce un cambio radical a este respecto. Pues bien, a pesar de considerar que a lo largo de la obra puede observarse que la distinción entre la “patencia” y la “latencia” de las cosas aparece constantemente, creo que dicha distinción es mantenida por Cervantes como parte del juego con el lector, pues a la hora de la verdad, vemos que en don Quijote tal concepción no se cumple, más bien es la otra concepción de la “realidad como aventura” o como juego, la predominante. En este sentido, se puede pensar que no hay problema alguno en mantener la hipótesis y continuar aceptando el “juego” de Cervantes, es decir, que don Quijote únicamente necesita mantener la distinción entre apariencia y realidad para poder jugar, por tanto, que ve la realidad tal como es.

Es momento de continuar con ejemplos que muestren dicha afirmación. Precisamente en el segundo capitulo de la Primera parte ya se muestra claramente el juego de Cervantes con el lector para mantener la ambigüedad respecto a su personaje. Veamos lo que se dice en el texto:

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego con quien hacer experiencia del valor de su fuere brazo...al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre y, que mirando a todas partes por ver si descubría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, ...y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le presentó que era un castillo...

Es importante mostrar cómo el narrador juega con las palabras, en la medida en que nos introduce en primer lugar la palabra “castillo” para hacernos creer que en efecto, eso es lo que busca don Quijote; sin embargo, una lectura atenta indica que guiado por el hambre y el cansancio lo que realmente busca es un lugar donde poder descansar y comer. Por eso el narrador dice poco después que “vio no lejos del camino donde se encontraba una venta”. Pero lo fundamental es que después de haber visto que era una venta es cuando se “imaginó” o “representó” que era un castillo, eso sí, debido a que todo lo que veía y pensaba le parecía que ocurría como había leído en los libros de caballería. Lo que se pretende indicar es que nuevamente podemos ver que no confunde la realidad, mejor dicho, que transforma la realidad, no porque vea de forma inmediata un “castillo” en lugar de “venta”, al contrario, ve la realidad tal como es pero decide por un acto de voluntad transformar la venta en castillo para poder seguir jugando a ser caballero andante. Prestemos atención al hecho de que tanto en este pasaje como en el anterior lo primero que se nos indica es la voluntad de don Quijote de encontrar aventuras que le permitan poner a prueba su fuerte brazo y mostrar al mundo su valentía y le necesidad de que se resucite la andante caballería. Precisamente porque no encuentra situaciones que se amolden al ideal caballeresco, don Quijote, no tiene más remedio que transformar la realidad en la que se encuentra. El narrador insiste en la desesperación de don Quijote al no ocurrirle nada digno de mención, de ahí la “necesidad” de transformar la venta en castillo. No pretendo insinuar que don Quijote esté completamente cuerdo, pero si quiero afirmar que en todo caso hablaríamos de una locura literaria. Al comienzo ya se señaló que es esencial mantener la ambigüedad, esto es, no decantarse por ninguna alternativa respecto a su cordura o su locura.


El héroe como modelo antropológico: el ser humano como «eterno insatisfecho»

¿Qué es lo que le lleva a don Quijote a desear ser otro? Es común considerar que el deseo supone la ausencia de aquello que se desea, esto es, que el deseo implica una carencia, una falta, algo que no se posee y que por eso mismo se desea. Esta concepción del deseo está vinculada con la “satisfacción”. Se piensa que una vez satisfecho el deseo desaparece. ¿Es esto cierto? ¿No ocurrirá más bien que el ser humano se caracteriza por ser el eterno insatisfecho? Dicho de otra manera, el hombre no puede evitar desear continuamente y el problema reside precisamente es esa tendencia a desear cada vez más.

El ser humano es el “eterno insatisfecho”, un ser que no puede vivir sin desear y cuya felicidad consiste precisamente en pasar constantemente de un deseo a otro. Y ¿qué es lo que hace que el deseo sea insaciable en el ser humano? La insatisfacción. Precisamente por estar insatisfecho con su vida, “aburrido”, podríamos decir que Cervantes se hace Alonso Quijano, y este se hace don Quijote… Y decide salir en busca de aventuras, es decir, convertirse en héroe y, por tanto, en querer ser otro. Pues bien, estos rasgos son los que Ortega considera en Meditaciones del Quijote como propios del héroe y en obras posteriores atribuirá dichos rasgos al ser humano en general. Quizás quede así respondida la pregunta que anteriormente se dejó abierta sobre el motivo por el cual don Quijote quiere ser otro, aunque tal vez sería mejor afirmar que es Alonso Quijano o Cervantes, el que tiene ese deseo.

El deseo de convertirse en caballero andante le lleva a concebir la realidad como juego y a salir en busca de aventuras que le permitan poder realizar su juego. Su locura, por tanto, residiría más bien en querer ser algo que no es, dicho en otras palabras, en pretender que la mera voluntad es suficiente, que tan sólo con querer algo es suficiente para conseguirlo. Desde la perspectiva orteguiana, que en otro momento se tratará con mayor profundidad, Don Quijote es alguien que no tiene presente su contorno, es decir, que no sólo desatiende su propia circunstancia sino que además pretende trascenderla. Precisamente en ese intento de ir más allá de sus propios límites reside la contradicción del héroe y del ser humano, pues inevitablemente es la realidad la que termina por imponerse y ofreciendo resistencia. Para Ortega la realidad es un conjunto de facilidades y dificultades con las que el hombre tiene que contar inevitablemente a la hora de realizar su “proyecto”. Desde esta perspectiva la “circunstancia” es algo que le circunda y le limita, es aquello que le ofrece resistencia y que le dificulta el hecho de que pueda llegar a ser aquello que quiero ser: “caballero andante”- en el caso de don Quijote-. Hemos visto que en cierta manera lo consigue a partir de la Segunda parte, sin embargo esto no deja de ser una mera ilusión, pues los lectores sabemos la verdad: don Quijote está siendo burlado por todos aquellos que le rodean, incluido su fiel amigo Sancho, al hacerle creer que Dulcinea está encantada. Ante la desesperación de don Quijote por no poder ver a Dulcinea y completamente desengañado, recordemos que en la Segunda parte se pregunta por el sentido de su vida, terminará por renegar de todo su pasado y morirá siendo nuevamente Alonso Quijano, el Bueno.

 

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. de Francisco Rodríguez Marín (Madrid: Ediciones Atlas, 1948), V. 144.

Ortega y Gasset, José. Meditaciones del Quijote, ed, Austral. 1983

jueves, 20 de julio de 2023

Notas de lecturas y relecturas del Quijote

 

El CLASISMO: Los impuestos los pagan los de siempre

El Quijote’ es la historia de una amistad casi imposible. Alonso Quijano era hidalgo con un pasar económico venido a menos, voraz lector y algo pasado de rosca. Sancho, labrador pobre y analfabeto, lanzador incontinente de refranes. Dos clases sociales distintas.

En aquella España, los impuestos solo los pagaba el plebeyo. Pecheros, se les llamaba. Aunque la novela se estructura alrededor de sus diálogos, don Quijote quiso marcar las distancias verbales, escamado porque su escudero se guaseó de él y si le da la mano se toma el brazo.

Aunque no pueda acogerse a ‘el que paga manda’, por jerarquía de clase le impone no darse tanto «cordalejo». Es decir, hablar menos entre ellos. Pero esperar de Sancho que esté callado era pedir cotufas en el Golfo.

La expresión significa ‘pedir cosas imposibles’. Cotufa es el tubérculo de la raíz de la aguaturma, de unos 3 cm de longitud, feculento y comestible; la palabra significa también ‘chufa, golosina, gollería’, de modo que, efectivamente pedir cotufas en el golfo (o sea en el mar) es cosa imposible.
La expresión aparece tres veces en El Quijote y todas ellas en boca de Sancho:
    • En la Parte I, capítulo 30, página 352 (edición de Rico), donde dice:
      (...) Así, noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo.
    • En la Parte II, capítulo 3, página 649 (edición de Rico), donde dice:
      Dígame, señor bachiller —dijo a esta sazón Sancho—: ¿entra ahí la aventura de los yangüeses, cuando a nuestro buen Rocinante se le antojó pedir cotufas en el golfo?
    • Y en la Parte II, capítulo 20, página 791 (edición de Rico):
    A la fe, señor, yo soy de parecer que el pobre debe de contentarse con lo que hallare y no pedir cotufas en el golfo.

Sin embargo, y es lo que importa, la carta que le escribe cuando el labrador cree estar gobernando la ínsula Barataria la firmaría: «tu amigo, don Quijote». Un don, que a Alonso Quijano no les correspondía socialmente utilizar, y que será la comidilla en su aldea.

En la primera entrega, la de 1605, es el pueblo el que se carcajea de ellos. Todo queda más o menos en ‘casa’. En la entrega de 1615 será la aristocracia y la clase alta la que para demostrar su propio ingenio les construyan crueles espejismos, pues han leído la novela. Los duques combatirán el tedio burlándose de ellos, desde una pretendida superioridad.

Ya puestos, mejor que la mofa sea de los tuyos. «Ningún hombre es más que otro, si no hace más que otro», argumenta el caballero andante a su escudero.

Después de leer esto, ¿tiene sentido reprocharle a Cervantes que no mencionara los problemas económicos que afectaban a la España de su tiempo?

Todo está expresado ya ahí. Los duques son del linaje de la estupidez. Solo cabe decir en su defensa que, al menos, habían leído el libro original, no el apócrifo de Avellaneda.


EL HUMOR: El humor inglés es un remedo de Cervantes

En el Quijote, el humor cervantino trasciende el escarnio. Lo logra mediante una sutil ternura, aunque no desde los primeros capítulos, pues también Cervantes necesitó tiempo para amar a sus personajes.

El humor cervantino es una de sus mayores aportaciones a la literatura universal, más allá de ser el autor de la primera novela moderna, que no es poco.

Toda la larga tradición de la risa basada en la sátira y el escarnio, con frecuencia sobre los más débiles, quedó superada con la incorporación de la ironía compasiva.

Supuso una revolución que nuestra cultura no supo valorar en toda su importancia, algo que sí hicieron los ingleses y que le sirvió para inventar el humor inglés a partir del cervantino.

Así lo admitieron los primeros maestros del humor inglés, como Sterne y Fielding. Este hasta plasmó en la portada de su Joseph Andrew, diciendo que la novela estaba escrita “a imitación de Cervantes, autor del Quijote”.

Pero ningún pasaje resume mejor qué es el humor cervantino que esas palabras escritas, en el prólogo del Persiles, cuatro días antes de morir:

Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida.

Si alguien se pregunta por qué un hombre con su biografía en la que no faltaron penalidades mantuvo hasta el final su chispa…, la respuesta es sencilla: porque en Cervantes su humor rima con amor y con dolor en dosis muy parecidas.

Otros, con la mitad de reveses en su currículo se hubiesen despedido de la vida con exabrupto y una peineta, pero él no, a quien -como a su Alonso Quijano- podemos apodar “el bueno”, sin caer en demasía romántica, pecado este que el cervantismo académico castiga con manteo.


LA PACIENCIA: Las cosas que tienen algo de complicación parecen imposibles

Varias fueran las pérdidas de libertad que sufrió Cervantes, la primera y más larga de ellas en Argel. En 1575, fue capturado por piratas berberiscos, cuando su galera regresaba a España. El llevar una carta de recomendación de Juan de Austria, posiblemente para que fuese ascendido a capitán, hizo creer a sus raptores que era un personaje por el que podían pedir 500 ducados, cifra excesiva para su familia y que tardó cinco años en reunir, con la ayuda de los monjes trinitarios.

En el cautiverio argelino, según nos cuenta —en tercera persona— en el prólogo de ‘Novelas ejemplares’ (1613), “aprendió a tener paciencia en las adversidades”. Allí intentó cuatro veces fugarse, pues no todas las impaciencias son malas.

Ya en España, estaría varias veces preso, si bien cortas estancias, durante sus años en los que trabajó con los dineros públicos. Finalmente, era liberado, una vez demostrada la inocencia… pero ¡cuántas heridas le volverían a sangrar en aquellas celdas de su patria al recordar los años argelinos!

Él mismo nos dice que su Quijote fue engendrado en la cárcel, cuestión está muy debatida por sus biógrafos, pues admite interpretaciones.

Don Quijote le espeta a Sancho:

como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles.

Le pedía paciencia al escudero, aunque si alguien tenía la capacidad de hacérsela perder era él. A Cervantes la vida le enseñó a resistir, y quizá el humor le ayudó a ello.

¿Cómo reaccionó cuando se rechazaron sus peticiones de un cargo en Indias? ¿Se derrumbó la primera vez que tuvo el Quijote apócrifo en sus manos? ¿Y al ser rechazado para formar parte de la comitiva de escritores que acompañaría al conde de Lemos a Nápoles? “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”, escribió en La Gitanilla. ¿Cuántas pruebas han de pasarse para que la tranquilidad que te corresponde llegue?

Paciencia lo es todo”, recomendaría Rilke mucho tiempo después al joven poeta. Paciencia para:

...llevar algo dentro hasta su conclusión y luego darlo a luz; dejar que cualquier impresión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero en sí mismo, en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inaccesible al propio entendimiento, hasta quedar perfectamente acabado.


ENVIDIA: La envidia puede ser perversa, la mezquindad más

El cervantismo no suele barajar la envidia como origen del Quijote apócrifo (1613), en cuyo prólogo a Cervantes se le llama viejo, manco, cascarrabias, sin amigos… y además el misterioso Avellaneda alardea de «restarle la ganancia».

Pero ¿la envidia de qué? Se sigue sin saber quién se esconde bajo el seudónimo, pero todos coinciden en que Lope y su círculo debieron de estar detrás, de alguna forma. Pero el Fénix de los Ingenios encarnaba el éxito, ¿por qué iba a envidiarlo? Pero cada envidioso tiene su razón. ¿Acaso no la es que en 1612 el Quijote se tradujese al inglés y en 1614 al francés?. La envidia es hermana de muchos venenos.

Por otra parte, es posible que a Cervantes le perdiese la boca en las tertulias, como le perdió la pluma en el prólogo de su primera entrega del Quijote, repleto de soterradas alusiones burlonas al Fénix de los Ingenios. Y no solo en el prólogo. Lo cómico era bien reído por todos… pero considerado inferior a la poesía o al drama.

Posiblemente, a Cervantes se le envidiaba algo innato, quizá el propio humor cervantino que le servía para encajar los reveses, su confianza en la valía de su propia obra literaria… también, un tipo de inocencia que le impedía caer en el desaliento definitivo. La envidia no necesita razones, sino ocasiones.

En 1610, cuando el Quijote ya era una de las novelas más famosas, los hermanos Argensola recibieron el encargo de organizar una comitiva de literatos que acompañase a Nápoles al conde de Lemos, nombrado virrey. A Cervantes no le aceptaron, pese a que se ofreció y lo necesitaba. Tal rechazo fue decisión de Lucrecio Leonardo, quien quizá le envidiaba por llamarse Miguel. Asimismo, rechazaron a Góngora, el poeta más prestigioso.

La mano del envidioso es muy larga, pero la de la mezquindad aún más. «¡Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!», clamó don Quijote.


LA UTOPÍA: La línea que separa la victoria de la derrota es muy fina

Quedaron gratamente estupefactos los cabreros cuando don Quijote les pronunció el discurso sobre la Edad de Oro, como nos lo seguimos quedando hoy con aquello de que los hombres «ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío». En la Edad de Oro los árboles daban jamones y en los ríos se pescaban doblones. Sancho, más pragmático, era más de creer que los perros no deben atarse con longanizas.

Los de entonces creían que tal maravilla ya solo era posible en algún lugar recóndito de América. Pero lo cierto fue que las muchas riquezas que de allí traían pasaban de Sevilla a los banqueros genoveses y alemanes, con quienes la Corona estaba endeuda. Un desastre de utopía. En aquella Edad, esgrime el caballero andante a los cabreros: «Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia» (…) No había fraude, el engaño, ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza».

Llegados a este punto cabe preguntarse ¿fracasó don Quijote en su utopía, fue la suya una derrota vital tan rotunda como la de la Armada Invencible? Tenue es la línea que separa la victoria de la derrota, si el campo de batalla es el corazón humano.

Algo hubo de quedarle a Sancho de caballero andante. Cuesta crear que con el tiempo olvidó, salvo quizá un ligero pinchazo al pardear. Pero como canta Kristofferson:

Ah, pero lo loco que tú has sido

no es nada con lo loco que yo fui.

Don Quijote el oro lo llevaba dentro, pero la mina es Cervantes. Don Quijote fracasó, la novela es el relato del descalabro de todo idealismo, pero su autor triunfó: construyó la obra literaria más grande de todos los tiempos.


GOBERNAR: Defensor del diálogo, la libertad y del “ni para ti, ni para mí”

Sancho hubiese sido un gran gobernador de la ínsula Barataria si no llega a ser porque todo era burla de quienes el narrador —uno de ellos— concluye: “que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos”.

Alto ahí. ¿Lo era don Quijote por creer que en la cabeza llevaba yelmo y no bacía de barbero? Ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo a golpes propuso recurrir al voto secreto, algo que no suele ser ponderado en las notas a pie de ningún autor. ¿Tonto Sancho, quien resolvió el barroco dilema llamándolo «baciyelmo»? ¿Acaso dijo tontuna el caballero andante al recomendarle que si al juzgar tenía dudas se inclinara por la misericordia? ¿Tonto Sancho, quien renunció a gobernar y salió con más hambre de la que había entrado? “…no es menester otra señal para dar entender que he gobernado como un ángel.” Amen.

Además, en ningún libro de caballería se dice que haya ángeles tontos. Capítulos más adelante, don Quijote le dirá su célebre: “La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos.” ¡Ah, la democracia!


LONGEVIDAD: Que la vejez no te lleve al abandono ante el paso del tiempo

Cuando Cervantes ve publicado el Quijote (1605) tenía 58 años, un anciano para aquel tiempo. Y cuando diez años después publica la segunda entrega, un prodigio andante de la supervivencia biológica. Muy atrás quedaba su La Galatea (1585), tras la cual ya no publicaría más hasta veinte años después, si bien siguió escribiendo, relacionándose con escritores y con la farándula. Mucha de su obra poética y para el teatro se ha perdido. En la recta final de su vida, entre 1613 y 1615, publicará el grueso principal de su obra: Novelas Ejemplares (1613) Viaje del Parnaso (1614), Ocho entremeses y ocho comedidas nunca representadas (1615), Segunda parte del Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615)

La necesidad de ganarse el sustento le hizo trabajar de recaudador real de grano y de aceite, cobrador de impuestos atrasados, negociante, intermediario de negocios, posiblemente autor de prólogos y correcciones para el editor y libro Francisco de Roble—. Y pese a ello, siempre debió de andar escaso, sin necesidad de ponernos dickensianos. Eran los tiempos.

Estuvo valorado como romancista, pero no como poeta serio. La llegada de Lope, “monstruo de naturaleza”, trastocó los gustos del público y los intereses del negocio del teatro. En los círculos literarios se le debía considerar una anomalía cronológica.

Alguien sobre el que se hacen chistes nada más salir de la Academia. Y eso que las Ejemplares se vendieron muy bien. En su prólogo de las Ocho Comedias reconoce:

...pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño, quiero decir que no hallé autor [editor] que me las pidiese pues sabían que las tenía.

Conque hizo algo muy de hoy, pero infrecuente entonces: publicó las comedias y entremeses que nadie quería ya representarle. Consciente de que le quedaba poca vida se dedicó a dejar un rastro literario. A construirse una posteridad de papel, diría José Manuel Lucía.

Logró terminar el Persiles, si bien fue ya publicación póstuma, gracias a esposa, esa mujer a la que durante años los biógrafos de Cervantes consideraron que no estaba capacitada para valorar la genialidad de su marido. Ya, ya. “Dos cosas solas incitan a amar, más que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama”.

Ella pudo de amarlo por ambas. Nosotros, también.


martes, 18 de julio de 2023

Los dos palacios del Quijote de 1615

D. Quijote ante la tumba de Durandarte

Los dos únicos palacios que aparecen en la Segunda parte del Quijote guardan entre sí grandes correspondencias. El primero de ellos forma parte de las visiones que don Quijote tiene en las profundidades de la Cueva de Montesinos y se describe como “un real y suntuoso palacio o alcázar” (II, 23); el segundo, igualmente problemático, es “la casa de placer o castillo” donde los duques someten al caballero y a Sancho a todo tipo de escarnios (II, 31-57 y 68-71). Tanto el palacio subterráneo y fantástico como el terrestre y tangible son espacios en los que ocurren cosas ajenas a la realidad, donde las historias parecen inventadas y donde los personajes repiten gestos paralelos de una comicidad grotesca. El número de coincidencias es más que sorprendente.

Para empezar, don Quijote, entre las “diferentes y estrañas figuras” que contempla en la cueva, ve a la “dueña Quintañona, escanciando el mosto a Lanzarote, cuando de Bretaña vino”; por su parte, Sancho también recuerda el mismo romance de Lanzarote para pedirle a doña Rodríguez que se haga cargo de su rucio (II, 23 y 31).

Si la primera visión de la Dulcinea encantada se produce en la cueva y allí se anuncia la posibilidad de un desencantamiento, la profecía de liberación se formula en el palacio de los duques. El responsable del hechizo, según el relato subterráneo de don Quijote, había sido Merlin, “aquel francés encantador que dicen que fue hijo del diablo” (II, 23). Es también Merlin, vestido con las mismas y llamativas ropas de Montesinos, el encargado de anunciar la receta para desencantar a la dama, no sin antes recordar sus orígenes míticos:

Yo soy Merlin, aquel que las historias

dicen que tuve por mi padre al diablo” (II, 35).

Montesinos cuestiona la belleza de Dulcinea ante la presencia de Belerma y don Quijote le responde con un agresivo:

Cepos quedos... que ya sabe que toda comparación es odiosa”.

La duquesa vuelve sobre la misma cuestión y el caballero torna a mostrarse esquivo:

(...) éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo” (II, 23 y 32).

En la cueva, don Quijote recibe una petición de Dulcinea, que se corresponde a las que, como dueñas menesterosas, hacen la condesa Trifaldi y doña Rodríguez en palacio (II, 23, 38 y 48). Por su parte, las dudas que manifiesta Durandarte sobre las capacidades caballerescas de don Quijote y las que él mismo tiene sobre la veracidad de sus visiones tienen una expresa continuidad en el fallido viaje a Candaya sobre Clavileño, que termina en la declaración escrita de Malambruno, y en el malogrado combate con Tosilos (II, 23-24, 41 y 56). Y lo cierto es que solo al entrar en el palacio ducal se reconoce el hidalgo como “caballero andante verdadero, y no fantástico” (II, 31).

Gruta y castillo también coinciden en ser lugares propicios para la metamorfosis y en los que casi nada resulta ser lo que en principio parece. Doña Ruidera, sus hijas y el escudero Guadiana se han convertido en agua; Durandarte y Belerma, cayendo en el mismo abismo al que Sancho había empujado a Dulcinea, han perdido las virtudes ideales que les atribuía el romancero. Las mutaciones no son menos en palacio: la dueña Dolorida y sus acompañantes se barban y desbarban (II, 39 y 41), la infanta Antonomasia, embarazada de un don Clavijo que abusó de su fálico nombre, retorna luego a su primitivo estado (II, 38 y 41), la Trifaldi se convierte en mayordomo (II, 45), un caballo de madera vuela (II, 41), Sancho pasa de villano a gobernador (II, 45), la muy guapa Altisidora se enamora de un viejo loco (II, 44), y el pretendido yerno de doña Rodríguez se transforma en el lacayo Tosilos (II, 56).

En ambos espacios, el tiempo mítico se mezcla con los anacronismos de la contemporaneidad más inmediata a los personajes, pues en la Candaya de la dueña Dolorida hay alguaciles y se bailan seguidillas, como en el siglo XVII, mientras que Montesinos lleva una beca estudiantil al modo del primo humanista, los encantados de la cueva entretienen sus largos ocios con la baraja y parecen conocer las espadas que fabricaba el moderno Ramón de Hoces (II, 23 y 38). Todo sirve para rebajar por medio de burlas, ironías y guiños el mundo heroico de la caballería. Con similar intención, los habitantes de la cueva y del palacio se revelan protagonistas de una vida tan material como inusitada en las historias idealizadas de las que provienen. La relación que don Quijote hace de sus visiones da noticia de las tachas físicas y las estrambóticas hazañas de estos personajes. De Durandarte sabemos que tiene una mano peluda y que su corazón pesaba nada menos que dos libras; Montesinos, que se lo había arrancado para llevárselo a Belerma, se sirve de sus propias lágrimas para limpiarse la sangre de las manos y, a la primera ocasión que tiene, lo pone en salazón para que llegue a París “si no fresco, a lo menos amojamado”. Belerma, como la transformada Dulcinea, ha perdido su buen aspecto y muestra unas “grandes ojeras” y una “color quebradiza”, cuyo origen no quiere detallar Montesinos. El viejo, sin embargo, no ve inconveniente alguno en revelar a don Quijote que “no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas” (II, 23). Desde entonces Belerma se convirtió en la primera heroína expresamente menopáusica de la historia de la literatura. El castillo aragonés no es para menos. Aquí será doña Rodríguez quien desvele algunas de esas vergüenzas privadas, aun a costa de un buen ensalmo de palos, que compartirá con su contertulio don Quijote. Gracias a su testimonio sabemos que Altisidora “tiene un cierto aliento cansado, que no hay que sufrir el estar junto a ella un momento” y que la duquesa engendra un putrefacto líquido, solo aliviado por dos incisiones que le ocultan las faldas:

dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que está llena” (II, 48).

El chusco inventor de las quimeras, hechizos y peripecias de la cueva de Montesinos no es otro que el propio don Quijote durmiente. Sin embargo, en el palacio aragonés son los duques los autores de las máscaras y burlas que parecen reproducir las visiones del caballero. A ellos se deben los encantamientos postizos, aunque con apariencias de realidad. Como en muchos festejos nobles de la España del Siglo de Oro, las parodias caballerescas y el carnaval se daban la mano, y por eso acudió Cervantes a una materia que ya había tratado Alonso Fernández de Avellaneda, que hizo a su caballero víctima del humor de varios nobles. La diferencia con el apócrifo está en que, en casa de los duques cervantinos, la diversión y la broma siempre dejan un regusto amargo y la risa parece irremisiblemente unida al dolor. Acaso por eso, Cide Hamete se impregna de una acidez similar para criticar los estúpidos excesos en que se emplean estos aristócratas ociosos:

[...] no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos” (II, 70).

Junto a los duques, dos personajes sobresalen en los predios aragoneses: doña Rodríguez y Altisidora. La dueña es, como explicó Edward Riley, un duplicado femenino de don Quijote (1990:160), que da lugar a uno de los momentos más gratos del libro con su visita nocturna. El casto caballero, además de las infantas enamoradas de sus libros, tenía presente en la memoria el antecedente personal de su desastrado encuentro con Maritornes y se muestra decidido a defender su integridad, “envuelto de arriba abajo en una colcha de raso amarillo”.

Pero cuando esperaba encontrarse con Altisidora:

vio entrar a una reverendísima dueña con unas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto que la cubrían y enmantaban desde los pies a la cabeza. Entre los dedos de la mano izquierda traía una media vela encendida, y con la derecha se hacía sombra, porque no le diese la luz en los ojos, a quien cubrían unos muy grandes antojos (II, 48).

A pesar de esta iconografía buscadamente cómica y de su ridículo engolamiento dueñesco, doña Rodríguez es el único personaje completamente amable e inocente del palacio, que se descubre víctima, como don Quijote, de los tejemanejes del duque.

Altisidora pudiera ser un contrapunto lujurioso, picante y cortesano de Dulcinea y de la misma doña Rodríguez. Desde el principio del episodio da muestras de sus dotes de cómica o de sus capacidades inventivas, que le llevan a las mismas puertas del infierno para ver el libro de Avellaneda convertido en pelota de un juego diablesco. No obstante, lo que comienza en caña termina en lanza. La profunda fidelidad de don Quijote hacia su dama acaba por sacar a la moza de sus casillas. Es lo mismo que le había pasado antes a Sansón Carrasco, que, tras ser vencido como caballero del Bosque, descubre su lado soberbio y rencoroso, y decide vengarse. Ahora, es esta desahogada doncella la que revienta tras los continuos menosprecios amorosos del vejete:

¡Vive el Señor, don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos! ¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido; que no soy yo mujer que por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme (II, 70).

Después de tantos engaños, insultos y desazones, don Quijote abandona el palacio ducal y siente que se le renueven los espíritus. Su alegría al salir de ese territorio hostil queda expresa en un magnífico himno a la libertad (II, 58).

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

Por el contrario, del palacio encantado en la cueva de Montesinos había salido con un lamento:

Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado” (II, 22).


viernes, 14 de julio de 2023

Certezas

¡Nunca màis!

 Una vida sin examen no merece la pena ser vivida

Apología. Sócrates

 La prosa, decía Juan de Mairena a sus alumnos de Literatura, no debe escribirse demasiado en serio. Cuando en ella se olvida el humor –bueno o malo–, se da en el ridículo de una oratoria extemporánea, o en esa que llaman prosa lírica, ¡tan empalagosa!... (Machado, 1989).

 

A pesar de aquello que dijo Platón en las Georgías, Cuando uno atiende a la filosofía más tiempo del debido es la ruina de los hombres”, como bien saben los que me conocen - y como le pasa a la mayoría de los humanos-, no dejo de darle vueltas a la metafísica. No lo hago a todas horas, pero es recurrente que me pregunte de cuando en cuando por lo que en verdad creo. Hace un tiempo, a modo de un ejercicio de autoconocimiento, llegué a confeccionar una lista, que acabo de encontrar doblada en medio de un libro al que sabía que volvería tarde o temprano. Los papeles están doblados y, en lo que podría llamar la cubierta, está anotada la fecha, junio de 2013. Añado, en forma de autoaviso, el propósito del experimento. Dice así:

Esta es una lista de certezas. Esperar a que pasen unos años, y, antes de leerla, elaborar otra lista. Comprobar después las coincidencias y discrepancias”.

Tras el autoconocimiento
Curiosamente de esto me acuerdo bastante bien. Cuando la hice -pienso ahora-, podía estar un poco aburrido, puesto que son casi tres caras en dos folios. Al advertirme lo de la segunda lista -me digo ahora-, estaría pensando que las convicciones, al menos las mías, son subjetivas y a menudo cambiantes. Lo digo sin duda influenciado por esa máxima que dice que “las creencias inamovibles son propio de las mentes rígidas”, que confieso que no sé quien la dijo, pero que algo de “veleta” debía de ser su autor.

Si ese es fue mi propósito entonces, no puedo más que confirmarlo ahora que han pasado, no unos años, sino la friolera de más de diez, ¡cómo corre el tiempo! Recuerdo perfectamente, o creo recordarlo, aquel día de principios de verano que me dio por rascarme la cabeza en tanto que miraba con los ojos a medio cerrar los folios en blanco encima de esta misma mesa. Lo que no puedo precisar es  qué motivó la génesis de esta tarea..., pero, con seguridad, tuvo que haberla.

La nueva lista es un verdadero ejercicio de curiosidad al que me he aferrando con cierta ansiedad. La he trabajado, y una vez finalizada, creo que sin duda ha sido un desnudo (que no un desvestido) intangible de mi persona y, como me veo ciertamente reflejado en el retrato, por las certezas, todas relevantes, y por el asomo de cierta ironía, me he propuesto dejar constancia de aquellos silogismos que perduran en mí a lo largo de estos años con meridiana claridad.

Lo dijo Platón hace ya unos años: “Nada hay más confortable para el hombre, ni más peligroso, que las certezas.” Qué razón tenía y cuánto metemos la pata por olvidarnos de ésto, pues una certeza es un juicio emitido sin el temor de equivocarnos, y acaso ¿puede el hombre ser infalible en algo? Así, sin juzgar la sensatez, que es cosa que corresponde a otros más sensatos que yo, puedo afirmar que bajo mi criterio, en este tiempo y en este espacio en el que me hallo -mañana posiblemente será otra cosa-, siento como certezas que:

  • La tortilla de patatas es mejor con cebolla.

  • El puchero y los potajes que comemos en casa nunca los comeremos en ningún restaurante, por muchas estrellas Michelín que tenga.

  • La paella de María José; y el empedrao de mi madre. En ambos platos he superado ya a mis maestras (bueno, con su receta, le he dado mi toque particular: más tomate, siempre rallado en ambos platos, y algo de ajo; más mi secreto, que por supuesto me callo para no descubrir mis artes).

  • El tocino siempre a escondidas. En mis años jóvenes, por las noches, me ocultaba de Pepe Blanes, y ahora de mi conciencia. El primero me pillaba siempre y me mandaba arrodillarme delante de la Inmaculada, -que ya sé que todo lo bueno es pecado-, pero lo hacía más tiempo del merecido para un joven inocente; la segunda no necesita sorprenderme para saberlo todo de mí.

  • El vino en invierno y la cerveza en verano, con algunas excepciones.

  • El capitalismo es detestable. El comunismo es peor porque no te deja rajar de la situación y mucho menos conspirar contra él. Antes había puesto: cuando se derrumba una frontera la gente siempre corre hacia el mismo lado”, pero tomo prestada, a Aramburu, esta forma de decirlo, que me parece bastante acertada.

  • Una causa, por muy justa que sea, se vuelve peligrosa tan pronto como la defiende un fanático. En 2013, hablaba de fundamentalismos.

  • El mundo se está poniendo inhabitable. En 2013 me refería al medio ambiente: me habían afectado mucho los últimos terremotos, el desastre del Katrina, y sobre todo lo del Prestige, que me llevó a Galicia en solidaridad con esa tierra y el planeta entero (yo me defino “universal”). A Galicia en el 2003, fuimos, Lola y yo, integrados en una brigada de activistas del PC de Albolote y Peligros, montando una pantomima ideológica, en la que la limpieza importaba muy poco a la brigada; teniendo el rechazo claro de los trabajadores gallegos, que, como pasa con los bosques que arden, quizás habían descubierto un nicho laboral, y con el escepticismo de las gentes del pueblo gallego; la excepción estuvo en los munícipes o Consejo del pueblo de Laxe, precioso lugar donde recalamos, que nos trataron como si fuéramos miembros del “politburó”, regalándonos hasta los correspondientes tres besos en las mejillas cada mañana. Los motivos de la afirmación, “El mundo se está poniendo inhabitable”, sin duda, han aumentado en 2023.

  • La Naturaleza se comporta a veces de forma muy poco natural. O, ¿acaso siente más simpatía por los peces que por el petróleo que los mata?; ¿o prefiere el bosque que ella misma ha creado a lo largo de años, al fuego que lo destruye en unas horas?

  • La escuela pública (Se incluyen los hijos de los ministros de izquierdas). El ajedrez, una asignatura obligatoria.

  • La sanidad, pública y universal. Recomiendo no olvidar a los españoles fuera de su autonomía enredándolos en complicadas trabas.

  • El Quijote es la obra literaria más grande de todos los tiempos, y la escribió Cervantes por lo que el alcalaíno es el escritor más grande de la historia.

  • Es menester tocar las cosas con las manos para dar lugar al desengaño”. Esta es la primera frase que anoté del Quijote (II,9), y la he vuelto a poner acordándome también de Santo Tomás, que en su falta de fe -necesitó tocar para creer-, me hace suponer que no es imprescindible la fe para ser santo. De hecho yo conozco uno que me decía siempre que era comunista.

  • Mi conciencia es social y universal. Antes escribí esos versos programáticos de Juan Panadero: aunque andaluz, soy viento, soy copla de cualquier parte.”

  • La palabra no tiene porque ser siempre política. Sigo pensando que hay que estar en contra de toda política, aunque sea la nuestra. Antes había escrito: “criticar sobre todo a los míos.” Por cierto, como me pasa con la religión, envidio sobremanera a los que tienen fe en cualquier dogma, y se mantienen rígidos en unas creencias. Yo he pasado por casi todos, y, he de confesar, que de todos me queda algo… Por eso hablo de los “míos”, pues con todos podría señalar mi pertenencia sin equivocarme, como mi discrepancia.

  • El nazismo ocurrió porque unos ideólogos hablaron de una raza superior y un pueblo, mayoritariamente, se lo creyó. Por eso no me gustan nada esos egoísmos, ni esas proclamas, ni esas creencias en el “rh” negativo, y menos aún lo del abolengo territorial en la filiación de los apellidos. Por eso me mueve tanto ser alpujarreño, porque su historia es puro mestizaje, diáspora, movimiento continuo, a pesar de que en mi caso, sin escogerlo, por un azar que desconozco, sea "errehache" negativo.

  • España siempre con Europa, pero sin olvidar la hispanidad. Antes había puesto: Nuestra política de inmigración y cooperación debería mirar preferentemente a hispanoamérica.”

  • China gobernará el planeta y entonces la libertad individual me temo que se verá muy comprometida. En 2013 decía: nos está invadiendo la economía china...”. Añadiré que China avanza a pasos agigantados sin que le demos importancia (como lo hace Marruecos en el Mediterráneo), con gran relevancia, en ambos casos, en el plano militar y el de las alianzas que posibiliten en el futuro su objetivo.

  • No me gustan los toros, no soy nada flamenco, no sé contar bien los chistes, y sin embargo soy andaluz. Claro que de Graná; quizás esa sea, en parte, la explicación. O debería decir: “alpujarreño”. O de Cádiar. No sé de dónde soy..., ¡pero si soy universal, cómo voy a conocer de geografías! Sí puedo decir que, según mi opinión, “sé quién soy, y quién puedo llegar a ser”, también repetiré eso de que soy "viento de cualquier parte". Tengo, además, la certeza de que todos, absolutamente todos, como "quijotes" que somos, cada día enfrentamos nuestra visión de lo que creemos ser, contra la perspectiva de lo que los demás creen que somos, y también de esa otra, desconocida o oculta, de lo que en realidad somos.

  • El sexo es muy importante también cuando eres mayor, siendo aconsejable en los actores mover algún músculo, y saber que el del entrecejo no vale. Bueno, ¡allá tú! Esto me lo digo a mí, en tu caso no me meto.

  • Hoy por hoy, las mujeres son más propensas al embarazo que los hombres, por lo que la igualdad, a la que imprescindible y necesariamente debemos tender, encuentra aquí un escollo importante. Repito lo de "hoy por hoy"..., o todavía. Y ya sabemos que "hoy es siempre todavía".

  • Revolución y democracia son conceptos contradictorios.

  • El termino cultura engloba asuntos que reflejan muy poca “cultura”... Veamos: el cascamorras, la batallas de ratas, las carreras de gansos, la caza del zorro, el aizkora, el toro embolao, el uso obligatorio del burka, la ablación, el harakiri; incluyo, por absurdas, las amables batallas de agua o de vino, y, pensando en el gazpacho malogrado, la tomatina. Por eso, antes que de cultura, prefiero hablar de fiestas, artes, ciencias, o literatura...

  • Me siento responsable de lo que hago y digo, pero no de aquello que digo o hago en los sueños de los demás. Eso que no me lo achaquen a mí.

  • Me gustaría mucho que Dios existiera. Esto me persigue y me ocupa desde hace ya muchos años; pero filosofar nunca ha sido salir de dudas sino entrar en ellas. La apuesta de Pascal me resulta algo frívola, interesada, como la de Unamuno, cuando le dijo por carta a un amigo chileno, eso de: “si creo en Dios, es porque quiero que Dios exista", que parecen poseer la facultad de creer en lo que se espera, la esperanza, el anhelo de pervivir: una fe más pasional que escolástica. Por otro lado me gusta decir que creo en un Orden Natural que a todos nos es palpable, que si reparo un poco he de confesar que para ello hace falta algo de sentido religioso, algo de fe.

  • A veces se me olvida que debo pararme a “distinguir los ecos de las voces. Y, dicho esto, una mención a don Antonio Machado: se podrán escribir mejores poesías que las suyas, podrá haberlas ya escritas (sobre todo en los clásicos), pero como poeta integral, será muy difícil igualarle. En su poesía, que también es filosofía, podemos leer esa duda que quiere despejar: Tu verdad, no: la Verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

Por lo apuntado en el último punto, añadiré, aunque en la lista anterior no figuraba, pero me da que la nueva política de extremismos exige decirlo: no creo en las verdades absolutas, que tan susceptibles son de colarse en los discursos especulativos. En realidad, la mayor de mis certezas, es que las verdades absolutas son una patología, por lo que, nadie en su verdadero juicio, puede creer en ellas. Sin embargo son muchos los que moviendo los brazos se pronuncian con verdades absolutas y pasan por cuerdos ante sus huestes.

Por eso de contradecirme, aunque lo envidie, creo que después de Newton es iluso apoyarse en cualquier dogma. Nada de cuanto sea expresado fuera del dominio y el rigor de la ciencia puede aspirar a otra cosa que a convertirse en literatura. A veces, no lo niego, en buena literatura, pero hasta la filosofía parece innecesaria después de Newton. Creo, también, que se puede pensar en estos y aquellos pormenores de la vida, ordenarlos, clasificarlos, y que algunos racimos de conceptos, silogismos, definiciones y máximas contienen belleza, y, por tanto, se puede disfrutar mucho de todo ello.

Tengo también la certeza que todo lo que hacemos repercute en los demás. Quizás sea ese el sentido de la vida: si cometemos actos malignos, malignizamos el mundo; y si hacemos algo bueno, contribuimos a mejorarlo y a redimirlo, aunque el acto bueno que hayamos realizado sea anónimo, aunque nadie lo conozca ni llegue jamás a conocerlo, aunque lo hayamos ejecutado en completa soledad y aparentemente carezca de consecuencias. Los hechos pesan y dejan huella por sí mismos, y cada individuo influye en la totalidad como si nos relacionáramos a través de un sistema de vasos comunicantes. (Esto de relacionar los hechos entre sí -todo está relacionado con algo, pero no todo está relacionado con todo- es un principio platónico llamado "simploqué", que Gustavo Bueno, un filosofo olvidado porque es español, explicó con maestría).

Aspiro a dejar un buen recuerdo, pero sé que nada permanece por mucho tiempo, tampoco la memoria. Me acuerdo bastante de mis padres y de mis abuelos; pero lo que recuerdo de ellos morirá conmigo si no se ha borrado antes. Tengo una foto de mi hermana en mi despacho, llena de juventud y de alegría; siento que también se diluirá su recuerdo algún día.

Vine al mundo sin preguntas, me iré del mundo sin respuestas. Las únicas soluciones que puedo presumir de haber encontrado son estas evidencias que la vida me ha ido regalando, o vendiendo -que todo tiene su precio o todo se paga-, de las que hoy, como si de un juego se tratara, he querido dejar constancia.

Afirmaré rotundamente que todos nos iremos de este mundo ligeros de equipaje. Sin nada, “como los hijos de la mar”. Recordaré que todos sabemos que algún día las vamos a palmar, pero que parece que se nos olvida con demasiada facilidad. A mi entierro asistirán algunos de mis amigos, pero yo no podré hacer ya nada para agradecérselo. Algunos se tomarán una cerveza “a mi salud” ¡qué paradoja!; mas yo no podré pagar ninguna ronda, espero que este desaire no se me tenga en cuenta. A ti, que me lees, para compensarlo, estoy dispuesto a pagártela solo con que me lo recuerdes un día de estos que por nosotros está pasando.

Puede que todo esto sea fruto del subconsciente. Esto le gustaría Froid, pero, entre nosotros, he de confesar que yo no sé, ni lo que es, ni dónde está el subconsciente… Quiero decir que podría ser la necesidad de autoengaño que todos tenemos, como se engañaron muchos con lo del espíritu absoluto de Heguel, o lo del ego transcendental de Kant, lo del motor perpetuo de Aristóteles, lo del superhombre de Nietzsche, ...; con un ser superior, en definitiva, que nos controla todo desde arriba a modo de un granhermano, algo, que al parecer, necesitamos los seres humanos. Y si conociendo este engaño, derivamos que no podemos fiarnos ni siquiera de nosotros mismos, ¡cómo para dejar las cosas en manos del líder!... Que sí, que no dudo que en un principio puede estar limpio de polvo y paja, pero la cuestión es pensar por uno, porque cuando el aparato empieza a tomar forma, aparecen los intereses, la lucha por el poder, y esas frases que todo lo justifican, como: “el partido es lo primero”, o “hay que perseguir el objetivo a toda costa”, hasta el “no importan los medios, sino el fin”.

A conciencia he olvidado hablar de las certezas esenciales, fundamentales, básicas, esas que nos ayudan a pasar por este mundo tan complicado, esas mismas que nos tranquiliza saber que están junto a nosotros. Me refiero al papel que tienen en la vida la familia y los amigos. No diré nada más, pues ya he puesto algún adjetivo. Tampoco he querido hablar de las certezas que lo estropean todo, que son peligrosas, las que te llevan al pensamiento caprichoso, de las que debemos aprender a huir, como la queja constante o el “ya te lo decía yo”, o  el “esto es así porque pienso” … ¡qué piensas! ¿Qué piensas? Pero si cuando uno piensa seriamente no surge ninguna certeza; al pensar lo que surgen son dudas (esa suspensión del juicio por falta de elementos o evidencias), y esas dudas lo más que pueden ayudarnos es a decidir sabiendo que la opción que escojamos puede ser errónea, y que también podemos atinar, y sobre todo a saber que si no elegimos nos equivocamos seguro.

 

Fdo: Un "soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos" (Prólogo del Avellaneda)



Año 2003, Laxe. Prestos para la limpieza de chapapote


Los "atareados" trabajadores de TRAGSA, con quienes, sin quererlo ni beberlo, competíamos en el afán de limpieza de las costas gallegas.


 La mayor de las certezas nos la dibujó Quino:

"nunca nos conoceremos del todo"