En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

domingo, 23 de julio de 2023

La locura de ser héroe


Alonso Quijano quiere ser Don Quijote

El estudio que más me ha impactado de todos aquellos que he leído sobre el Quijote y Cervantes en general es el excelente libro del poeta Luis Rosales, Cervantes y la libertad. Me satisfacen y convencen plenamente las ideas contenidas en él; el otro gran texto -llevo tiempo manifestándolo así- sobre el sentido de Don Quijote es el libro de Gonzalo Torrente Ballester, titulado El Quijote como juego. Sin embargo, es innegable que hay una mirada orteguiana a la hora de comentar los rasgos centrales del Quijote; no obstante, rechazo algunos elementos importantes de la lectura que Ortega hace de la obra. Otra gran distinción o ambigüedad que hay que mantener es la que afecta al tema de la locura o no de Alonso Quijano. Desde esta perspectiva habría que diferenciar (ya lo he hecho en otra página) entre “quijanismo” y “quijotismo”-como hace Luis Rosales- para no mezclar los diversos planos. Por otra parte, quiero señalar que el binomio “cuerdo-loco” es esencial, y conviene no olvidarlo en ningún momento.


Sobre la «locura» de querer ser «héroe» y cómo jugar a serlo

Es un tópico al hablar de Don Quijote considerar que está completamente loco sin plantearse la posibilidad de que dicha afirmación pueda cuestionarse o por lo menos matizarse. Es verdad que Cervantes desde el inicio mismo de la novela y a lo largo de toda la obra afirma innumerables veces que don Quijote está loco y así es como lo perciben el resto de personajes y el lector mismo. Ahora bien, también conviene recordar que Cervantes juega constantemente, y se sirve de la ironía y de la complejidad narrativa de la obra para inducir al lector en una determinada dirección. También es cierto la posibilidad contraria, es decir, que en multitud de ocasiones el lector y el resto de personajes se sorprenden ante las palabras acertadas de don Quijote y su capacidad para razonar sobre cuestiones que no tienen que ver con las de la caballería. Sancho es el que mayor confusión adquiere al respecto.

Lo que nos interesa destacar es que no podemos desprendernos de uno de los rasgos centrales del Quijote: la ambigüedad. En efecto, respecto a la locura o no de don Quijote hay que ser precavidos y no decantarse definitivamente por ninguna de las dos opciones, pues en el texto hay tantas razones para afirmar lo uno como lo otro. Sin embargo, la tesis que vamos a defender consiste en afirmar que don Quijote es plenamente consciente de lo que hace, esto es, que no confunde la realidad y que, por tanto, en cierta manera está fingiendo su locura. En otras palabras, que la actitud de nuestro héroe frente a la realidad es la del juego. Uno de los rasgos característicos de don Quijote reside precisamente en su capacidad para transformar la realidad y adecuarla a los parámetros de la andante caballería. En este punto todos los intérpretes coincidirían; sin embargo, las diferencias comienzan cuando se intenta averiguar las razones por las que don Quijote transforma la realidad para adaptarla a los libros de caballería.

La opción más fácil incitada desde luego por el propio narrador- es la de considerar que se ha vuelto loco de tanto leer libros de caballerías y que, por tanto, todo lo que hace es ver castillos donde hay ventas, gigantes donde hay molinos, o ejércitos en lugar de rebaños. En efecto, en principio nadie dudaría de que don Quijote está loco pues lo que hace es confundir la apariencia de las cosas con la realidad, esto es: que piensa que la realidad es lo que aparece en los libros de caballería y no lo que se le presentan sus sentidos.

En otras palabras, parecería que Don Quijote como buen hombre del Barroco desconfía de los sentidos, de las apariencias y considera que hay una realidad detrás de dichas apariencias que permanece oculta. ¿Pero realmente es así? ¿Es cierto que don Quijote no sabe que los molinos son efectivamente molinos y que la venta no es castillo? Es tentador afirmar lo contrario, esto es, seguir el juego creado por Cervantes y pensar que don Quijote realmente está viendo gigantes; de hecho, esto nos permitiría explicar la enorme diferencia que hay entre la primera y la segunda parte.

Como es sabido, en la Segunda parte don Quijote sufre un profundo cambio respecto de la Primera y podría afirmarse que en ésta asistimos a la lucha constante para conseguir convertirse en caballero andante; esto es, contemplamos la construcción de una identidad, el deseo de llegar a ser otro, de ahí la enorme voluntad de aventura que atraviesa toda la Primera parte y la enorme confianza y fe que don Quijote tiene en sí mismo, como en su capacidad para instaurar la justicia en el mundo, enderezar tuertos y atender a los menesterosos. En el Quijote de 1605 proclama su famoso “Yo sé quien soy” y en ningún momento duda sobre la posibilidad de fracasar en su proyecto.

En la Segunda parte, una vez que descubrimos que al llegar al palacio de los Duques se sintió por primera vez caballero andante, observamos perplejos la decadencia de don Quijote, tomamos conciencia de que estamos ante la “crónica de una muerte anunciada”. A partir de ahí ya no volverá a ser el de antes, pues una vez alcanzada la fama deseada y obtenido el “reconocimiento de los otros”, comenzará a ver las cosas tal y como se le aparecen, es decir, que supuestamente ya no volverá a transformar la realidad. De hecho, conviene recordar que Sancho intentará hacerle creer que Dulcinea es una campesina pero descubrirá sorprendido que esta vez don Quijote está viendo lo mismo que él, y por tanto, que no puede ser engañado.

Pues bien, todo esto que acabo de mencionar parece que es una interpretación correcta y que, en efecto, es así como sucede, por tanto, es fácil sucumbir a la tentación y seguir el juego que Cervantes nos propone. Sin embargo, esto podría implicar cierto problema con la tesis que quería defender, a saber: que don Quijote desde el principio es plenamente consciente de lo que hace, esto es, que está jugando a ser un caballero andante y como tal se comporta en todo momento. Para mostrar la verosimilitud de dicha hipótesis y comprobar que son compatibles, a continuación, me fijaré en algunos pasajes del Quijote donde se muestra lo que pretendo decir.

El primer ejemplo lo podría estar en el capítulo IV de la Primera parte en el que don Quijote tiene la oportunidad de mostrar al mundo lo necesario que es el ejercicio de la andante caballería:

...No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo:- Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda...

En efecto, don Quijote no se equivoca, se trata como es sabido de Andrés, un joven que está siendo golpeado por su amo. Lo que interesa destacar de este fragmento es que aquí, don Quijote, cuando únicamente tiene indicios de lo que ocurre, interpreta correctamente la situación, esto es, en ningún momento nos dice el narrador que don Quijote está loco y confunde la realidad, sino al contrario, en todo momento interpreta correctamente lo que ocurre y no se equivoca, actuando en consecuencia como lo hubiera hecho cualquier persona en la misma situación, con independencia de que el resultado final sea un fracaso. Lo que importa es que don Quijote sabe perfectamente que se encuentra ante una situación injusta y, por tanto, está viendo la “realidad como es” sin confundir apariencia y realidad. No se establece ninguna distinción entre dos ámbitos de realidad al modo orteguiano, por un lado la “patencia” y por otro la profundidad o “latencia” de las cosas. Por tanto, puede afirmarse que don Quijote no necesita en este caso transformar la realidad para adecuarla a su mundo caballeresco. Luego la conclusión es obvia: don Quijote no realiza ninguna transformación de la realidad cuando se encuentra en una situación que es idónea para su comportamiento como caballero. Sólo en aquellas ocasiones en la que la realidad no se ajusta a dicho comportamiento es cuando realiza la transformación correspondiente, apelando para ello, en la mayoría de los casos, al famoso recurso de la “magia” y los “encantadores”. Precisamente será esta apelación al mundo de los encantamientos la que le permitirá seguir jugando a ser caballero andante.

Esto ocurre claramente en el famoso pasaje de los “molinos de viento” y en la “Cueva de Montesinos”. Por otra parte, el fragmento anterior es relevante porque muestra otra concepción de la realidad que nada tiene que ver con la distinción entre la “superficie o patencia” y la “profundidad”: me refiero a la aventura como búsqueda de lo imprevisto y lo impensado, esto es, como aquello que nos permite acceder a lo “extraordinario” de la realidad. El deseo de aventura aparece claramente reflejado en el fragmento anterior y será una constante en toda la Primera parte. Recordemos que en la Segunda parte se produce un cambio radical a este respecto. Pues bien, a pesar de considerar que a lo largo de la obra puede observarse que la distinción entre la “patencia” y la “latencia” de las cosas aparece constantemente, creo que dicha distinción es mantenida por Cervantes como parte del juego con el lector, pues a la hora de la verdad, vemos que en don Quijote tal concepción no se cumple, más bien es la otra concepción de la “realidad como aventura” o como juego, la predominante. En este sentido, se puede pensar que no hay problema alguno en mantener la hipótesis y continuar aceptando el “juego” de Cervantes, es decir, que don Quijote únicamente necesita mantener la distinción entre apariencia y realidad para poder jugar, por tanto, que ve la realidad tal como es.

Es momento de continuar con ejemplos que muestren dicha afirmación. Precisamente en el segundo capitulo de la Primera parte ya se muestra claramente el juego de Cervantes con el lector para mantener la ambigüedad respecto a su personaje. Veamos lo que se dice en el texto:

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego con quien hacer experiencia del valor de su fuere brazo...al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre y, que mirando a todas partes por ver si descubría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, ...y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le presentó que era un castillo...

Es importante mostrar cómo el narrador juega con las palabras, en la medida en que nos introduce en primer lugar la palabra “castillo” para hacernos creer que en efecto, eso es lo que busca don Quijote; sin embargo, una lectura atenta indica que guiado por el hambre y el cansancio lo que realmente busca es un lugar donde poder descansar y comer. Por eso el narrador dice poco después que “vio no lejos del camino donde se encontraba una venta”. Pero lo fundamental es que después de haber visto que era una venta es cuando se “imaginó” o “representó” que era un castillo, eso sí, debido a que todo lo que veía y pensaba le parecía que ocurría como había leído en los libros de caballería. Lo que se pretende indicar es que nuevamente podemos ver que no confunde la realidad, mejor dicho, que transforma la realidad, no porque vea de forma inmediata un “castillo” en lugar de “venta”, al contrario, ve la realidad tal como es pero decide por un acto de voluntad transformar la venta en castillo para poder seguir jugando a ser caballero andante. Prestemos atención al hecho de que tanto en este pasaje como en el anterior lo primero que se nos indica es la voluntad de don Quijote de encontrar aventuras que le permitan poner a prueba su fuerte brazo y mostrar al mundo su valentía y le necesidad de que se resucite la andante caballería. Precisamente porque no encuentra situaciones que se amolden al ideal caballeresco, don Quijote, no tiene más remedio que transformar la realidad en la que se encuentra. El narrador insiste en la desesperación de don Quijote al no ocurrirle nada digno de mención, de ahí la “necesidad” de transformar la venta en castillo. No pretendo insinuar que don Quijote esté completamente cuerdo, pero si quiero afirmar que en todo caso hablaríamos de una locura literaria. Al comienzo ya se señaló que es esencial mantener la ambigüedad, esto es, no decantarse por ninguna alternativa respecto a su cordura o su locura.


El héroe como modelo antropológico: el ser humano como «eterno insatisfecho»

¿Qué es lo que le lleva a don Quijote a desear ser otro? Es común considerar que el deseo supone la ausencia de aquello que se desea, esto es, que el deseo implica una carencia, una falta, algo que no se posee y que por eso mismo se desea. Esta concepción del deseo está vinculada con la “satisfacción”. Se piensa que una vez satisfecho el deseo desaparece. ¿Es esto cierto? ¿No ocurrirá más bien que el ser humano se caracteriza por ser el eterno insatisfecho? Dicho de otra manera, el hombre no puede evitar desear continuamente y el problema reside precisamente es esa tendencia a desear cada vez más.

El ser humano es el “eterno insatisfecho”, un ser que no puede vivir sin desear y cuya felicidad consiste precisamente en pasar constantemente de un deseo a otro. Y ¿qué es lo que hace que el deseo sea insaciable en el ser humano? La insatisfacción. Precisamente por estar insatisfecho con su vida, “aburrido”, podríamos decir que Cervantes se hace Alonso Quijano, y este se hace don Quijote… Y decide salir en busca de aventuras, es decir, convertirse en héroe y, por tanto, en querer ser otro. Pues bien, estos rasgos son los que Ortega considera en Meditaciones del Quijote como propios del héroe y en obras posteriores atribuirá dichos rasgos al ser humano en general. Quizás quede así respondida la pregunta que anteriormente se dejó abierta sobre el motivo por el cual don Quijote quiere ser otro, aunque tal vez sería mejor afirmar que es Alonso Quijano o Cervantes, el que tiene ese deseo.

El deseo de convertirse en caballero andante le lleva a concebir la realidad como juego y a salir en busca de aventuras que le permitan poder realizar su juego. Su locura, por tanto, residiría más bien en querer ser algo que no es, dicho en otras palabras, en pretender que la mera voluntad es suficiente, que tan sólo con querer algo es suficiente para conseguirlo. Desde la perspectiva orteguiana, que en otro momento se tratará con mayor profundidad, Don Quijote es alguien que no tiene presente su contorno, es decir, que no sólo desatiende su propia circunstancia sino que además pretende trascenderla. Precisamente en ese intento de ir más allá de sus propios límites reside la contradicción del héroe y del ser humano, pues inevitablemente es la realidad la que termina por imponerse y ofreciendo resistencia. Para Ortega la realidad es un conjunto de facilidades y dificultades con las que el hombre tiene que contar inevitablemente a la hora de realizar su “proyecto”. Desde esta perspectiva la “circunstancia” es algo que le circunda y le limita, es aquello que le ofrece resistencia y que le dificulta el hecho de que pueda llegar a ser aquello que quiero ser: “caballero andante”- en el caso de don Quijote-. Hemos visto que en cierta manera lo consigue a partir de la Segunda parte, sin embargo esto no deja de ser una mera ilusión, pues los lectores sabemos la verdad: don Quijote está siendo burlado por todos aquellos que le rodean, incluido su fiel amigo Sancho, al hacerle creer que Dulcinea está encantada. Ante la desesperación de don Quijote por no poder ver a Dulcinea y completamente desengañado, recordemos que en la Segunda parte se pregunta por el sentido de su vida, terminará por renegar de todo su pasado y morirá siendo nuevamente Alonso Quijano, el Bueno.

 

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. de Francisco Rodríguez Marín (Madrid: Ediciones Atlas, 1948), V. 144.

Ortega y Gasset, José. Meditaciones del Quijote, ed, Austral. 1983

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