Tiempo ha que andaba con ganas de visitar el Corral de Comedias de Almagro; siempre con dudas para encontrar un hueco, siempre haciendo y postergando proyectos. Pero no ha mucho que dí con la horma de mi zapato, alguien que es más de hacer que de proyectar, alguien que su vida se cuenta por pasos y por propósitos seguidos de emprendimientos. Con ese “Alguien” hablé de mi anhelo; incluso hasta comentamos hipotéticos detalles del viaje, y he aquí que tengo en mis manos las entradas con fecha y hora para ver La Celestina, punto inicial de otra ruta pensada y aplazada muchas veces. Pero a ella me referiré una vez realizada.
Dos retos hay en la vida a los que siempre respondo: uno, a ese cuando te espetan un “a que no hay h...”, cosa que no se le puede decir a un soldado español; y la segunda, cuando te facilitan tanto las cosas. Entonces no tienes más remedio que cumplir para conseguir la mejor satisfacción de los actores implicados. Y en ello me hallo.
Pero, ¿qué sé yo de La Celestina? Bueno algo si sé: que es una tragicomedia, que va de amores, que Melibea es una joven con altos valores morales, que se enamora de Calisto, un tarambana, con nada más verle. Por otro lado sé que su autor, Fernando de Rojas -quiero recordar-, era un judío converso, que "denuncia" de modo poético, la división y separación de clases en la baja edad media, y que al parecer perdió una hija en plena juventud, por lo que puedo identificar su sentimiento con lo que Pleberio, padre de Melibea, expresa en su monólogo final.
Leo ahora en mis apuntes que desde la aparición de La Celestina, una de las diez mejores obras de la literatura universal, la mezcla de géneros, materias y estilos fue abriendo brecha en la ficción hispánica. Y tengo un texto, pero desconozco el autor, que dice:
Es innegable que Fernando de Rojas vivió esa experiencia y desde ella sancionó y sentenció, casi como un jurista que profesionalmente era, el desenlace de su obra, La Celestina. Un extraordinario precursor tanto de la literatura de Cervantes como de la filosofía de Spinoza, en tanto que los tres, Rojas, Cervantes y Spinoza, eran hombres que sabían que la explicación de los conflictos humanos, no tenía, no tiene y no tendrá una solución religiosa. Ni el cristianismo, ni el judaísmo, ni el islam, explican la realidad de la compleja vida humana; los idealismos religiosos no sirven y el nihilista niega ante todo la servidumbre a las creencias: la vida no puede estar vertebrada por las creencias religiosas. Esto es lo que afirma el racionalismo crítico y literario de La Celestina de Fernando de Rojas. Benito de Spinoza, el mayor personaje nihilista del siglo XVII, encuentra sin buscarlo y sin saberlo, en la literatura de Rojas y de Cervantes, un camino bien roturado y bien sembrado; la filosofía transita, una vez más, sin saberlo, los caminos abiertos por la literatura.
Así que toca profundizar un poco en todo esto, y a ello me pongo:
El mito nihilista de La Celestina
Lo primero que uno saca de la lectura de esta obra es que los personajes de La Celestina no creen en nada. Aparte del amor-pasión entre Calisto y Melibea, en clave puramente sensual, los únicos sentimientos que afloran en la obra son el egoísmo, el cálculo económico, el interés individual. Dice Menéndez y Pelayo:
Si el autor es un judío converso, del que se sospecha que no es muy fervoroso de la religión cristiana, y si La Celestina no la escribe sino por haber dejado de ser judío, sin hacerse de corazón cristiano, entonces todo queda explicado.
La Celestina parece escrita con un objetivo fundamental: el suicidio de una hija muy joven. Este suicidio justifica la razón literaria, el llanto final de un padre que tras la muerte deliberada de su hija no sabrá que hacer con su propia vida, ni con la realidad que desde ese momento está condenado a vivir. Melibea, es el contenido le la vida de su padre, Pleberio, quien en adelante será el continente de un mundo vivo pero vacío. Pleberio ha perdido el hilo de cualquier consecuencia posible, ha perdido la filiación. La parca que ha roto el hilo de la vida de Melibea, ha roto también el hilo de la vida de Pleberio.
La Celestina es la primera de las obras de la literatura universal que introduce el nihilismo: la negación de toda creencia o todo principio moral, religioso, político o social en la literatura, y lo hace en la geografía literaria más potente del mundo, la española del siglo de oro en ciernes, en 1499. No hay mayor experiencia vital y literaria que la de la España de los siglo XV, XVI, y XVII. El nihilismo, la negación de toda filiación, es la quiebra de toda teleología (doctrina filosófica que estudia las causas finales de las cosas), la negación de todo proyecto, la negación en suma del futuro, no es otra cosa que la saturación frustrante de experiencias vitales. La vida se agota, fracasada en la propia vida. No hay ya nada más que hacer. El nihilismo es la negación de un proyecto racional para seguir actuando, para seguir viviendo conforme a cualquier itinerario posible; no hay hilo, no hay camino, no hay discurso que trazar.
Pero el nihilismo admite muchos disfraces, y formas de autoengaño para continuar, aún sin razones legitimadas o visibles. Sin embargo en La Celestina no se opta por ninguna de ellas, no hay a la muerte de Melibea ninguna solución religiosa. Tampoco la vida del padre, superviviente al suicidio de la hija, encuentra justificación posible para proseguir ningún objetivo o empresa. La Celestina, muy en la línea de la literatura española, como es el caso histórico de la Numancia de Miguel de Cervantes, sitúa a la tragedia fuera de toda dimensión metafísica, negando por completo un más allá punitivo o paradisíaco, y la implanta en una cruda realidad de la vida terrena y material del ser humano. Una vida a la que califica con crudeza desde los términos más espantosos y desoladores. He aquí las palabras de padre, y su idea de mundo, al que considera:
laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuidados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajos sin provecho, dulce ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor.
Eso es el nihilismo: la afirmación de una impotencia, la confirmación de una ruptura con el futuro, la rendición al extravío, la pérdida del hilo conductor, la negación de un contenido perdurable. Es la conciencia que si no hay continuidad, lo que hacemos, lo que hemos hecho, no sirve, ni servirá para nada, ni para nadie.
La Celestina y el saber
El saber que evoca Celestina no es el saber puro, incontaminado, la contemplación de las esencias de los seres, el saber medieval de raíz aristotélica y platónica, sino el saber práctico, el saber hacer, en otras palabras, la técnica. Tanto si consideramos a Celestina como bruja y hechicera, o como una simple manipuladora psicológica, vemos que su saber sirve a un fin concreto, a la consecución de unos objetivos. Estos objetivos no tienen nada que ver con ninguna valoración ética: son pragmáticos, sirven para ganar dinero.
Celestina no es un personaje medieval, como Don Quijote o Don Juan, sino que es renacentista. Es en el Renacimiento cuando desaparece la distinción aristotélica entre seres naturales y artificiales y por consiguiente entre las artes mecánicas y las liberales. En este contexto nace la mentalidad técnica, de la cual la magia es su predecesora más inmediata. El saber es un saber hacer para objetivos inmediatos, para mayor gloria del hombre.
Pero además, y en consonancia con todo ello, la Celestina no es un mito católico. Su autor, como dijo Menendez Pelayo, era un judío converso, que había abandonado la fe de Israel para abrazar el catolicismo, pero que en realidad había perdido toda fe religiosa. Podríamos añadir pues que, Celestina, el personaje literario, podrá creer en la magia, el mito, o la religión, pero su autor, Fernando de rojas, no. Un ejemplo de esto es el conjuro que solo parece concebido para que se lea, no para que surta efecto, y la prueba más clara es que no tiene consecuencia alguna. No hay nada más irónico en la propia obra que la mismísima presencia de Celestina, desde el momento en que su mediación es absolutamente innecesaria, ya que Calisto y Melibea se desean eróticamente desde el comienzo de la obra, y Celestina en lo único que puede mediar es señalarle a Calisto el camino de la alcoba de Melibea.
La Celestina es una negación de todo poder extraordinario y sobrenatural, incluyendo todo lo concerniente a la religión, al mito y, por supuesto, a la magia.
La idea de libertad y de religión en La Celestina
Los personajes de La Celestina viven en el seno de una sociedad política, reglada y fundamentada en un ordenamiento jurídico objetivo. Sin embargo luchan por disfrutar de ciertas libertades que discurre al margen de la Ley, e incluso pretende instituir una justicia propia del grupo que, cual gremio de rufianes, prostitutas y clientes, en clara dialéctica con la Justicia que instituye el ordenamiento jurídico de un Estado.
Pármeno y Sempronio se creen con derecho a disponer de las riquezas de Celestina en sus negocios con Calisto. Areúsa y Elicia se consideran autorizadas a ajusticiar a Calisto y a Melibea, contratando a Centurio para ajustar las cuentas con una clase social que dispone de ventajas económicas y laborales frente a la forma de vida que llevaban Celestina, Pármeno, Sempronio. Desde este punto de vista, una obra como La Celestina plantea un conflicto dialéctico entre la Ética del individuo, como ser humano, que lucha por su bienestar personal, la Moral del gremio, como sociedad natural o gentilicia, que lucha por la preservación de sus privilegios frente a otros grupos, incluido el Estado, y frente a otros individuos, y el Derecho del propio Estado, como sociedad política, que lucha por hacer cumplir una Ley objetivada en un ordenamiento jurídico cuya operatividad está garantiza por un sistema policial y militar.
El concepto de Libertad que mueve a los personajes de La Celestina no es un concepto anarquista, ni acausalista, es decir, no se basa en el ejercicio ilimitado de la libertad del individuo frente a la imposición controlada de la libertad del Estado. No es la libertad del hombre salvaje, la libertad del bárbaro frente a la civilización, la libertad que desea el individuo depredador frente al Estado generador. No. Es la libertad determinada por los impulsos del individuo que opera, frente al Estado, desde la iniciativa del grupo social. Es la libertad individual o gremial, que, en su lucha por satisfacerse, tropieza con la libertad objetiva del Estado. Es, en suma, la libertad de unos rufianes cuyo desenvolvimiento y materialización conduce al fracaso a cuantos se sienten seducidos a participar en su ejercicio. El desenlace de la obra condena, desde una justicia secular, a los personajes que han ejercitado una libertad contraria a las normas de una sociedad política definida. Y es el mismo desenlace de la obra el que impide una solución metafísica y trascendente de los hechos. Se impone una solución política y materialista. La religión se descarta y anula. Ningún dios heredará las consecuencias de los actos de los personajes. Ningún dios escucha las últimas voluntades de Melibea ni las imprecaciones del monólogo de Pleberio. Las palabras de este último son una rogativa destinada a la nada. Ni siquiera los seres humanos prestarán atención a las últimas voluntades de una suicida como Melibea, que pretende ser enterrada junto al cadáver de alguien tan antiheroico como Calisto. Ni siquiera la Religión se presenta en La Celestina como una Ley que esté por encima del Estado, como décadas más tarde sucederá en la mayoría de las obras literarias del Siglo de Oro, y como de forma especialmente singular sucede en el Quijote, donde la Religión es ante todo, y de forma exclusiva, una Ley institucional, y no un sentimiento, frente a lo que, entonces contemporáneamente, propugnaba el erasmismo y el protestantismo. ¿Por qué? Porque en La Celestina la Religión no es un estado anímico, ni una demostración de fe, ni una experiencia interior, ni una cuestión personal, como pretenderían inmediatamente Lutero y Erasmo, frente a la articulación institucional, estatal y política, que insistía en conferirle el catolicismo, y que de hecho le confirmó Trento. En La Celestina la Religión es un código muy ajeno a la intimidad de los personajes, del que éstos se sirven, y en el que participan, en la medida en que se integran en un orden social del que disienten, y dentro del cual se comportan como hipócritas, cínicos y embaucadores. No por casualidad Sempronio advertirá tempranamente a Calisto con estas acusativas palabras:
Sempronio.– Porque lo que dices contradice la cristiana religión.
Calisto.– ¿Qué a mí?
Sempronio.– ¿Tú no eres cristiano?
Calisto.– ¿Yo? Melibeo sóy a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo
El propio autor de La Celestina no revela en la composición de la obra ninguna afinidad hacia ningún código religioso específico, ni hebreo, ni cristiano, ni musulmán. La Religión, como sentimiento, es un ejercicio de hipocresía, de cinismo y de parodia, al fingir e invocar unas creencias que se adulteran eficazmente en el curso de la vida práctica.
Sucede en La Celestina que la libertad obedece, en primer lugar, al proyecto de un sujeto frente a, o en contra de, otros sujetos. No hay libertad sin dialéctica, del mismo modo que no hay libertad sin causas ni determinismos. Sólo desde la impotencia, cuya consecuencia es el nihilismo, y cuyas causas —que siempre habrá que explicar— pueden ser varias, cabe hablar de negación o inexistencia de libertad.
Uno de los personajes que menos planifica su ejercicio de libertad es Pármeno, llevado de un lado a otro, entre Celestina, Sempronio y Calisto, por los caminos que parten de sus resistencia a enriquecerse ilegítimamente hasta desembocar en la cama de Areúsa y en la deriva ambiciosa y criminal que le induce finamente a asesinar a la alcahueta. El parlamento con el que Pármeno concluye el auto segundo, despechado por su amo Calisto, es fundamental para explicar y justificar su modo de actuar. La dialéctica entre el amo y el siervo resulta aquí especialmente luminosa desde el punto de vista del desarrollo ulterior de la acción:
¡Oh desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos, yo me pierdo por bueno. El mundo es tal; quiero irme al hilo de la gente, pues a los traidores llaman discretos; a los fieles, necios. Si yo creyera a Celestina con sus seis docenas de años a cuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me porná escarmiento de aquí adelante con él, que si dijere «Comamos», yo también; si quisiere derrocar la casas, aprobarlo; si quemar su hacienda, ir por huego. Destruya, rompa, quiebre, dañe; dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá. Pues dice «A río revuelto, ganancia de pescadores». ¡Nunca más perro a molino!
Muestra este parlamento cómo el criado no se corrompe exactamente por causa de Celestina, sino de Calisto, dada la impotencia de su amo para razonar y para comprender la verdad de los hechos. Pármeno se percata de que no hay solución racional para advertir a Calisto de los errores que está cometiendo. Si los hechos no tienen solución, mejor no perder el tiempo tratando de resolverlos. Pármeno renuncia a ejercer su libertad para ayudar a Calisto, y en su lugar se dispone a seguir los planes de Celestina y de Sempronio. Es decir, asume una teleología ajena, una prolepsis que nunca controlará, dado que no se incorpora a ella como artífice, sino como consecuencia, por lo demás, tardía. La razón, piensa Pármeno, no sirve, porque el mundo —el mundo de su amo— la rechaza. En adelante, Pármeno actuará conforme a este postulado, pero sin iniciativa propia. No combatirá los prejuicios, sino que se aprovechará de ellos, pero siguiendo dictados ajenos, de la mano de Celestina y de Sempronio, no de su propia razón.
El desenlace determina la libertad de casi todos los personajes de La Celestina. El asesinato de la protagonista a manos de sus supuestos colaboradores o cómplices, el ajusticiamiento, casi popular, de Pármeno y Sempronio, la muerte accidental y decisiva de Calisto, completamente antiheroica, y el suicidio racional, con ribetes de estoicismo, de la propia Melibea, son un despliegue de situaciones letales que sitúan a cada uno de los personajes en una posición de impotencia absoluta y de completa nulidad en cuanto a los logros y pretensiones derivados de su ejercicio de libertad. Lo único que consiguen es verse abocados a la muerte. Sólo se encuentran con razones que los excluyen políticamente del mundo de los vivos. El ejercicio de su libertad les ha conducido a perecer a través de un repertorio de formas nada casuales: Celestina, a manos de rufianes, de forma ilegal; Pármeno y Sempronio, como delincuentes, mueren ejecutados ante la Ley y la Justicia, conforme a Derecho; Calisto, en su ociosidad clandestina, fallece calamitosamente como consecuencia accidental de su torpeza y la de los suyos; Melibea, privada de honor público y social, y arropada en la dignidad de una suerte tan personal como subjetiva, opta por el suicidio.
La libertad de Celestina tropieza, y perece, ante la libertad de Pármeno y Sempronio, que, más fuertes físicamente que ella, la matan ante la impotencia de Elicia, que carece de libertad de acción para evitar el crimen. Lo único que Elicia puede hacer es gritar e invocar a la justicia política para que prenda a los asesinos, y los ejecute. Pero no ha podido evitar el crimen. A su vez, la libertad de Calisto se orienta a lograr el cuerpo de Melibea, sirviéndose de su dinero como único medio y poder, superando inicialmente los obstáculos que se plantean, y que sin embargo acabarán poco después por hacerle perecer. Elicia y Areúsa dispondrán que los hechos provoquen en Calisto un accidente mortal, aunque no exactamente de la forma en que ellas los habían previsto. La libertad de Melibea, orientada a la consecución del gozo de Calisto, se ve cercenada por la muerte lamentable y pública de su amante, así como por el descubrimiento ignominioso de unas relaciones secretas y prohibidas. Melibea no ha conseguido nada en el ejercicio de su libertad. Su única salida es la supresión de sí misma, no sólo como ser humano político (privación de vida pública, posible reclusión en un convento, etc.), sino como ser humano físico (privación voluntaria y consciente de vida biológica: suicidio).
En conclusión, la existencia o no de Libertad dependerá esencialmente del resultado final del proceso, porque la libertad no se da al margen de causas, determinaciones y consecuencias.
Para ver cómo entendemos la libertad: http://lacocinaquenosgusta.blogspot.com/2023/04/la-libertad-sancho-es-unos-de-los.html
El conjuro
El conjuro que prepara Celestina para facilitar los amores de Melibea y Calisto, es algo que no tiene operatividad alguna, es como un teatro dentro de la propia representación, un metateatro, que ni ella misma parece tomarse en serio. De hecho, ni la propia Inquisición, que lo entendió como un artificio literario, se lo tomó en serio.
Dos pruebas claras hallamos en la obra al respecto: una, cuando Sempronio amenaza a Celestina con contar sus mentiras; la otra, cuando Pármeno advierte a Calisto que Celestina es “sagaz en cuanto a maldades hay, y todo muy en ello burla y mentira.”
Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hervientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone, Megera, y Aleto, administrador de todas las cosas negras del regno de Éstige y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las volantes harpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza destas bermejas letras, por la sangre de aquella noturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado, vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas, y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre, y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición. Y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calixto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje; y esto hecho pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, ternásme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceres tristes y escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre, y otra y otra vez te conjuro, y así confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto (Rojas, La Celestina, III, 1499/2000: 108-110).
Una mezcla de lenguaje mitológico, administrativo (Fernando de rojas era jurista, y aquí parece que está formulando una instancia) y sobre todo paródico.
Celestina, acaba, mostrado su fuerza, y amenazando al demonio de que si no cumple se ha de atener a las consecuencias de su enemistad. Es de risa todo, la propia Celestina parece no creer en lo que hace, pero si esta creyera, si podemos afirmar que su autor, Fernado de Rojas, no cree en absoluto. Pero la brujería, como el mal de ojo, era un arma que estas tenía para dominar al pueblo ignorante, y que servía de paso a los dirigentes para culpar a las brujas de cualquier contratiempo o catástrofe que viniese. Esto se acentuó, años más tarde, en el mundo protestante, donde la brujas eran culpadas de una peste o una mala cosecha.
Parecida importancia se da a lo que ocurre en La Numancia de Cervantes, que hay dos conjuros: cuando resucitan a un cuerpo muerto, y cuando abren las vísceras de una animal, para que un chamán pronostique el futuro, hechos que son tachados por los propios personajes de la obra como quimeras, fantasías, ilusiones y mentiras. Justo lo contrario que había practicado San Agustín, maestro en el saber que bebió Lutero, que, a pesar de que después fue santo, cuando confesaba, abría la Biblia por una página al azar, y según el texto que aparecía interpretaba la vida del confesado.
El monólogo de Pleberio
La muerte de Melibea ha sorprendido por completo a Pleberio, que no es capaz de explicarse la causalidad de los hechos, y que desde este momento encuentra su propia existencia carente de todo sentido.
¡O mi hija y mi bien todo, crueldad sería que biva yo sobre ti! Más dignos eran mis sesenta años de la sepultura, que tus veynte. Turbóse la orden del morir con la tristeza que te aquexava” (XXI).
El racionalismo que dispone la conducta de Pleberio no le permite comprender la muerte de Melibea. La lógica de la causalidad que podría imaginar Pleberio en la suma de las adversidades sería la pérdida de su hacienda y de sus bienes económicos, mas nunca la de su hija. Pleberio interpreta tales hechos como resultado de una auténtica subversión del orden natural, que el propio viejo desearía dominar como una realidad más del mundo material. Como Calisto en su mundo, y como Celestina en su trabajo, el padre de Melibea está acostumbrado a que con dinero todo se consigue:
“Dexárasme —implora a la Fortuna— aquella florida planta en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna fluctuosa, triste la moçedad con vejez alegre; no pervertieras la orden.”
En segundo lugar, y por la razón que se acaba de apuntar, Pleberio es incapaz de comprender el valor final de su vida sin la presencia de su hija. Pero tan importante o más que el impulso burgués del padre, es la pérdida de todos los valores finales en la vida del ser humano. En el momento de enunciar su monólogo, Pleberio está convencido de que sólo desde el nihilismo se puede responder ahora a uno de sus interrogantes más dramáticos:
“¿Para quién edifiqué torres; para quién adquirí honrras; para quién planté árboles, para quién fabriqué navíos?”.
Es como si más allá de esta vida humana en la que sólo la producción material adquiere un sentido reconocible, no existiera nada.
En tercer lugar, Pleberio arremete enérgicamente contra la existencia o fundamentos de un posible orden moral, dominante o regidor en la causalidad de los hechos humanos. Paralelamente, despliega una violenta diatriba contra el sentido último de los actos humanos en un mundo al que califica esencialmente de falso, perverso y estéril. Los atributos de crueldad y miseria que identifica en el desarrollo terrenal de la vida humana son de una fuerza devastadora. Descarga ahora su ira contra el “mundo”, expresión metonímica desde la que sin duda se apela a un orden moral trascendente, y advierte que si hasta ahora no lo había hecho fue por temor a no encender su ira, todo lo cual nos hace suponer que el padre de Melibea no había sido hasta ese momento un perfecto conformista con la ética imperante, aunque sí lo hubiera sido con las condiciones sociales que hacían posible para él y los suyos una determinada expansión económica.
Yo por triste experiencia contaré, como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mudo ha hasta agora callado tus falsas propiedades por no encender con odio tu yra (XXI).
...
“Yo pensaba en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden (XXI)”
Aquí cambia de destinatario en su monólogo; deja de dirijirse a su hija para dirigirse al Cosmos, a un orden moral transcendental, a un demiurgo, a un dios…, entendiendo una lógica en la historia, un funcionamiento de la vida humana con un destino, una providencia, una razón, un fundamento (...y todavía habrá alguien que diga que el nihilismo comenzó con Nietzsche).
...agora visto el pro e la contra de tus bienandanças, me pareces vn laberinto de errores, vn desierto espantable, vna morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado [220] lleno de serpientes, huerto florido e sin fruto, fuente de cuydados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin prouecho, dulce ponçoña, vana esperança, falsa alegría, verdadero dolor...
Parece que está describiendo Auschwitz. Es el desengaño más absoluto, no un desengaño cristiano, ni hebreo, ni islámico; no está sellado por ninguna religión (aún no había cisma): no hay solución religiosa a los problemas humanos, que solo los hombres pueden resolver.
Y sigue con su lamento diciendo que él era hasta ahora un buen ciudadano para evitar problemas, pero ya no tiene nada que perder (un marxista diría que el burgués acaba de descubrir los problemas del mundo, y su tragedia le rebaja un tanto su burguesía).
Especial mención han merecido en el monólogo de Pleberio las palabras que refiere a los impulsos del amor, encarnados en la imagen del dios correspondiente, contra el que arremete identificándolo expresamente con un dios de muerte y dolor. De nuevo se insiste aquí en el motivo del mundo al revés, para desembocar una vez más en la negación de toda causalidad trascendente.
¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? […]. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traydos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congoxosa dança. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? (XXI).
La razón que da la hija para explicar su suicidio es la del amor (la tradición del amor cortés se basaba en la idea de que el que ama vale mas que el que no ama), pero el amor de Calisto vale bien poco, como hemos visto.
En la Celestina se plantea el nihilismo (400 años antes que lo inventara Nietzsche), y su principal mensaje es el desengaño. Fernando de Rojas viene a decir, que a las personas hay que educarlas para enfrentarse a la adversidad, para superar el desengaño, porque los problemas de los seres humanos solo los pueden solucionar los seres humanos. No estamos en la linea de Berceo, ni de Calderón, ni de Manrique, que piensan que la religión es el camino correcto. Estamos en la misma línea del Arcipreste de Hita, de Cervantes, en una solución antropológica.
Plaza de Almagro, donde está, a la izquierda de la imagen, el Corral de Comedias |