En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

viernes, 10 de febrero de 2023

Del cinamomo al laurel



Declaraciones y advertencias

Quisiera declararte, también a quienes, inclinados a otorgarme el favor de leer lo que viene, que aquí pueden advertir una autobiografía, pero también encontrarán muchas incógnitas, y algunas necedades, ya que en la recreación de la vida tiene mucho peso aquello que no ha sucedido de veras pero que estuvo a punto de pasar, como lo tiene lo deseado, lo soñado o lo temido. En la mía sin duda alguna, por eso me gusta tanto El Quijote, por eso opto por el sanchopancismo frente al quijotismo. Es arduo penetrar en lo más claro de la memoria, por lo que dejaré aparte, para otro momento en que sienta algo de distancia, los hechos más significativos, los más dolorosos o los más personales, aunque, de soslayo, puede que se me escape algo. Como he advertido, aquí encontraréis tanto hechos reales, como sueños; me dejaré llevar por la quimera, un monstruo que maneja la mano cuando la mente se abstrae. Distinguir la ficción de lo real es cosa vuestra, y si estoy cerca no me preguntéis, posiblemente no sepa reconocerlos.

Sé que exijo demasiado a la sangre y amistad: incluso que lea estos renglones y no los desacrediten. Pero, consciente de mis limitaciones, pondré aquí los límites del crédito a que esta narración aspira. Yo mismo, cuando tomo el rol del lector, no me reconozco en estas líneas que aprisionan la efímera realidad de un concierto de luces reflejado en tales nubes que, dispersas, no han vuelto a juntarse como en su día se juntaron. Repaso indiferente el soliloquio de un ser, a veces, desconocido, prisionero de la mano que desfila sin orden por teclado en la búsqueda de horizontes que sobrepasan la realidad. Así podría afirmar que no es autobiografía con nombre y rostro. Es puro signo y artificio entre sentimientos veraces. Pero que nadie se pare en el signo ni en el artificio al leerlo, aunque pudiera que valga el esfuerzo lo significado, la trampa, o el arte, si alguno de vosotros creéis reconoceros en algún momento.

He puesto el mayor esfuerzo en ser leal a mi pensamiento, aquel que se puede hacer público, porque yo también, como tú, me asusto a veces de las voces que nos hablan al oído en el silencio de la noche, esas en el que todos nos recreamos más de lo que reconocemos y que es mejor callar, y de aquellas que, a costa del amor propio, respetan los sentimientos de la persona que fui en otras épocas ya pasadas, pues yo, siempre, a diferencia de lo que otros confiesan, he estado en continuo cambio, lo estoy aún y no quisiera cesar jamás.

No gusto yo, o sí, con afición egoísta, del tiempo pretérito en el que tantas cosas dejamos perder. Aquella juventud, por ejemplo, tan ignorante de su obligada virtud, tan ignorante del valor del esfuerzo; tan gris en su día a día; tan llena de esperanza en aquellos tiempos… Tan deseada ahora que han pasado, pongamos, cincuenta años.

Hoy, pensado en ti, recordando esos días de no hace muchos años, que me llevan sin remedio a otros años más lejanos, cuando yo tenía la edad que tú tienes ahora; cuando comenzaba todo, cuando todo estaba por venir para mí, como ahora lo está para ti, me he dicho las cosas que ahora te digo: Tú, que en este momento sólo quieres jugar con tus legos, o dibujar a Spiderman, pero tal vez, algún día, quieras saber algo de tus raíces. Por eso, y nada más que por eso, me he puesto a escribir. Bueno, quizás también fuese un deseo que llevaba oculto hace años, que tú has sacado de del baúl de una ilusión. Así, estos textos sólo pretenden ser la narración emocionada de una feliz infancia en una familia, que es mi familia, pero que también es la tuya, de un pueblo alpujarreño donde está parte de nuestro fundamento.

En estos textos asomarán personas de nuestro tiempo, un tiempo aún reciente, pero muchas te parecerán pertenecer a un ya lejano entonces. Todas, incluso las que ya no están, aparecen llenas de vida, y la frescura con que se presentan no se puede medir por la escala temporal, sino por el recuerdo de una memoria idealizada a pesar de la vida, caprichosa, desordenada y confusa. Así pues, cuando, dentro de unos años, leas esto, no debes tomarlo todo al pie de la letra (espero haber hablado largo y tendido antes contigo de la ficción y la literatura). Aquí no hay verdades absolutas, como tampoco hay absolutamente una mentira, también sabemos que la memoria nos juega muchas pasadas… Se podría hablar de ficción, diciendo aquella máxima que trajo el barroco que dice que: la ficción es el artificio útil para conocer la verdad que la realidad oculta. Eso un lector inteligente sabe discernirlo. Por ahora nada más digo. Pero, en modo de adulación, exclamo: ¡Quién no se forja la ilusión de escribir para gente avispada!

Añadiré que no voy a colgar mis cualidades o virtudes, eso es fácil. Tampoco mis defectos, eso es más fácil aún. No abusaré de citas de escritores maravillosos o poesías sensibles llenas de utopía. ¿Entonces qué escribo?, ¿quizás lo que me gusta? Bien, pues me gustan los míos, entre otras razones, porque son míos, y yo suyo, me gustan los amigos, la naturaleza, los libros (De entre todos, si tuviera que escoger -espero que no-, me quedaría con El Quijote -ya hablaremos de esto.), me gustan las catedrales y los museos, sobre todo cuando veo la ilusión con que los contempla tu abuela, me gusta el dominó y el ajedrez -eso ya lo sabes-; me gusta la cocina y el vino… ¡Para! es una lista demasiado larga. Bueno. Pero para no alargarme, hay algo importante que si bien lo he generalizado, no lo he concretado, ¿adivinas qué es? ¡Y si fueses tú!, lo que más me gusta, lo que más quiero.

Desde mí, pensando en ti; desde mí que desconozco la verdad, pero la busco, porque quiero que tú seas Verdad; desde mí que creo en pocas cosas, y esas pocas, con frecuencia, las pongo en duda, desde mí que quisiera creer en muchas más. Desde mí para ti, va todo esto.

Empezando por el principio, te diré que creo en algo: sobre todo creo en las personas y en sus defectos; creo en la naturaleza que hemos heredado de nuestros padres, que con tanta frecuencia se comporta de forma tan poco natural, ¿o es más natural el valle y los árboles en flor, que la tormenta que los arrasa?; creo en el progreso del ser humano, con los peligros que conlleva; creo en la ciencia, y en el riesgo de su manipulación. Y tú pensarás que hay muchas dudas en lo que creo, pero es que es en la duda en lo que más creo. Creo que es un engaño lo del espíritu absoluto, lo del ego transcendental, lo del motor perpetuo, lo del superhombre, lo de un ser superior, en definitiva, que nos controla a modo de un granhermano. Creo que todas la utopías son aplastadas por la distopía que conllevan (No te espantes, con estas últimas líneas; ya hablaremos de ellas).

Fíjate que paradoja: aceptar un principio físico es algo que las personas hacemos y, con frecuencia, buscamos explicaciones a nuestras creencias y así llegamos a creer saber por qué creemos. Sin embargo rara vez buscamos explicación a algo que no creemos, si lo hiciéramos podríamos llegar a cuestionarnos si la vida que creemos vivir es real, si no somos únicamente una masa cerebral a la que le han implantado recuerdos, vivencias, ilusiones, sentimientos; podríamos ser como los replicantes de Blade Runer, creados hace muy poco en un laboratorio, tan bien hechos que nos vemos repletos de defectos y limitaciones, con un deseo de libertad frustrado por los sentimientos y la socialización. Por muy fantástica que sea esta hipótesis, es al menos posible imaginarla. Y si la imaginamos, pues la imaginación no tiene límites (eso es otra cosa en la que creo). ¿Podemos estar seguros de algo en la vida, si ni siquiera podemos descartar nuestra propia falsificación? Descartes ya planteó la hipótesis de todo lo que consideramos real pudiera ser simplemente un sueño. Como me conozco, eso, entre otras anécdotas ficcionadas, creo que es lo aquí hallarás, una miscelánea de vida, de sueños, de ilusiones, anhelos, y esperanza. Pero todo puede girar en cualquier momento. No hay nada seguro, así que esta advertencia te resultará un tanto inútil.


Del cinamomo al laurel


Nuestra casa era una casa grande de pueblo, lo es aún; pronto, después de unos cuantos juegos en familia, una esporádica discusión, o unas lágrimas de emoción, la considerarás también tuya. Cuando yo tenía la edad que tú tienes ahora, estaba habitada por los abuelos, los padres, y los seis hermanos. Ya nos conoces. También estaban las tías, y las primas que nos visitaban ocasionalmente. Ahora está vacía; sólo se llena los veranos, por los Santos, y algún día suelto en el que, por diversos motivos, la casa puede requerir nuestra presencia. Ahora quienes éramos nietos, como tú lo eres, somos abuelos, y los abuelos y padres de entonces se fueron tan lejos que tú ya no los verás, aunque algunas veces, mirando sus fotografías los recordaremos juntos.

Cuando el nieto era yo, la vida transcurría en la calle o en el campo, y nos podíamos manchar jugando en la tierra y el barro, o con el pegajoso líquido de la liria. No te lo querrás creer, pero bebíamos agua en cualquier poza del río o en las acequias, saltábamos balates con la misma facilidad que tú das tus volteretas, comíamos frutas sin lavar, verdes y con las mismas manos de preparar la lechetrezna. Mi madre decía que San Blas nos protegía de todo.

La casa, que ya sabes que es muy grande, está llena de galabernos, de habitaciones sin luz, como de habitaciones luminosas. En la bodega no nos dejaban entrar porque al parecer, hace mucho tiempo, en un tiempo anterior al mío, allí pasó algo, algo de lo que no se podía hablar, pero que más adelante intentaré contarte.

Lo más importante de la casa era el huerto, un huerto repleto de árboles y hortalizas que se repetían a lo largo de los años, con la única precaución de la alternancia de cultivos. A lo largo de mi vida he visto muchos árboles diferentes en el huerto, entre los que puedo destacar el manzano-peral, porque ni era manzano, ni era peral, sino ambas cosas a la vez: una rama echaba peros de esos que seguían siendo verdes cuando maduraban; otra, nos daba unas manzanas dulces; y la tercera, manzanas agrías que nadie comía frescas, pero que mi madre cocinaba, elaborando un plato exquisito, que degustábamos tanto en caliente como en frío en las tardes de agosto, y ¡cómo le gustaba a mi amigo Santiago!, que todos los años tomaba sus vacaciones por aquellos días definidos por las manzanascocidas, y las ceremonias paganas que gustábamos realizar. El manzano parecía a propósito injertado para explicar el misterio de la Santísima Trinidad: ¿había tres árboles? No; sólo había uno con tres patas distintas y un verdadero tronco común. Pero este misterio es mejor que ahora lo olvides; ya te hablaré de él cuando pasen unos cuantos años, aunque son muchos los temas de los que quiero hablar contigo, que le preceden en importancia.

Otro árbol, que recuerdo con predilección, es el caqui que nos daba sus generosos frutos allá por los Santos, pero que seguían radiantes hasta la navidad, extendidos sobre los poyos de la bodega, Se perdió hace unos años, y hemos puesto otro en su mismo lugar, que luce espléndido. Este será de tu tiempo.

Pero de todos los árboles, el primero que quedó entre mis afectos, fue el lilo; el lilo de Mama Rogelia, al que la abuela llamaba cinamomo. Estaba en la mitad del paseo, que entonces era de tierra, frente al postigo del dormitorio de Matilde que, en las mañanas de abril y mayo, se asomaba para ver esas alegres florecillas que trasminaban sus despertares. El lilo estuvo siempre allí, hasta que nos fuimos yendo en busca de nuestras quimeras, y un día -me dijo la abuela, mi abuela-, que cansado de sufrir tanta ausencia, se abandonó y murió. Con él comenzó a irse nuestra infancia.

Ahora el dueño del huerto es el laurel, por eso este título: Del cinamomo al laurel. Entre los dos, lilo y laurel, está escrita la historia familiar que yo recuerdo. El laurel está situado en el rincón de la fraternidad y los conflictos dormidos de la familia; también lo llamamos a veces el rincón de Apolo, recordando cuando éste descansó en la sombra del laurel en el que Zeus convirtió a Dafne. El laurel o su personificación en Dafne, que la imaginación lo puede todo, nos da una generosa sombra, que nos gusta decir que compartimos con el apenado Apolo por el rechazo de la ninfa. Esa sombra refresca nuestras tardes conspiradoras de verano, en las que solemos mezclar la distancia de las generaciones, frías cervezas que se quedan con frecuencia a medio beber, vino cada vez mejor elegido, jamón siempre de Juviles, reproches confesables y querencias que la sangre y el vino nos afloran... De todo hay en el huerto de la abuela. Quiero creer que lo que más abundan son los amores. Tú puedes darlo por seguro.

 

Del cinamomo al laurel. Presentación

2 comentarios:

  1. ...Es curioso, aunque no sé de qué me asombro a estas alturas de vitales coincidencias, que de una foto que te envié del esplendoroso cinamomo que hay en la entrada menos frecuentada de la estación de autobuses de Granada salga esta lectura que disfruto en Madrid en este amanecer de domingo de mayo...Toda la lectura se podría resumir con el título de CARTA A LEO...bien, mas me quedo con el viaje que me ha supuesto al huerto de la casa donde nací en La Zubia, un paraíso, ambos un paraíso harto terrenal, con su lilo, su caqui, su níspero enorme, sus rosales...y su laurel que a última hora sembró mi padre, no mucho antes de marcharse sin dejar señas. Hay un abismo entre el huerto que citas y el que yo nombro: el de Cádiar existe y el de La Zubia existirá mientras alguien lo recuerde... Entonces ya es hora de que te acompañe, me lleves, a tu lugar, y pronto, que estamos en edad de no dilatar...o de procrastinar que dicen....

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  2. Es hora de no aplazar nada, así que un día que pases por aquí nos dejaremos llevar, y hermanaremos huertos sin importarnos lo que haya plantado ahora, ni los frutos que se cosechen en uno y otro.

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