Carolina Molina cuenta en su página web que, cuando vino por primera vez a Granada, ya conocía el nombre de sus principales calles y plazas: Zacatín, Elvira, Alcaicería, Bibarrambla, Mesones, etc. Las conocía a través de las lecturas que habían llenado su adolescencia. Unas lecturas que, en su caso, van de García Lorca, Ganivet, los románticos y todos los viajeros que han hecho parada y fonda en nuestra ciudad. Ya escritora, de las novelas que hasta ahora tiene publicadas, cuatro se las ha dedicado a Granada “La luna sobre la Sabika”, “Guardianes de la Alhambra” , “Sueños del Albaicín” y “Noches de Bib-Rambla”; otra, “Lo ojos de Galdós”, podríamos considerarla, tan granadina, y continuación de estas, a guisa de unos “episodios granadinos” emulando los Episodios Nacionales del nobel que no fue, porque lo fue el multidisciplinar Echegaray.
Este amor de Carolina a Granada tiene sus precedentes literarios, pero no por eso deja de ser menos impactante. Sos casos llamativos para mí los de Botkin, Merimé y Manuel de Falla. El ruso que habló de los españoles tan encantado estaba de España y de Granada que es sus Cartas sobre España, sitúa a Sierra Nevada al atardecer de la ciudad, una licencia romántica que le pasaremos por alto; don Próspero, sin conocer aún nada de España, sólo la conocía por las referencias de los hermanos Hugo, sobre todo Abel que fue paje de José I, situó en Granada el primero de los relatos que integran su libro primerizo El teatro de Clara Gazul: una deliciosa historia de amor entre un inquisidor y una gitana -indudable precedente de Carmen-, que termina con el triunfo del amor sobre el fanatismo inquisitorial. No podía ser de otra manera en un romántico. Falla -todo el mundo lo sabe- creó su obra musical “Noches en los jardines de España”, pensando especialmente en los jardines de Granada, que sólo conocía por las referencias de María Lejárraga y Martínez Sierra. Cuando al fin la conoció decidió quedarse a vivir para siempre en Granada. Aquí hubiese permanecido hasta el día de su muerte si las atrocidades de la guerra no lo hubieran animado a hacer la maleta y largarse.
Carolina es otro caso de amor parecido. Nacemos donde el azar dispone, pero después amamos la tierra que nosotros elegimos. Ella ha elegido Granada para escenario de sus novelas y lo más curioso es que, como en los casos precedentes, antes de conocerla ya la tenía elegida. Otra curiosidad es que esa Granada que ella llama “mi referencia y refugio”, no se parece en nada o en casi nada a la Granada actual. Era más bella, más exótica y arbórea que la actual. Federico García Lorca, que la vivió y pateó antes de que promotores y munícipes entraran a saco, la definió así: “Granada tiene dos ríos, ochenta campanarios, cuatro mil acequias, cincuenta fuentes, mil y un surtidores y cien mil habitantes”. Esta Granada, que ya no existe más que en los libros y en la mente de algún viejo centenario, es la que ha enamorado a Carolina. Por ella y para ella ha echado a volar su imaginación y su pluma. Novelas históricas, pero también novelas de lo cotidiano, de lo que fue y ya no es; unas veces con la mirada puesta en el lejano medievo; otras, como es el caso de Los guardianes, en los románticos. La primera de estas novelas, La luna sobre la Sabika, publicada en primera edición en Madrid, ha sido reeditada en segunda edición por granadina editorial Zumaya de Mari Luz Escribano. Entre ambas ediciones hay dos diferencias que, antes de entrar en otros pormenores, conviene señalar: en esta última Carolina Molina ha añadido un epílogo que nos cuenta el final de los amores entre Hamid y Maryem, protagonistas de la novela, que, en la edición anterior, todo lector debía imaginar y concluir a su gusto y antojo. A esta novedad la autora ha añadido otra: la reducción al mínimo de algo más de trescientas notas a pie de página, que más estorbaban que aclaraban. Con ellas la escritora trataba de dar fe histórica de cada episodio novelado, algo imprescindible en un ensayo o una tesis doctoral, pero completamente superfluo en un relato o una novela, donde el lector tan sólo pide que, lo que se le cuente, sea verosímil y, en algunos casos, -surrealismo o realismo mágico- ni siquiera eso. Era también, qué duda cabe, una evidente señal de primitivismo novelesco y falta de entrenamiento que, afortunadamente, en la nueva edición ha desaparecido. Es indudable que la novela ha ganado. Lo mismo que, con la nueva portada, también ha ganado en presentación y calidad editorial.
Hora es de entrar en la novela. “La luna sobre la Sabika” está localizada en la Granadadel siglo XIII -entonces, Garnata-, y sus protagonistas son Hamid, un joven cocinero del cadí -todo un prodigio en el uso de especias y creación de platos y manjares- y una concubina del mismo, la bella e inteligente Maryem. Ambos son jóvenes y se aman. Amores clandestinos, por supuesto. Junto a ellos pululan por la novela otros muchos personajes de diversa condición y laya que dan diversidad y amenidad al relato: el ya mencionado cadí, un médico judío cuyas intervenciones rozan lo inverosímil, un caballero cristiano que en la parte final de la novela alcanza cierto protagonismo, el padre y la esposa de Hamid, el viejo y sufrido filósofo de la Asociación sin Nombre, esclavos, negociantes, criados, eunucos, etc. etc. Todo un cosmos de creación y recreación que aquí es imposible enumerar. El lector asiste maravillado a todos los acontecimientos de la época: bodas, banquetes, entierros, juicios, batallas, persecuciones, venta de niños...Y, para que nada falte, incluso hay un temblor de tierra que deja en la calle a una buena parte de los presos de las mazmorras. Pero es indudable que el núcleo principal de la obra son los amores de Hamid y Maryem. Amores clandestinos y llenos de peligros, esenciales para la trama de la novela, que dejamos al lector el placer de descubrir y gozar. Son éstas las páginas más cuidadas de la obra y, a través de ellas, vamosconociendo la psicología de los protagonistas, sobre todo la de Maryem, una feminista “avant la lettre”, que, huelga añadirlo, encarna los ideales de libertad y tolerancia de la autora.
El estilo completa los atractivos del libro. Carolina escribe en un español claro y diáfano que hace la novela asequible a todo tipo de lector.
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