Alonso Quijano se inventa la locura de don Quijote, que está diseñada por su autor, Cervantes. Don Quijote no está loco, sino que finge serlo para disponer de una mayor libertad para hacer cosas, que sin la locura sería imposible hacerlas.
En el Quijote de 1615 se produce una disolución progresiva de la locura de don Quijote, que en todo momento ve lo que le ponen delante, las cosas como son, pasando de ser el sujeto lúdico a ser el objeto lúdico. En la primera parte don Quijote era el que disponía los juegos que llevaba a cabo, era el maestro de ceremonias, en el la segunda parte va a ser un objeto mas de esas ceremonias, pues son los otros (los duques, Sansón Carrasco, el cura, el barbero, o el propio Sancho cuando se inventa el encantamiento de Dulcinea), los que ponen las normas de ese juego, tratando de controlar su actividad lúdica y tomando como referencia su propio juego. De hecho Sansón Carrasco, disfrazado del Caballero de Blanca Luna, usurpa a don Quijote, en las playas de Barcelona, las normas juego para volverlo a su aldea, obligándole a asumir las propias normas del ejercicio de la caballería
Dice el narrador en el capítulo 31 de la segunda parte:
Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos.
Se ve en medio de una parafernalia muy teatral y, por primera vez, se cree caballero… Cabe preguntarse, ¿que es lo que ha creído en la primera parte de la novela? La respuesta no puede ser otra que, o nos está engañando, o el que nos engaña es el narrador. Está claro que el narrador es un fingidor que miente más que habla, como está claro que la locura de don Quijote es una invención de la cordura de Alonso Quijano, que es un personaje creado por el ingenio de Cervantes.
Si en la novela hay algún comportamiento pícaro corresponde a don Quijote. En el capítulo 31 de la segunda parte le dice don Quijote a Sancho, a propósito de su comportamiento ante los duques:
“¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano, o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algún caballero de mohatra (falso)? No, no, Sancho amigo, huye, huye destos inconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado. Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes que te salgan de la boca, y advierte que hemos llegado a parte donde, con el favor de Dios y valor de mi brazo, hemos de salir mejorados en tercio y quinto en fama y en hacienda.”
Está fingiendo una personalidad que no posee… Y Sancho le sigue la farsa prometiendo a su amo que nunca por él sabrían quienes eran. Don Quijote demuestra que su locura se está disolviendo en un racionalismo claro, que confirma la teoría de que es la apariencia de la locura lo que se está disolviendo, desvelando su falsa locura o su locura lúdica o fingida. Lo que queda al descubierto es el profundo y sofisticado racionalismo de Alonso Quijano que ha construido la función patológica en la que se mueve el comportamiento de don Quijote. ¿Quién podría, hoy día, fingir una locura tan cuerda como la de don Quijote?
En el capítulo 2 de la segunda parte, dice don Quijote al ama y a la sobrina, temiendo que Sancho diga algún inconveniente:
“Grande gusto recebían el cura y el barbero de oír el coloquio de los tres; pero don Quijote, temeroso que Sancho se descosiese y desbuchase algún montón de maliciosas necedades, y tocase en puntos que no le estarían bien a su crédito, le llamó, y hizo a las dos que callasen y le dejasen entrar. Entró Sancho, y el cura y el barbero se despidieron de don Quijote...”
Recordemos que en el 24 de la segunda parte dice el narrador:
Y en esto, llegaron a la venta, a tiempo que anochecía, y no sin gusto de Sancho, por ver que su señor la juzgó por verdadera venta, y no por castillo, como solía.
Esto nos confirma que don Quijote no necesita mantener la apariencia de locura para seguir ejerciendo sus actividades; que es un velo que se va desintegrando a medida que avanza la segunda parte.
El protagonista ya no habla como si estuviera loco, pero el narrador sigue hablando del protagonista como si lo estuviera. Don Quijote ya no ve castillos, ve lo que hay, una venta, pero, sin embargo el narrador ve castillo donde don Quijote ve una venta. Si nos situamos en el capítulo 18 de la segunda parte, en el episodio del Caballero del Verde Gabán, cuando este lleva a don Quijote a su casa y lo hospeda allí durante unos días, leemos lo que sigue:
Reiteráronse los ofrecimientos y comedimientos, y, con la buena licencia de la señora del castillo, don Quijote y Sancho, sobre Rocinante y el rucio, se partieron.
La “buena señora del castillo” es la esposa del Caballero del Verde Gabán, que no vive en un castillo, sino en una casa de un pueblo manchego. Aquí no es don Quijote el que ve castillo por casa, sino el narrador que, con mucho cinismo, mantiene la locura del protagonista.
Hay otro momento donde, de nuevo, don Quijote muestra un racionalismo extraordinario, y muy actual. Tras el episodio de las “Bodas de Camacho” (cap 22-2ª), que en realidad son las bodas de Quiteria y Basilio, van de camino a la Cueva de Montesinos, acompañados de “el primo”, que, nótese, no tiene nombre propio sino común, o sea que es un verdadero “primo”, un bobalicón de categoría. Este primo tiene entre manos un proyecto de investigación muy relevante; en él trata de responder a preguntas cosas tan notables como: ¿quien fue el primer hombre que se rascó la cabeza?, duda con la que es imposible descansar; se responde que sería Adán, ya que fue el primer hombre… A propósito de estas sesudas preguntas dice don Quijote
“...hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que, después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria.”
Mas adelante en el capítulo 24 de la segunda parte, pregunta don Quijote al primo:
“...pero querría yo saber, ya que Dios le haga merced de que se le dé licencia para imprimir esos sus libros, que lo dudo, a quién piensa dirigirlos.”
Vamos, que aunque escriba un libro, que lo duda, y lo publique, que también lo duda, ¿para quién lo escribe?, ¿quién va a leer semejantes chorradas? Don Quijote no razona aquí como un loco.
Tampoco le pareció, más adelante, sensato que un mono adivine el futuro, mucho menos el pasado, como hace el mono del retablo de Maese Pedro, un delincuente disfrazado, al que el propio don Quijote había liberado en el episodio de los galeotes. Dice don Quijote a Sancho en el capítulo 25 de la segunda parte, sobre el retablo:
“...echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia.”
Situando el racionalismo científico muy por encima de todas esta majaderías y desaprobando todas estas peripecias. Mas adelante dice el narrador:
“Don Quijote no estaba muy contento con las adivinanzas del mono, por parecerle no ser a propósito que un mono adivinase, ni las de por venir ni las pasadas cosas, y, así, en tanto que maese Pedro acomodaba el retablo, se retiró don Quijote con Sancho a un rincón de la caballeriza, donde sin ser oídos de nadie le dijo:
—Mira, Sancho, yo he considerado bien la estraña habilidad deste mono, y hallo por mi cuenta que sin duda este maese Pedro su amo debe de tener hecho pacto tácito o espreso con el demonio.”
Como si fuera una cosa demoníaca que el mono le hable al oído a Maese Pedro, y éste traduce al público lo que el mono le dice. Hoy día mucha gente habla con sus perros y hasta dicen que los entienden y los respetan… eso requiere un alto grado de inteligencia, no cabe duda. De hecho, en el Quijote, todo el mundo respeta a Maese Pedro, excepto don Quijote, que le hace añicos el retablo.
Dice Sancho en este diálogo sobre si es verdad lo del mono, y los sucesos en la Cueva de Montesinos:
“—Los sucesos lo dirán, Sancho —respondió don Quijote—, que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra. Y por ahora baste esto, y vámonos a ver el retablo del buen maese Pedro, que para mí tengo que debe de tener alguna novedad.”
Espera algo curioso, algo original. El caso es que don Quijote destruye completamente el retablo de Maese Pedro después de escuchar la sandeces del mono adivino, a quien le había preguntado si era verdad lo ocurrido en la Cueva de Montesinos, a lo que el mono contestó que unas si y otras no. Don Quijote desautoriza todo este engaño montado por Maese Pedro, que como hemos dicho no es otro que Ginés de Pasamonte, el galeotes que liberó en la primera parte, y que como hemos dicho es una crítica a Gerónimo de Pasmonte, el, muy probable, autor del Avellaneda. Después que don Quijote se toma en serio el espectáculo del retablo, todo ese teatro épico montado por el trujaman de Maese Pedro. Don quijote, para humillarle más aín, le paga por las figurillas que destruye; el juego hay que pagarlo y don Quijote se costea su actividad lúdica. Lo mismo ocurrió en el episodio del barco encantado, que después de romperlo tuvo que pagarlo con 50 reales que “Sancho dio de mala gana”. Otro episodio que también subvenciona con dinero es el del león, cuando en compañía del Caballero del Verde Gabán, se encuentra con un león propiedad del estado, y hace que el leonero le abra la jaula porque quiere enfrentarse a él, una locura que Sancho salvaguarda diciendo que su amo no es loco, sino atrevido. Así se describe en capítulo 17 de la segunda parte:
“...abrió de par en par la primera jaula, donde estaba, como se ha dicho, el león, el cual pareció de grandeza extraordinaria y de espantable y fea catadura. Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula, donde venía echado, y tender la garra, y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y, con casi dos palmos de lengua que sacó fuera, se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro; hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad. Sólo don Quijote lo miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos.
Hasta aquí llegó el estremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías, ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula. Viendo lo cual don Quijote, mandó al leonero que le diese de palos y le irritase para echarle fuera.”
Cabe preguntarse, ante este cinismo, porque no le da él los palos en lugar de mandar al leonero. En definitiva el león muestra un desprecio absoluto por quien intenta provocarlo, pero a don Quijote le sale bien, su valentía sale airosa. Cervantes parece decirnos que a las provocaciones no hay que responder, al menos, de manera inmediata. Dice don Quijote al Caballero del Verde Gabán:
“-¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido.”
Es una reflexión sobre su propia locura. Don Diego pensaba que era “un cuerdo loco, y un loco que tiraba a cuerdo”. Cervantes nos va situando en que es una locura literaria, una locura de diseño racional, que se va desintegrando a medida que la novela avanza, hasta el punto que, en las playas de Barcelona, al encontrarse con un fingido Caballero de la Blanca Luna, que no es otro que Sansón Carrasco disfrazado, don Quijote, a partir de su derrota, ya ve deslegitimado el fundamento de su locura, que es la razón de ser de la caballería, y vuelve a su aldea con la promesa de no tomar las armas. A partir de ese momento don Quijote entra en depresión, se hunde emocionalmente al no poder fundamentar sus propósito vitales (el narrador habla de la melancolía que le causaba el verse vencido). Queda al descubierto su racionalismo de diseño, con lo que se desvanece su locura y el propio personaje de don Quijote, creado por la ficción de Alonso Quijano, que vuelve a ser el hidalgo manchego, aburrido, venido a menos, y ya, sin sueños, muere. Pierde su razón de ser y de obrar...
La muerte de Alonso Quijano es una muerte estoica. Le dice a su sobrina en el capítulo 74 de la segunda parte:
“Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco, que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: el cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás, el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.”
Renuncia a su locura, reconoce que lo ha sido, pero no quiere que así le recuerden. Y quiere confesar y testar, razón teológica y razón política. Más adelante, en el mismo capítulo, don Quijote-Alonso Quijano, vuelve a hacer apostasía de su locura diciendo:
“Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías.”
Y más adelante leemos:
“Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa; déjense burlas aparte, y traíganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma; y así, suplico que, en tanto que el señor cura me confiesa, vayan por el escribano.”
...
“yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.”
…
“Y, volviéndose a Sancho, le dijo:
-Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.”
No cabe un racionalismo mayor. Cervantes preserva a su protagonista, don Quijote, que se desvanece en Alonso Quijano, cerrando definitivamente la novela; ya no podrá haber nunca otra igual, solo imitaciones o derivaciones. El Quijote es irrepetible.
“Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas.”
Y, terminada la vida, se acaba el juego