Los códigos penales de las democracias posmodernas de nuestro entorno tipifican, en muchos artículos, a la locura como un eximente de determinados actos. En el Quijote podemos encontrarnos numerosas frases por las que el protagonista, debido a su locura, queda exento de dar cuenta ante la ley de determinadas responsabilidades penales. Este eximente de la locura está muy presente en el Quijote de Cervantes y don Quijote no es castigado penalmente por sus actos, sino por la mediación del cura y del barbero, que para bien o para mal, es recluido en su casa. Contrariamente en el Quijote de Avellaneda, en muchos aspectos una novela más realista que la de Cervantes, el protagonista acaba apresado por la justicia y recluido en la una cárcel para locos, la casa del Nuncio de Toledo, que es mucho peor que un manicomio.
Don Quijote, que en determinados momento actúa como un verdadero delincuente, se considera exento de cumplir la ley apelando al fuero de la caballería. Para los demás personajes de la novela y para el narrador, la exención penal de sus actos es motivada por la locura, pero él, por su locura, apela al fuero que tiene por el privilegio de ser caballero andante, que le permite incumplir la normas e incluso situarse por encima de ellas. Un fuero completamente ficticio en la época en que se sitúa la novela, y que es completamente ilegal en el seno de los estados nación.
Cuando llegan los personajes a la Venta de Palomeque (Luscinda, Cardenio, Dorotea, don Fernando, los cuadrilleros de la Santa Hermandad), el ventero escusa a don Quijote (Cáp. 44 -1ª)
Admirados se quedaron los nuevos caminantes de las palabras de don Quijote, pero el ventero les quitó de aquella admiración, diciéndoles que era don Quijote, y que no había que hacer caso del, porque estaba fuera de juicio.
Es decir que no se le puede tomar en serio, que todo lo que haga o diga forma parte de una realidad que no es válida debido a su enajenación. Don Quijote se rige por la lógica de la locura, pero esto no es suficiente para convencer a la policía de la época, a la Santa Hermandad, que tiene una orden de búsqueda y captura contra él, por haber liberado a los galeotes que iban destinados a galeras y arremeter contra los representantes de la ley. Cuando los cuadrilleros llegan a la venta de Palomeque y ven que los rasgos de don Quijote corresponden con los del documento de búsqueda, proceden a su lectura y tratan de prenderle. Ante la policía, don Quijote advierte una cantidad de razones muy cínicas que se apoyan en criterios de derechos forales por su condición de caballero andante que le exime de atenerse a las normas. Estos privilegios son ridículos en esa época y esa ridiculez nos lleva a la risa, pero la risa deja de serlo cuando el personaje, en su locura, se vuelve violento. Un movimiento ideológico como el nazismo, antes de que llegue al poder, nos puede parecer ridículo, pero cuando llega, deja de ser ridículo para ser preocupante. Don Quijote no llega, en toda la novela, a ser un homicida, pero si agrede violentamente en numerosas ocasiones, así que hablar de él, como muchos han hecho, como un defensor de los Derechos Humanos, por su idealismo justiciero totalmente fuera de época, es un error muy grande, como lo es el apelar en un estado nación a unos fueros propios de la Edad Media, donde en lugar de estado había feudos.
Los estados modernos no permiten liberar a los delincuentes de la cárcel, solo se puede excarcelar a un criminal mediante un indulto del gobierno. El caballero responde airadamente a la acusación del cuadrillero de la Santa Hermandad, lo que hoy es la Guardia Civil. Capítulo 45 del 1ª parte:
-Venid acá, gente soez y malnacida: ¿saltear de caminos llamáis al dar libertad a los encadenados, soltar los presos, acorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los menesterosos? ¡Ah gente infame, digna por vuestro bajo y vil entendimiento que el cielo no os comunique el valor que se encierra en la caballería andante, ni os dé a entender el pecado e ignorancia en que estáis en no reverenciar la sombra, cuanto más la asistencia, de cualquier caballero andante! Venid acá, ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad; decidme: ¿quién fue el ignorante que firmó mandamiento de prisión contra un tal caballero como yo soy? ¿Quién el que ignoró que son esentos de todo judicial fuero los caballeros andantes, y que su ley es su espada; sus fueros, sus bríos; sus premáticas, su voluntad?
Así exige la justicia de los caballeros, figuras mitificadas y convertidas en leyenda por la literatura caballeresca, que proceden de una Edad Media en la que los caballeros se ponían al servicio de un señor feudal, formando parte de una cruzada, o de cualquier otro episodio bélico medieval, y en virtud del cual tenían licencia para actuar y poner a disposición del señor feudal todos los logros conseguidos. Pero una cosa es la épica que constituye el Cantar de Mio Cid, y otra cosa la figura del caballero andante literaturizado y sometido a la leyenda. Don Quijote no es el Cid, es una figura que trata de imitar fuera de tiempo, de razón, y de espacio las legendarias figuras caballerescas, entre las que destaca la de Amadis de Gaula.
Reparemos en lo que le dice don Quijote al cuadrillero e imaginemos que, hoy día, lo dijera alguien que ha delinquido contra el estado, manifestando que a él lo ampara una serie de derechos, fueros, o privilegios que están por encima del racionalismo jurídico de ese estado y que, el que está faltando a la ley, es el propio estado, no él. El “yo” del delincuente, o el “nosotros” de su gremio, tratan de imponer sus propias leyes a la ley del estado, excluyendo además, a los que no son de su grupo o a los que no piensan como ellos. Esta delincuencia tiene tintes posmodernos, ya que niega la validez jurídica y los logros alcanzados por el estado para todos los ciudadanos. Si esto no fuera así, cada individuo o cada grupo podría tomarse la justicia por su mano, anulando las libertades que los estados modernos proporcionan a los ciudadanos, y que no eran posibles en la Edad Media.
Don Quijote no da la libertad a encadenados sino a delincuentes, que cuando gozaban de libertad se dedicaban a destruir la libertad ajena. Don Quijote se está tomando una justicia que reemplaza a la justicia sistemática y normativa establecida por el estado en bien de la convivencia de todos.
Don Quijote, como idealista que es, cada vez que intenta hacer justicia, provoca más injusticia que la justicia que trata de solucionar. Este reto que hace don Quijote a la justicia es un desafío moderno donde determinados grupos, en contra de la ley estatal, quieren imponer su ley, sus privilegios, a los demás. Es el caso de los nacionalismo, donde los derechos particulares de un grupo tratan de imponerse a las normas de los estados modernos, que son iguales para todos, y, como don Quijote, nos dicen a los demás: vosotros no entendéis nada, nosotros somos superiores a vosotros (ese complejo de superioridad, presunción, de supremacía, por lo que tienen más derechos que los demás, que para ellos no pueden comprender su anhelo, que no es más que una entelequia)
Cervantes no presenta a don Quijote como lo han entendido la mayor parte del público romántico o posromántico, lo presenta como un ser que es un problema en cualquier sociedad, que se comporta como un psicópata, y lo que es peor, como alguien que continuamente trata de negar la libertad de los demás, que cree poseer unos fueros y nos privilegios de una época pasada, que si volvieran sería un involución de las libertades conseguidas en el estado moderno; las libertades del siglo XVI y XVII en España eran mayores que lo eran en el medievo, porque, aunque fuera un estado absolutista, poseía un ordenamiento jurídico en virtud del cual la gente sabía a que atenerse, en tanto que los señores feudales podían hace lo que les daba la gana con sus vasallos, o el caballero andante que basaba su poder en la fuerza, y al que había que rendir pleitesía (respeto y tributo). En el mundo antiguo, cada feudo, decía en el dios que había que creer, cada príncipe tenía una religión y sus vasallos tenían que seguirla. Hoy día lo que tenemos son CCAA y cada ciudadano ha de hablar la lengua que se impone en la comunidad, reemplazando la idea de dios del mundo antiguo por la idea de lengua, haciendo creer que así se goza de mayor libertad, cuando en realidad se sufre un mayor encadenamiento, porque buscar la libertad en la lengua es lo mismo que buscarla en ese dios impuesto. Es encadenarse.
Imagino a un individuo diciendo: “quién fue el ignorante que ha firmado esa sentencia contra mí, siendo yo quien soy, que estoy exento de todo fuero”. La justicia siempre es genitiva de la fuente que la hace cumplir, sin no se puede cumplir no tiene sentido. Si la justicia destituye a un mandatario político, y esa persona renuncia a irse, siguiendo en su cargo, ¿dónde está la justicia?
Don Quijote afirma que la ley es su espada, que los fueros son sus bríos. O sea, que los derechos los marca la fuerza bruta de cada uno, como en el salvaje estado de la naturaleza: un estado completamente animal, en el que el tigre tiene muchos más derechos que el ciervo. Los animales conviven con una postura civilizada, dicen los animalistas, pero la realidad es que, la postura civilizada del lobo es comerse cuantas ovejas encuentre. Si el ser humano imita estas formas “civilizadas” de convivencia, el mundo sería inhabitable. De alguna manera eso es lo que plantea don Quijote: vivir en un mundo inhabitable, donde los fueros son la fuerza física y la ley “lo que yo quiero hacer”. La negación del estado moderno. El nacionalismo de hoy en día. La huida hacia un mundo en el que ley la hace el “nosotros” y la impone a todos. La negación de la convivencia.
Alejandro Casona, en El retablo jovial, lleva acabo un pastiche de episodios puntuales del Quijote, llegando a decir en uno de ellos, que lo que sobra es la ley. Si así fuera viviríamos bajo la imposición de las armas y los fueros de los más fuertes, impuestos por gremios negadores y enemigos de las libertades del estado moderno.
Ahora estamos en una dialética, no de enfrentamiento entre estados como defendía Heguel, ni de clases como lo hacía Marx, aunque de ambas quede algo y sigan operatorias, pero si han sido absorbidas en parte por la dialéctica de los estados modernos y aquellos pueblos que forman parte de estos estados, que quieren huir de él buscando una etapa anacrónica en la que el privilegio está por encima de la ley, en un proceso de involución de libertades.
Parece que la gente es feliz sin libertad, que es un concepto contradictorio con la felicidad (o se es feliz o se es libre, porque ser feliz en el fondo es una memez, válida como proclama o desafío personal, como una búsqueda, pero poco más, a no ser que signifique tener salud para uno y para los que nos rodean). El gran capital de hoy día parece estar en el poder limitar el poder a los estados, que son los que ponen impuestos a las grande empresas, aranceles al comercio y fronteras al desarrollo, pues el debilitamiento del estado favorece el capitalismo más extremo. Por esta razón el negocio del siglo XXI, hasta que fracase rotundamente, es y será el debilitamiento de los estados, al que solo parece oponerse China. Esta dialéctica está determinando actualmente nuestra forma de vida, con el apoyo del gran capital que ve la posibilidad, en favor del comercio, de suprimir la fronteras económicas, y llevarnos a un neofeudalismo, desposeyendo a los estados el control económico.
Esto lo plantea don Quijote al decir que la ley es la espada, los fueros los bríos, y la premática la voluntad del grupo. Una ideal dialógica de libertad: nosotros hacemos lo que nos da la gana. Razones exclusivas y excluyentes que no llevan a una vida mucho más difícil que de la que partimos, dándoles a nuestros nietos unas libertades mucho más limitadas que las nuestras, pues, al negar el estado moderno, todo será más duro, más desigual ante la ley: el dinero, el conocimiento, la salud, y cualquier derecho. Las imposiciones gremiales minarán la libertad y los derechos. No se puede vivir en una sociedad en la que un “don Quijote” tome el mando, imponga sus normas, y exija que la gente viva conforme a su voluntad.
Lo cierto es que Don Quijote sale exento de la justicia, pero no lo hace por los fueros como él apela, sino por su locura, y por el dinero que el cura y el barbero pagan a los cuadrilleros, para que no se haga efectiva su detención. Es decir, Cervantes nos habla de la corrupción de la justicia, de la irresponsabilidad de la policía que se deja sobornar, y de una corrupción eclesiástica, el cura es el que paga. No es por casualidad que sea el cura el que ejecute la corrupción, aunque lo haga en nombre de la ética y la salud de su vecino el hidalgo. No es la primera vez que ocurre en Cervantes: en Rinconete y Cortadillo, la alianza entre la iglesia, la nobleza, la policía, y la delincuencia sevillana, es muy estrecha, para facilitar que Monipodio controle toda la actividad comercial de Sevilla, en la que únicamente es victima la pequeña burguesía.
La libertad genitiva, exclusiva y excluyente, es algo fundamental en la filosofía de don Quijote que, como Jesucristo, podría decir, que puedes perdonar a tus enemigos, a tu vecino, pero no puedes perdonar a los enemigos de tu dios; puedes perdonar al prójimo pero no al enemigo de tu lengua.
...me ha gustado mucho esta densa página. La sugerencia de todo lo que relatas, las reflexiones que haces, los recuerdos cervantinos que provocas...sólo no me ha cuadrado el título de la página con todo lo que desarrolla.
ResponderEliminarMira que da de sí, y dará, Alonso Quijano. Gracias
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAntonio, esa es la principal idea que, entre líneas, he querido dar. Otra es que don Quijote sirve para todo.
ResponderEliminar...la verdad que si, para un roto y para un "descosío", para lo corriente y lo sublime...gracias a ti estoy viéndolo como nuevo una y otra vez, cayendo en detalles que antes me pasaban desapercibidos...
Eliminar