En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

sábado, 19 de junio de 2021

La locura como uso lúdico de la razón


La idea de la concepción lúdica de la locura tiene una expresión cínica de la interpretación racional de la vida humana (no por casualidad, Borges convertía a la filosofía en el terreno de juego de la literatura, haciendo un uso lúdico y cínico de la filosofía). Esta tesis de la locura como uso lúdico de la razón la expuso Gonzalo Torrente Ballester en 1975, en su libro, El Quijote como juego. Es una tesis, desestimada por los cervantistas, ha encontrando en el mundo académico muy poco apoyo, sin embargo parece una postura fundamental a tener en cuenta para entender el Quijote.

La tesis expone que la locura de don Quijote es una locura de diseño racional, una invención del idealismo racionalista de Alonso Quijano, que se desarrolla con la complicidad del narrador de la novela, y que tiene como artífice la genialidad de Cervantes, superando el racionalismo de los cínicos desde el punto de vista del tratamiento de la locura, utilizando nuevas técnicas, tomando el soporte de la literatura sofisticada reconstructivista de la caballería andante, para convertir en motor de la novela moderna el uso lúdico de la razón, que será la columna vertebral de la locura del protagonista. Resumiendo, diríamos que don Quijote hace un uso lúdico de la razón y una expresión cínica de la libertad.

Evidentemente, un Alonso Quijano cuerdo no interesa a nadie, porque no permite sustentar toda la estructura de la novela que sitúa su centro de gravedad en el idealismo irracionalista de un loco, que, sin embargo, corresponde al racionalismo extraordinariamente cuerdo de Alonso Quijano, de tal manera que don Quijote y su locura no es más que un disfraz de un personaje muy racionalista como es Alonso Quijano, que elabora esta locura como un pretexto para desarrollar una expresión completamente cínica de su libertad. Esta postura de Torrente Ballester no cabe duda que exige al crítico muchos más recursos que un análisis desde la simple locura de don Quijote, pues es más fácil hablar de un loco que de un cuerdo que se finge loco. Si se reconoce cuerdo a don Quijote es más complicado explicar por qué el personaje apalea curas, violenta a todo el que se cruza en su camino, o impone su voluntad a palos: lo que hace don Quijote está proscrito por la cordura, pero está permitido, aún sin estar legalizado, por la locura, que es el principal preservativo de toda esa serie de conflictos que a un cuerdo no le estarían permitidos.

El narrador, con una gran habilidad, blindó la antigüedad de la locura de don Quijote, de tal manera que el lector nunca sabe, si realmente está loco o no lo está, si se finge y dónde se finge loco, y a partir de qué momento lo hace. Esta ambigüedad envolvente de la locura no se puede desenmascarar nunca, así lo admite el autor en el prólogo de las Novelas Ejemplares, diciendo algo aplicable al Quijote: que las Novelas Ejemplares son una mesa de trucos, de juego; que no hay nada que ofenda a nadie, que todo es muy inocente, como un juego intrascendente. No es cierto, la realidad es que están llenas de mensajes e ideas muy serias y comprometedoras.

Si don Quijote actuara conforme a los criterios de la cordura la novela perdería su gracia, su sentido crítico, y comprometería a su autor ante sus contemporáneos, porque, desde la cordura, no podría camuflar la crítica de las muchas verdades intocables de su época.

Lo cierto es que el Quijote ha sido interpretado desde una falsa dialéctica, entre la locura y la razón, cuando la dialéctica es entre la locura y la cordura que son los términos antónimos, contrarios, incompatibles. La razón es la idea correlativa a ambas, pero no contraria, hay que tomarla como idea de referencia, porque lo que permite hablar de locura frente a la cordura es un determinado criterio de razón, que, en este caso, exige la novela, porque don Quijote la quebranta incurriendo en la locura y desposeyéndose de cordura. La idea de literatura de la que hablamos es la que hace avanzar una idea de razón existente en su tiempo, no la que reproduce la idea vigente.

Antes que Torrente Ballester, tímidamente, hubo autores que hablaron de un Alonso Quijano que, sin serlo, se finge loco, pero es Torrente quien sostiene esta idea con firmeza: que la locura de don Quijote es puramente racionalista, orientada a una finalidad lúdica, considerando al protagonista un ludópata. El narrador del Quijote, a lo largo de la novela, se ha preocupado mucho de blindar la ambigüedad de la locura del héroe, de tal manera que, ningún lector puede estar seguro si don Quijote finge o de veras es un loco, dejando un margen infinito para las opiniones. Son numerosos los pasajes en los que insiste en esta ambigüedad. En el capítulo 49 de la 1ª parte, don Quijote enjaulado, habla con el canónigo de Toledo de los libros de caballería y de las novelas que se representaban en su tiempo. En ese contesto dice el canónigo:

Mirábalo el canónigo, y admirábase de ver la estrañeza de su grande locura, y de que, en cuanto hablaba y respondía, mostraba tener bonísimo entendimiento: solamente venía a perder los estribos, como otras veces se ha dicho, en tratándole de caballería.”

Todo el párrafo es una acumulación de paradojas y oximorones, pues lo mismo se admiraba de su gran locura que de su buen entendimiento.

En casa del Caballero del Verde Gabán ocurre lo mismo. En el capítulo 17 de la 2ª parte dice el narrador hablado de los pensamientos del caballero:

...ya le tenía por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto.”

Una trilogía de oximorones entre sus palabras y sus hechos, hechos que nos remiten al episodio de los leones, que es cuando el Caballero del Verde Gabán se encuentra con don Quijote, cuando pretende pelearse con el león, que le ignora y bosteza. Don Quijote, molesto por la indiferencia del felino, apela al leonero para que le apalee, quien le viene a decirle, tomándolo por loco, que le deje en paz y que lo apalee él si quiere.

Más adelante, cuando don Quijote aconseja a Sancho en el gobierno de la ínsula, uno de los pasajes característicos de la literatura sapiencial en el Quijote. Difícilmente un loco podría precisar de esta manera que lo hace don Quijote en sus consejos: no solo le recomienda prudencia sino que especifica singularidades de la función pública (que deberían leer por obligación los funcionarios actuales). Comienza el capítulo 49 de la 2ª parte:

¿Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada? Pero, como muchas veces en el progreso desta grande historia queda dicho, solamente disparaba en tocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento, de manera que a cada paso desacreditaban sus obras su juicio, y su juicio sus obras; pero en ésta destos segundos documentos que dio a Sancho, mostró tener gran donaire, y puso su discreción y su locura en un levantado punto.

Evidentemente, a medida que avanza la novela, don Quijote se va alejando de su locura y se va acercando a una cordura muy personal, hasta tal punto que al final de la novela don Quijote se ha segregado completamente de Alonso Quijano; ya no necesita estar demostrando constantemente que está loco, sino que basta con recordarlo de vez en cuando. Separados Alonso Quijano y don Quijote, podemos entender que, corpóreamente, quien muere es el hidalgo, mientras que el héroe literario permanece para siempre.

Al final de la novela don Quijote hace una declaración en la cual abjura de su locura recuperando un racionalismo genuino, pidiendo que no le llamen ya don Quijote, sino Alonso Quijano, suponiendo esta cordura el final de juego, del uso lúdico de la razón que hasta entonces ha caracterizado a don Quijote. Termina el juego, acaba la vida y se impone la muerte. Si tiene algún sentido enloquecer es el de divertirse.

Algo parecido ocurre el el Celoso extremeño que, pocos días antes de su muerte, recupera la razón y renuncia a su relación marital o pseudosexual con la niña que había comprado a sus padres, para montar ese gineceo en el corazón de Sevilla, en una fortaleza mansión, rodeado de niñas y de una dueña de avanzada edad como jefa del gineceo, que tiene a su merced el viejo celoso Cañizares. Días antes de morir se sitúa en una actitud estoica segregando todas sus manías, vicios y patologías que, anteriormente, le habían conducido a contraer matrimonio con una niña, en condiciones siniestras para toda época.

¿Cual es la gran capacidad de don Quijote? La capacidad de fingir. Decía Pessoa que el poeta es un fingidor, pero también lo es el prosista, y el ser humano también finge. Dice Cervantes en el capítulos doce del primer libro del Persiles: “la disimulación es provechosa”. Don Quijote, con su locura, disimula tomándose una serie de libertades que desde la cordura no son posibles. Alonso Quijano finge conscientemente la locura de don Quijote, y lo hace hasta el momento que ya no la necesita, que abjura de ella. Esta idea de fingimiento encanta al narrador que miente constantemente... Como le encanta al barroco hispánico esa idea de tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño.

Pero nadie juega a cambio de nada, siempre detrás del juego hay un interés. A Cervantes no le hacía gracia, como dijo en el prólogo del Persiles, que se tomara su obra como un juego, solo para hacer reír, quería que se apreciaran los serios conflictos que ella se debaten, la disimulación de unas ideas heterodoxas y muy profundas para la época.

Don Quijote se inventa apariencias que solo están en su psicología. Alonso Quijano es un hidalgo pobre, un manchego aburrido, pero a don Quijote, todo lo que le ocurre, por normal que sea, lo convierte en algo insólito, propio de las novelas de caballería. Con El Quijote nace la novela moderna que va a situar los hechos en el mundo cotidiano, en la realidad, disolviendo los hechos fantásticos, maravillosos o extraordinarios de la literatura anterior, que serán, a partir de él, explicados racionalmente, pues todo lo que ocurre en la novela son cosas cotidianas que don Quijote presenta como extraordinarias.

El Quijote es una novela escrita contra la irracionalidad, contra toda exaltación de hechos extraordinarios, contra todos los idealismos. El protagonista es un personaje que se finge un idealista para criticar los idealismos.

Torrente realiza una interpretación del Quijote en términos veristas, una visión racional que se enfrenta a las interpretaciones románticas y posrománticas que lo interpretaron desde el idealismo, siendo más una visión admirativa que explicativa (es como querer interpretara Borges desde la teoría de la literatura, cuando Borges lo que hace en su obra es burlarse de la literatura).

Don Quijote empieza su juego de forma autológica, es solo él quien juega, pero acaba de forma dialógica, implicando en el juego a otros muchos personajes, como el cura y el barbero, los duques… A quien no llega a implicar en su juego es a la sobrina y al ama. Cuando el Caballero de la Blanca Luna vence a don Quijote en las playas de Barcelona, le arrebata el código del juego de la caballería, y entonces don Quijote, para seguir jugando, piensa tomar el código pastoril (cap 67,2º), como queriendo decir que, mientras siga la vida, lo que importa es que siga el juego, porque el fin del juego es la muerte, y así ocurre, cuando ve que esta se acerca es cuando deja de jugar y recupera la cordura, para como buen católico, enfrentarse a ella cara a cara.


jueves, 3 de junio de 2021

Perdona al prójimo, pero no al enemigo de tu lengua


Los códigos penales de las democracias posmodernas de nuestro entorno tipifican, en muchos artículos, a la locura como un eximente de determinados actos. En el Quijote podemos encontrarnos numerosas frases por las que el protagonista, debido a su locura, queda exento de dar cuenta ante la ley de determinadas responsabilidades penales. Este eximente de la locura está muy presente en el Quijote de Cervantes y don Quijote no es castigado penalmente por sus actos, sino por la mediación del cura y del barbero, que para bien o para mal, es recluido en su casa. Contrariamente en el Quijote de Avellaneda, en muchos aspectos una novela más realista que la de Cervantes, el protagonista acaba apresado por la justicia y recluido en la una cárcel para locos, la casa del Nuncio de Toledo, que es mucho peor que un manicomio.

Don Quijote, que en determinados momento actúa como un verdadero delincuente, se considera exento de cumplir la ley apelando al fuero de la caballería. Para los demás personajes de la novela y para el narrador, la exención penal de sus actos es motivada por la locura, pero él, por su locura, apela al fuero que tiene por el privilegio de ser caballero andante, que le permite incumplir la normas e incluso situarse por encima de ellas. Un fuero completamente ficticio en la época en que se sitúa la novela, y que es completamente ilegal en el seno de los estados nación.

Cuando llegan los personajes a la Venta de Palomeque (Luscinda, Cardenio, Dorotea, don Fernando, los cuadrilleros de la Santa Hermandad), el ventero escusa a don Quijote (Cáp. 44 -1ª)

Admirados se quedaron los nuevos caminantes de las palabras de don Quijote, pero el ventero les quitó de aquella admiración, diciéndoles que era don Quijote, y que no había que hacer caso del, porque estaba fuera de juicio.

Es decir que no se le puede tomar en serio, que todo lo que haga o diga forma parte de una realidad que no es válida debido a su enajenación. Don Quijote se rige por la lógica de la locura, pero esto no es suficiente para convencer a la policía de la época, a la Santa Hermandad, que tiene una orden de búsqueda y captura contra él, por haber liberado a los galeotes que iban destinados a galeras y arremeter contra los representantes de la ley. Cuando los cuadrilleros llegan a la venta de Palomeque y ven que los rasgos de don Quijote corresponden con los del documento de búsqueda, proceden a su lectura y tratan de prenderle. Ante la policía, don Quijote advierte una cantidad de razones muy cínicas que se apoyan en criterios de derechos forales por su condición de caballero andante que le exime de atenerse a las normas. Estos privilegios son ridículos en esa época y esa ridiculez nos lleva a la risa, pero la risa deja de serlo cuando el personaje, en su locura, se vuelve violento. Un movimiento ideológico como el nazismo, antes de que llegue al poder, nos puede parecer ridículo, pero cuando llega, deja de ser ridículo para ser preocupante. Don Quijote no llega, en toda la novela, a ser un homicida, pero si agrede violentamente en numerosas ocasiones, así que hablar de él, como muchos han hecho, como un defensor de los Derechos Humanos, por su idealismo justiciero totalmente fuera de época, es un error muy grande, como lo es el apelar en un estado nación a unos fueros propios de la Edad Media, donde en lugar de estado había feudos.

Los estados modernos no permiten liberar a los delincuentes de la cárcel, solo se puede excarcelar a un criminal mediante un indulto del gobierno. El caballero responde airadamente a la acusación del cuadrillero de la Santa Hermandad, lo que hoy es la Guardia Civil. Capítulo 45 del 1ª parte:

-Venid acá, gente soez y malnacida: ¿saltear de caminos llamáis al dar libertad a los encadenados, soltar los presos, acorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los menesterosos? ¡Ah gente infame, digna por vuestro bajo y vil entendimiento que el cielo no os comunique el valor que se encierra en la caballería andante, ni os dé a entender el pecado e ignorancia en que estáis en no reverenciar la sombra, cuanto más la asistencia, de cualquier caballero andante! Venid acá, ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad; decidme: ¿quién fue el ignorante que firmó mandamiento de prisión contra un tal caballero como yo soy? ¿Quién el que ignoró que son esentos de todo judicial fuero los caballeros andantes, y que su ley es su espada; sus fueros, sus bríos; sus premáticas, su voluntad?

Así exige la justicia de los caballeros, figuras mitificadas y convertidas en leyenda por la literatura caballeresca, que proceden de una Edad Media en la que los caballeros se ponían al servicio de un señor feudal, formando parte de una cruzada, o de cualquier otro episodio bélico medieval, y en virtud del cual tenían licencia para actuar y poner a disposición del señor feudal todos los logros conseguidos. Pero una cosa es la épica que constituye el Cantar de Mio Cid, y otra cosa la figura del caballero andante literaturizado y sometido a la leyenda. Don Quijote no es el Cid, es una figura que trata de imitar fuera de tiempo, de razón, y de espacio las legendarias figuras caballerescas, entre las que destaca la de Amadis de Gaula.

Reparemos en lo que le dice don Quijote al cuadrillero e imaginemos que, hoy día, lo dijera alguien que ha delinquido contra el estado, manifestando que a él lo ampara una serie de derechos, fueros, o privilegios que están por encima del racionalismo jurídico de ese estado y que, el que está faltando a la ley, es el propio estado, no él. El “yo” del delincuente, o el “nosotros” de su gremio, tratan de imponer sus propias leyes a la ley del estado, excluyendo además, a los que no son de su grupo o a los que no piensan como ellos. Esta delincuencia tiene tintes posmodernos, ya que niega la validez jurídica y los logros alcanzados por el estado para todos los ciudadanos. Si esto no fuera así, cada individuo o cada grupo podría tomarse la justicia por su mano, anulando las libertades que los estados modernos proporcionan a los ciudadanos, y que no eran posibles en la Edad Media.

Don Quijote no da la libertad a encadenados sino a delincuentes, que cuando gozaban de libertad se dedicaban a destruir la libertad ajena. Don Quijote se está tomando una justicia que reemplaza a la justicia sistemática y normativa establecida por el estado en bien de la convivencia de todos.

Don Quijote, como idealista que es, cada vez que intenta hacer justicia, provoca más injusticia que la justicia que trata de solucionar. Este reto que hace don Quijote a la justicia es un desafío moderno donde determinados grupos, en contra de la ley estatal, quieren imponer su ley, sus privilegios, a los demás. Es el caso de los nacionalismo, donde los derechos particulares de un grupo tratan de imponerse a las normas de los estados modernos, que son iguales para todos, y, como don Quijote, nos dicen a los demás: vosotros no entendéis nada, nosotros somos superiores a vosotros (ese complejo de superioridad, presunción, de supremacía, por lo que tienen más derechos que los demás, que para ellos no pueden comprender su anhelo, que no es más que una entelequia)

Cervantes no presenta a don Quijote como lo han entendido la mayor parte del público romántico o posromántico, lo presenta como un ser que es un problema en cualquier sociedad, que se comporta como un psicópata, y lo que es peor, como alguien que continuamente trata de negar la libertad de los demás, que cree poseer unos fueros y nos privilegios de una época pasada, que si volvieran sería un involución de las libertades conseguidas en el estado moderno; las libertades del siglo XVI y XVII en España eran mayores que lo eran en el medievo, porque, aunque fuera un estado absolutista, poseía un ordenamiento jurídico en virtud del cual la gente sabía a que atenerse, en tanto que los señores feudales podían hace lo que les daba la gana con sus vasallos, o el caballero andante que basaba su poder en la fuerza, y al que había que rendir pleitesía (respeto y tributo). En el mundo antiguo, cada feudo, decía en el dios que había que creer, cada príncipe tenía una religión y sus vasallos tenían que seguirla. Hoy día lo que tenemos son CCAA y cada ciudadano ha de hablar la lengua que se impone en la comunidad, reemplazando la idea de dios del mundo antiguo por la idea de lengua, haciendo creer que así se goza de mayor libertad, cuando en realidad se sufre un mayor encadenamiento, porque buscar la libertad en la lengua es lo mismo que buscarla en ese dios impuesto. Es encadenarse.

Imagino a un individuo diciendo: “quién fue el ignorante que ha firmado esa sentencia contra mí, siendo yo quien soy, que estoy exento de todo fuero”. La justicia siempre es genitiva de la fuente que la hace cumplir, sin no se puede cumplir no tiene sentido. Si la justicia destituye a un mandatario político, y esa persona renuncia a irse, siguiendo en su cargo, ¿dónde está la justicia?

Don Quijote afirma que la ley es su espada, que los fueros son sus bríos. O sea, que los derechos los marca la fuerza bruta de cada uno, como en el salvaje estado de la naturaleza: un estado completamente animal, en el que el tigre tiene muchos más derechos que el ciervo. Los animales conviven con una postura civilizada, dicen los animalistas, pero la realidad es que, la postura civilizada del lobo es comerse cuantas ovejas encuentre. Si el ser humano imita estas formas “civilizadas” de convivencia, el mundo sería inhabitable. De alguna manera eso es lo que plantea don Quijote: vivir en un mundo inhabitable, donde los fueros son la fuerza física y la ley “lo que yo quiero hacer”. La negación del estado moderno. El nacionalismo de hoy en día. La huida hacia un mundo en el que ley la hace el “nosotros” y la impone a todos. La negación de la convivencia.

Alejandro Casona, en El retablo jovial, lleva acabo un pastiche de episodios puntuales del Quijote, llegando a decir en uno de ellos, que lo que sobra es la ley. Si así fuera viviríamos bajo la imposición de las armas y los fueros de los más fuertes, impuestos por gremios negadores y enemigos de las libertades del estado moderno.

Ahora estamos en una dialética, no de enfrentamiento entre estados como defendía Heguel, ni de clases como lo hacía Marx, aunque de ambas quede algo y sigan operatorias, pero si han sido absorbidas en parte por la dialéctica de los estados modernos y aquellos pueblos que forman parte de estos estados, que quieren huir de él buscando una etapa anacrónica en la que el privilegio está por encima de la ley, en un proceso de involución de libertades.

Parece que la gente es feliz sin libertad, que es un concepto contradictorio con la felicidad (o se es feliz o se es libre, porque ser feliz en el fondo es una memez, válida como proclama o desafío personal, como una búsqueda, pero poco más, a no ser que signifique tener salud para uno y para los que nos rodean). El gran capital de hoy día parece estar en el poder limitar el poder a los estados, que son los que ponen impuestos a las grande empresas, aranceles al comercio y fronteras al desarrollo, pues el debilitamiento del estado favorece el capitalismo más extremo. Por esta razón el negocio del siglo XXI, hasta que fracase rotundamente, es y será el debilitamiento de los estados, al que solo parece oponerse China. Esta dialéctica está determinando actualmente nuestra forma de vida, con el apoyo del gran capital que ve la posibilidad, en favor del comercio, de suprimir la fronteras económicas, y llevarnos a un neofeudalismo, desposeyendo a los estados el control económico.

Esto lo plantea don Quijote al decir que la ley es la espada, los fueros los bríos, y la premática la voluntad del grupo. Una ideal dialógica de libertad: nosotros hacemos lo que nos da la gana. Razones exclusivas y excluyentes que no llevan a una vida mucho más difícil que de la que partimos, dándoles a nuestros nietos unas libertades mucho más limitadas que las nuestras, pues, al negar el estado moderno, todo será más duro, más desigual ante la ley: el dinero, el conocimiento, la salud, y cualquier derecho. Las imposiciones gremiales minarán la libertad y los derechos. No se puede vivir en una sociedad en la que un “don Quijote” tome el mando, imponga sus normas, y exija que la gente viva conforme a su voluntad.

Lo cierto es que Don Quijote sale exento de la justicia, pero no lo hace por los fueros como él apela, sino por su locura, y por el dinero que el cura y el barbero pagan a los cuadrilleros, para que no se haga efectiva su detención. Es decir, Cervantes nos habla de la corrupción de la justicia, de la irresponsabilidad de la policía que se deja sobornar, y de una corrupción eclesiástica, el cura es el que paga. No es por casualidad que sea el cura el que ejecute la corrupción, aunque lo haga en nombre de la ética y la salud de su vecino el hidalgo. No es la primera vez que ocurre en Cervantes: en Rinconete y Cortadillo, la alianza entre la iglesia, la nobleza, la policía, y la delincuencia sevillana, es muy estrecha, para facilitar que Monipodio controle toda la actividad comercial de Sevilla, en la que únicamente es victima la pequeña burguesía.

La libertad genitiva, exclusiva y excluyente, es algo fundamental en la filosofía de don Quijote que, como Jesucristo, podría decir, que puedes perdonar a tus enemigos, a tu vecino, pero no puedes perdonar a los enemigos de tu dios; puedes perdonar al prójimo pero no al enemigo de tu lengua.