La idea de la concepción lúdica de la locura tiene una expresión cínica de la interpretación racional de la vida humana (no por casualidad, Borges convertía a la filosofía en el terreno de juego de la literatura, haciendo un uso lúdico y cínico de la filosofía). Esta tesis de la locura como uso lúdico de la razón la expuso Gonzalo Torrente Ballester en 1975, en su libro, El Quijote como juego. Es una tesis, desestimada por los cervantistas, ha encontrando en el mundo académico muy poco apoyo, sin embargo parece una postura fundamental a tener en cuenta para entender el Quijote.
La tesis expone que la locura de don Quijote es una locura de diseño racional, una invención del idealismo racionalista de Alonso Quijano, que se desarrolla con la complicidad del narrador de la novela, y que tiene como artífice la genialidad de Cervantes, superando el racionalismo de los cínicos desde el punto de vista del tratamiento de la locura, utilizando nuevas técnicas, tomando el soporte de la literatura sofisticada reconstructivista de la caballería andante, para convertir en motor de la novela moderna el uso lúdico de la razón, que será la columna vertebral de la locura del protagonista. Resumiendo, diríamos que don Quijote hace un uso lúdico de la razón y una expresión cínica de la libertad.
Evidentemente, un Alonso Quijano cuerdo no interesa a nadie, porque no permite sustentar toda la estructura de la novela que sitúa su centro de gravedad en el idealismo irracionalista de un loco, que, sin embargo, corresponde al racionalismo extraordinariamente cuerdo de Alonso Quijano, de tal manera que don Quijote y su locura no es más que un disfraz de un personaje muy racionalista como es Alonso Quijano, que elabora esta locura como un pretexto para desarrollar una expresión completamente cínica de su libertad. Esta postura de Torrente Ballester no cabe duda que exige al crítico muchos más recursos que un análisis desde la simple locura de don Quijote, pues es más fácil hablar de un loco que de un cuerdo que se finge loco. Si se reconoce cuerdo a don Quijote es más complicado explicar por qué el personaje apalea curas, violenta a todo el que se cruza en su camino, o impone su voluntad a palos: lo que hace don Quijote está proscrito por la cordura, pero está permitido, aún sin estar legalizado, por la locura, que es el principal preservativo de toda esa serie de conflictos que a un cuerdo no le estarían permitidos.
El narrador, con una gran habilidad, blindó la antigüedad de la locura de don Quijote, de tal manera que el lector nunca sabe, si realmente está loco o no lo está, si se finge y dónde se finge loco, y a partir de qué momento lo hace. Esta ambigüedad envolvente de la locura no se puede desenmascarar nunca, así lo admite el autor en el prólogo de las Novelas Ejemplares, diciendo algo aplicable al Quijote: que las Novelas Ejemplares son una mesa de trucos, de juego; que no hay nada que ofenda a nadie, que todo es muy inocente, como un juego intrascendente. No es cierto, la realidad es que están llenas de mensajes e ideas muy serias y comprometedoras.
Si don Quijote actuara conforme a los criterios de la cordura la novela perdería su gracia, su sentido crítico, y comprometería a su autor ante sus contemporáneos, porque, desde la cordura, no podría camuflar la crítica de las muchas verdades intocables de su época.
Lo cierto es que el Quijote ha sido interpretado desde una falsa dialéctica, entre la locura y la razón, cuando la dialéctica es entre la locura y la cordura que son los términos antónimos, contrarios, incompatibles. La razón es la idea correlativa a ambas, pero no contraria, hay que tomarla como idea de referencia, porque lo que permite hablar de locura frente a la cordura es un determinado criterio de razón, que, en este caso, exige la novela, porque don Quijote la quebranta incurriendo en la locura y desposeyéndose de cordura. La idea de literatura de la que hablamos es la que hace avanzar una idea de razón existente en su tiempo, no la que reproduce la idea vigente.
Antes que Torrente Ballester, tímidamente, hubo autores que hablaron de un Alonso Quijano que, sin serlo, se finge loco, pero es Torrente quien sostiene esta idea con firmeza: que la locura de don Quijote es puramente racionalista, orientada a una finalidad lúdica, considerando al protagonista un ludópata. El narrador del Quijote, a lo largo de la novela, se ha preocupado mucho de blindar la ambigüedad de la locura del héroe, de tal manera que, ningún lector puede estar seguro si don Quijote finge o de veras es un loco, dejando un margen infinito para las opiniones. Son numerosos los pasajes en los que insiste en esta ambigüedad. En el capítulo 49 de la 1ª parte, don Quijote enjaulado, habla con el canónigo de Toledo de los libros de caballería y de las novelas que se representaban en su tiempo. En ese contesto dice el canónigo:
“Mirábalo el canónigo, y admirábase de ver la estrañeza de su grande locura, y de que, en cuanto hablaba y respondía, mostraba tener bonísimo entendimiento: solamente venía a perder los estribos, como otras veces se ha dicho, en tratándole de caballería.”
Todo el párrafo es una acumulación de paradojas y oximorones, pues lo mismo se admiraba de su gran locura que de su buen entendimiento.
En casa del Caballero del Verde Gabán ocurre lo mismo. En el capítulo 17 de la 2ª parte dice el narrador hablado de los pensamientos del caballero:
“...ya le tenía por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto.”
Una trilogía de oximorones entre sus palabras y sus hechos, hechos que nos remiten al episodio de los leones, que es cuando el Caballero del Verde Gabán se encuentra con don Quijote, cuando pretende pelearse con el león, que le ignora y bosteza. Don Quijote, molesto por la indiferencia del felino, apela al leonero para que le apalee, quien le viene a decirle, tomándolo por loco, que le deje en paz y que lo apalee él si quiere.
Más adelante, cuando don Quijote aconseja a Sancho en el gobierno de la ínsula, uno de los pasajes característicos de la literatura sapiencial en el Quijote. Difícilmente un loco podría precisar de esta manera que lo hace don Quijote en sus consejos: no solo le recomienda prudencia sino que especifica singularidades de la función pública (que deberían leer por obligación los funcionarios actuales). Comienza el capítulo 49 de la 2ª parte:
¿Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada? Pero, como muchas veces en el progreso desta grande historia queda dicho, solamente disparaba en tocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento, de manera que a cada paso desacreditaban sus obras su juicio, y su juicio sus obras; pero en ésta destos segundos documentos que dio a Sancho, mostró tener gran donaire, y puso su discreción y su locura en un levantado punto.
Evidentemente, a medida que avanza la novela, don Quijote se va alejando de su locura y se va acercando a una cordura muy personal, hasta tal punto que al final de la novela don Quijote se ha segregado completamente de Alonso Quijano; ya no necesita estar demostrando constantemente que está loco, sino que basta con recordarlo de vez en cuando. Separados Alonso Quijano y don Quijote, podemos entender que, corpóreamente, quien muere es el hidalgo, mientras que el héroe literario permanece para siempre.
Al final de la novela don Quijote hace una declaración en la cual abjura de su locura recuperando un racionalismo genuino, pidiendo que no le llamen ya don Quijote, sino Alonso Quijano, suponiendo esta cordura el final de juego, del uso lúdico de la razón que hasta entonces ha caracterizado a don Quijote. Termina el juego, acaba la vida y se impone la muerte. Si tiene algún sentido enloquecer es el de divertirse.
Algo parecido ocurre el el Celoso extremeño que, pocos días antes de su muerte, recupera la razón y renuncia a su relación marital o pseudosexual con la niña que había comprado a sus padres, para montar ese gineceo en el corazón de Sevilla, en una fortaleza mansión, rodeado de niñas y de una dueña de avanzada edad como jefa del gineceo, que tiene a su merced el viejo celoso Cañizares. Días antes de morir se sitúa en una actitud estoica segregando todas sus manías, vicios y patologías que, anteriormente, le habían conducido a contraer matrimonio con una niña, en condiciones siniestras para toda época.
¿Cual es la gran capacidad de don Quijote? La capacidad de fingir. Decía Pessoa que el poeta es un fingidor, pero también lo es el prosista, y el ser humano también finge. Dice Cervantes en el capítulos doce del primer libro del Persiles: “la disimulación es provechosa”. Don Quijote, con su locura, disimula tomándose una serie de libertades que desde la cordura no son posibles. Alonso Quijano finge conscientemente la locura de don Quijote, y lo hace hasta el momento que ya no la necesita, que abjura de ella. Esta idea de fingimiento encanta al narrador que miente constantemente... Como le encanta al barroco hispánico esa idea de tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño.
Pero nadie juega a cambio de nada, siempre detrás del juego hay un interés. A Cervantes no le hacía gracia, como dijo en el prólogo del Persiles, que se tomara su obra como un juego, solo para hacer reír, quería que se apreciaran los serios conflictos que ella se debaten, la disimulación de unas ideas heterodoxas y muy profundas para la época.
Don Quijote se inventa apariencias que solo están en su psicología. Alonso Quijano es un hidalgo pobre, un manchego aburrido, pero a don Quijote, todo lo que le ocurre, por normal que sea, lo convierte en algo insólito, propio de las novelas de caballería. Con El Quijote nace la novela moderna que va a situar los hechos en el mundo cotidiano, en la realidad, disolviendo los hechos fantásticos, maravillosos o extraordinarios de la literatura anterior, que serán, a partir de él, explicados racionalmente, pues todo lo que ocurre en la novela son cosas cotidianas que don Quijote presenta como extraordinarias.
El Quijote es una novela escrita contra la irracionalidad, contra toda exaltación de hechos extraordinarios, contra todos los idealismos. El protagonista es un personaje que se finge un idealista para criticar los idealismos.
Torrente realiza una interpretación del Quijote en términos veristas, una visión racional que se enfrenta a las interpretaciones románticas y posrománticas que lo interpretaron desde el idealismo, siendo más una visión admirativa que explicativa (es como querer interpretara Borges desde la teoría de la literatura, cuando Borges lo que hace en su obra es burlarse de la literatura).
Don Quijote empieza su juego de forma autológica, es solo él quien juega, pero acaba de forma dialógica, implicando en el juego a otros muchos personajes, como el cura y el barbero, los duques… A quien no llega a implicar en su juego es a la sobrina y al ama. Cuando el Caballero de la Blanca Luna vence a don Quijote en las playas de Barcelona, le arrebata el código del juego de la caballería, y entonces don Quijote, para seguir jugando, piensa tomar el código pastoril (cap 67,2º), como queriendo decir que, mientras siga la vida, lo que importa es que siga el juego, porque el fin del juego es la muerte, y así ocurre, cuando ve que esta se acerca es cuando deja de jugar y recupera la cordura, para como buen católico, enfrentarse a ella cara a cara.