Tomamos a Grisóstomo y Marcela, para
hablar del amor y la libertad, cuestiones ambas muy dramáticas. Grisóstomo y Marcela son dos personajes que se disfrazan de pastores
y deciden llevar esa vida de libertad en el monte con las cabras.
Grisóstomo es de familia
noble, un buen estudiante en Salamanca que oye hablar de la belleza de Marcela y
decide hacerse pastor para seducirla.
Marcela, igualmente de familia
alta, decide hacerse pastora para eludir las dos únicas alternativas
que el siglo de oro deparaba a las mujeres: un casamiento impuesto
por la familia, o el convento. Marcela no quiere ni la una ni la otra
y opta por la libertad de cuidar cabras en el monte.
Estos episodios nos resultan
muy simpáticos a todos los lectores porque hablan de amor y
libertad, dos palabras inflamables a la experiencia humana; las gentes
nos emocionamos cuando oímos hablar de amor o libertad, sin embargo
estas dos palabras casi siempre resultan en exceso dramáticas, y
dudo de cual de las dos será más dramática, si la libertad o el
amor. No hay más que fijarse en Romeo y Julieta de Shakespeare, que
es la obra que tenemos como el prototipo del amor, siendo en realidad una tremenda tragedia que dura solo tres días y acaban más de
media docena de personajes muertos, entre ellos los protagonistas,
¿qué historia de amor es esa que tantas muertes acarrea en tan poco
tiempo?
Grisóstomo y
Marcela, ambos de familias nobles que, contrariamente al pueblo
llano, viven con sus caprichos o con sus idealismos. El, un brillante
estudiante en Salamanca que oye hablar de la belleza de Marcela, y
decide hacerse pastor para seducirla. Ella, bella, caprichosa y
consentida por su tío cura con quien se ha criado, decide hacerse
pastora para evitar el convento y el matrimonio que no parecen
seducirle. Repetimos que en el siglo de oro no había otras salida
para las mujeres sino el convento o el casamiento por imposición
familiar.
Ambos llegan a ser pastores,
pero son pastores fingidos, son nobles que juegan a a ser pastores.
Marcela no quiere saber nada de Grisóstomo, que tampoco le seduce mucho,
o nada, que esto no queda muy claro. Y el joven estudiante al
sentirse rechazado opta por el suicidio, que es una forma radical de
protesta. Con esta acción que realiza el inteligente estudiante, -notesé la irónia cervantina-, escandaliza y pone a todo el mundo en contra de
Marcela, que de forma alienada la culpan del suicidio de su
enamorado. En este punto hay que tener muy presente que el Concilio
de Trento, celebrado unos años antes de que la novela saliera a la
luz, había prohíbido el suicidio en la literatura; pero Cervantes,
como en La Numancia que hizo que se suicidara a toda una
población, se lo pasó por… Vamos que lo sorteó con sutileza.
Pero volvamos a dónde
estábamos. Marcela, en el entierro, desde un peña alta a la que
sube para que todos los pastores alienados la vieran, lanza un profundo mensaje
de autodefensa para legitimar su posición, diciendo que no está
obligada a querer por imposición. En esto parece tener razón, podíamos apostillar.
Este discurso convierte a
Marcela en adalid del feminismo y la libertad, pero si analizamos
críticamente este episodio, y nos preguntaremos, ¿qué libertad hay
cuidando cabras? , todo este argumento se viene abajo.
Como decía Baruch Spinoza
que, con raíces burgalesas, de mi pueblo del norte, Espinosa de los
Monteros (además sus padres siempre le llamaron Benito, nombre muy
común aún hoy día en esta localidad), nació unos años después que
Cervantes, y a Cervantes se le considera por su pensamiento el
Spinoza de la literatura. Decía que el ser humano es libre en la
ciudad, en el estado, porque dentro del estado hay unas normas que
regulan que sea posible la libertad. Por otro lado Aristóteles dice
que el ser humano tiene como fin vivir en la “polis”, vivir
conforme a derecho en la ciudad. El ser humano no está diseñado
para vivir en una isla desierta, no está diseñado para el idealismo
de Rouseau, no está diseñado para ser un Robinson Crusoe, no está
diseñado para buscar la libertad en el monte, sino para vivir en una
sociedad organizada políticamente. La vida alternativa al estado que
plantea Marcela renunciando a unos hábitos, a unas costumbres y una
ley es un retroceso, una involución, porque lo contrario a libertad
no es poder hacer algo, es la impotencia de no poder hacer nada, ya
que no se dispone de posibilidades para hacerlo, en el monte o en una
isla desierta no se puede hacer nada, la mayor posibilidad de hacer
algo lo proporciona la sociedad organizada.
Así que Marcela en este
episodio está actuando en nombre de un espejismo, no de la libertad.
Lo que ofrece Marcela no es una vida libre, es una vida anulada, con
menos posibilidades incluso que en el convento. Así que por eso digo
que todo lo que plantea Cervantes es algo muy diferente a lo que
parece ser a primera vista.
Poema que me envía mi amigo Teodoro Martín Molina sobre el CAPÍTULO XIV. Final del discurso de Marcela
ResponderEliminarNací libre como el viento,
para vivir libre yo
escogí la soledad
de los campos bajo el sol:
árboles destas montañas
en mi compañía son,
en aguas claras de arroyo
en ellas me miro yo,
con árboles y con aguas
tengo comunicación.
Al que miró mi hermosura
y de mí se enamoró
con el verbo le he quitado
toda esperanza de amor;
y si todos los deseos
la esperanza sustentó,
no habiendo dado a Grisóstomo
ninguna esperanza yo,
bien se puede aquí decir
que aquello que a él le mató
fue su porfía infinita
y no mi crueldad feroz.
Y si a mí se me hace cargo
de lo honesto que pensó
y por ello era obligada
a igualar su devoción,
digo que en este lugar
do sepultura se abrió
la bondad de sus deseos
aquí me la descubrió,
le dije yo que los míos
eran solamente dos:
vivir en la soledad
y que fuese posesión
de nuestra madre la tierra,
mas no de ningún varón;
si él con este desengaño
en su porfía siguió
¿qué mucho que se anegase
en mitad de su intención?
Su impaciencia y su deseo
a Grisóstomo mató,
¿y por qué se ha de culpar
mi honesta moderación?
Si conservo mi limpieza
en estos prados en flor,
¿por qué la he de perder
entre brazos de varón?
Riquezas propias yo tengo,
ajenas no quiero yo;
no gusto de sujetarme,
tengo libre condición;
a nadie quiero o aborrezco;
mi verbo a nadie engañó;
ni burlo, ni yo entretengo
a quien me solicitó.
De zagalas desta aldea
quiero la conversación,
me recreo con mis cabras
y las cuido con tesón.
Con solo ver las montañas
mi deseo se agotó,
y si de aquí se saliera
buscaré la salvación
contemplando la hermosura
del cielo que Dios nos dio.
Teodoro me añadía este comentario:
ResponderEliminar"Muy interesante tu punto de vista. Aunque yo creo que la libertad no tiene porque circunscribirse al criterio aristotélico."
Y yo le digo a mi amigo Teodoro, que estoy de acuerdo con él únicamente que yo quiero tomar partido alejándome del idealismo alemán y acercándome en este sentido a Benito Espinosa, o Baruch Spinoza. Teodoro en la vida los valientes, no se parapetan,toman partido, en las armas y en las letras.
Eliminar