Un concepto nacido en la neurociencia que tiene validez en la literatura. Un concepto que, como veremos, se ilustra perfectamente en el Quijote.
Autopoiesis se definió como el el árbol del conocimiento: Las bases biológicas del conocimiento humano. La etimología griega de la palabra nos explica de lo que se trata: auto, “a sí mismo”, y poiesis, “creación”. La idea se refiere a la manera de que un organismo se genera a sí mismo dentro de su contexto: contexto físico, histórico, social, lingüístico. Nació mientras Maturana y Varela (en Chile) estudiaban la manera en que las células del cuerpo de todo ser vivo se generan, se rehacen, se forman durante el proceso de vivir, y la manera en que esta autoformación depende en gran parte del contexto, del medioambiente, dentro del cual existen. Maturana (2004:17) ha explicado la manera en que se le ocurrió lo esencial de la idea que iba a ser central a su obra:
Así, un día que yo visitaba a un amigo, José María Bulnes, filósofo, mientras él me hablaba del dilema del caballero Quejana (después Quijote de la Mancha) en la duda de si seguir el camino de las armas, esto es el camino de la praxis, o el camino de las letras, esto es el camino de la poiesis, me percaté de que la palabra que necesitaba era autopoiesis si lo que quería era una expresión que captase plenamente lo que yo connotaba cuando hablaba de la organización circular de lo vivo.
Es evidente que don Quijote estaba presente en el acto de descubrimiento de este concepto. Comentemos las implicaciones de la idea: un ser vivo no es una máquina. Una máquina es algo hecho por el hombre para usar de cierta manera y si se rompe o si se estropea una parte la máquina puede dejar de funcionar y alguien tiene que arreglarla o se queda inútil; depende así de la intervención de alguien o no es nada. Un ser vivo se está rehaciendo constantemente. Todo ser vivo, según Maturana y Varela, es un sistema autopoiético; es decir, un sistema que “se levanta por sus propios límites, constituyéndose como distinto del medio circundante por medio de su propia dinámica, de tal manera que ambas cosas son inseparables” (1990: 40). Está continuamente creándose —produciéndose, inventándose, modificándose, renovándose—. Son continuas las relaciones que existen entre mente, cerebro, cuerpo y contexto, y a la manera en que hacemos nuestro conocimiento pragmático en relación con la realidad externa —la realidad social tanto como física—.
Una máquina, por ejemplo un ordenador, es la misma cosa en las selvas amazónicas y en las nieves canadienses, pero un ser vivo, un animal, no: el animal se adapta al contexto en que vive. Se adapta física, emocional, y socialmente, a su contexto. Se adapta mientras vive, se adapta para continuar viviendo, se adapta en todo lo que hace. Y he aquí otro aspecto importante de la obra de Maturana y Varela: vivir es hacer. Para ellos, “todo hacer es conocer y todo conocer es hacer” ( 1990: 21): vivir es acción en la existencia como un ser vivo. Lo que conocemos, y lo que hacemos, no es solo un aspecto de nuestro conocimiento, es igualmente parte de nuestro físico. Lo que hacemos, lo que sabemos hacer, es lo que somos: vivir es conocer; conocer es hacer.
Saber algo es saber hacerlo; para hacer algo, tenemos que tener el cuerpo y el cerebro que lo hacen posible. La conclusión lógica y necesaria, entonces, es que todo conocimiento es, a fin de cuentas, biológico. Pero al mismo tiempo es un hecho fundamental que todo conocimiento solo es posible dentro de contextos sociales. Conocer o saber algo consiste en una relación entre el que sabe y lo sabido; es un acto que tiene lugar en un contexto.
El hacer depende del contexto al mismo tiempo que depende del ser vivo: ésto nos lleva al “yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset. Vivir es conocer. Por ejemplo, hoy día, uno puede vivir en las afueras, llegar a la ciudad en el metro, trabajar en un décimo piso del centro de la ciudad, votar en unas elecciones al menos malo, mantener contacto por whatsapp con los amigos, pasar unos días en el otro lado del mundo, etc. Eso es acoplarse al medio. Pero en el contexto de la España aurisecular tal acoplamiento no era posible, y el caso de Alonso Quijano lo ilustra muy bien.
En el momento en que el hidalgo de la Mancha está vacilando entre las letras y las armas. Dice el narrador que el protagonista pensaba en cierto libro de caballerías y que “muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra” (Quijote, I-1, 116). (Y dicho entre paréntesis, el libro de caballerías que pensaba continuar era el Belianís de Grecia, tal vez —después del mismo Amadís de Gaula— el de más fama y más influencia en el siglo XVI.) Pero a fin de cuentas nuestro héroe rechaza la idea de hacerse escritor y decide tomar la senda de las armas, de la acción de hacerse a sí mismo un caballero andante. Así es que la novela comienza con un acto de autocreación, un acto autopoiético, una literalización de la idea de hacerse dentro de su contexto.
Una vez tomada esta decisión, el hidalgo empieza a crear su nueva vida: bautiza a su caballo, escoge un nuevo nombre, prepara sus armas, se inventa una historia. Todo esto puede entenderse como una serie de actos de acoplamiento estructural con el mundo.
Y lo importante aquí es lo último: el acoplamiento estructural no se hace con el mundo tal como es, sino tal como él lo imagina. Para que su papel de caballero andante sea posible, tiene que haber un mundo en el que hay caballeros, damas, gigantes, castillos y aventuras. Y, lo que sorprende, cuando sale de casa por primera vez le parece que en efecto se encuentra en tal mundo caballeresco. Cuando llega a la primera venta es recibido (le parece) exactamente como debe recibirse un caballero andante que llega a un castillo. Hay un enano que anuncia su llegada con una trompeta, el castellano y un par de doncellas le ayudan a apearse, le quitan sus armas, y le dan una comida suntuosa de pescado. Esta misma noche vela sus armas y (después de castigar un par de malandrines que se atreven a tocar las armas), el señor del castillo le arma caballero, y las dos doncellas le ciñen la espada y la espuela. En fin, el mundo, tal como lo percibe él, le ha recibido y le ha tratado como a un caballero andante; es decir, se ha acoplado estructuralmente bien con su contexto; su autocreación es un éxito.
En los pocos capítulos que quedan de su primera salida, este proceso de acoplamiento continúa sin problema: invoca el amor de su incomparable dama e imagina cómo un sabio encantador va a escribir su historia. Lo primero que pasa después de que sale del castillo es que salva a un niño "inocente" a quien está castigando "injustamente" un mal caballero; y así deshace el primer agravio que ve en el mundo. Luego se encuentra con unos caballeros que no quieren admitir que su dama, Dulcinea del Toboso, sea la mujer más bella del mundo y los reta a singular combate —exactamente como lo que ocurre en muchas escenas de los libros de caballerías—. Cuando está a punto de ganar una importante victoria, tropieza y cae de su caballo (un acto que de vez en cuando también ocurre en los libros). Aunque el lector pudiera pensar en este momento que el acoplamiento estructural deja de funcionar, la verdad es que no, porque don Quijote, tendido mal herido en el suelo, “se tenía por dichoso, pareciéndole que aquella era propia desgracia de caballeros andantes” (Quijote, I- 4, 143). Un hombre que pasa por casualidad le ayuda a volver a su casa donde le reciben con honor, llevándole a la cama y llamando a la sabia Urganda la Desconocida que cure sus feridas. Es decir, todo lo que le pasa en su primera salida le parece a don Quijote que está conforme con el mundo caballeresco con el que quiere acoplarse y que todo lo ha hecho bien. Su acto autopoiético ha sido un gran éxito.
O, por lo menos, esto es lo que cree nuestro hidalgo manchego. Y lo cree porque cree que otros también creen lo que cree él; lo cree porque interpreta los actos y las palabras de los demás como si fueran de acuerdo con el mundo con el que ha acoplado estructuralmente. Y aquí vemos otro concepto que es muy válido en el estudio de la literatura: la Teoría de la Mente. Se trata del hecho de que en todo lo que hacemos en la vida en lo que estamos pensando, y pensamos lo que otros estarán pensando. Es uno de los atributos cognoscitivos que separan el ser humano de todos los otros animales. Al mismo tiempo es un proceso que podemos atribuir a los personajes literarios. Un personaje literario no es un ser vivo; no tiene cuerpo, cerebro, ni mente; no existe en el mundo cotidiano. Pero tenemos que hablar de personajes de ficción como si fueran reales y como si tuvieran mentes que están constantemente pensando en lo que estarán pensando otros personajes. Si no hablamos de don Quijote y Sancho Panza como si fueran seres humanos no podemos hablar de don Quijote y Sancho.
Don Quijote sabe que los demás le tratan (según piensa él) como si fuera un caballero andante porque para él (es decir, según su Teoría de la Mente), lo es. La confirmación más importante de su realidad es que el ama y la sobrina, juntas con sus amigos más íntimos, el cura y el barbero, parecen reconocer que es, en efecto, un caballero andante. Y lo que es aún más importante: estos familiares y amigos confirman que ha entrado en su vida otro elemento crucial del mundo caballeresco: un maligno encantador. Este encantador es absolutamente fundamental en la confirmación de que ha acoplado estructuralmente con el mundo; de aquí en adelante (al menos, durante algún tiempo) va a saber que es un gran caballero, héroe de una crónica que va a escribir un sabio encantador sobre su vida.
Le costó a Cervantes centenares de páginas para mostrar que por medio de un proceso lento y sutil, don Quijote llega al desengaño. Aceptemos que antes del final de la novela don Quijote ha cambiado profundamente y viene a admitir que ya no existe el mundo con el que había creído acoplar con tanto éxito.
Señalemos, para finalizar, otros dos procesos autopoiéticos importantes que tienen lugar en la novela de Cervantes. El primero es que el personaje que más éxito tiene en la obra es Sancho Panza. A diferencia de don Quijote, Sancho no entra en escena con una teoría ya completa de lo que es el mundo. No tiene que tratar de hacer que el mundo corresponda a sus conceptos, sino que entra con una actitud pragmática que le permite adaptarse (acoplarse estructuralmente) a las condiciones tales como son. Aprende lo que son ínsulas, damas sin par, encantadores y encantamientos, aventuras caballerescas, palacios ducales, y mucho más. Como su amo, se crea en el acto de vivir; a diferencia de su amo, Sancho responde bien a los pensamientos de otros y aprende a vivir y funcionar dentro del mundo tal como es.
Y si podemos considerar a don Quijote y Sancho prototipos de personajes que se inventan en el acto de vivir, prototipos de la autopoiesis en la literatura, tenemos que reconocer que todos los otros personajes de la novela también se crean autopoiéticamente durante toda su vida. Y como todos los personajes literarios, todos nosotros en nuestra vida estamos constantemente creándonos. La autopoiesis es un proceso constante y universal en la vida real y en la vida literaria.
Y una cosa más: podemos extender metafóricamente el concepto de la autopoiesis a la literatura misma, y otra vez podemos considerar que el Quijote es el prototipo de la novela que se inventa a sí misma (piénsese en la búsqueda y hallazgo del manuscrito de Cide Hamete Benengeli; en la autoconciencia de don Quijote y Sancho de que son personajes literarios; y mucho más). Toda metaficción es por definición autopoiética, y el Quijote lo ilustra perfectamente.
Cuando leemos el Quijote, o cualquier obra literaria, es importante recordar que somos animales, seres vivos, sistemas dinámicos, y no simples sujetos lingüísticos. Y recordar también que el acto de vivir es un acto autopoiético; y que todos nos estamos creando en todo lo que hacemos; no importa si es leer una novela o salir con Sally en busca de aventuras entre la niebla herreña.
Bibliografía
-- Avalle-Arce, Juan Bautista, Don Quijote como forma de vida, CVC
-- Martín Morán, José Manuel, Don Quijote está sanchificado; el des-sanchificador que lo re-quijotice…, Bulletin Hispanique, XCIV.1 (1992), pp. 75-118.
---- «La coherencia textual del Quijote», en La Invención de la Novela, ed.
J. Canavaggio, Casa de Velázquez, Madrid, -- Cervantes y el «Quijote» hacia la novela moderna, Centro de Estudios Cervantinos, Alcalá de Henares, 2009.
-- Maturana Romesín, Humberto, De máquinas y seres vivos: Autopoiesis: La organización de lo vivo, ed.H. Maturana Romesín y F. Varela García, 2004 (6.ª ed.), pp. 9-33.
---- El árbol del conocimiento: Las bases biológicas del conocimiento humano, Editorial Debate, Madrid, 1990 [1984].