Cervantes compone dos textos poco antes de morir: la dedicatoria al conde de Lemos y el prólogo de Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), dos paratextos hermanos que parecen redactados de seguido el uno del otro. En ellos podemos apreciar la despedida y una reflexión del autor.
1. En el primero brilla la escritura poética “Puesto ya el pie en el estribo”, la crónica de los últimos momentos con extremaunción incluida de Cervantes y la promesa de las últimas obras por publicar :
A
don Pedro Fernández de Castro,
conde
de Lemos, de Andrade, de Villalba; marqués de Sarriá, gentilhombre
de la Cámara de su Majestad, presidente del Consejo Supremo de
Italia, comendador de la Encomienda de la Zarza, de la Orden de
Alcántara
Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan:
Puesto ya el pie en el estribo,
quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras la puedo comenzar, diciendo:
Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.
Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a Vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle que quiso pasar aun más allá de la muerte, mostrando su intención. Con todo esto, como en profecía me alegro de la llegada de Vuesa Excelencia, regocíjome de verle señalar con el dedo, y realégrome de que salieron verdaderas mis esperanzas, dilatadas en la fama de las bondades de Vuesa Excelencia. Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de Las semanas del jardín, y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía, que ya no sería ventura, sino milagro, me diese el cielo vida, las verá, y con ellas fin de La Galatea, de quien sé está aficionado Vuesa Excelencia. Y, con estas obras, continuando mi deseo, guarde Dios a Vuesa Excelencia como puede. De Madrid, a diez y nueve de abril de mil y seiscientos y diez y seis años.
2. El prologo del Persiles es un relato en el que se escenifica un contenido teatral, una situación dramática protagonizada por el propio Cervantes y un estudiante, combinando dos situaciones dialéticas en las que están presentes el humor y la gravedad de la muerte inminente. Cervantes interpreta algunas observaciones de lo que se ha dicho de él y de su obra; matiza, corrige, regula, se pronuncia sobre algunas de estas interpretaciones en términos que van de lo irónico a lo serio, del humor a la gravedad de la cuestión. Otra característica a destacar es que la realidad y la dicción están extraordinariamente unidas, no se aprecia la frontera que las separa, porque en una situación ficticia el autor real, Cervantes, se persona en la ficción con contenidos absolutamente reales e implicados en la vida real, de alguien que está a punto de morirse, de hecho se va a morir tres días después de terminar el prólogo de una enfermedad llamada hidropesía, que no es otra que la diabetes. No debería estar el ánimo para burlas, pero sin embargo el contenido está relatado en términos francamente humorísticos en muchos aspectos. Dice el estudiante en un momento dado:
-¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas!
A lo que Cervantes responde
-Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo,señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced; vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.
Cervantes aclara aquí un error que cometen muchos aficionados. No se puede reducir su literatura unicamente a lo cómico, lo cómico en Cervantes es una forma de expresión crítica, que trasciende las apariencias y alcanza un contenido crítico desbordante. Dice el prólogo
Prólogo
Sucedió, pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales; verdad es, no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla.
-¡Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la corte, pues allá está su Ilustrísima de Toledo y su Majestad, ni más ni menos, según la priesa con que caminan?; que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez.
A lo cual respondió uno de mis compañeros:
-El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo qué pasilargo.
Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y, acudiendo asirme de la mano izquierda, dijo:
-¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas!
Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona, le dije:
-Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced; vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.
Hízolo así el comedido estudiante, tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso asentado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante me desahució al momento, diciendo:
-Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna.
-Eso me han dicho muchos -respondí yo-, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efeméridas de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mostrado.
En esto, llegamos a la puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó a entrar por la de Segovia.
Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo mayor gana de escuchalla.
Tornéle a abrazar, volvióseme ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.
¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!
“...tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.” Pero ya no hubo tiempo, Cervantes fallece tres días después. El Persiles se cerró de forma precipitada, el libro cuarto es de mucha menor extensión que los tres primeros. Cervantes se dio cuenta de que su vida se acababa. Cervantes dejó claro que su creación no es algo meramente cómico, como se interpretó sobre todo al principio y como el propio Cervantes objeta en este prólogo.
Para Vila-Matas, estas palabras constituyen el adiós “más sobrecogedor e inolvidable que alguien haya escrito para despedirse de la literatura”, defendiendo su condición de “auténtica pieza maestra de la literatura universal”. A todas luces, es una conclusión estupenda y enigmática que sorprende por muchas razones.
Para empezar, este adiós es un buen modo de cerrar con desconcierto un prólogo atípico como breve porque en él ni se menciona la obra prologada Se trata de una despedida ambigua en difícil equilibrio —o malabarismo— entre la alegría y la mala baba con mucho de ironía que contrasta con la situación extrema. En definitiva, un chiste en trance de muerte que puede gustar o incomodar porque —entre otras cosas— contrasta con la lógica y habitual meditación piadosa sobre la existencia con tintes religiosos.
Comenzando por los fundamentos, se ha conectado con un patrón retórico (“Adiós… Adiós… Adiós…”) posiblemente sacado de Virgilio, usado por trámite Garcilaso, incluso Lope, que Cervantes prueba en otros textos (Viaje del Parnaso, La gran sultana y un lance del Persiles), pero que igualmente puede proceder de la lírica popular; de la misma manera, la potente presencia de la muerte es un claro aviso del Cervantes de los últimos días, que en este saludo echa mano del gerundio del deseo; asimismo, se ha dicho que por su situación “agonizante” y de “extremaunciado” Cervantes “excluye toda posible adulación en busca de futuros beneficios” (Riquer, 2003 [1967]: 376), que la remisión al otro lado impregna todo el texto de “un tinte religioso” (Herráiz de Tresca, 1988: 58) que puede tener pinta de heterodoxia, que la formulación del ‘deseo’ […] contiene todos los elementos para preocupar a más de un lector-amigo supersticioso. Se trata de un pasaje poco claro “en el que tan extrañamente se enredan sugerencias paganas y convicciones cristianas” (Chevalier, 2005: 38), una despedida in articulo mortis a Salas Barbadillo y otros colegas (Nehrlich, 2005: 652-654) con argumentos de poco peso (que desmonta Lozano-Renieblas, 2006: 281), un acto de fe en la literatura y hasta un adiós dirigido a los personajes de la novela como amigos “del mundo posible” en una alusión a un proyecto de encuentro y reunión armónica. Con un poco de orden, conviene destacar la novedad de la reescritura cervantina del esquema retórico de adiós en este saludo prologal, ya que los textos rescatados tienen un valor muy distinto, que normalmente se pasa por alto y conviene considerar en sus variaciones con algunos comentarios.
Para empezar, el modelo de Virgilio se mantiene con mucha fidelidad en Garcilaso, porque la tirada bucólica inicial es un lamento suicida y metapoético de desesperación amorosa en ambiente campestre y Garcilaso mantiene el sentido amoroso y funeral del pasaje de Albanio en un marco natural, pero elimina la dimensión metarreflexiva:
Virgilio
[…] Adiós, bosques:
desde la atalaya del aéreo me precipitaré a las aguas,
aceptad esta ofrenda postrera de un moribundo.
Deja, flauta, ya los versos del Ménalo.
Garcilaso
Adiós, montañas; adiós, verdes prados;
adiós, corrientes ríos espumosos:
vevid sin mí con siglos prolungados,
y mientras en el curso presurosos
iréis al mar a dalle su tributo,
corriendo por los valles pedregosos,
haced que aquí se muestre triste luto
por quien, viviendo alegre, os alegraba
con agradable son y viso enjuto.
(Égloga II, vv. 638-646)
A su vez, Lope declina el diseño respectivamente según dos (o tres) claves diferentes:
Arcadia
(1598)
[…]
adiós, prendas, que un tiempo de la gloria
que pensando no veros se me acorta,
fuiste, cual sois agora de mis daños.
Vivid mientras viviere en mi memoria,
si ya la Parca en el partir no acorta
el tierno tronco de mis verdes años.
(II, 283-284, vv. 9-14)
El galán escarmentado
(1595-1598, manuscrito)
Adiós, doncellas fáciles y blandas,
que, en nombrándoos cualquiera casamiento,
dejáis las esperanzas de otro al viento;
adiós, cabellos, cartas, cintas, bandas;
adiós, tejados, rejas y barandas,
que ya no quiero andar sin fundamento,
hecho, por adorar un aposento,
majadero cruel de vuestras randas.
Adiós, deseos y esperanzas vanas,
verdades imposibles, más doncellas
que, por ventura, aquel lugar guardado;
adiós, aquel mañana, mil mañanas,
que ya me voy a las casadas bellas,
que pagan lo que deben al contado.
(vv. 692-705)
…
Adiós, adiós, virgíferas fregantes,
adiós, cama de ropa o casamiento,
adiós, cruel murciélago sangriento,
túnica de otros mil disciplinantes;
adiós, bolsa de arzón, cuero de guantes,
remiendo que, zurcido, engaña a ciento;
adiós, puerta de carros de convento,
abierta sólo a tiempos importantes.
Adiós, talludas y ásperas doncellas;
un necio os busque, sirva y os halague,
que todos dicen que lo hurtado es bueno;
adiós, que voy a las casadas bellas,
donde, entre puertas como perro, pague
a puros palos el bocado ajeno.
(vv. 706-719)
...
Los mártires de Madrid
(1602-1602, de autoría dudosa)
¡Adiós, Madrid, grato suelo,
corte del mayor monarca,
teatro do representa
el tiempo fortunas varias!
¡Adiós, Babilonia ilustre,
querida y amada patria,
archivo donde se encierran
del mundo nociones varias,
espejo claro, que en ti
hoy se miran tantas caras!
[…]
Aquestas cosas adiós
se queden, y en mi esperanza
todo adiós, pues de Dios tienen
fin y principio en su gracias;
que yo me voy a la guerra
por conocer su es escasa
mi fortuna, o si mi dicha,
do presumo me levanta.
Como caballero noble,
os promete y da palabra,
insigne villa, este hijo,
de morir por la fe santa.
(vv. 260-269 y 337-347)
Como puede verse, primero se da un uso encomiástico para la descripción de “la gran Tegea, ciudad famosa de la Arcadia” en un soneto de la Arcadia, para seguidamente simplificar la estructura (prescinde de la segunda parte iniciada con “vive”) y luego presentar un giro cómico-paródico a la despedida amorosa en un díptico de sonetos del galán Celio y su criado Roberto en El galán escarmentado (Crivellari, 2019) y una nueva derivación corográfica en Los mártires de Madrid, pero no hay casi nada de muerte en esta galería de adioses lopescos: aparece sólo en el primer texto arcádico, desaparece en la pareja de sonetos y reaparece brevemente como promesa genérica en la última comedia.
Frente a este panorama, Cervantes ensaya primeramente una doble tirada urbana, dedicada respectivamente a Constantinopla y a Madrid con un punto de chanza en ambos casos:
La gran sultana
(1604-1615 y 1615)
¡Adiós, Constantinopla famosísima!
¡Pera y Permas, a Dios! ¡A Dios, escala,
Chifutí y aun Guedí! ¡A Dios, hermoso
jardín de Visitax! ¡A Dios, gran templo
que de Santa Sofía sois llamado,
puesto que ya servís de gran mezquita!
¡Tarazanas, adiós, que os lleve el diablo,
porque podéis al agua cada día
echar una galera fabricada
desde la quilla al tope de la gavia,
sin que le falte cosa necesaria
a la navegación!
(vv. 2926-2940)
Viaje del Parnaso
(1614)
Adiós —dije a la humilde choza mía—;
adiós, Madrid; adiós tu Prado y fuentes,
que manan néctar, llueven ambrosía;
adiós, conversaciones suficientes
a entretener un pecho cuidadoso
y a dos mil desvalidos pretendientes;
adiós, sitio agradable y mentiroso,
do fueron dos gigantes abrasados
con el rayo de Júpiter fogoso;
adiós, teatros públicos, honrados
por la ignorancia, que ensalzada veo
en cien mil disparates recitados;
adiós, de San Felipe el gran paseo,
donde si baja o sube el turco galgo,
como en gaceta de Venecia leo;
adiós, hambre sotil de algún hidalgo,
que por no verme ante tus puertas muerto,
hoy de mi patria y de mí mismo salgo.
(I, vv. 115-132)
Tras esto, Cervantes parece volver la mirada a los orígenes con una apelación desesperada del narrador del Persiles (“¡Adiós, castos pensamientos…!”, II, 1) y la despedida paratextual que ahora interesa.
Frente a esta serie de posibles modelos, la conclusión cervantina del Persiles es toda una finta novedosa, ya que Cervantes se apropia de la fórmula en primera persona para despedirse in extremis con toda la fuerza de la emoción y la verdad que da la cercanía de la muerte, apunta tanto a la poesía (“gracias, donaires”) como a unos “amigos”, al tiempo que añade una nota jocosa y algo perturbadora que recicla —con un cierto claroscuro— la comicidad de algunas intervenciones de graciosos de comedia. Si se quiere, se puede considerar el adiós persilesco como una reescritura sintética de la tradición de la despedida (con elementos bíblicos, epidícticos y paródicos) a la que Cervantes añade el curioso deseo de reencuentro alegre “en la otra vida” con el que nacen todos los problemas.
Más allá del valor costumbrista y metapoético de las “gracias” (‘bondades, dones de la vida’, tal vez ‘capacidad poética, poesía’) y “donaires” (‘chistes, ingeniosidades’) de los dos primeros adioses, el conflicto está en la cita post mortem, que puede dividirse en cuatro puntos:
1. En segundo plano queda la identidad de los “amigos” (verdaderos compadres, colegas de profesión, los lectores, etc.), que en cierto sentido cierra el diálogo del prólogo y conecta con la autopresentación de segunda mano y negada como “regocijo de las musas” de prólgo.
2. Más parece incomodar la inminencia del encuentro (“presto”), que bien puede tenerse como una provocación, como una pose […] en quien tanto desea vivir, tal y como advierte en la dedicatoria al conde de Lemos.
3. Especialmente preocupa el epíteto “contentos”, que puede casar mejor como designación de la satisfacción del lector antes que con la gloria de los bienaventurados, pero que igualmente se podría relacionar con la aceptación serena y hasta deseada de la muerte que aconsejan los tratados de ars bene moriendi (Galván, 2012: 524-526), que Cervantes parece considerar para el final del Quijote.
4. De la mano va la indefinición del tipo de “otra vida”: mezcla de elementos paganos y cristianos, o una imprecisión voluntaria que “no expresa ninguna inquietud por la salvación”.
Quizás la clave está justamente en la paradoja entre la despedida “contento” y la tragedia de la muerte con el reencuentro en el más allá como corolario, que es una sonrisa melancólica más que otra cosa. Esta alegría en el adiós puede tener varios sentidos: en orden, puede tener que ver de entrada con la satisfacción con la vida pasada, así como con la firmeza que aconseja Séneca —y otros muchos con él— para afrontar la muerte (Sobre la brevedad de la vida, 11, 2) y más específicamente con el contento (‘gozo, serenidad’) necesario para este último paso según la tratadística sobre el buen morir (fray Juan de Salazar, Arte de ayudar y disponer a bien morir a todo género de personas), para quizás luego llegar a conectarlo con la gloria o con el gusto lector, aunque no todo por ser de Cervantes tiene que ser metapoético. En todo caso, parece claro que Cervantes juega con actitudes y discursos que declina de forma algo más alegre.
Pero entre tanta variedad de enfoque falta el más obvio: la tradición fúnebre a la que pertenece el prólogo, que comprende igualmente una variante burlesca y paródica con la que Cervantes dialoga claramente. Se decanta por la “reconstrucción del discurso funerario literario” mediante el que se presenta burlescamente en primera persona como un ingenio jocoso primo hermano de Ovidio. Así, Cervantes en su último autorretrato se ve como un vate iluminado por el entusiasmo y raptado por la mania que se despide de sus amigos desde una perspectiva de jocosa que considera la muerte como “un rito de pasaje” (y hasta “la felicidad plena”) tras el que se une con los seres queridos. Es posible que se burle, lo contrario parece excesivo, en la mención de los “ilustrísimos vinos” de Esquivias en el prólogo como clave dionisíaca para considerar a Cervantes como un poeta borrachuzo, ya que —entre otras cosas— no casa bien con otras figuraciones cervantinas ni con el propósito dignificador del prefacio al Persiles (con la negación de ser solo un escritor de “regocijos”) y este pasaje entre agua y vino puede verse como “un juego estoico” (recordemos el guiño a Sileno en un pasaje del Quijote (I, 15).
Otra vez, se trata de la sonrisa —todo lo torcida que se quiera— con la que se afronta el trance fatal.
Para ir acabando, sobre “la otra vida” quizá se pueda ir por el camino del medio: por de pronto, porque esta expresión ya puede tener un valor cristiano (vale “la que creemos, y esperamos los cristianos después de separadas las almas de los cuerpos…”, Diccionario de Autoridades) sin necesidad de mencionar infiernos, purgatorios ni paraísos, pero igualmente porque parece normal que Cervantes no precise mucho, de acuerdo con una actitud ambigua —y algo cambiante— que permite acercarse más bien a la religión en Cervantes que de Cervantes, amén de que la preocupación parece estar más en la despedida ambigua que en la meta.
En resumen, el inquietante cierre del Persiles es un adiós jocoso que reescribe y juega con la tradición funeral presentando una despedida tan alegre como melancólica que cumple a la perfección con el triple objetivo de conmover, emocionar y sorprender, hasta el punto de crear varios quebraderos de cabeza críticos y dejar toda la libertad al lector.
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