En el prólogo de “Rebelión en la granja”, George Orwell escribía una frase digna de ser cincelada en el mármol: “si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.

Cuando la leí por primera vez, pensé que tal frase podría ser un magnífico lema vital; y, siempre consideré siguiendo a Orwell que la misión de todo el que escribe no es halagar a nadie, sino desnudarse y más bien aguijonear al lector, incomodarlo, llegando incluso a molestar por escribir sobre cuestiones espinosas o sobre asuntos controvertidos. Hoy ya sé que esto es una empresa inútil y quimérica; y que, como todas las empresas inútiles y quiméricas, solo engendra a la postre melancolía. Esta melancolía se eleva exponencialmente cuando esa libertad, es manifestada en la redes sociales, pues al descubrir las ideas uno se convierte en blanco de los demás.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Los Libros Plúmbeos y El Quijote

 


L
a aparición de los Libros plúmbeos.

Se descubrieron por unos obreros moriscos (cristianos nuevos) al derribar en Granada el antiguo minarete de la mezquita mayor nazarí (la “Torre Vieja”) que, obstaculizaba la construcción de la tercera nave de la Catedral. El 18 de marzo de 1588, día de San Gabriel, los peones hallaron en los escombros una caja de plomo, que abrieron al día siguiente, día de San José. Las fechas no son casuales, pues San Gabriel es el ángel más importante para el Islam, cuya aparición ocurre frecuentemente en los Libros plúmbeos, y San José es, según estos libros, quien los ha dictado. Al abrirse la caja aparecieron varios objetos: una tablita con la imagen de Nuestra Señora en traje “egipciano”, indumentaria prohibida a los moriscos, y otros objetos curiosos. Hubo un medio paño de la Virgen María y un pergamino escrito en árabe, castellano y en un latín muy castellanizado, con las primeras noticias concretas acerca del santo patrono y mártir San Cecilio, quemado en la hoguera el 1 de febrero del años 55, primer obispo de Granada, y el hueso de su dedo pulgar.

En seguida el entonces arzobispo de Granada, don Juan Méndez de Salvaterra, pidió permiso a Felipe II, ávido coleccionista de reliquias, y al papa Sixto V, para investigar la autenticidad del contenido de esta caja de plomo, y convocó una Junta Mayor. Uno de los que asistieron era San Juan de la Cruz, entonces prior del Convento de los Mártires. Felipe II inclusive aceptó un pequeño trozo del paño cortado, que mandó colocar junto al altar mayor de su capilla en el Escorial. Tres traductores -el licenciado Luis Fajardo, catedrático de árabe en la Universidad de Salamanca, un arabista notable, Miguel de Luna, y Francisco López Tamarid, racionero mayor de la catedral- fueron comisionados para llevar a cabo una traducción del pergamino, además de la interpretación de Alonso del Castillo, médico morisco e intérprete de Felipe II.

Siete años después, en 1595, empezaron a descubrirse en el Monte Valparaíso ciertas planchas de plomo con inscripciones en árabe, y el nuevo arzobispo de Granada Pedro de Castro (Méndez de Salvaterra había muerto en mayo de 1588 sin ver la traducción del pergamino) ordenó excavaciones en las cuevas del Sacromonte. Con el tiempo, veintidós libros en hojas redondas de plomo fueron excavados. El texto de los libros es seudobíblico y proárabe, pero el arzobispo Castro creía en su autenticidad, y, a pesar de la oposición del nuncio papal, convocó dos juntas más de teólogos, en 1596 y 1597. Ambas juntas se declararon unánimemente en favor de la ortodoxia del contenido de los ocho libros entonces conocidos, y del pergamino.

El 30 de abril de 1600, doce años después de la aparición de la caja, el arzobispo Castro leyó la calificación de las juntas, que proclamaron como auténticas las reliquias. En esos días la nueva corte de Felipe III emprendía la campaña para desterrar a los moriscos, el grupo favorecido por los documentos, que fueron expulsados entre 1609 y 1613.

Los Libros plúmbeos son el último testimonio de la civilización árabe en España. Existen hoy en una hermosa traducción de Miguel José Hagerty con un valioso estudio, Los libros plúmbeos del Sacromonte, publicada en Madrid en 1980. El papa Inocencio XI oficialmente condenó estos libros por heréticos en 1682.

En el momento de su “descubrimiento,” en circunstancias sospechosas, los expertos sabían que estos libros eran espurios por su lenguaje y por su contenido. También había quienes creían, o querían creer, en su autenticidad, como el arzobispo de Granada. Hagerty declara: “Las reliquias aún son veneradas en Granada; pero son falsas. Fueron sembradas allí por unos hombres al borde de la desesperación porque la tierra que les vio nacer, donde su cultura se había desarrollado a lo largo de casi ochos siglos y de la que ellos constituían el orgulloso pero triste colofón, esta tierra ya les desdeñaba y tramaba una versión hispánica de la solución final”(13–14).

Estos hallazgos son el último testimonio escrito en lengua árabe de la civilización andalusí ya en su penosa fase final: la morisca. Las varias escrituras pretenden ser un evangelio del apóstol Santiago el Zebedeo, traducido al árabe por su discípulo Tesifón (Ibn ‘Attar). Abundan invocaciones a Dios y los preceptos que la Virgen María le dio a Santiago. La Virgen le declara a San Pedro en el “Libro de la historia de la verdad del evangelio”:

Y dígoos que los árabes son una de las más excelentes gentes, y su lengua una de las más excelentes lenguas. Eligiólos Dios para ayudar su ley en el último tiempo después de haberle

sido grandísimos enemigos. Y darles Dios para aquel efecto poder y juicio y sabiduría, porque Dios elige con su misericordia al que quiere de sus siervos. Como me dijo Jesús que ya habrá precedido sobre los hijos de Israel los que de ellos fueren infieles la palabra del tormento y destruición de su reino que no se les levantará cetro jamás. Mas los árabes y su lengua volverán por Dios y por su ley derecha, y por su Evangelio glorioso, y por su Iglesia santa en el tiempo venidero. (Hagerty 124)

Los falsificadores de estos libros, dos de los cuales parecen ser Alonso del Castillo, intérprete de Felipe II, y Miguel de Luna, los ocultaron en la demolición de la antigua mezquita y en las cuevas del Sacromonte con unas reliquias falsas de mártires cristianos del primer siglo para que se descubriesen fácilmente allí (y que por consiguiente fuesen la causa de varios “milagros”). Según su historia, la Virgen María mandó a Jacobo (Santiago) a Hispania, guiado por el Arcángel Gabriel, para esconder estos libros en varios sitios en Granada. “Ve con este libro a la extremidad de la tierra que se llama España, en el lugar donde resucita un muerto. Guárdalo en él. Y no temas de él porque Dios le guardará a ti y a los que fueron contigo con ojo de solicitud en el mar como guardó a Noé en el arca, y en la tierra como se guardó a Jonás en el vientre de la ballena hasta que lo dejó en ella” (208). “Y enterrólos en la tierra para el tiempo decretado” (242). Los falsificadores de los libros contaban con el fervor popular tanto entre los cristianos viejos como entre los moriscos de Granada.


¿Por qué creían en la veracidad de estos textos personajes como el arzobispo de Granada, a pesar de la evidencia de su falsedad?

La explicación de este deseo reside en las tensiones religiosas, políticas y sociales en la España de fines del siglo XVI. Los textos revelan cierta sensibilidad hacia los moriscos y sus creencias. Las doctrinas expuestas ponen énfasis en los aspectos del Cristianismo más afines a los del Islam, tales como la omnipotencia de Dios y la sumisión del hombre a su Divina Voluntad, y la necesidad de paciencia ante las pruebas de la existencia. Sólo en el pergamino “Los fundamentos de la ley,” es Jesús “el Hijo de Dios”; en otros textos, es “el espíritu de Dios” o “el Verbo de Dios.” Uno de los libros se acaba con “La unidad es de Dios. No hay Dios sino Dios. Jesús, Espíritu de Dios” (118); derivado del “credo” de los musulmanes, traducido usualmente por “No hay dios sino Dios, y Mohamed es el profeta de Dios.” Esta invocación se repite a través de los otros libros. Es fácil comprender por qué los teólogos pudieron declarar que los textos eran heréticos.

No cabe duda que los Libros plúmbeos se escribieron en un fanático intento de evitar la expulsión de los moriscos. Desde la rebelión en las Alpujarras, entre 1568 y 1570, había una campaña dirigida contra esta minoría. Los moriscos, nominalmente cristianos, eran los moros que quedaron en España después de la conquista de Granada en 1492. Aunque los Reyes Católicos habían garantizado muchos de sus derechos y privilegios como parte de su capitulación, el deseo de los vencedores (con la dirección de Cisneros) de convertir cuanto antes a los moriscos al cristianismo causó mucha tensión y su sublevación en 1500–01. Eisenberg apunta que fue Cisneros el director de la destrucción de la erudición y, en efecto, de la gran contribución de los moros de España a varios campos, incluyendo la astronomía, las matemáticas, las ciencias y la poesía. “Granada fue la última representante de la gran civilización hispanoárabe” (Eisenberg, “Cisneros” 108). Casi un siglo después, a causa de los Libros plúmbeos, la importancia de los moriscos de Granada reaparece.

Después de 1501, la situación de los moriscos de Granada empeoró sensiblemente. La pragmática promulgada en 1567 por Felipe II, quien nunca quiso su destierro, básicamente quitó a los moriscos su estilo de vida, prohibiéndoles, entre otras cosas, hablar, leer y escribir en árabe, vestir y celebrar fiestas a lo árabe, usar nombres árabes, e inclusive bañarse en baños artificiales (Caro Baroja 158–59). La situación se hizo insostenible para muchos de los moriscos; contra estas prohibiciones y restricciones, se sublevaron en 1568. La violencia y destrucción de este último levantamiento (y creación de un reino independiente en las Alpujarras bajo su rey Aben Humeya), estudiado detalladamente por historiadores como Luis del Mármol Carvajal, convenció a muchos cristianos que la minoría era inasimilable. Esta última guerra entre los moriscos rebeldes y el ejército del rey produjo barbaridades en ambos lados.


La expulsión

A partir de 1598, el nuevo rey Felipe III, o más bien su valido el Duque de Lerma, pensaba que su existencia en España representaba un verdadero peligro para el estado. Las tensiones entre los cristianos viejos y los nuevos se hicieron cada vez más fuertes. Los Libros plúmbeos, cuyo mensaje era que los árabes eran los primeros cristianos en España (desmintiendo su raza como “bastarda”), fue un intento para impedir la expulsión, pero en vano. A pesar de las protestas y medidas para impedirla, el destierro de los moriscos empezó en 1609.


Cervantes, El Quijote, los moriscos y los Libros Plúmbeos

En los años inmediatamente anteriores a la Primera Parte de Don Quijote (1605), el tema morisco era uno de los más importantes en los círculos políticos y literarios. También, en aquellos años, Cervantes andaba por Andalucía, y en efecto estuvo en Granada en 1594 en medio de la controversia de los textos hallados, y vio de cerca como las situación de los moriscos se agudizaba. Además, conocía más que nadie la vida de los musulmanes, fuera y dentro de España. Era veterano de las guerras contra el Turco en el Mediterráneo y había pasado cinco años como cautivo en Argel en íntimo contacto esa la cultura. Su gran relato autobiográfico, “El cautivo,” capítulos 39–41 de la Primera Parte de Don Quijote, ocupa un lugar prominente.

Cervantes aprovechó sus experiencias con los turcos, moros y moriscos para crear sus dramas (Los baños de Argel, Los tratos de Argel, El gallardo español, La gran sultana), algunas novelas ejemplares como El amante liberal, y sus observaciones negativas en Persiles y Sigismunda. Se puede decir que lo “islámico” está presente en su obra, como estaba siempre presente en la sociedad en que vivía.


Las sutiles referencias a los Libros plúmbeos en El Quijote

Ricote, personaje de la Segunda Parte, publicada después del destierro de esa minoría, es tratado con cierta deferencia por el autor arábigo Cide Hamete Benengeli, que ya en la Primera Parte podemos apreciar su función ambigua un paralelismo con de los Libros plúmbeos.

Por el papel de Cide Hamete Benengeli Cervantes se burla de los lectores indiscretos y crédulos de los libros de caballerías, y por extensión de todos los textos históricos y literarios que pretenden ser “verdaderos.” Al final del capítulo 8, mientras don Quijote y el vizcaíno se pelean con sus espadas al aire, el ingenuo lector no tiene más texto, pero encuentra en un mercado de Toledo un cartapacio escrito en letras árabes: “tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos” (I, 9; 142). Descubre que es Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo (I, 9; 118).

Cervantes, con las primeras líneas de la novela, “En un lugar de la Mancha…” satíricamente establece el tono de una falsa crónica. El nombre mismo de Cide Hamete Benengeli es una burla. Dulcinea contribuye en otra dimensión de desprestigiar la autoridad del texto, porque era una morisca. “Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de la Mancha” (I, 9: 118), es la irónica anotación que el traductor aljamiado primero encuentra en el margen del cartapacio. Américo Castro señala: “Cervantes empareja sarcásticamente el linaje de Dulcinea, o Aldonza Lorenzo, con los más ilustres de la Antigüedad y de España, y aúna en lazo de amor al Hidalgo manchego y a la morisca tobosina en una proyección ilusoria de las antes mencionadas uniones. Lo morisco de Dulcinea es un tema latente, aunque bien entrelazado con la textura literaria de la vida quijotil” (“Cervantes y el Quijote a nueva luz” 81). El que un cristiano como Alonso Quijano se enamore de una rústica morisca encierra en sí su dosis de comicidad.

Cide Hamete Benengeli, pues, se presenta como el “verdadero autor” de estos textos. La idea de que el original de las aventuras de un hidalgo manchego esté escrito en árabe, y que un morisco lo traduzca al castellano, y, además, que Dulcinea sea del Toboso, cuya población era en gran parte morisca (tal vez repoblada del reino de Granada o de Valencia) son alusiones llenas de ironía. Tras la caída de Granada en 1492, hubo una fuerte declinación en la cultura árabe y en los estudios coránicos. Esta pérdida se debe en parte al abandono de la aristocracia árabe, que se había ido de la península para vivir en África, y en parte por los esfuerzos de Cisneros, y otros, de destruir la civilización árabe de Al-Ándalus. Más tarde, las prohibiciones de 1567 completaron esta campaña de eliminar el árabe y su cultura de España. Muchos de los textos originalmente en árabe ahora existían en traducciones españolas y en aljamiado. Es interesante observar que Cide Hamete habrá dejado su texto en letra árabe, es decir, en aljamiado, que es lengua romance escrita con el alfabeto árabe, ya que entonces casi ningún morisco sabía escribir árabe. Cide Hamete y su traductor, además, debían practicar sus oficios en secreto para evitar la vigilancia de las autoridades y de la Inquisición. Aquí encontramos otro dilema en cuanto a Cide Hamete: primero, si era morisco o moro, porque si es morisco es cristiano, aunque forzado y tal vez uno de los exiliados de Granada en 1570 y ahora llamado “manchego”; si es moro, o musulmán, vive clandestinamente y practica la religión cristiana públicamente para despistar a las autoridades, pero observa en privado el Islam, una práctica permitida por el taquiyya islámico. El taquiyya es una licencia para mentir para evitar la persecución de los cristianos, haciendo de tal escritor un mentiroso profesional cuyo texto sería cuestionable. Si Cide Hamete escribe en aljamiado, el castellano en letras árabes, el trabajo entonces de su traductor es traducir español escrito en letra árabe al español escrito en letra latina. Así se puede explicar la rapidez con que lleva a cabo su tarea. Es poco probable que Cide Hamete escriba en árabe y que el lector encuentre un traductor que sepa árabe y castellano. Como indica Hagerty, una de las complicaciones en interpretar los Libros plúmbeos era la falta de una buena traducción al castellano (44).

Los moriscos forman una parte muy importante de la contextualidad de Don Quijote. A finales del siglo XVI y principios del XVII había una alta corrupción en la corte de Felipe III (o del Duque de Lerma) y de fraude y de exageración en el mundo literario al entrar en el mundo barroco y su sentido de desengaño. Era un escenario idóneo para la sátira y la parodia.

Cide Hamete Benengeli tiene su origen en los textos falsos de los Libros plúmbeos y es la respuesta de Cervantes a la falsificación de tantas historias en 1600. En un estudio excelente sobre este tema, Hagerty, basado en los estudios de Asín y Cabanelas, muestra que en 1600 abundaban muchas seudohistorias, que eran el blanco de la sátira cervantina más que los libros de caballerías. Menciona especialmente Las guerras civiles de Granada de Ginés Pérez de Hita, la primera parte de la cual se publicó en 1595, y La historia verdadera del rey don Rodrigo, publicada en 1592 y escrita por Miguel de Luna, uno de los autores de los Libros Plúmbeos. Dice que la gran inspiración de Cervantes fue esta “verdadera” historia, con sus ambigüedades, anacronismos, anotaciones de traductores, y sobre todo la idea de que eran una traducción de un manuscrito hallado.

Parte de esta conspiración intelectual que Cervantes quería parodiar en su Quijote son los Libros Plúmbeos, una falsificación hecha por arabistas como Miguel de Luna y Alonso del Castillo, buenos cristianos que temían lo que parecía la inevitable expulsión de su pueblo de la única tierra que conocían.

La historia de don Quijote, entre otras cosas, es una burla de la autoridad de textos basados en fuentes falsas. Cervantes sacó esta idea parcial o totalmente de la falsificación de los Libros plúmbeos. Los lectores informados de los primeros años del siglo XVII seguramente vieron en seguida la relación entre estos textos falsos y la gran novela cervantina. En 1971, un año antes de su muerte, Américo Castro publicó su ensayo “Cómo veo ahora el Quijote,” en el cual reconoce la valiosa labor sobre los Libros plúmbeos hecha por Cabanelas y Godoy. Castro anota: “Se pregunta hoy cómo fue posible no darse cuenta en Granada de la clara y maligna referencia a la ‘caja de plomo’ -tan presente en Granada, en la corte y en Roma-, blanco principal del sarcasmo cervantino” (33). Conste que Castro no pudo haber visto una traducción, como la de Hagerty, de los famosos plomos. No hay nada más claro que el fin de la Primera Parte del Quijote, donde encontramos:

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a lo menos por escrituras auténticas; sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento. Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera si la buena suerte no le deparara un antiguo médico (Alonso del Castillo) que tenía en su poder una caja de plomo(*), que según él dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita (la Torre Vieja de la mezquita de Granada) que se renovaba; en la cual caja se habían hallado unos pergaminos escritos con letras góticas (de un morisco aljamiado, como los papeles de Hamete del Quijote, nos da a entender), pero en versos castellanos, que contenían muchas de sus hazañas y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mesmo don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres. (I, 52: 558; lo que hay entre paréntesis es mío).

(*) Según Francisco Rico en nota a pie de página en la edición del Instituto Cervantes pág. 647 (1998), “en este hallazgo se ha visto un reflejo de lo narrado en algunos libros de caballerías, así como una alusión a los falsos Libros plumbeos del Sacromonte, fabricados para evitar la expulsión de los moriscos en 1588, cuya autenticidad se discutía en la época que se redactaba el Quijote.

Siguen los versos paródicos y burlescos de los Académicos de la Argamasilla, uno de los cuales leerá, como los intérpretes de los Libros plúmbeos, “por conjeturas” el texto que falta, y que hacen mención a un “loco vocinglero que grabó versos en broncínea plancha”. Así Cervantes nos devuelve a su punto de partida, y los versos hallados en la caja de plomo, como el pergamino del cimiento del antiguo minarete de la mezquita de Granada y los Libros plúmbeos del Sacromonte, no tienen más autoridad que la invención y decepción de sus autores y la imaginación de los lectores, discretos o indiscretos. Cide Hamete Benengeli, modelado en los evangelistas espurios de los Libros plúmbeos, sigue en su papel de “autor verdadero” en la Segunda Parte de Don Quijote, pese al destierro de su pueblo de España.




OBRAS CITADAS

- Asín Palacios, Miguel. “Los Mss árabes del Sacro-Monte de Granada.” Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y de su Reino 4 (1911): 249–77.

- Cabanelas Rodríguez, Darío. “El morisco granadino Alonso del Castillo.” Miscelánea de Estudios Árabes y Hebreos 8 (1966): 19–41.

- Caro Baroja, Julio. Los moriscos del reino de Granada. 2ª ed. Madrid:22.2 (20 0 2 ) Cide Hamete Benengeli y los Libros plúmbeos 23 Istmo, 1976.

- Castro, Américo. “Cervantes y el Quijote a nueva luz.” Cervantes y los casticismos españoles. Madrid: Alfaguara/Alianza, 1974. 17–143.

---. “Cómo veo ahora el Quijote.” El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Cervantes. 2 tomos. Madrid: Magisterio Español, 1971. 1: 9–102.

- Cervantes, Miguel de. Don Quijote de La Mancha. 2 tomos. Madrid 1998. Galaxia. Edición del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico.

- Eisenberg, Daniel. “Cervantes, autor de la Topografía e historia general de Argel publicada por Diego de Haedo.” Cervantes “Cisneros y la quema de los manuscritos granadinos.” Journal of Hispanic Philology 16 (1992): 107–24. 22 abril 2002. http://bigfoot.com/~daniel.eisenberg

- Hagerty, Miguel José. Los libros plúmbeos del Sacromonte. Madrid: Nacional, 1980.


sábado, 30 de noviembre de 2024

Inteligencia artificial


 A mi amigo José Ramón Jiménez.

 

 

 

Es menester tocar las cosas con las manos para dar lugar al desengaño”. 

 Quijote (II,9)

 

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. Pasaremos y pesaremos.

Recientemente nuestro buen amigo José Ramón nos sorprendió con una canción. José Ramón, que es autor de la letra,  nos tocaba el corazón porque hablaba de nosotros, de nuestra vida, de nuestro pueblo; la recibimos con una música vibrante hecha, según nos dijo, por la inteligencia artificial. A muchos, nos emocionó esa obra y me es justo dar las gracias a José Ramón porque yo fui uno de esos a los que se le erizó el cabello (del flequillo) y se le espachurró el alma al escucharla.

Más reciente aún, he podido asistir en Sevilla a la excelente exposición “Los Machado, retrato de familia”, que parece identificar la obra de Manual con la de Antonio, con una estructura impecable de la muestra, de la que he podido constatar que todo visitante sale encantado. Al final del recorrido un modesto artefacto de torpe diseño “máquina de trovar” -le llaman-, a mitad entre las cajas de los teléfonos primarios y aquellas cabezas adivinas de las ferias de nuestra infancia, nos adentraba en la poesía. Una innovación que se está poniendo de moda en la red basada en la inteligencia artificial: en cuestión de segundos, nos construyó un irregular soneto -así lo titula la máquina: "Soneto"-, sobre la base de dos palabras lanzadas al orificio o boca del artefacto.

Creo que el poema no supera el análisis lingüistico-literario. Os pongo el que le hizo a unas personas muy cercanas a este humilde servidor. Las palabras, escogidas por el errático, fueron "Lola y Pepe", -para mi sosiego, no podían ser otras después de dos días trepidantes por la ciudad andaluza llevado de la mano de estas dos personas que, a diario, me confirman padecer un acentuado síndrome de Stendhal-:

En la brisa suave de abril,

Lola lo sueña entre flores de azar

sus ojos de luna son mar

y en su risa el eco sutil

Pepe, sombra entre olivos, va,

perdido en caminos de tierra,

su corazón es fuego que aterra,

luz que al alba resplandirá.

Cantan riachuelos de ilusión,

se abrazan en el sol del ocaso

tierra y cielo en un solo abrazo.

Huellas que borran la razón,

dos almas que un destino hace

en el vaivén que nunca nace.

Le llama soneto, pero ni Garcilaso ni Quevedo lo habrían visto como tal, "un ripio" dirían los Académicos de Argamasilla. Aparte de que sus versos son de arte mayor, la métrica está poco cuidada, solamente se da el endecasílabo en el primer terceto. La rima solo es consonante a veces, tampoco el esquema sigue la habitual rima del soneto. Todo esto puede ser secundario, pues ya sabemos que hoy se puede construir un poema con cierta libertad. Pero ¿y el mensaje?, las ideas que nos hacen reflexionar, ¿dónde están? Veámoslo por encimilla:

Los dos primeros versos son surrealistas y tendrán sentido para la máquina -una máquina autológica y creacionista, sin duda-, pero poco para el lector. Se puede soñar entre flores de azahar, o con flores al azar…

El siguiente sus ojos de luna son mar, son dos prosopografías aceptables pero que no definen con corrección a la persona, ya que la luna es nocturna, es tristeza, es dolor, cuando Lola, es diurna, es alegre, es felicidad; en cuanto al mar está más acertado el vate electrónico, pues sus ojos son azules, es profunda, es pesada (a veces).

Acierta de pleno en su risa el eco sutil. Ella, por su educación, nunca reiría a carcajadas.

Y entramos con Pepe, sombra entre olivos: una evidencia, si Pepe está al sol, una licencia si está a la sombra de un olivo.

Perdido en caminos de tierra. Sin duda, y en los de asfalto también le atrapan siempre las dudas.

Luego, su corazón puede ser fuego, pero no estoy tan seguro que sea luz. Y lo de resplandirá no sé que es, quizá un gazapo artificial.

El primer terceto, también con tintes modernistas, y con acentuado expresionismo, pues veo a los protagonistas abrazados, sin cansarse y sin descansar, contemplando esos efímeros dorados del atardecer tras la Sierra Elvira. Lo que pasa es que me faltan dos comas, para estar seguro de que los que se abrazan son ellos y no el cielo y la tierra, que si lo fueran, cielo y tierra, podría ser un símil del abrazo enamorado.

Acabo con el segundo terceto: no sé dónde están la huellas que borran la razón; no sé siquiera si hay razón ("porque en amor locura es lo sensato") -poca (razón), pensarás al leer esto-. Lo de las dos almas que un destino hace, debería ser en un vaivén que nunca acaba, y no por nacer, pues el zarandeo, aun confortable, es largo ya, y no cesa. Y que no cese.

Un soneto que no finalice con una correlación como aquel que hizo Lorenzo Miranda a Píramo y Tisbe (... los mata, los encubre y resucita/ una espada, un sepulcro, una memoria./ -II,18-) siempre le falta algo. A pesar de todo podemos hacer una reflexión. Ahora son palabras y el poema puede resultar deficiente, pero, como nos han dicho reiteradamente, además de las mejoras que proporcione la ciencia, la IA puede aprender de sí misma… entonces ya no serán palabras, sino frases, y con el tiempo ideas, conceptos. Es posible pensar hasta que se podría llegar a un sistema nuevo de pensamiento, de filosofía. Habrá máquinas que debatan con otras máquinas y todo será más fácil: escribirán por nosotros -incluso peor-, pensarán por nosotros -que piensen por nosotros no será muy nuevo del todo-, trabajarán por nosotros -esto quizás hasta nos parezca bien-. Nos suplantarán sin que nos demos cuenta, y entonces nosotros nos iremos al carajo a disfrutar de las vistas, a gritar ¡tierra! con toda nuestra gozosa alma de desocupado.

También puede que eso haya ocurrido siempre y que no seamos conscientes de ello. Puede que nosotros, las personas, seamos una falsificación, una falsificación tan perfecta que nos vemos llenos de defectos, de dudas, de ataduras, de pesares, de conflictos, de trabajos… Puede que seamos entes a los que un ser superior le ha implantado recuerdos, vivencias, sentimientos, emociones; seres a los que en su inicio se les dice que “hay que ganarse el pan con el sudor de la frente”, que la vida es "un valle de lágrimas", que tenemos que hacernos mejores cada día porque venimos con defectos de fábrica, que tenemos que ir madurando porque no estamos formados, que tenemos que amar y sufrir, que la felicidad solo dura un instante. Todo nos lo creemos, o casi todo, pero luego, con los años, vemos que no mejoramos -bueno, puede que un poco al principio, pero eso es un espejismo-; con el tiempo nos damos cuenta de nuestra obsolescencia programada, que se nos van oxidando tornillos, anquilosando órganos, desapareciendo las emociones. Que nuestro mundo pasa, que nos volvemos obsoletos, y llega el día que no hay ya en el almacén ningún repuesto que nos haga funcionar. Que pasaremos, que seremos polvo -aun “polvo enamorado”, pero polvo-. Desde luego no podemos negar que si somos una falsificación, somos perfectos, pero ¿y si somos verdad?

Como dijo Antonio Machado, “lo nuestro es pasar”. Aunque yo me pregunto que cómo estamos pasando; que si en realidad estamos "haciendo caminos", "dejando estelas..." o somos solo sueño.


lunes, 18 de noviembre de 2024

El espíritu integrador de Cervantes


Aunque la mayoría de la crítica está de acuerdo en un Cervantes cristiano, a lo largo de su obra podemos apreciar claramente una mirada antropológica de la vida. Es el hombre el centro de todo y dueño de su propio destino… Si, era cristiano prefiriendo el catolicismo al protestantismo, y por supuesto el cristianismo al islam del que, estando prisionero, intentó huir hasta en cuatro ocasiones.

Su obra nos sigue hablando de él: Don Quijote atesora el más alto ejemplo y el más puro estilo de las humanidades de todos los tiempos (con la compañía de Sancho, que no resulta nunca contraria, sino siempre íntimamente complementaria). Es un resumen completo de todos los ideales. Figura material del héroe que si bien se apoyaba en el caballeresco nórdico; su espíritu es una miscelánea de gestos y sentimientos del espíritu árabe y cristiano. España tiende a reunir y sintetizar los factores de universalidad humana.

La obra de Cervantes nos muestra a una sociedad española imbuida en parte de la árabe o lo moro, lo morisco, incluso lo aljamiado, hechos todos que Cervantes conoció bien, junto con lo turco. El personaje de Ricote, el morisco emigrado que vuelve a su pueblo a recuperar algo y habla familiarmente con Sancho Panza ofreciéndole repartirse su tesoro, no es el único rasgo importante de interacción que nos da el autor: hay más y son concurrentes en otros sectores de su obra en general.

Cide Hamete Benengeli, segunda de las tres voces narrativas, junto al escritor y a Sansón Carrasco, encierra una referencia repetida a la coexistencia de elementos culturales árabes e islámicos imbricados con los puramente cristianos, interfiriéndose los unos con los otros. El personaje de Sancho está en relación directa con el de Yehá –sobre todo en los juicios de la Ínsula Barataria protagonista popular de una línea de historias famosas en todo el norte de África y el Oriente de aquellos siglos y aún ahora. Parte de las obras teatrales de Cervantes se desarrolla en un contexto magrebí donde está vigente lo llamado moro y lo morisco.

Igualmente, lo morisco y lo converso parecen ser el tejido sobre el que se mueven Rinconete y Cortadillo y hablan los perros del Coloquio. Clavileño, el caballo de madera que vuela accionándole una clavija, tiene su antecedente en las Mil y Una Noches y, cualidad fundamental, hasta el manuscrito de Hamete, escrito en caracteres árabes, lo traduce un morisco aljamiado, es decir un morisco con dominio del castellano y del árabe, según se desprende del texto.

La convivencia y el debate, en definitiva el diálogo -con o sin dardo en la palabra, como escribiría Lázaro Carreter- con o sin dardo en la acción, ha sido durante siglos un patrimonio característico de la sociedad española y, en general, de la sociedad peninsular. Aquí se crearon modelos que fueron ensayados, estilos que se entremezclaron, savias que acertaron a dar animación a un fruto común de tan amplio legado como Al-Andalus o Sefarad: las Españas, unas y variadas.

La sociedad de la Península Ibérica ha sido siempre una sociedad atípica, que ha necesitado de fórmulas atípicas al estilo de las que empezaron a formarse en la época de Al-Andalus, en algunos de los reinos cristianos posteriores o ahora mismo. En Al-Andalus prevaleció, en determinados periodos, la idea de un estado integrador común a todos ciudadanos, musulmanes, judíos y cristianos, con sus personalidades y sus culturas a cuestas. Ésta fue la gran riqueza de Al-Andalus musulmán, del Sefarad de los judíos, de las Hispanias cristianas; éste fue el modelo de nuestra tradición peninsular.

En Al-Andalus hubo una cohesión interna que fue dinámica, que supo conjugar las fuerzas dispares que lo componían. Ese conjunto histórico fue el resultado de una ligazón activa, laboriosa, solícita y contrastada; es decir, el resultado de una mezcla cultural convecina. Si algo tuvo Al-Andalus de edad dorada y de modelo, obedeció sin duda a su mestizaje cultural, a la conjunción de sus diferencias. Fue un producto híbrido. La pluralidad interna que siempre han tenido España, unida, en aquella época, a una pluralidad de religiones, tres en concreto, tuvo como consecuencia un producto cohesionado, gracias tal vez a que sus tensiones fueron cuerdamente resueltas y regidas a lo largo de bastante tiempo. Indudablemente no se trató de un paraíso, sino de la aplicación continuada de una idea de estado; de un equilibrio y de la comprensión de unas gentes por las otras en un interés mutuo, tal vez egoísta pero confluyente. Duró lo que duró y su ejemplo, no solamente su recuerdo, nos sigue ocupando y sirviendo como modelo, o como acicate, para entender que se puede llegar a modelos parecidos y a comportamientos equivalentes.

En ese Al-Andalus brillantemente híbrido, del que hablamos, no hubo intentos serios de homologar a todo el mundo a través del poder real, del principio de autoridad o del uso de la fuerza. Ni a través de la fe. Cada comunidad tuvo sus leyes propias y su propia estructuración interna, sus templos y modos de vivir; sujetas a un arbitrio real por lo común respetuoso o permisivo. Se trataba era de convivir juntos aun en el desacuerdo.

A lo largo de la Historia, ha habido culturas, imperios, ideas, corrientes económicas y personajes excepcionales, que han intentado llevar a la “globalización” el mundo mayor o menor que los rodeaba, al que pertenecían y que conocían.

El imperio turco y el imperio español de los siglos XVI y XVII trataron de construir sus dos mundializaciones contrapuestas, en parte doctrinarias, que intentaban extender no solamente su idea religiosa, su forma de vivir o un imperio, sino también un hecho socio-económico en sí mismo global, imponiendo esquemas de mercado, de educación y de memoria histórica, y metiendo a todas

las sociedades sujetas a su autoridad a un mismo proceso camino de una misma sociedad asumida como tal, con todo lo que esto supone. Fernando e Isabel, los Reyes Católicos por antonomasia, y sus sucesores los Austria, basaron su poder en un centralismo administrativo progresivo y en un total predominio de la religión católica. El proceso histórico surgido en Lepanto, no podía ser otra cosa que el dominio cristiano o musulmán...

Cervantes, lucho voluntariamente en el lado cristiano, pero en su obra se mueve entre todos estos hechos con la facilidad de costumbres y de presencias que daba la época, como otros escritores, sin tomar una actitud bien definida a favor o en contra de su época aunque sí llevando la libertad de pensamiento en sus escritos. Es cierto que una buena parte de su existencia –y muy significada desde su propio punto de vista- es la de un militar, que lucha contra los musulmanes turcos y renegados en la batalla de Lepanto, y que es cautivo en Argel durante varios años. Sin embargo, no toma en sus obras posiciones contrarias al Islam. Tampoco favorables, pero sí comprensivas. Sobre todo respecto a lo que él llama “moros”, término usado sobre todo para significar “musulmán” de origen andalusí o magrebí, en oposición a “turco”, que suele comportar un mal o un pésimo sentido.

Y, en particular, su posición respecto a los moriscos. Esto queda claro en los episodios unidos del morisco Ricote, vecino y amigo de Sancho Panza, y en las aventuras de Ana Félix o Ana Ricota, su hija. Estos dos moriscos, sus personalidades, su entorno, su comportamiento y el comportamiento de las otras gentes con ellos son modélicas. Las expresiones con que el autor califica o hace autocalificarse a estos españoles exiliados a la fuerza son cuanto menos compasivas y hasta favorables dentro de las justificaciones y tópicos con que vienen envueltas.. “Nación desdichada”, “desventura”, “maltrato”, “su mar de desgracias”, “corriente de su desventura”, “miserable destierro”... “

Los adjetivos referidos a ellos, como los concernientes al “moro aljamiado”, de la I Parte del Quijote, que supuestamente se la traduce del árabe al español, son afables y casi próximos. El arraigo de los españoles musulmanes a su patria queda bien claro en boca de Ricote, de su hija, y en definitiva de Cervantes:

y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella”. (Quijote, II, 54; 995)

También es explícito el motivo por el que bastantes de ellos prefieren no ir o permanecer en el Magreb -y este es el tema de su diáspora hacia otras zonas mediterráneas o trasatlánticas, o del riesgo de su vuelta a España-

doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería, y en todas las partes de África, donde esperábamos ser recibidos, acogidosy regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan”. (Quijote, II, 54; 995)

Cervantes nos da un muestreo interesante de su conocimiento de la idiosincrasia y la estructura interna moriscas, haciendo que en ausencia de Ricote, el vecino de Sancho Panza, huido antes de la expulsión, sean los hermanos de su mujer los que asuman la emigración a Argel del resto de la familia. Incluso el cambio de género en el apellido familiar, de Ricote a Ricota para la mujer, corresponde a un hecho de posible tradición morisca, desde luego presente hoy mismo en las familias de este origen en Marruecos. A esta emigración se une el enamorado de Ana, Gaspar, un hidalgo cristiano que domina las costumbres moriscas.

El autor también alude a posibles intentos de sublevación, “ ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían”, probablemente de los moriscos aragoneses. Y plantea de manera muy interesante el problema del bilingüismo, como el del “morisco aljamiado,” traductor del supuesto Quijote de Benengeli, que no sólo parecía darse entre los propios moriscos, sino también entre algunos cristianos que convivían con ellos en la sociedad española dificultosamente intercultural: “ni en la lengua...di señales de ser morisco”, “que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella”, refiriéndose al español, y el caso del tal Gaspar, que pasa por morisco, “porque sabía muy bien la lengua”, refiriéndose sin duda al árabe.

En la historia de Ricote y sus allegados es patente la filtración entre las costas españolas, en este caso levantinas, y las magrebíes, yendo la gente de un lado a otro ciertamente con riesgo pero con mucha facilidad, o manteniendo una correspondencia con sus familiares. También hay algo que la investigación histórica parece corroborar y es la concordancia, cuando pudo haberla, entre moriscos y protestantes (recuérdese la ayuda que algún español luterano pensaba dar a los moriscos sublevados de Granada facilitándoles la conquista de la Alhambra), en la alabanza de Ricote respecto a Alemania,”porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia”.

La desconfianza magrebí respecto a la diáspora morisca que se le vino encima y, en bastantes casos el aprovechamiento, y el expolio, a los que se intentó someterla, no fueron hechos infrecuentes: “y en Berbería, y en todas las partes de África... allí es donde más nos ofenden y maltratan”, dice Ricote, y su hija habla de cómo el rey de Argel la favorece y ayuda para que vuelva con los tesoros de su padre.

No debemos olvidar que, desde el punto de vista estrictamente islámico y, en muchos casos, de sociedades rurales o semirurales no muy cultas, los moriscos eran unos extranjeros -unos españoles

con su habla, trajes, usos y cohesión diferente no magrebíes y demasiado parecidos a los españoles cristianos enemigos. La gran diferencia era que podían reclamarse de ser andalusíes vinculándose a los flujos anteriores, cosa que hicieron y que, en algunos puntos del Magreb, han mantenido prácticamente hasta hoy. Ya desde España, en donde fue uno de los argumentos fundamentales para la expulsión, los moriscos iban también precedidos por su fama de ahorradores y ricos, lo que junto con su debilidad de arribada y de comienzo en tierras nuevas los hacía susceptibles a toda clase de presiones y abusos.

Los corsarios argelinos, turcos y sobre todo renegados, o los corsarios moriscos tetuaníes, con los renegados correspondientes -que también hubo muchos en Tetuán- navegaban en busca diaria de sus presas y asaltaban de madrugada el litoral español para regresar luego a sus bases. Los corsarios franceses y los ingleses, y evidentemente los españoles, hacían lo mismo o parecido atacando al rival. Sin embargo, al mismo tiempo, había un floreciente comercio entre unas y otras partes en un trasiego de intereses y de personas que a unos parecía natural y a otros asustaba.

La larga y prolija estancia de don Quijote y de Sancho en las tierras de los Duques contiene un episodio pequeño pero significativo. Dentro de una de las farsas,

pareció que todo el bosque por todas cuatro partes se ardía, y luego se oyeron por aquí y por allí, y por acá y por acullá, infinitas cornetas y otros instrumentos de guerra (…) Luego se oyeron infinitos lelilíes, a uso de moros cuando entran en las batallas (...)” (Quijote, II, 34; 847).

Los infinitos lelilíes, a uso de moros son los gritos de La ilaha il. là Al. lah -no hay más divinidad que Dios- absolutamente islámicos como profesión de fe en toda circunstancia, a la par que exclamación de combate que no es sino una circunstancia más. Es evidente que los súbditos, o parte de ellos, de los Duques, siguen siendo musulmanes, aunque no sea más que en sus expresiones externas, toleradas y alentadas por lo menos en cuanto al barullo por los mismos Duques. Con toda probabilidad esos campesinos o súbditos eran mudéjares como sus antepasados, con una relación de ‘vasallaje’ por un lado y de ‘protección’ por otro. Pero tengamos en cuenta que la expulsión oficial de los moriscos ya se ha producido. Por lo tanto estos ‘vasallos’ ya no son mudéjares sino moriscos y residuales, que viven en sus viejas tierras con una permisividad amplia en muchas cosas, hecho que no debió ser nada infrecuente en otras partes de Aragón y de Levante.

De raigambre y tradición oriental, quizá más judeo-conversa que morisca, son los personajes de “Rinconete y Cortadillo”, incluso del “Coloquio de los Perros”, tal vez de “La Gitanilla”, tres de las Novelas Ejemplares de Cervantes. En “Rinconete y Cortadillo”, los personajes que aparecen en la casa-patio de Monipodio –ladrones de todos los géneros, matones, prostitutas, aprendices, y su estricto y respetado jefe Monipodio- son una transposición a la Sevilla del XVI-XVII de historias de Las Mil y Una Noches ocurridas en El Cairo y en Bagdad, de las aventuras y engaños del bandido llamado Halcón Gris de la época de al- Mu’tamid ibn ‘Abbad de la misma Sevilla, de los grupos de marginados de la ley pero al servicio de la sociedad de muchas tierras actuales en el Mediterráneo. En el caso de Monipodio y sus afiliados, pueden tener comportamientos más judeo-conversos que moriscos dada su ‘aparatosa’ insistencia, mayor en las mujeres que en los hombres, en los símbolos y ceremonias católicos bien visibles, hecho mucho más común –según el testimonio histórico y literario- entre los conversos que entre los moriscos.

Pero, naturalmente, hubo mezcla. Hasta cierto punto, las circunstancias y los movimientos de “La Gitanilla” se solapan con algunos del “Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán, autor posiblemente morisco, en donde moriscos y gitanos también se entremezclan. La mezcla confusa, la marginalidad, la desobediencia callada, el hecho de ser lo que no se parece, el hecho de no trabajar, junto el imperio, las guerras y algunas falsas soberbias de casta, habían venido a sustituir la convivencia de otros tiempos. Una convivencia tensa y, sin embargo, enormemente fructífera. Y es en medio de esos estamentos de la sociedad que intentaban recomponerse de algún modo, donde Cervantes vive y escribe y, a través de sus personajes –don Quijote, Sancho y otros de otras novelas y teatro- quisiera llevar a mundos ideales o a mundos justos. Madrid, la capital, símbolo de aquel Estado globalizador y obligadamente católico en donde el autor y tantos otros autores y artistas vivían, era una ciudad artificial en pleno crecimiento. España necesitaba, por entonces, dar al mundo la impresión de ser un Estado poderoso, con un elevado nivel de vida y una planificación organizada. Pero bien poco de lo pretendido era real. Y es en medio de esta interculturalidad enferma donde Cervantes crea una obra sana, pese a la locura genial de don Quijote, a la del Licenciado Vidriera y a la esperanza de Sancho.



lunes, 7 de octubre de 2024

El Quijote nos hace preguntarnos cómo somos

No hay en todo el mundo una obra literaria más profunda y magnífica. Ésta es, hasta ahora, la última y más grande expresión del pensamiento humano; esta es la ironía más acerba que el hombre ha sido capaz de concebir. Y si el mundo llegara a su fin, y si se preguntara entonces a la gente: “¿Habéis entendido vuestra vida en la Tierra, y a qué conclusiones habéis llegado? El hombre podría señalar, en silencio, el Quijote. 

Dostoievski. (Citado por Hutchinson 2012: 148).


 

Es la pregunta esencial que una lectura profunda del Quijote hace que nos realicemos. Se podría afirmar que esa interrogante constituye nada menos que la trama principal de la obra. Hay dos perspectivas desde las que se puede apreciar el espacio sociológico que animó el mundo de esta novela extraordinaria: desde la mirada que dejó Cervantes sobre los hombres y las situaciones que fue tocando su personaje, y desde el ámbito subjetivo que, con un poco de sutileza, podemos ver rezumado en la conducta del hidalgo manchego. Se trata de dos visiones contrapuestas que, a lo largo de la novela, se enfrentan para crear situaciones aparentemente cómicas, y que son en realidad profundamente aleccionadoras. Y son, si lo miramos bien, aleccionadoras en ese doloroso sentido agustiniano (El sufrimiento es una condición dolorosa de la persona en la que surge la memoria, no permitiendo que nos limitemos a las acciones presentes), y que, paradójicamente, sintetiza la máxima tomista: “la letra con sangre entra”. Porque son golpes durísimos para avivar el sentido común; para despertar del sueño de la inocencia en que nos tiene sumergidos el mundo diario; golpes como aquel que recibió Lázaro de Tormes en la primera lección, cuando empezaba su errancia y su amo el Ciego le pidió que pusiera la oreja en el toro de piedra que está a la entrada del puente de Salamanca para escuchar el ruido de sus entrañas. Antes que oyera nada recibió una tremenda “calabazada” que lo dejó (como diría él) más de “tres días con el dolor de la cornada”; pero eso sólo fue pasajero, porque se quedó con una enseñanza indeleble que le duraría el resto de la vida:

Necio —le dijo su amo—, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el Diablo (Anónimo, 1965: 7).

Es seguro que a nosotros no nos duelan de inmediato las lecciones provocadas por la visión de un loco agujereando cueros de vino, confundiendo los ganados con ejércitos, maltratado por una sarta de presos condenados a las galeras, molido a palos por unos yegüeros, arrastrado por la hélice de un molino de viento, y que hasta nos produzcan risa las escenas en que le avientan un costal de gatos a la cara o lo dejan colgando de un balcón o cuando le escurre el suero de unos quesos desde la bacinica de barbero, que calza con la dignidad de un famoso yelmo, ante la presencia del Caballero del Verde Gabán, presto para enfrentarse al león; aunque, pensados en una segunda oportunidad, estos acontecimientos constituyen lecciones que calan hondo cuando nos percatamos de que los hombres vivimos inmersos en el mismo drama.

¿De qué manera se vincula con nosotros este viejo loco?, ¿de qué manera vivimos un drama semejante al de él? Todos, absolutamente todos, enfrentamos cada día nuestra visión de lo que creemos ser, contra la perspectiva de lo que somos o de lo que el mundo cree que somos. Equivocada o no, inmerecida o bien ganada, inicua o justa, nuestra dimensión social se esgrime frente a nosotros para situarnos, a veces de manera brutal, en la parte del mundo que realmente nos corresponde, la que nos asigna la sociedad. Y es en las situaciones extremas, en las que creemos ser más de lo que somos, en las que soñamos que podemos ser mucho mejores y nos lanzamos a las empresas de la vida con la imagen de ese sueño, en las que perseguimos un anhelo que parece remoto, cuando todo lo que nos rodea se encarga de devolvernos a nuestro sitio, golpeados, revolcados, ridiculizados y seguramente deshechos moralmente. Quien no comprenda este drama vital que nos concierne a todos nosotros, no tendrá capacidad para apreciar la trama de las lecciones que contiene la más importante novela de todos los tiempos.

Veamos cómo empieza este enfrentamiento de perspectivas. Un hidalgo pobre, de provincia, soltero a fuerza de no hallar una contraparte medianamente adecuada, ha dedicado sus ocios a la lectura de las novelas de caballería. Y ha llevado tan lejos esta actividad que semejantes historias acabaron por sorberle el seso. Aquí comienza la primera duda: ¿leer novelas de caballería era en aquellos siglos un entretenimiento honesto? Por un lado, sabemos que muchos personajes como Carlos V, Felipe II, Diego Hurtado de Mendoza, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús; conquistadores como Bernal Díaz del Castillo, Hernán Cortés y Alonso Hernández Portocarrero, leyeron estas novelas y aun fueron aficionados a ellas. Por otro, sabemos que estas obras tuvieron muchos opositores, algunos tan influyentes que lograron prohibir su exportación hacia América e incluso su impresión y venta en la propia España (durante las cortes vallisoletanas de 1555). Varias de estas historias generaron pendencias en las tabernas, pues había quien dudara de la castidad de Ginebra y de la caballerosidad de Lancelot, o quien calificara a don Galaor de abusivo y a las doncellas que lo quisieron como unas “mujeres puestas al partido”, es decir, prostitutas.

Leer novelas de caballerías era una actividad que entrañaba peligros, como el de caer en pecado mortal si alguno de estos libros había pasado a formar parte del indice de lectura prohibidas por la Inquisición. Incluso, las historias que parecían más honestas, las de los caballeros que terminaron sus cabalgatas en el cielo convertidos en santos, estaban entre los libros prohibidos por la Inquisición, era el caso de la Caballería celestial del Pie de la Rosa Fragante (1554), de Jerónimo de San Pedro. Mientras que había otras novelas con escenas voluptuosas o muy violentas que jamás tuvieron problemas con las autoridades religiosas y deleitaron a sus lectores de un modo que a todas luces era poco sano. Lo malo no estaba en las lecturas, lo verdaderamente malo era creer que este mundo algún día existió o era susceptible de seguir existiendo y lanzarse a buscarlo pretendiendo ser como alguno de estos héroes. Eso sí era una verdadera chifladura. Porque don Alonso Quijano pudo quedarse en la intimidad de su camarín y ahí, frente al espejo, calzarse la armadura oxidada y tirar mandobles con su vieja espada, brincar en la cama perseguido por un gigante descomunal, arrodillársele a su dama y rechazar cortésmente a una doncella que lo requería en amores, pero eso habría sido conformarse con muy poco. Así es que decidió salir al mundo y mostrarle la fuerza de su brazo y el valor de su ánimo, socorriendo viudas y huérfanos, ayudando a los desvalidos, enderazando “entuertos” de la vida diaria, impartiendo justicia a quien la necesitare.

Ya sabemos que se ordenó caballero en una venta, con un posadero más o menos ilustrado en estos menesteres que, para librarse de un cliente loco, acabó por seguirle la corriente. Y sabemos que, como el Bartolo del Entremés de los romances, quedó en el piso, molido a palos por unos gañanes y declamando con las pocas fuerzas que aún le quedaban:

¿Dónde estás, señora mía,

que non te duele mi mal?

O no lo sabes, señora,

o eres falsa y desleal [...]

¡Oh noble marqués de Mantua,

mi tío y señor carnal! (Quijote I-5; 44).

Es el enorme contraste entre la conducta de los “gañanes” que devuelven a don Quijote a la realidad (los galeotes, los yegüeros, los pastores, etc.) y los ideales que mueven a don Alonso para aventurarse en el mundo constituye la trama de la novela. Sancho Panza es la traba principal de don Quijote, pero todo, absolutamente todo, incluso los personajes que parecen estar con él, tienen como misión frenar sus impulsos. El destino de un hidalgo provinciano era morir en su heredad, con su hacienda completamente extinta, escondido de la gente para no exhibir su pobreza (Tal vez fuera bueno recordar que el descubrimiento de América provocó uno de los mayores desastres económicos de los que se tenga noticia. La hiperinflación dejó saldos desastrosos. La pobreza y el hambre se constituyeron en el denominador común de los siglos XVI y XVII. Estas calamidades tuvieron sus correlatos en la delincuencia, la prostitución y la corrupción. Tan sólo el gobierno de Felipe II se declaró en quiebra nueve veces. Por otro lado, en este periodo se gestó lo que Karl Marx llamó la “acumulación originaria de capitales”, donde el trabajador solo cuenta con su fuerza de trabajo).

El orgullo de estos personajes los imposibilitaba para pedir trabajo o para implorar un mendrugo de pan o para formarse en las puertas de los conventos o las iglesias con el objeto de recibir un poco de “sopa boba”. Pero las lecturas de don Alonso Quijano lo llevan a buscar un mejor destino. Su imaginación se desborda y rebasa su capacidad mental. Loco, se lanza al mundo para emular las aventuras de los héroes que animaron sus lecturas. Y nada, absolutamente nada, detiene sus andanzas. Ni los palos que le dan los rufianes malagradecidos a quienes ayuda, ni los gigantes que lo maltratan, ni los monstruos que lo amedrentan, ni el ridículo en que lo ponen las distintas situaciones, ni sus amigos que pretenden rescatarlo para la cordura, nada lo va a devolver a su destino gris de hidalgo aldeano, sólo una cosa lo vence: cuando descubre el agujero de su media. Lo que no pueden hacer ni el Caballero de los Espejos ni el de la Blanca Luna ni el cura y el barbero, ni todos los enemigos de don Alonso, lo hace un simple agujero en su media. La pobreza asomó su faz, y ésta sí que es un enemigo invencible. La condición social de don Quijote es el preámbulo de la muerte, fue la realidad verdadera que, con todas sus locuras, no pudo evadir y la que acabó llevándolo de regreso a su aldea para liquidar los sueños de un hombre bueno que, a final de cuentas, sólo quiso un mundo mejor para todos.



Referencias. Además de mi carpeta de florilegios he tenido a mano los siguientes textos:

- Anónimo (1965), La vida del Lazarillo de Tormes. Cátedra. Edición de Francisco Rico. 2006.

- Cervantes, Miguel de (1978), Don Quijote de la Mancha. Planeta. Edición con introducción y notas de Martín de Riquer. 1980 Barcelona. 

- Hutchinson, Steven, “El Cervantismo en Estados Unidos”. En: Martínez Mata, Emilio; Ferreiro, Comentarios a Cervantes, Actas selectas del VIII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas. Oviedo: Fundación María Cristina Masaveu Peterson, 2014, pp. 145-148.

-- Martín Morán, José Manuel, Don Quijote está sanchificado; el des-sanchificador que lo re-quijotice…, Bulletin Hispanique, XCIV.1 (1992), pp. 75-118.

 ---- «La coherencia textual del Quijote», en La Invención de la Novela, ed.