A mi amigo Mariano, al que admiro por tantas cosas...
El reto
«Tïtulo: “Sancho Panza quiere una ínsula: Cervantes y la política de los labradores gobernantes”
Texto:
Sin ínsula no habría Sancho: el sueño de convertirse en gobernador de una isla es tan esencial para el personaje de Sancho Panza como éste lo es para las aventuras de Don Quijote. El hidalgo atrajo a Sancho al puesto de escudero con la promesa de la ínsula. Esta loca ambición de Sancho nos revela la codicia y vanidad de ese mentecato «de muy poca sal en la mollera» (I.7, 125), que anhelaba una vida de hombre poderoso e ir más allá de su indigna condición de labrador. Las primeras palabras de Sancho en la novela son para recordarle a su señor, por primera de las muchas veces que lo haría, la promesa que le había realizado: «Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar, por gran- de que sea» (I.7, 127). Don Quijote no sólo asiente, sino que menciona la posibilidad de que dentro de una semana el escudero se convierta en conde, marqués o, incluso, en rey. Si se convirtiera en rey, Sancho le responde, su mujer sería reina y sus hijos infantes.
—Pues, ¿quién lo duda?—respondió don Quijote.
—Yo lo dudo—replicó Sancho Panza—porque tengo para mí que, aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, que no vale dos maravedís para reina; condesa le caerá mejor, y aun Dios y ayuda (I.7, 128).
Sancho no podía imaginarse a su mujer convertida en reina, pero, por lo visto, no tenía problema alguno en verse a sí mismo como rey, por no decir gobernador.
Pero nadie podía imaginarse a Sancho de gobernador. Era una idea absurda, cuya clara intención es hacer reír y, como tal, serviría de inspiración para la burla llevada a cabo en la segunda parte de la novela, cuando el Duque y la Duquesa nombran al escudero gobernador de la Ínsula Barataria. La toma de posesión del cargo de gobernador por Sancho ofrece nuevas oportunidades para reír, aun cuando la broma acaba al revés de lo esperado (II.49, 406). Al final, lo inimaginable ocurre, más allá de toda expectativa: el menguado de Sancho consigue su isla y la gobierna mejor de lo que él mismo hubiera jamás imaginado.
En este artículo me propongo explorar las implicaciones políticas de la ridícula aspiración de Sancho Panza de convertirse en gobernante y de su sorprendente éxito como gobernador. Cervantes no declara de manera explícita cuál es la moraleja del episodio, dejando al lector la tarea no fácil de adivinar las posibles implicaciones.»
Advertencia
Este comentario podría ser interminable, por lo que me limitaré a contestar las preguntas del texto, así como comentar las teorías apuntadas por Redondo, Nieto, y Maravall. Al final concluiré con un comentario un tanto subjetivo, en el que puede verse que tomo partido por algunas de las muchas críticas que sobre el Quijote han sido. De todas ella, tú sabes, porque lo hemos hablado algunas veces, hay dos que me han cautivado sobremanera:
1. El Quijote como juego de Torrente Ballester, a través del que veo a don Quijote, no como un loco, sino como un adolescente de 50 años, que aburrido en un pueblo donde no se puede hacer nada, decide hacerse el loco para divertirse, bajo las premisas de la libertad creadora, la omnipotencia de la invención, y su aplicación al juego. En esto, muy pocos cervantistas estarán de acuerdo conmigo, porque si hay algo que los cervantistas no están dispuestos a aceptar es que don Quijote finge su locura, quizás pensando que si lo hacen se les acaba el negocio, ya que ellos viven de hablar de un loco, sin darse cuenta que podría ser más rentable hablar de un cínico, pues el cinismo es una forma de vida, en tanto que la locura es una enfermedad.
2. Cervantes y la libertad de Luís Rosales, que entra con una inigualable e inimitable estética en la psicología de los personajes.
La respuesta
Sin ínsula no habría Sancho.
No cabe duda que Sancho, a lo largo de toda la Primera Parte, actúa bajo la codicia y la ambición, y en esto la ínsula juega un papel muy relevante, ocupa el mismo estadio que Dulcinea, al tener ambos, dama y gobierno, la misma naturaleza para el caballero y el escudero. Sancho pone a prueba la fe de don Quijote pensando en la ínsula Barataria y tratando de averiguar hasta qué punto es válida la confianza que tiene puesta en su señor, mientras que don Quijote pone a prueba la fe de Sancho con Dulcinea. Lo necesario une. Cada uno de los protagonistas busca en el otro precisamente aquello que necesita. Así, se puede afirmar que tanto sin Dulcinea como sin la ínsula Barataria, el Quijote no sería tal, en todo caso sería otra obra muy distinta.
Pero Sancho no es ningún tonto (es tonto para el narrador, que es un mentiroso compulsivo -esto debemos tenerlo en cuenta a lo largo de la novela para bien comprenderla-); Sancho va aprendiendo de su amo, que es un listo que desvaría cuando se mete en asuntos de caballerías. Sancho evoluciona hasta el punto de abandonar su gobierno desengañado, pero de forma voluntaria, como evoluciona en su codicia, cuando suplica a su amo para echarse a pastores, perdida ya, por culpa del zoquete de Sansón Carrasco, la opción de la caballería. Al final, a Sancho, aunque eche de menos su casa, se olvida de su ambición, y le puede más el amor que el dinero.
Implicaciones políticas de la aspiración de Sancho a gobernador.
Creo que no es necesario apuntar que en la realidad no tiene influencia alguna la aspiración a gobernador de Sancho, más a allá de la interpretación que determinados lectores pueden darle a la ficción literaria. Sancho es un personaje de ficción en la novela del Quijote; la ínsula es una ficción argumentada dentro de la de la misma novela, en la que todos conocen la farsa, excepto el propio Sancho.
Sin embargo, en la ficción tiene unas implicaciones muy claras:
Su codicia y su anhelo por ser gobernador le ha motivado para superar todos los padecimientos de la Primera Parte, acompañando a un hidalgo de su pueblo que incomprensiblemente razonaba o desvariaba según soplaba el viento.
Por la ambición del gobierno se mete de lleno en el juego, al mentir a su amo, como antes lo había hecho en el encantamiento de Dulcinea, con su visión aérea a lomos de Clavileño.
Participa de forma muy destacada, siendo el único que desconoce la farsa, en la burla que los Duques y su corte montan para él como gobernador, realizando un esfuerzo por seguir los consejos y los modos que su amo le ha enseñado, con lo que el rústico va siendo, poco a poco, menos rústico.
Sorprendente éxito de Sancho como gobernador.
Sorprende a todos los que le rodean porque le consideran un tonto sin mollera, pero Sancho demuestra que no lo es. Asume el mando de la Ínsula Barataria con los consejos de su amo bajo el brazo, y sale muy airoso de ello. Como lector, lo veo así, a pesar de que el narrador constantemente intenta engañarme.
Quizás no sorprenda su primer enojo cuando el doctor Pedro Recio “de mal agüero” no le deja comer lo que quiere; puede que tampoco sorprenda el enojo definitivo, que le hace desistir de su gobierno, cuando los habitantes de la ínsula fingen que sufren un ataque, una revolución que debe ser sofocada cuanto antes por Sancho Panza. Pero en todo lo demás nos sorprende: a la hora de hacer justicia, desenmascarando a los codiciosos, o saliendo airoso en las trampas a las que le someten, como es el caso, sin solución, de la paradoja del ahorcado, que resuelve recurriendo a la misericordia.
Pero lo que claramente representa el texto es el desengaño del personaje, que menciona a las claras el error de subirse "sobre las torres de la ambición y de la soberbia", de lo que no ha sacado sino "mil miserias, mil trabajos y mil desengaños" (II, 53)
Relación “buen gobernador-buen juez”.
Se puede decir así, pero yo prefiero achacarlo a la prudencia del campesino y a las enseñanzas de don Quijote. Por ejemplo, aquel consejo que, como he dicho, le habla de la misericordia: “si acaso doblaras la vara de la justicia que no fuera por dádiva, sino por la misericordia…”
Y Sancho, no cabe duda, aprende rápido y se mejora junto a su amo. Evoluciona.
Igualmente podemos ver en el abandono del gobierno, además del desengaño, una derrota militar de Sancho frente a sus muchas victorias como gobernante o como juez, como una parodia que estaría enmarcada en el tópico del discurso de las armas y las letras.
No comparto del todo la opinión de Agustín Redondo sobre los aspectos carnavalescos en los episodios de la ínsula de Barataria. Puede haber apariencias así consideradas en la burlas, pero no es el caso del “el mundo al revés” que caracteriza al carnaval, sino, al contrario unos nobles que se burlan del que creen un campesino ignorante y glotón. En el carnaval es el pueblo quien se burla del poder. En la ficción, podríamos apuntar, el aspecto carnavalesco que representa el lance final, similar al combate entre don Carnal y doña Cuaresma.
Pero no debemos olvidar la burla. El carnaval representa valores serios revertidos en tres sentidos: cómico, paródico, y grotesco. Todos estos valores serios se proyectan a todos los referentes sociales sin discriminación, sin consideración, sin respeto, y en cierto modo con un componente de escándalo, de heterodoxía. En el Quijote no vale hablar de este tipo de representaciones, lo que no quiere decir que no haya determinados pasajes en los que los personajes se disfrazan y representan una dimensión lúdica, actuando de forma cómica, incluso más allá de sus intenciones personales, pero cuando esto se produce, lo que plantea Cervantes no es la estética del carnaval, cuanto el uso de una forma cómica para exponer una materia fuertemente crítica que rebasa lo previsto en la estética carnavalesca.
Cervantes erasmista.
Cervantes era cristiano frente a los turcos, católico frente al protestantismo, y un escéptico frente al catolicismo. Para Cervantes no hay posibilidad de paz teológica, piensa que las cosas hay que resolverlas desde un racionalismo antropológico, y que por lo tanto son las armas las que sostienen a las letras (entiendase leyes), situándose en la línea de un Sepulveda, de un Maquiavelo, de un Spinoza, de un Aristóteles, que nada tienen que ver con Erasmo. La idea de Cervantes sobre la política, la guerra y la paz -como demuestra Pedro Insúa en Guerra y paz en el Quijote- son aristotélicas: si fuese erasmista no habría estado en Lepanto, pero sobre todo, no se habría comportado como lo hizo en Lepanto. Para él, el mundo no se basa sólo en las palabras, como piensa Erasmo. Cervantes no habla desde una vida cómoda, como lo hace Erasmo, sino desde su constante lucha por la vida y por la libertad: sabe de sobra que podía pensar libremente en su cutiverio, pero al contrario que Erasmo, para él, eso no es suficiente para considerarse libre.
Dice José Nieto que la verdad interior del episodio estriba en una defensa radical de una utopía democrática basada en la abolición de los títulos de nobleza y en la separación entre iglesia y estado.
Siempre te he comentado que sobre el Quijote se pueden decir muchas cosas, incluso contrarias entre sí, pero que debemos explicarlas. Nieto, puede saber lo que dice, pero no me gusta como lo dice. No cabe duda que Cervantes fue un adelantado en todo, también en política, en su manera de ver el mundo, tan actual, tan moderna. Podemos dar por seguro que no le gustaba el comportamiento de los nobles, pero su racionalismo le hizo acudir a ellos a lo largo de su vida; seguro que deseaba mejorar el mundo, pero insinuar la democracia me parece excesivo (aseguraría que él, si le dan la opción, a principios del XVII, no hubiera dejado la elección del gobierno en manos del pueblo, tal y como era el pueblo en esos años).
Igualmente, hablar de separación de poderes, me parece una opinión arriesgada. Yo lo dejaría en un pensamiento ya apuntado: los problemas de los hombre los han de resolver los propios hombres. Por lo que se podría añadir que si el regidor es o no religioso, poco importa, lo que importa es que no deje los asuntos de gobierno en manos de Dios, sino que se enfrente a ellos. Igualmente pienso, que, a nivel local, en una sociedad donde la religión lo dominaba todo, la separación iglesia estado, y más con los conflictos creados por la convivencia de las tres religiones, era imposible concebirlo. Sin embargo, Cervantes, siempre, en todas su obras, aboga por la soluciones antropológicas frente a las teológicas; postura totalmente opuesta a Calderón: en la Numancia, hace que un pueblo entero se suicide, cuando el Concilio de Trento había prohibido el suicidio en la literatura por temor a la mímesis. En Cervantes todo es lo contrario que en Calderón: los augurios, las interpretaciones religiosas, no tienen ningún valor, todo depende del racionalismo humano.
El ideal de un gobierno racional del que habla Maraval. No cabe duda que ese es el pensamiento de Cervantes, pero no sobre la base de un ideal, sino como una determinación, como un esfuerzo, como una lucha, por la que el ser humano ha de trabajar, reconociendo que en el hombre siempre está presente el conflicto. Cervantes, nos advierte que no se puede liderar nada perdiendo de vista la realidad, que es el problema de don Quijote, que nunca tiene en cuenta la realidad cuando lleva a cabo sus propósitos, por lo que siempre fracasa. La lección del Quijote es el desengaño; de hecho el éxito de don Quijote como persona es cuando toma conciencia del desengaño, diciendo en el cap. 9 de segunda parte aquella famosa frase: “...es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño.”
Por supuesto, para la ínsula, el gobierno de Sancho es el gobierno ideal pues está basado en los conceptos vertidos en los Consejos para el buen gobierno, que Sancho aplica sin desviarse, como: sabiduría, autoconocimiento, prudencia, virtud, justicia, verdad, misericordia... Qué bien vendría tener en cuenta hoy día. Sancho gobierna con mejor tino que monarcas y emperadores; él, un simple aldeano contagiado de la locura de un pobre hidalgo; y el maestresala se inclina ante su sabiduría e ingenio, de modo que quienes han maquinado el juego de la ínsula para reírse, han de quedar avergonzados.
Pero hay además algo que añadir aquí: todos los actores del engaño de la ínsula esperan que Sancho, un rústico, se corrompa en el gobierno de su "comunidad autónoma", entregándose a la gula, a la avaricia, a la codicia, pero ocurre todo lo contrario, que se toma su gobierno en serio, con mucha responsabilidad. Y esto nos lo remarca poco después el autor en el encuentro con Ricote, que no ocurre por casualidad, sino para remarcar la honestidad de Sancho. Ricote, al que gran parte de la crítica ha tratado como un pobre morisco que llora por España, pero que la realidad es que es un contrabandista que, disfrazado de peregrino o mendigo, todos los años entra en España, le pide ayuda a Sancho a cambio de dinero, y Sancho le contesta, que todo le parece muy bien, que es vecino y amigo suyo, pero que él, que acaba de abandonar un gobierno, no va a participar en lo que le propone ni por todo el oro del mundo.
Conclusión
Don Quijote cree vivir en el medievo, pero Cervantes tiene presente que vive en el primer estado moderno del mundo, sabe de su poder y conoce la necesidad del cumplimiento de la ley. Don Quijote es un idealista, pero lo es porque Cervantes, su autor, un racionalista, quiere realizar una fuerte crítica de todos los idealismos. Con ese fin está escrito el Quijote, aunque en su tiempo, por el artificio de autores-narradores que monta el autor, se tomará como un libro de risa, y así pasará inadvertida la tremenda crítica que contiene:
- Críticas a todos los idealismos. Su protagonista fracasa en casi todas sus empresas o aventuras.
- Críticas a los malos gobernantes, que viven de espaldas al pueblo, que no se preocupan por los cautivos, que expulsaron injustamente a muchos de sus tierras. Directamente critica al rey, diciendo de él, en el soneto Al Túmulo de Rey Felipe II, “fuese y no hubo nada”, que, Pedro Insua, ha interpretado como que Cervantes viene a decirnos, que más que un rey prudente fue un rey indolente. Como también crítica a la monarquía cuando en los Consejos para el buen gobierno, dice: “la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale”.
- Criticas a la nobleza ociosa que no da “palo al agua”, que vive solo para divertirse. Siendo el ejemplo más rotundo los fastos del castillo de los duques, pero no el único.
- Crítica a todas las religiones: al Islam, con la historia del cautivo, y la propia actitud de Zoraida; al Protestantismo, por anteponer la fe a la razón; al Catolicismo, que si bien es para él la mejor de todas, en ninguna de sus obras vemos a los religiosos realizando cuestiones teológicas, pero si los vemos, quemando libros, apaleados por don Quijote, disfrazándose de princesa menesterosa, y en el mismo castillo hay un eclesiástico que no sale muy bien parado por ser intransigente y quisquilloso con don Quijote, y falso ante los propios duques.
- Critica asímismo el concepto de libertad. Un ejemplo es el episodio de la pastora Marcela, que pretende ser libre en el monte con las cabras: busca la libertad en un espacio donde no hay libertad, pues en el monte no hay nada que hacer. Lo que pretende Marcela no es una vida libre, es una vida anulada, con menos posibilidades incluso que en el convento.
- Criticas a la justicia. En el episodio de los galeotes, entre líneas, se alude a personas, instituciones o doctrinas que anulan la condición humana sin tener en cuenta su educación, relacionándola con la libertad: la cuestión de fondo de la vida es libertad. Así, es posible que Cervantes además de hacer una crítica a la administración de la justicia, veládamente, lo esté haciendo también a la Monarquía. Dice de una de las condenas, que es de diez años a galeras: “que es como una muerte civil”.
Y
no cesan aquí las crítica en el Quijote,
pero quizás hayamos tocado las principales. Todo está en el Quijote.