En agradecimento a la visita a Baeza del 16 de junio de 2022
“Estos días azules y este sol de la infancia” |
No voy a reproducir la obsesiva imagen que me dejó un texto dudoso de un “Machado-Quijano”: un hombre que supera los cincuenta, aburrido un poco de las letras y sugestionado por la carne en una segunda juventud, que se convierte en un "caballero", que, a la desesperada, acaba de bajar de la sierra segoviana, decidido a hacer penitencia bajo la lluvia de Puerta de Hierro, y siempre dispuesto a realizar unas cuantas piruetas sobre los riscos del parque, que impresionen a su dama que lo mira tras los visillos de la ventana de su casa familiar: “Guimar-Dulcinea”. No, amigo, ese es un tópico que ya nunca repetiré...
Sí comenzaré con escepticismo, mostrando un poco de duda de todo aquello que aquí se diga, y lo haré con ideas y palabras del mismo Antonio Machado, sacadas de sus Proverbios y Cantares:
En
mi soledad
he
visto cosas muy claras,
que
no son verdad.
El poeta poco había cantado en vida a Leonor: La insinuación del amor cuando, quizás celoso del barberillo que la pretendía, decide revelarle sus sentimientos, dejándole, como olvidado en una mesa, un fragmento de una poesía:
… y la niña que yo quiero
¡ay!, prefiriera casarse
con el mocito barbero.
Una referencia, en el poema A un olmo seco, a la Leonor enferma. En los versos finales, en una línea intimista, Machado ruega a un Dios -no sólo deista y panteista, sino también un Dios "revelado en el corazón", inalcanzable por medio de la razón- a espera de la curación de su mujer como otro milagro parecido al que ha experimentado ese olmo al que “con las lluvias de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido”. Llenos de sentida emoción dicen esos versos:
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Un romance, recoge con gran dramatismo el mismo momento de la muerte de Leonor. La contenida voz de Machado, reduce ese momento trascendental a la categoría de cotidiano, a la ruptura de “algo muy tenue” que se quiebra con toda facilidad. Las palabras parecen moverse silenciosamente por los versos, al igual que la muerte por la casa, casi de puntillas:
Una
noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta
de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue
acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos
dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin
mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante
de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi
niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que
la muerte ha roto
era
un hilo entre los dos!
El concepto “niña” en la poesía de Antonio Machado no tiene nada que ver con la edad. Para él, el niño, la niña, lo infantil, es lo más noble de lo humano: “Una mujer para un hombre, —escribe a Guiomar— como yo al menos, es siempre una niña.” “Yo también, a pesar de mis impurezas, y de mi larga experiencia de la vida, me siento a veces niño, sobre todo cuando estoy a tu lado. Y lo más grande del amor consiste en esto; que hace revivir en nosotros lo infantil, que es lo más noble de lo humano.” Pero, para él, Leonor era la “niña”; con Guiomar es él quien se siente “niño”.
También escribe varios poemas llenos de dolor, soledad, y emoción. En este aflora el sentimiento religioso:
Señor,
ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios
mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra
la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
En otros se debate entre la fe y la razón: el corazón, contra la cabeza, luchan en el interior del poeta:
Dice
la esperanza: un día
la verás, si bien esperas.
Dice la
desesperanza:
sólo tu amargura es ella.
Late, corazón...
No todo
se lo ha tragado la tierra.
O, en este otro: Soria y la mujer que tanto quiso y a la que en vida apenas le cantó, irrumpen ahora, soñadas, con tanta fuerza que al sentirlas tan verdaderas el poeta duda si todo se lo habrá tragado la tierra. Leonor es el tú (pronombre) o el tu (adjetivo posesivo), evocación soñada de un pasado vivido, verdadero:
Soñé
que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del
campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los
montes azules,
una mañana serena.
Sentí
tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña
en mi oído
como una campana nueva,
como una campana
virgen
de un alba de primavera.
¡Eran
tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive,
esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
La mano se convierte en el símbolo nostálgico del apoyo, del respeto, de la generosidad. Curiosamente, cuando tanto se sigue insistiendo en la condición de niña de Leonor, Antonio Machado destaca el hecho de que fuera ella, Leonor, su mujer: “quien asentó mis pasos en la tierra”, dirá en Campos de Castilla (poema CXLI).
Mas hoy… ¿será porque el enigma grave
me tentó en la desierta galería,
y abrí con una diminuta llave
el ventanal del fondo que da a la mar sombría?
¿Será porque se ha ido
quien asentó mis pasos en la tierra,
y en este nuevo ejido
sin rubia mies, la soledad me aterra?
No sé, Valcarce, mas cantar no puedo;
se ha dormido la voz en mi garganta,
y tiene el corazón un salmo quedo.
Ya sólo reza el corazón, no canta.
Y en Baeza, donde el poeta deja paso al filósofo -bueno, esto es una forma de decirlo, pues en Machado poesía y filosofía son absolutamente inseparables-; pero es cierto que llevado por su melancolía, a fuerza de meditar en sus paseos de Baeza, nacen Abel Martín y Juan de Mairena. En Baeza evoca las tierras de Soria y a Leonor. Es la única vez en la obra de Machado que Leonor aparece con su nombre: la tristeza, el dolor, la soledad y la amargura atenazan al poeta, en una de la poesías más grandes de literatura española. Una silva asonantada, que dice:
Allá,
en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva
de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y
manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en
sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus
ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu
mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados
de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste,
cansado, pensativo y viejo.
Es palpable la aspereza de las primeras impresiones, y, de hecho, lo que Machado escribe durante los meses iniciales de Baeza está dominado por la presencia obsesiva de Soria y de Leonor. En el poema dirigido a Xavier Valcarcel, escrito probablemente a finales de 2012, Machado alega su dificultad de poetizar, dado su estado de ánimo, lanzado inopinadamente al "ventanal de fondo que da a la mar sombría" –esto es, a la presencia cercana de la muerte ineluctable–, para añadir:
¿Será porque se ha ido
quien asentó mis pasos en la tierra,
y, en este nuevo ejido.
sin rubia mies, la soledad me aterra?
La alusión a Leonor y su pérdida es transparente. Con este espíritu profundamente abatido y enajenado compone Machado en Baeza algunos de los poemas en que mejor desnuda su intimidad.
O, cuando escribe a su amigo José María Palacio un poema en forma de carta, en el que junto a la evocación de Soria en primavera, recuerda a su mujer y el cementerio en el que está enterrada, “El Espino”, y le pide que le lleve unas flores en su nombre.
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra…
En junio de 1928, Pilar Valderrama viaja a Segovia y, como era su intención, consigue iniciar una casta amistad profesional con el poeta. Esto parece que podemos darlo por seguro, me refiero a lo de la “casta amistad”. Lo que ocurrió realmente entre Pilar y Antonio Machado no lo sabemos, pero, como dice el “errático”, eso no debe preocuparnos.
Como apunta Concha Espina en su libro, De Antonio Machado a su grande y secreto amor, 1950: “todo parece indicar que Pilar Valderrama nunca estuvo enamorada de Machado”. Añadiendo que fue diestra en el arte de “marear la perdiz”.
Si la lírica es el cauce más idóneo para transmitir la expresión de los sentimientos, aquí queda dicho todo. También podemos comparar los diferentes amores de Machado, pero como eso lo han hecho otros con más fundamento, lo voy a saltar, insinuando algo solo de pasada, y sin mencionar el complejo de Edipo atribuido a don Antonio. Pero hay algo que si me atrevo a afirmar: su obra sustenta a su vida con mucha mayor fuerza que su vida a su obra.
Sabemos la transformación que produjo en el poeta Pilar Valderrama, y podemos afirmar que, como Dulcinea para la existencia de don Quijote, Guiomar, fue lo "necesario inalcanzable" para Machado. El nombre de Guiomar usado como una señal trovadoresca, parece oponerse al de Leonor, igualmente de resonancias medievales. Leonor exaltada en la muerte, Guiomar, en vida, con igual emoción en la nostalgia que en la presencia.
Amor imposible que desde su nacimiento supieron mantenerlo secreto. Durante muchos años ella fue considerada una creación literaria del poeta. Los siguientes versos ayudaron a fortalecer esa opinion:
Guiomar , Guiomar,
mírame en ti castigado:
reo de haberte creado,
ya no te puedo olvidar.
Hasta que Concha Espina descubriera en 1957 la identidad de Pilar Valderrama, al encontrar el siguiente soneto de Machado, y relacionarlo con un elogioso artículo de prensa que en su día había hecho Machado de Esencias, un libro de poemas de Pilar Valderrama:
Perdón,
Madona del Pilar, si llego
al par que nuestro amado
florentino,
con una mata de serrano espliego,
con una rosa
de silvestre espino.
¿Qué
otra flor para ti de tu poeta
si no es la flor de la
melancolía?
Aquí, sobre los huesos del planeta
pule el
sol, hiela el viento, diosa mía,
¡con
qué divino acento
me llega a mi rincón de sombra y frío
tu
nombre, al acercarme el tibio aliento
de
otoño el hondo resonar del río!
Adiós: cerrada mi ventana,
siento
junto a mi un corazón… ¿Oyes el mío?
En una carta de Machado a Pilar le habla de lo insaciable que es el amor romántico, y Pilar le contesta con los siguientes versos:
Amor es un siempre ¡siempre!
la sed que nunca se acaba
del agua que no se bebe.
Cancionero íntimo. Esencias
Machado, en los versos siguientes que aluden a una visita que le hace el poeta durante unas vacaciones veraniegas de Pilar en San Sebastián o Hendaya, dónde, como en Puerta de Hierro, observa a la amada desde la destemplanza, pero con una mirada cargada erotismo:
I
... ¡Sólo tu figura,
como una centella blanca
en mi noche obscura!
Y en la tersa arena,
cerca de la mar,
tu carne rosa y morena,
súbitamente, Guiomar.
En el gris del muro,
cárcel y aposento,
y en un paisaje futuro
con sólo tu voz y el viento;
en el nácar frío
de tu zarcillo en mi boca,
Guiomar, y en el calofrío
de una amanecida loca;
asomada al malecón
que bate la mar de un sueño,
y bajo el arco del ceño
de mi vigilia, a traición,
¡siempre tú!
Guiomar, Guiomar,
mírame en ti castigado:
reo de haberte creado,
ya no te puedo olvidar.
«Otras canciones a Guiomar CLXXIV»
Comenta Mairena: “la creación aparece todavía en la forma obsesionante del recuerdo. A última hora el poeta pretende licenciar a la memoria, y piensa que todo ha sido imaginado por el sentir”. Imaginado, es decir, creado, fingido en definitiva. Para esta clase de amor venia preparándose desde mucho antes y la teoría erótica que lo fundamenta está explicita, por boca de su heterónimo Abel Martín, en las páginas de su Cancionero Apócrifo:
Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor, locura es lo sensato.
No cabe duda de que el amor de Antonio Machado por Guiomar fue sincero, completo y anhelado en todo momento. Sin embargo, su materialización en Pilar Valderrama fue imposible de principio a fin. Los versos finales citados por Mairena no podían expresar con más claridad la pretensión a última hora de Abel Martín:
II
Todo amor es fantasía;
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía,
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada
contra el amor que la amada
no haya existido jamás.
No hay nada más quijotesco que estos versos, que nos llevan a la creación de Guiomar-Dulcinea: lo "necesario inexistente", como lo llamó Luís Rosales. La evidencia de que su relación nunca ha sido la que él hubiera deseado y su escepticismo le muestran que la única realidad es la conciencia creadora que ha sido capaz de inventar, partiendo del ser, Pilar Valderrama, a una fingida «Guiomar».
La presencia de Guiomar se mantendría constante en el recuerdo de Machado; en medio del fragor de la contienda, surgen los versos doloridos del poeta en una despedida emocionada en la que Machado nos habla de su separación de Guiomar, y nos hace una salvedad entre el amor de ella y de él. A ella su ausencia la acompaña, mientras a él le causa dolor su sólo recuerdo. Esto implica que sentía que su amor por ella, era más fuerte que el que ella le profesaba. Y la guerra se convierte en su adversario, es la espada que da el tajo fuerte y le pone punto final a su relación:
De mar a mar, entre los dos la guerra,
más honda que la mar. En mi parterre
miro a la mar, que el horizonte cierra.
Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre,
miras hacia otro mar, la mar de España
que Camoéns cantara, tenebrosa.
¡Acaso a tí mi ausencia te acompaña.
A mi me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y en la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama
y la soñada miel de amor tardío,
y la flor imposible de la rama
que ha sentido del hacha el corte frío!.
Así, como Alonso Quijano convierte a Aldonza Lorenzo en Dulcinea, para sostener a don Quijote, el profesor de francés, poeta, y autor de dramas de cierto éxito, a través de Pilar Valderrama, crea a Guiomar, para que el vate se verifique y se encuentre consigo mismo: una realidad creadora y necesaria, para el Machado literario que ha llegado a nosotros de esta forma tan magistral como lo ha hecho.
Acabo con una silva, para mí, la expresión poética por excelencia del poeta, que parece asumir que todo está perdido, pero que sugiere no abandonar del todo la esperanza:
Abre
el rosal de la carroña horrible
su olvido en flor, y extraña
mariposa,
jalde y carmín, de vuelo imprevisible,
salir
se ve del fondo de una fosa.
Con el terror de víbora encelada,
junto al lagarto frío
con el absorto sapo en la
azulada
libélula que vuela sobre el río,
con los montes
de plomo y de ceniza,
sobre los rubios agros
que el sol de
mayo hechiza.
se ha abierto un abanico de milagros
-el
ángel del poema lo ha querido-
en la mano creadora del
olvido...
… … … … … … … …
La línea de puntos suspensivos que rematan el poema parecen enigmáticos. En su significación caben todas las hipótesis. Es una reflexión sobre el amor, sobre el ansia de amor que hace imperativa la poesía; imágenes de putrefacción y terror inusitados en Machado; un hipérbaton gongorino que suscita reminiscencias de la manera de algunos poemas de Soledades (este sapo absorto en el espectáculo de la libélula azul). Y, al final, nos propone un “abanico de milagros” hecho posible nada menos que por “el ángel del poema”, y una personificación del olvido que permite que éste tenga «mano creadora». Estos versos son mucho más que cualquier resumen prosaico. Y tienen, como tiene siempre la poesía de verdad, un misterio indescifrable. Resuenan dentro de nosotros.
Biografía consultada. Poesías completa de Antonio Machado, y:
Ángeles, José. (1977). Estudios sobre Antonio Machado. Barcelona: Ariel.
Concha Espina, De Antonio Machado a su grande y secreto amor (Madrid: Lifesa, 1950).
Gibson, Ian, Ligero de equipaje. (2006). La vida de Antonio Machado. Madrid: Aguilar.
Moreiro, J, M.ª. 1982. Guiomar, un amor imposible de Machado. Madrid: Espasa-Calpe
Valverde, José María. (1975). Antonio Machado. Madrid: Siglo XXI.