Cervantes
conoce como nadie el mundo en el que vive, el choque de culturas, la
encrucijada de caminos, el inmovilismo de una época, la crudeza de
la guerra y la soledad de los presidios... Un mundo que evidentemente
no le gusta y que repasa a través de los ojos de un loco-cuerdo que
pretende transformarlo acudiendo a un mundo de perfección, a los
nobles ideales de la mítica caballería, dejando en evidencia las
pequeñas grandezas de las cosas y las grandes miserias de la
conducta humana.
Y
ese mundo hostil para muchos que recrea Cervantes, lo era mucho más
para los más indefensos, los vulnerables entre los vulnerables eran
los niños. Por eso, no por casualidad, quiso que las aventuras del
ingenioso hidalgo comenzasen precisamente por donde más lo sentía,
defendiendo a un menor.
Don
Quijote acude a las voces de auxilio que salen de entre las encinas a
socorrer al joven, imprecando de inmediato al maltratador, al que
exige en el acto y momento reparación de los daños, aplicando su
peculiar justicia con la invocación a la idealizada Dulcinea.
Cervantes
deja señalado que toda acción social, de justicia o de solidaridad,
si no va con rigor acompañada de otra acción de control y
seguimiento, sobre el terreno donde se produce, está condenada a
perder su eficacia. ¿Cuántos ejemplos podríamos poner hoy de
subvenciones que se despilfarran en programas de los que no se hace
el adecuado seguimiento? ¿O cuantas
decisiones judiciales y administrativas que no cuentan con el
oportuno control para el cumplimiento de las medidas y por eso no
salen bien?
Don
Quijote, armado caballero, va a representar el valor y la fuerza
contra toda injusticia sobre el ser humano, proceda de donde proceda:
“Y
de esta manera deshizo el agravio el valeroso Don Quijote, el cual,
contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado
felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran
satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a
media voz: Bien te puedes llamar dichosas sobre cuantas hoy viven en
la tierra, oh sobre las bellas, bella Dulcinea del Toboso, pues te
cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad y talante a
un tan valiente y tan nombrado caballero, como lo es y será Don
Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió
la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio
que formó la sinrazón y cometió la crueldad; hoy quitó el látigo
de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión valpuleaba
a aquel delicado infante.” (I, 4º)
A
su amada Dulcinea del Toboso ofrece su valeroso acto de defensa y
liberación.
Dicho
esto, en realidad es una de las venturas más tristes de la novela,
las acciones del caballero acaban haciendo un daño añadido a quien
va a socorrer. Don Quijote con una excesiva confianza en sí mismo,
subvierte el orden social al atacar al amo, una de las bases de la
organización jerárquica de la sociedad.
Don
Quijote “se cree” que los demás van a actuar como él, supone
que el astuto labrador va respetar su ejemplo personal y va a cumplir
su palabra de honor. Se impone el egoísmo en el hombre, enfermedad
que, sólo se cura, decía Platón, con el ejemplo, como norma de
vida en la educación.
Consideraciones
más allá de lo dicho:
Don
Quijote fracasa en su intento de librar al pastor, atado a una encina
y desnudo de medio cuerpo, de los palos que le inflige el amo, el
cruel Juan Haldudo el Rico. Al querer restablecer la justicia por
medios inadecuados, el hidalgo provoca un verdadero desastre ya que
su generosa intromisión es causa de que Andrés sea víctima de un
castigo más duro.
Miremos
la aventura de otra manera. Fijémonos simplemente en el nombre del
joven: Andrés. Es éste un nombre de origen griego y quiere decir
"viril". Así se llamaba uno de los apóstoles, el nombre
está vinculado en esta iconografía con la virilidad,
la lascivia y el robo. Este
nombre, relacionado con el robo, lo tienen dos personajes en obras
contemporáneas del Quijote: en una de las Novelas Ejemplares, “La
Gitanilla”, y en “La desordenada codicia de los bienes ajenos”
de Carlos García.
La
desavenencia entre amo y criado, que pasa por alto don Quijote, es la
pérdida cotidiana de una de las ovejas que forman parte de la manada
confiada por Juan Haldudo al joven pastor (I,4). Éste no niega la
acusación del amo sino que al contrario la admite. Al principio del
episodio, cuando Juan Haldudo le está golpeando, Andrés exclama:
"yo prometo de tener de
aquí en adelante más cuidado con el hato".
Pero
es necesario no quedarse a mitad del camino. Esas pérdidas evocadas
por Haldudo, ¿se deberán a descuidos del mozo, o más bien a
verdaderos robos cometidos por el mismo Andrés? Así lo da a
entender el amo, al decir:
"Señor
caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me
sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos,
el cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y porque
castigo su descuido, o bellaquería..."
Todo
nos lleva a que son hurtos del mozo. La tradición folklórica, que
Andrés no es ningún bobo, víctima de su simplicidad primitiva,
generadora de descuidos, sino todo lo contrario: es un verdadero
ladrón. Don Quijote, a pesar de hacerse el desentendido en el cap 4,
conoce bien el asunto. En el cap 31, cuando da su propia visión del
suceso, indica a las claras:
“respondió el zafio que le
azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía
nacían más de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo:
"Señor, no me azota sino porque le pido mi salario". El
amo replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales, aunque de
mí fueron oídas, no fueron admitidas (I, 31).”
¿Cómo
es posible la actuación del hidalgo? No hay que olvidar los
antecedentes del episodio. A don Quijote le ha armado caballero ese antiguo pícaro, el socarrón ventero de los
capítulos 1 y 3 de la Primera parte. No es pues extraño que la
parodia se prosiga en el capítulo 4 y que la primera de las hazañas
del héroe consista en ayudar nada menos que a un bellaco. Esto se
repetirá a lo largo de la novela, don Quijote, en su idealismo,
defenderá a personas de dudosa reputación. Cervantes ya está
apuntando en la primera aventura que los idealismos no conducen nada
más que al fracaso, y don Quijote fracasa siempre, hasta cuando
vence.
Cuando
oye salir de un bosque "unas voces delicadas, como de persona
que se quejaba" (I ,4), determina en el acto que se trata de
algún menesteroso que necesita su ayuda. Lo que le empuja de forma
idealista a la fama ("coger el fruto de mis buenos deseos"),
ese anhelo que le ha conducido a abandonar su casa. Es lo que estaba
deseando y no puede admitir que una realidad diferente eche abajo su
empresa. De ahí que si un caballo y una lanza están cerca del
verdugo, éste no pueda ser para él sino un caballero, pero un
caballero malvado "descortés ". De ahí que se
obstine en tratar a Haldudo como si fuera caballero a pesar de
haberle dicho éste que era labrador y habérselo confirmado el
joven, y ello aun después de haber insultado al campesino,
llamándole "ruin villano", y de haberle amenazado.
De ahí asimismo que exija de Haldudo que jure, "por la ley
de caballería que ha recibido", hacer lo que le ha mandado
con relación al muchacho.
Pero
es que además Don Quijote no sólo se ha "entrometido en
negocios ajenos" como ha de decir más adelante el
jovenzuelo sino que ha subvertido el orden social al atacar la
potestad del amo, es decir una de las bases de la organización
jerárquica de la sociedad. Es lo que está haciendo, reciamente,
Juan Haldudo, asumiendo de tal modo el papel que le corresponde,
cuando irrumpe don Quijote. Es lo que hacía también, con la misma
fuerza, el ciego del Lazarillo, después de cada robo del lazarillo.
Juan
Haldudo tiene a don Quijote por loco pero no va más allá, lo teme
porque va armado pero en cuanto se retira vuelve a su acción con más
brío. No hay en él respeto o mofa por el héroe que dice ser, ni
reconocimiento literario, solo ve al loco armado que interviene en su
acción. En cambio, en el niño maltratado encontramos la inocencia
que le hace creer posible la existencia de un caballero de cuento que
lo socorra y libere. Por eso el narrador dirá:
Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al
valeroso don Quijote de la Mancha y contalle punto por punto lo que
había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas. Pero, con
todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo. (Cap. 4, 1a parte)
El
muchacho ha de reconocer posteriormente que, sin la intempestiva
manera de portarse de don Quijote, el amo,
"se contentara con dar
una o dos docenas de azotes y luego soltara y pagara cuanto debía"
(I, 31).
En
resumidas cuentas, Haldudo no hubiera sido tan cruel como la primera
escena lo daba a entender.
Lo
que provoca el furor del labrador es la insolente intervención del
hidalgo, quien trastorna las relaciones normales entre amo y criado.
Es el mundo al revés, cuya estructura evoca la de las Saturnales y
de una manera general la de las fiestas carnavalescas. Pero en cuanto
cesa ese momento, cuando vuelve el fluir normal del tiempo, es
necesario restablecer de modo ejemplar el orden social primitivo.
Para ello tienen que recibir una pena llamativa e inolvidable los que
se han alzado transgrediendo el orden.
El
castigo de Andrés va a ser tremendo. Ha de sufrir en sus carnes y en
lo más íntimo de su ser la furia y los sarcasmos del labrador. Ya
antes de que se marchara el caballero recelaba que su amo, al quedar
solo en casa con él, pudiera desollarlo como a un San Bartolomé (I,
4). Es efectivamente lo que ha de ocurrirle. Bien se lo dice Haldudo:
"me viene gana de
desollaros vivo, como vos temiades" .
Justo
lo que el muchacho ha de contarle posteriormente a Don Quijote:
"me dio de nuevo tantos
azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado" (I, 31).
Sin
embargo, la referencia a San Bartolomé, el desollado, no se debe
únicamente a la evocación de su martirio. Es que existen relaciones
privilegiadas entre San Andrés y este santo. Según la leyenda se le
habría azotado cruelmente antes de desollarlo vivo, y luego se le
habría vuelto a azotar. Por otra parte, desde el siglo xv se le
representa en varios sitios atado a una cruz aspada. Además, como
San Andrés, habría predicado desde lo alto de dicha cruz, tema que
se encuentra en el arte español. Hasta cierto punto, San Bartolomé
es el sustituto de San Andrés.
Ya
se comprenderá que Andrés el razonador, que incita al amo a cumplir
lo que ha ordenado el hidalgo (I,4), pueda transformarse en Bartolomé
a partir del momento en que recibe una paliza mayor, de resultas del
cual tiene que ingresar en el hospital (I, 31). Y peor aún, pues
Andrés "el viril" se halla desposeído de su virilidad,
como consecuencia de la paliza que ha sufrido. Es lo que le dice a
las claras a don Quijote:
"me parece que no seré
más hombre en toda mi vida"(I, 31).
Andrés
ha pagado por bellaco, pero el escarmiento no puede ser más cruel.
El orden social se halla restablecido con rigor: el amo se queda
riendo y el criado se marcha llorando. Y ¿a donde podrá ir éste al
salir del hospital, cuando haya recuperado parte de sus fuerzas y de
su bellaquería, sino a Sevilla, como Pablos, el Buscón, o como
Cortado y Rincón .
El
mismo don Quijote no sale bien parado. Haldudo ya se mofa de él
mientras está vapuleando al zagal, por segunda vez (I,4; I,31). Es
decir que lo está desprestigiando y por lo tanto Andrés no tendrá
ninguna consideración por el caballero. El mozuelo puede ser, de tal
modo, el instrumento del castigo de nuestro héroe.
Don
Quijote, después de todos los fracasos que ha conocido a partir de
su primera salida, está ahora más ufano que nunca. La princesa
Micomicona ha venido a buscarle para reconquistar su reino y le ha
ofrecido su mano. Ahí tiene el héroe la justificación de su gesta.
Andrés aparece repentinamente en escena para atestiguar la ayuda que
le ha prestado el hidalgo y el provecho que se saca de la existencia
de los caballeros andantes (I, 31).
El
muchacho se enternece primero al recordar las angustias pasadas y su
breve triunfo. Pero este enternecimiento desaparece rápidamente y se
halla sustituido por un rencor y un deseo de venganza que aumentan
conforme va contando el jovenzuelo cómo ha salido todo al revés de
lo evocado por don Quijote. El implacable Andrés no deja de lado
ningún detalle y le echa en cara todas las desgracias que ha sufrido
a causa de su intromisión. Y no vacila en rematar su relato con un
rechazo de la ayuda del hidalgo y de todos los caballeros andantes.
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