Más
que en el juego o en la mesa, viajando es como conocemos a las
personas: les vemos reaccionar ante los imprevistos, la incomodidad,
el riesgo; vemos su curiosidad o su abulia ante las cosas. Conocemos
así del carácter de nuestro compañero de viaje más verdades
íntimas que en varios años de relación sedentaria, tranquila y
amistosa.
Cuando
te fuiste con Lucia, tan buenecita ella en lo cotidiano, de fin de
semana a Cazorla, te sorprendió que acaparara durante horas el
cuarto de baño, para salir al cabo dejando en la bañera un pantano
de espuma con isletas de pelos y en el lavabo lunares verdes del
licordelpolo con sabor a pino. Entonces dudaste de sus dientes
blancos y de su fresco olor a naturaleza salvaje, y se desmoronó el
mito de la bella aseada por culpa del cuarto de baño.
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Quince años después unos dudosos concejales
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Un
verano decides ir con un chaval muy simpático, muy educado, amigo de
un amigo tuyo, a pasar unos días de tus vacaciones en peregrinación
por el Camino de Santiago. Te das cuanta que, tu amigo ya, porque en
el viaje habéis intimidado y porque es muy buen tío, no te da un
respiro, solo piensa en salir el primero cada mañana y en andar más
que nadie, sin detenerse a mirar el paisaje, acaso una iglesia en el
lugar de destino. Bajas desde Roncesvalles a Larrasoaña a carajo
salio; enfilas Pamplona y te cuesta trabajo convencerle para tomar un
café en Villaba y, de paso, saludar a Miguel, que tanto admiras; en
Puente la Reina haces una excepción para tomar un tomate con sal
asomado al río Arga, mientras te echas unas fotos con unos lugareños
que se han acercado a ti al oír tu acento andaluz y que,
entre dientes, critican a los aberzales, mostrándote su desacuerdo; y
así pasas Estella, Los Arcos, Viana, Navarrete. Ves que le salen
ampollas en los pies y las acepta como una bendición porque limpian
sus pecados, pero al día siguiente no aminora la marcha, ¡quiere
más yagas en sus pies para limpiar su alma! A ti te parece demasiado. Entonces te das
cuenta que la limpieza de espíritu es importante, pero también lo
es un buen plato de lentejas, unos pimientos riojanos y buen tinto de
la zona. En esto que llegas a Logroño. Has pasado siete días de
penitencia, pasando de largo por lugares maravillosos, apenas
hablando con la gente con quien te cruzas. Enfilas el puente de
piedra sobre el río Ebro en silencio, meditando. Te preguntas,
también en silencio, si estas disfrutando. Como te conformas con
poco te dices que no está mal, pero que de todo ha de haber en la
viña del señor, y ¡con las viñas que has pasado estos días, la
de caldos que te esperan!...Poco antes de llegar al puente ves un
torreón de ladrillo, no sabes por qué te llama la atención, te fijas
en él y lees “Bodegas Ijalba”. Esta es la mía, te dices para
tus adentros. Le dices a tu amigo: espérame en el refugio, y si
tardo déjame una nota en el libro. Entras en la bodega con la
mochila y la concha. Sales, aún relamiéndote, con la mochila y la
concha, satisfecho por haber roto la monotonía de la semana. El
paladar aún te recuerda los caldos, aún ves su precioso aspecto,
sus tonos rubí y cereza brillantes y luminosos; su aroma delicado
pero bien marcado, añadirías que jóvenes pero de cierta edad,
afrutados con fondo de especies; en la boca aún aprecias su
excelente equilibrio, amplio, carnoso, sabroso, pleno, y de un
posgusto prolongado, tanto, que después de sudar subiendo por la
ciudad aún te dura. Te dices: en Ijalba descubrí el verdadero
Camino, el que a mí me gusta llevar, el camino que yo quiero hacer,
un poquito de esto y otro poquito de aquello. En los días
siguientes, a veces, notas la falta de tu amigo que cada día está
veinte kilómetros más lejos de ti según lees en el libro de los
refugios. Sabes que ya no lo alcanzarás, ni siquiera se te ocurre
intentarlo. Otros, con otras virtudes, te hacen compañía.
En
primavera decides, con un grupo de amigos, daros un garbeo por los
pueblos blancos. Descubres que Mariano, en la oficina el tío más
campechano, se echa mano a la cartera y se convierte en un avaro que
os obliga a dormir en los tugurios más infectos, y se transforma en
un energúmeno autoritario. Hasta se niega a parar el coche cuando
Manolo se lo pide porque le aprieta la vejiga. No quiere parar no
vaya a ser que mientras tanto Joaquín, que tiene un saque
impresionante, se pida un cubata o unos bollos rellenos, que lo mismo
da, la cuestión es fastidiar, porque lo hace por eso. Entonces os
dais cuenta que el bueno de Mariano es sólo un espejismo.
En
el mismo viaje, a Rosa, muy lista pero algo latosa, todo le parece
mal y no se priva en sus comentarios: "en este pueblo llevamos ya
demasiado tiempo para lo que hay que ver; en el anterior no me
dejasteis ver bien el altar mayor rococó; en el burro taxi
desperdiciamos tiempo y dinero" (en esto coincide con Mariano); "lo del
botellón de anoche ya no es propio de nuestra edad, sin contar con
el follón que armasteis en el hotel; ¡ah! Y esta tarde me voy con
Mariano que Jóse va a carajo salío por estas carreteras". Bueno, de
Rosa esperabais algo así, ya la conocíais y así, como buenos
amigos, la aceptáis, pero esto no quita que penséis que el viaje
tal vez fuese mas tranquilo sin ella.
Y
lo peor del viaje fue la discusión con “la parienta”. Por una
nimiedad, aunque, para ti, reconoces que te pasaste tres pueblos.
Después de tu reacción, que achacas a un momento de vulnerabilidad,
ni siquiera te sientes con derecho a esperar nada de ella. Y ahora,
ya de regreso, cuando lo piensas, no sabes qué argumento ofrecerle.
Esperas que te llame, pero no sabes si lo hará, no las tienes todas
contigo. Abatido te dices: “puede que ni siquiera sea digno de
entre en mi casa”. Tú mismo te contestas: “pero una palabra suya
bastará para sanarme…”
Tan
bueno es esto de viajar para contemplar en toda su salsa las miserias
y las grandezas del contrario/amigo, que es recomendable que todas las
parejas, antes de convivir, se dieran un garbeito de prueba por las
Rías Bajas y no sólo, sino también, para degustar el marisco. Y
que digo yo de las parejas: también deberían hacerlo los futuros
socios, los amigos de una peña de futbol, la asociación de la Casa
de Cádiar, o los miembros del departamento de sociología de la EU
de RRLL. Es un sistema espléndido para descubrir el lado interior de
las personas. Sobre todo sería recomendable para los concejales de
un pueblo mediano, como el mío: alguno del PP descubriría que le
cae mejor el de IU, y alguno del PSOE se olvidaría del aparato y
descubriría a las personas, y todos aprenderían de los lugares por
donde pasan, porque está todo inventado. Es todo tan sencillo: la
limpieza de Vitoria me gusta para mi pueblo y además no cuesta
dinero, es cuestión de conciencia cívica y en mi pueblo de eso hay;
en Burgos ven un ejército de jardineros salir por la mañana y todos
los jardines preciosos, esto también me gustaría para mi pueblo
pero como cuesta dinero sólo podemos tener dos jardines, pero bien
cuidados; en un pueblo de Málaga ven que todas las casas tienen sus
balcones llenos de flores, -esto quedaría bonito en nuestro pueblo
dice un socialista- y resulta que el del PP está de acuerdo, y
juntos se ponen a pensar en algo que incentive, siempre con poco
dinero, a la gente para embellecer sus balcones. Y es que viajar abre
los sentidos y hace más tolerantes a los ediles.
Viajar
nos exhibe tal y como somos, delata nuestros sueños, manías y
pavores, pero también nos instruye. Hay viajes diversos, como
distintos somos los seres humanos. Y así, hay turistas frenéticos
que se recorren La Alpujarra y sólo paran en Trevélez para comerse
un plato alpujarreño y decir, frotándose las manos, ¡qué
fresquito hace aquí!, y viajeros parsimoniosos que llegan y, como
Brenan, se quedan aquí varios años. Los hay que vienen en busca de
la ruina del verano pasado, a retomar una y otra vez el paisaje que
conocen, a bañarse en el mismo río. Y los hay, por el contrario,
aventureros y agitados, que hacen puentin sobre el río Dúrcal,
luchan en la vía más difícil del Mont Blanc, o se lanzan en ala
delta desde el albergue universitario. Hay quienes siempre buscan el
mar, y otros, en cambio, se chiflan por las montañas o por atravesar
el desierto en moto. O por las grandes ciudades. O por las ruinas
árabes que paralizan la remodelación de un mercado en el centro de
una ciudad. O por una montaña del valle del Trueba llenas de
ovejitas y vacas lecheras. En definitiva, hay gente pató.
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En el borde del mundo
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A
mi me gustan los lugares remotos y a menudo desolados en los que te
sientes en el borde del mundo, en la frontera de tu inquietud. Tres
pasos más y el abismo, pero lugares de los que vuelves reconfortado.
No necesito marcharme lejos: en la junta de los ríos o en la sierra de Mecina puedo sentirme
así. Puedo ir sólo, pero se me antoja, sé que es mejor acompañado
y, sin rubor, mostrarme cual soy, solapar mi conciencia con mis actos
reflejos, pegar mis sueños a la vigilia, observar a mis compañeros
con ataduras más leves que de ordinario. Observarlos con la
comprensión a que ese ambiente me predispone. Disfrutar de la
compañía. Y, por supuesto, cuando viajo, me gusta detenerme a
contemplar el paisaje; a echar un trago, despacio, cascaillo con un
amigo. Me gusta aprehender las cosas que veo, para imaginar, para
imitar, para trasladar lo bueno a mi casa. Copio, como copian para su
pueblo los buenos concejales.
Del cinamomo al laurel, 81