En el capítulo 59 de la segunda parte, refiriéndose al avellaneda, dice don Quijote:
“Retráteme el que quisiere, pero no me maltrate; que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias.”
Vamos, que todo tiene un límite. Muestra su irritación contra la injuria, la calumnia y la difamación que brota del Avellaneda. Toda esa irritación del personaje remite al ser humano real Miguel de Cervantes, que es quien realmente se irrita. En este mismo capítulo, Cervantes toma prestado un personaje del Avellaneda, Alvaro Tarfe, en boca del cual pone las siguientes palabras:
“-Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia: sin duda, vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro que aquí os entrego.”
De tal manera que el propio don Quijote, como personaje de ficción, se las entiende con el don Quijote apócrifo de ficción, mientra Cervantes parece guardar silencio. Igualmente el autor real de Avellaneda también guarda muchos silencios, empezando por ocultar su nombre al firmar con el pseudónimo de Alonso Fernández De Avellaneda. Cervantes ha sido injuriado y así se siente; las ofensas son reales y provocan las respuestas que vemos a continuación. En el capítulo 55 de esta segunda parte le dice don Quijote a Sancho:
“...y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mesmo que querer poner puertas al campo.”
Es una frase de literatura parenética que quiere decir que la difamación y la calumnia es algo que no podemos evitar. Lo que sí se puede hacer es neutralizarla, pero es un proceso complejo, donde es el contexto, el tiempo, y el espacio, quien marca la estrategia. A la crítica que ejerce Cervantes, por boca de don Quijote, parece no darle importancia; el autor suele ser esquivo y es su personaje quien habla por él. Dice en el capítulo 59:
-En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.
Al decir que ha leído el prólogo del Avellaneda implica que don Quijote es consciente de que Cervantes es el autor de su obra y que él es un personaje de ficción creado por Miguel de Cervantes. Cervantes habla de sí mismo, tomándose la ficción en serio. Cuando llega a la conclusión de que el autor del Avellaneda es aragonés muestra una potencia lingüística muy desarrollada al identificar al autor de apócrifo con solo leer unas líneas. La tercera reprensión, lo de la mujer de Sancho, es para despistar. Cervantes lo que pretende es decir que el Avellaneda está escrito con malas intenciones. También podemos ver, cuando Cervantes dice que el autor del Avellaneda es de Aragón, una baza para la tesis de Martín de Riquer y Alfonso Martín Jiménez que afirma que detrás del libro está Gerónimo de Pasamonte, que Cervantes parodia en la primera parte, a través del galeote Ginés de Pasamonte, y en la segunda parte cuando aparece disfrazado de Maese Pedro, el extravagante propietario del mono adivino y del retablo que don Quijote destroza a palos.
Una de las grandes diferencias entre los dos quijotes está en la locura del protagonista. El comportamiento del apócrifo es estúpido, más que un loco es un necio que protagoniza hechos sin sentido, gracia, valor, ni contenido; más bien parece un bufón sin chispa alguna. El de Cervantes posee una locura cínica por una parte y lúdica por otra; un racionalismo desengañado, y un juego con aquellos valores que la sociedad de su tiempo se toma más en serio. Estamos pues ante dos tipos de locura: el Avellaneda a la altura del racionalismo filológico, orteguiano, del Elogio de la locura de Erasmo, políticamente muy correcto, en tanto que el de Cervantes, tiene más que ver con racionalismo ateísta de Spinoza. El Quijote de Avellaneda es un personaje muy castigado por los nobles, que representan las fuerzas políticas, y por los religiosos que representan el poder eclesiástico, mientras que el Quijote cervantino apalea a curas y a seminaristas, se enfrenta con eclesiásticos, deja en ridículo a los nobles por su comportamiento pueril y ocioso. El hecho que, en el Avellaneda, sea la iglesia y el estado quien más cesura a don Quijote, mientras que en el de Cervantes sea don Quijote quien los pone en solfa, no ocurre por casualidad. Esto nos da muestra de lo diferentes que son las ideologías de uno y otro.
Es cierto que Gerónimo de Pasamonte, como Lope de Vega, tenían ideología ultraconservadora, como que ambos coincidían en la enemistad con Cervantes. También es cierto que han podido intentar burlarse del Quijote de Cervantes, pero también es cierto que de todas las burlas y críticas que se le han hecho ha salido airoso. Al Quijote de Cervantes le golpean unos yangüeses, unos arrieros, gente de baja y servil condición, pero ni el estado ni la iglesia le toca, ni siquiera el bandolero Roque Guinart; la nobleza intenta burlarse de él, pero sale mal parada.
Dice el Avellaneda en el prólogo:
“No me murmure nadie de que se permitan impresiones de semejantes libros, pues éste no enseña a ser deshonesto, sino a no ser loco”
Y en esa forma de ejercer la locura, como un necio, el estado y la iglesia deben intervenir para impedir que el necio se convierta en guía de la sociedad. Así, ya en el capítulo primero del Avellaneda, aparece don Quijote dominado y con “una muy gruesa y pesada cadena al pié”, y se le dan a leer los libros que la Inquisición daba a leer a los presos de cultura relevante, la Guía de pecadores del padre Granada, el Pro Santorum de Villegas, y los Evangelios, sustituyendo las lecturas profanas y lúdicas que aparecían en el de Cervantes por libros sagrados y los códigos más conservadores de la época
En el Avellaneda don Quijote, de la mano del Nuncio de Toledo, termina recluido en una cárcel para delincuentes, mucho peor que un manicomio. Dice en el capítulo 8:
“...y a nuestro caballero, por las mismas calles que él la había empezado, le llevaron a la cárcel y le metieron los pies en un cepo, con unas esposas en las manos, habiéndole primero quitado todas sus armas.”
La pretensión del autor es denigrar a don Quijote y dar una imagen de una persona peligrosa que no puede vivir entre los cuerdos. Los actos del don Quijote de Avellaneda no se rigen por ningún criterio y no tienen ningún contenido, es irracional, mientras que los actos del de Cervantes, por su dimensión crítica y dialéctica, son de un claro racionalismo que, a través de una locura de diseño, nos habla de la cordura.
En el Avellaneda, cuando don Quijote se enfrenta a la justicia siempre pierde. Cuando en el capítulo 9 don Quijote va a ser apaleado interviene Álvaro Tarfe para evitar el ajusticiamiento. No lo hace por piedad, sino porque quiere perpetuar el comportamiento bufonesco de don Quijote para su propio divertimento, ya que en manos de la justicia se acabaría la fiesta, en tanto que si lo toma bajo su tutela la juerga puede continuar:
“...don Álvaro Tarfe, disimulando, los mandó salir a todos fuera y rogó a uno de los dos caballeros que con él habían entrado se quedase allí, para que ninguno hiciese mal a don Quijote, mientras él con el otro, que era deudo muy cercano del justicia mayor, iban a negociar su libertad, pues sería cosa fácil el alcanzársela, constando tan públicamente a todos de su locura.”
Otra de las característica del Avellaneda es que trata incluso de derogar el propio nombre de don Quijote. Dice en el capítulo 1:
“Ya no le llamaban don Quijote, sino el señor Martín Quijada, que era su proprio nombre...”
Ocurre todo lo contrario que en el de Cervantes que es al final, cuando ha recobrado la cordura, cuando dice que le llamen Alonso Quijano. El nombre es el núcleo y no puede disiparse porque se perdería toda referencia.
Otra característica del Avellaneda es que suprime partes esenciales del de Cervantes, como es el caso del Ama y la sobrina. Dice de la sobrina en el primer capítulo:
“...dándole a su sobrina el mes de agosto una calentura de las que los físicos llaman efímeras, que son de veinte y cuatro horas, el accidente fue tal, que, dentro dese tiempo, la sobrina Magdalena murió, quedando el buen hidalgo solo y desconsolado; pero el cura le dio una harto devota vieja y buena cristiana, para que la tuviese en casa, le guisase la comida, le hiciese la cama y acudiese a lo demás del servicio de su persona, y para que, finalmente, les diese aviso a él o al barbero de todo lo que don Quijote hiciese o dijese dentro o fuera de casa, para ver si volvía a la necia porfía de su caballería andantesca.”
Si en Cervantes Ama y sobrina eran ingenuas y para nada religiosas, en el Avellaneda, el cura le proporciona una nueva ama, vieja y muy devota; un esperpento. Es curiosa la soledad a que el Avellaneda condena a su protagonista.
Respecto a las mujeres con las que trata don Quijote se degradan y embrutecen, especialmente la que sustituye a Dulcinea, la prostituta Bárbara (que es bárbara por su fealdad física y por su retrato moral). Así como en el de Cervantes la relación con la mujer es muy digna, convierte a Aldonza Lorenzo en Dulcinea del Toboso; a Maritornes en un princesa, transformando su aliento de ajo y cebolla en un perfume de ámbar… En el Avellaneda, Dulcinea es sustituida por Bárbara, o como cuando llega a la venta y le ofrecen la compañía de una moza gallega, no asturiana, como era Maritornes. Dice el ventero en el capítulo 4:
“Si quiere posada, entre, que le daremos buena cena y mejor cama, y aun, si fuere menester, no faltará una moza gallega que le quite los zapatos; que, aunque tiene las tetas grandes, es ya cerrada de años; y, como vuesa merced no cierre la bolsa, no haya miedo que ella cierre los brazos ni deje de recebirle en ellos.”
Una forma un tanto soez, degradante de ofrecerle los servicio de una ramera, pues si hay alguien contrario a un seductor es un putero, y el Quijote de Cervantes funciona como un seductor, aunque sea un tanto ridículo, pero es parte de la ficción que monta el autor (ya sabemos que Sancho, en repetidas ocasiones, le muestra su extrañeza diciéndo que no entiende como un hombre tan mayor y tan feo pueda ser un seductor, del que se enamoran doncellas jóvenes y guapas como Altisidora, a lo que don Quijote le viene a responder, que él, Sancho, no está al día, que no entiende de estas cosas, que él, don Quijote, es un Caballero andante, y si bien todas se enamoran de él, es fiel a Dulcinea, por lo que desestima esos amores. Sin embargo el don Quijote de Avellaneda, lejos de ser un seductor, es un cerdo, un degenerado.
En el Quijote de Avellaneda no hay imitación burlesca, no hay parodia, es una imitación degradante, caricaturesca, difamatoria, deformante: una transducción aberrante, desde el punto de vista literario, del Quijote de Cervantes. Un personaje loco, necio, muy violento, estúpido, grotesco, ridículo, y sobre todo es vulgar, prosaico, que no tiene inteligencia; no hace uso de un sentido crítico, un personaje sin objetivos, sin ideas. Todo lo contrario del de Cervantes.
La relación que tiene con el dinero es propia de los amigos del comercio, manejando mucho dinero y sin límite alguno. Es un derrochador. Dice el capítulo 3º :
“Hizo también un buen lanzón con un hierro ancho como la mano, y compró un jumento a Sancho Panza, en el cual llevaba una maleta pequeña con algunas camisas suyas y de Sancho, y el dinero, que sería más de trecientos ducados; de suerte que Sancho con su jumento y don Quijote con Rocinante, según dice la nueva y fiel historia, hicieron su tercera y más famosa salida del Argamesilla por el fin de agosto del año que Dios sabe, sin que el cura ni el barbero ni otra persona alguna los echase menos hasta el día siguiente de su salida.”
Viaja como un noble capitalista, nada que ver con el Quijote de Cervantes que, dentro de la mentalidad medieval, ignora y desprecia el dinero; no vive en la realidad sino conforme al código de la caballería como motor de su locura, que mediante su racionalismo de diseño le sirve para combatir críticamente tanto a la iglesia como al estado cuando le parece bien.
Dice el narrador del Avellaneda en el capítulo 9:
“y cuando Sancho dijo que había burlado a su amo en no haber queridodar a la gallega los docientos ducados, sino solos cuatro cuartos, se metió don Quijote en cólera, diciendo:
-¡Oh, infame, vil y de vil casta! Bien parece que no eres caballero noble, pues a una princesa como aquélla, a quien tan injustamente haces moza de venta, diste cuatro cuartos.”
Aquí parece tratarse de una prostituta de lujo. Quiere decirse que el Quijote de Avellaneda, frente al de Cervantes, se comporta como un necio.
Dice en el capítulo 6 hablando de la mujeres:
cualquier caballero natural o andante que dijese que las mujeres merecían ser amadas de los caballeros, mentía, como él solo se lo haría confesar uno a uno o diez a diez; bien que merecían ser defendidas y amparadas en sus cuitas, como lo manda el orden de caballería; pero que en lo demás, que se sirviesen los hombres dellas para la generación con el vínculo del santo matrimonio, sin más arrequives de festeos, pues desengañaban bien de cuán gran locura era lo contrario las ingratitudes de la infanta Dulcinea del Toboso. Y luego firmaba al pie del cartel: El Caballero Desamorado.
Apreciándose en este párrafo una clara idea machista. Lo que se propone es construir una imagen de don Quijote ridícula, como si fuera un idiota, y aquí lo hace despreciando a la mujer… Y ya lo decía Calderón: “no hables mal de las mujeres porque al fin dellas nacemos”. En definitiva, lo que se propone es desacreditar al Quijote de Cervantes. Ese es el fin de la obra y la intención del autor: imponer a la razón antropológica de Cervantes, la razón teológica de sus autores, sean quienes sean; una transducción aberrante del Quijote de Cervantes.
La religión nunca se impone en el de Cervantes, sin embargo en el Avellaneda se impone constantemente. Al respecto, recordemos lo que en el Quijote de 1605, Sancho dice en el capítulo 52 de la primera parte a don Quijote:
“¿Qué demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fe católica?”
En el Quijote de Avellaneda la pregunta sería otra: ¿Qué induce a don Quijote apócrifo a ir en contra de los representantes del estado? Porque a estos si ataca, pero nunca a la iglesia, y el poder civil le responde con la cárcel. Claro, el Avellaneda no critica el mundo interpretado en su novela, critica, de forma degradante, el Quijote de Cervantes, pero no entra para nada en su mundo contemporáneo. Dice en el capítulo 30:
“-¿Qué hacéis, hombre de Barrabás? ¿Estáis loco? ¡En tal puesto y contra paje de persona de prendas tales, cual es el dueño dél y desta casa, metéis mano! Venga la espada luego y veníos a la cárcel, que a fe que os acordaréis de la burla más de cuatro pares e días.
No respondió palabra don Quijote, sino que, echando un pie atrás y levantando la espada, dio al bueno del alguacil una gentil cuchillada en la cabeza, de la cual le comenzó a salir mucha sangre. Viendo esto el herido alguacil, comenzó a dar voces diciendo:
-¡Favor a la justicia; que me ha muerto este hombre!”
Hechos frecuentes en el Avellaneda, cosa que en el de Cervantes, con la excepción del episodio de los galeotes, no se enfrenta a la justicia, ni al poder civil, y sí y mucho a la iglesia.
Las justas de Zaragoza a las que acude el Quijote de Avellaneda se convierten en una fiesta de locos medieval. Dice el capítulo 11:
“Maravillábase mucho el vulgo de ver aquel hombre armado para jugar la sortija, sin saber a qué propósito traía aquel pergamino atado en la lanza; si bien de sólo ver su figura, flaqueza de Rocinante y grande adarga llena de pinturas y figuras de bellaquísima mano, se reían todos y le silbaban. No causaba esta admiración su vista a la gente principal, pues ya, todos los que entraban en este número sabían de don Álvaro Tarfe y demás caballeros amigos suyos, quién era don Quijote, su estraña locura y el fin para que salía a la plaza, pues era para regocijarla con alguna disparatada aventura. Y no es cosa nueva en semejantes regocijos sacar los caballeros a la plaza locos vestidos y aderezados y con humos en la cabeza, de que han de hacer suerte, tornear, justar y llevarse premios, como se ha visto algunas veces en ciudades principales y en la misma Zaragoza.”
Claramente está haciendo de bufón, y, a todo esto, hay que añadir, que don Quijote es un vanidoso, un engreído. Dice el narrador en el capítulo 29:
“...andaba en esto don Quijote enseñando a unos y a otros las pinturas de su adarga, ufano de que tantos le mirasen”
No tiene consciencia. Y hay otras degradaciones sobre la suciedad corporal y la vileza moral que son rasgos extremos. En el capítulo 10, podemos leer:
“-Cubra, señor Desamorado, ¡pecador de mí!, el etcétera, que aquí no hay jueces que le pretendan echar otra vez preso, ni dar docientos azotes, ni sacar a la vergüenza, aunque harto saca vuesa merced a ella las suyas sin para qué; que bien puede estar seguro.
Volvió la cabeza don Quijote y, alzando las bragas de espaldas para ponérselas, bajóse un poco y descubrió de la trasera lo que de la delantera había descubierto, y algo más asqueroso.”
Esto se decía en una sociedad en la que la gente tenía vergüenza. Y esta bajeza está también presente en Bárbara, la prostituta que le acompaña, una mujer grotesca y repugnante. En el capítulo 13 del Avellaneda podemos leer:
“Estaban los dos en camisa, porque don Quijote, con la imaginación vehemente con que se levantó, no se puso más de celada, peto y espaldar, como queda dicho, olvidándose de las partes que por mil razones piden mayor cuidado de guardarse. Sancho también salió en camisa, y no tan entera como lo era su madre el día que nació.”
Los presenta como degenerados. Y, más adelante, en el capítulo 34, en una constante degradación del personaje, dice:
“...Sancho le desarmó, quedando el buen hidalgo en cuerpo y feísimo, porque, como era alto y seco y estaba tan flaco, el traer de las armas todos los días, y aun algunas noches, le tenían consumido y arruinado, de suerte que no parecía sino una muerte hecha de la armazón de huesos que suelen poner en los cimenterios que están en las entradas de los hospitales. Tenía sobre el sayo negro señalados el peto, espaldar y gola, y la demás ropa, como jubón y camisa, medio pudrida de sudor; que no era posible menos de quien tan tarde se desnudaba. Cuando Sancho vio a su amo de aquella suerte y que todos se maravillaban de ver su figura y flaqueza, le dijo:
-Por mi ánima le juro, señor Caballero Desamorado, que me parece cuando le miro, según está de flaco y largo, pintiparado un rocinazo viejo de los que echan a morir al prado.”
Su aspecto físico es repulsivo, propio de una novela naturalista. Y la visión de Bárbara es, con mucho, la más degradada. Dice el capitulo 24:
“… salió ella a la puerta del mesón con la figura siguiente: descabellada, con la madeja medio castaña y medio cana, llena de liendres y algo corta por detrás; la capa del huésped, que dijimos traía atada por la cintura en lugar de faldellín, era viejísima y llena de agujeros y, sobre todo, tan corta que descubría media pierna y vara y media de pies llenos le polvo, metidos en unas rotas alpargatas, por cuyas puntas sacaban razonable pedazo de uñas sus dedos; las tetas, que descubría entre la sucia camisa y faldellín dicho, eran negras y arrugadas, pero tan largas y flacas, que le colgaban dos palmos; la cara, trasudada y no poco sucia del polvo del camino y tizne de la cocina, de do salía; y hermoseaba tan bello rostro el apacible lunar de la cuchillada que se le atravesaba; en fin, estaba tal, que sólo podía aguardar un galeote de cuarenta años de buena boya.”
Un verdadero monstruo, algo repugnante, que al final representa el racionalismo de la barbarie, ya que abandona a don Quijote porque se percata que puede ser presa de la justicia, un racionalismo del que carecen, completamente enajenados, don Quijote y Sancho. En el capítulo 30 dice Bárbara a don Quijote:
“Yo, señor don Quijote, he cumplido mi palabra en venir con vuesa merced hasta la Corte; y, pues ya estamos en ella, le suplico me despache lo más presto que pudiere, porque tengo de volverme en mi tierra a negocios que me importan; tras que temo, lo que Dios no quiera, que aquel alguacil que iba con el señor de la carroza, a quien vuesa merced llamaba príncipe de Persia, nos ha hecho traer a esta casa para saber quién es vuesa merced y quién soy yo. Y es cierto que, viendo cómo ando en compañía de vuesa merced, ha de pensar que estamos ambos amancebados, y nos hará llevar a la cárcel pública, donde temo seremos rigurosamente castigados y afrentados; y vuesa merced créame, y guárdese no le pongan en ocasión de gastar en ella ese poco dinero que le queda; y después, cuando quiera, volviendo sobre sí, meterse en su tierra, no se vea forzado a haber de mendigar. Por eso mire lo que en este negocio debemos hacer, pues en todo seguiré de bonísima gana su parecer.”
Bárbara es consciente de los antecedentes penales que tiene así como de la vida que lleva, y no se quiere exponer a la justicia, mostrando un racionalismo del que don Quijote carece, que de hecho acaba encarcelado en un manicomio para delincuentes.
En el capítulo 32, en boca de Sancho, se ahonda en la degradación de Bárbara:
“Pardiez, señoras, que pueden sus mercedes ser lo que mandaren; pero en Dios y en mi conciencia les juro que las excede a todas en mil cosas la reina Segovia. Porque, primeramente, tiene los cabellos blancos como un copo de nieve y sus mercedes los tienen tan prietos como el escudero negro mi contrario. Pues en la cara, ¡no se las deja atrás! Juro non de Dios que la tiene más grande que una rodela, más llena de arrugas que gregüescos de soldado y más colorada que sangre de vaca; salvo que tiene medio jeme mayor la boca que vuesas mercedes y más desembarazada, pues no tiene dentro della tantos huesos ni tropiezos para lo que pusiere en sus escondrijos; y puede ser conocida dentro de Babilonia, por la línea equinoccial que tiene en ella. Las manos tiene anchas, cortas y llenas de barrugas; las tetas largas, como calabazas tiernas de verano. Pero, para qué me canso en pintar su hermosura, pues basta decir della que tiene más en un pie que todas vuesas mercedes juntas en cuantos tienen? Y parece, en fin, a mi señor don Quijote pintipintada, y aun dice della, él, que es más hermosa que la estrella de Venus al tiempo que el sol se pone; si bien a mí no me parece tanto.”
Le llama “reina Segovia”, por Zenobia, en una prevaricación del lenguaje, dando una imagen degenerada.
Sancho, que también se separa de su amo, para unirse a su mujer Marí Gutiérrez y y entra como criado del Archipámpano.
Como hemos apuntado el Quijote de Avellaneda tiene como fin interpretar, de forma aberrante, el Quijote de Cervantes.
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